domingo, 25 de mayo de 2025

Lunes de la Sexta Semana de Pascua

 


Hch 16, 11-15

Lo último que comentábamos el sábado pasado, era que, a raíz de una visión que tuvo Pablo, el Evangelio fue llevado a la región definitivamente europea. Pero ya hace tiempo que venimos diciendo que griego y griega, entonces ¿a qué nos referíamos? Estábamos hablando de personas de habla griega, pero que residían en Asía menor, ha de entenderse que el griego se había convertido en la lingua franca, el idioma del imperio griego -especialmente para las relaciones comerciales, pero, que poco a poco se adueñó de todo el ámbito cultural- y que sólo paulatinamente se dio, especialmente en el imperio romano, su reemplazo por el latín. Esta prevalencia del idioma griego fue la que llevó a traducir la Biblia del Hebreo al griego, (La Septuaginta, la primera traducción de la Biblia hebrea al griego koiné, fue realizada a lo largo de varios siglos, principalmente desde el siglo III a.C. -se inició con la traducción de la Torah alrededor del año 280 a.C.- y se completó en el siglo I d.C.) puesto que muchas personas, aunque convertidos al judaísmo, no entendían ni hablaban hebreo.

 

El nombramiento de los 7 diáconos, todos del ala helenista, y el reclamo que fue el detonante que gatillo la institución del diaconado dentro de la Iglesia, tenía mucho que ver con este tema del idioma. También, estaba la repulsa que mostró el judaísmo para aceptar los textos bíblicos que no pertenecieran a su lengua. Hemos de resaltar aquí, que el Nuevo Testamento fue escrito en griego (no por griegos de cuna, sino por greco-parlantes).

 


Con una pincelada rauda, el hagiógrafo describe un itinerario: Se embarcan en Troade, encaminándose a Samotracia, al día siguiente, salen para Neápolis, y pasan -inmediatamente- a Filipos, colonia romana y perteneciente al distrito macedonio. El sábado, se fueron donde creían encontrar un sitio para orar, (nótese que todavía siguen el Sabbat, el Cambio al Domingo vendría luego y sólo paulatinamente)). Hay aquí otra suerte de ruptura -al estilo de Jesús cuando habló con la Samaritana- con los cánones del judaísmo que les tenía prohibido, a los hombres, dirigirle la palabra en público a una mujer: se trata de Lidia. Lidia, más que un nombre era un gentilicio, significaba, proveniente de la región de Lidia, de Tiatira, en el occidente del Asía Menor, península de Anatolia, era una región de la antigua Grecia que, hoy en día, forma parte de Turquía. Lidia era tierra de hermosas mujeres, de donde por extensión, Lidia pasó a significar también “mujer hermosa”.

 

Lidia era una comerciante importante porque negociaba con una tintura no tan abundante y que se obtenía de un molusco, la Stramonita haemastoma, se trata de la púrpura (azul violeta), muy cotizada y era muy costosa, que enriqueció a los fenicios que se convirtieron en sus traficantes especializados -se han encontrado restos de vestidos Davídicos y Salomónicos teñidos de este color, por tanto, era una tintura textil muy cotizada y apreciada por la nobleza. Sin embargo, parece que la purpura con la que negociaba Lidia era de origen vegetal. La importancia y peso de Lidia se refleja en la aceptación por parte de toda la familia del mensaje de Pablo. Y el hecho de haberlos invitado a alojarse en su casa -poniendo como prenda su fidelidad a la fe anunciada, su aceptación del Señor, su bautismo: “Si me consideráis fiel al Señor, permaneced en mi casa” (Hch16, 15b). Esto implicaba entrar en la zona de juego entre lo impuro y lo puro, ya que para un judío entrar en la casa de un extranjero era caer en territorio impuro- esto le valió, todo así lo parece indicar, convertirse en la sede apostólica en Filipos, la ‘domus ecclesiae’; donde se reunían -como ya no en la sinagoga que en Filipos no había ninguna-sino en casas de familia, donde eran acogidos, en muchos casos clandestinamente, porque también allí, en aquella colonia de exmilitares, había persecución y eran mal visto que no se siguiera la religión oficial del imperio romano, el politeísmo que adoraba diversos dioses y espíritus). Acoger a alguien y brindarle hospedaje implicaba ponerlo bajo su protección, eso era lo que le ofrecía Lidia.


 

La fundación de la comunidad de Filipos tuvo lugar durante el segundo Viaje misionero de Pablo (Hch 15, 39-18,22) (José Bortolini) En la casa de Lidia se ejercía su matronazgo. Ese lugar se convirtió en un centro cristiano y gracias a su amparo la comunicad cristiana de Filipos floreció, gracias precisamente a la actuación misionera de Lidia.

 

Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b

Este Salmo, el penúltimo del Salterio, es un himno. Un himno, es, un cantico de alabanza. No se ha podido establecer con seguridad si los salmos hímnicos corresponden a alguna fase litúrgica específica. Es un canto que enaltece con gratitud las deferencias de Dios con su pueblo y las victorias obtenidas con Su Auxilio. Hay una pedagogía contenida en este Salmo, pide ahuyentar lejos de nosotros todo espíritu, todo sentimiento retaliativo, que inunde nuestro corazón solamente con el sentimiento inspirado por Dios, sólo la compasión, como Dios manda: otros podrán anidar en su pecho sentimientos vengativos, Dios nos ha enseñado el valor amoroso del Perdón.


 

Vamos a tratar de mostrar la estructura de la perícopa, señalando como a cada exhortación corresponde una acción específica, a veces doble:

1ª estrofa

Canten →       un cántico nuevo

Resuene su alabanza →       en la בִּקְהַ֥ל חֲסִידִֽים [biq-hal Hasidim] “asamblea de los fieles”, “la congregación de sus Santos”;

Que se alegre Israel   →        por su Creador,

Que se alegren los hijos de Sion →             por su rey.

 

2ª estrofa

Alaben su Nombre →            con danzas

Alaben su Nombre →             con tambores y cítaras;

El Señor →     Ama a su pueblo

El Señor →     Adorna con la victoria a los humildes

 

3ª estrofa

Que los fieles (formados en filas) →             festejen su Gloria

Que los fieles (formados en filas) →             canten jubilosos

Que los fieles (formados en filas) →             con vítores a Dios en la boca

Para todos sus fieles          es un honor.

 

Esta última estrofa, muestra al pueblo como un ejército en formación de batalla, y al Señor como el General que los lidera.

 

Falta recordar que este Salmo es el penúltimo del Gran Hallel Se llaman así porque todos ellos comienzan con las palabras Hallelu-Yah, "Alabad al Señor". El salmo nos deja percibir la certeza de Dios como Dueño y Señor de la Historia, que nos convoca a la responsabilidad de ser sus escogidos, sus “Santos”; Él es quien enfoca y conduce todos nuestros esfuerzos por un mañana mejor, para lo cual no tenemos que constituirnos en sociólogos, sino fiarnos de su Misericordiosa voluntad que conduce al desenlace triunfal. ¡Seguir sus órdenes de batalla es muestro honor!

 

Jn 15,26-16, 4a

Firmes más allá de nuestras fragilidades

Nuestro amor hacia Él es respuesta al suyo hacia nosotros, que nos quiere semejantes a Él. Amarlo a Él significa, en concreto, acoger y vivir su palabra… En efecto, el que ama cumple la palabra del amado…. El amor no es tan sólo un sentimiento. Involucra toda la persona, y le da un nuevo modo de ser: informa su comprensión, su voluntad y su acción.

Silvano Fausti

En el salmo anterior hay un toque de responsabilidad y de darnos cuenta. En esta perícopa de San Juan, encontramos algo parecido. No se trata de aplaudir por aplaudir, No se trata de cantar por cantar. No se trata de orar por mecanización. La historia de la salvación no es una marcha de irresponsabilidad, que ve a Dios como el encargado de hacerlo todo, y a sus discípulos como borregos “atenidos”. Tenemos que llevar en la consciencia despierta y atenta, el resonar de las advertencias de Jesús en sus discursos de despedida. La Sagrada Escritura nos ha acostumbrado a estas despedidas, muy especialmente la de Moisés (Dt 31, 2-6), nos convoca a continuar el derrotero trazado, a perseverar, a reconocer los abrojos inevitables del Camino. Estamos -esta semana- preparándonos para la Ascensión del Señor.


 Importantísimo captar que Jesús, en su despedida nos ofrece un Paráclito, “Protector”, un “Abogado Defensor”, que nos va a levantar el ánimo, y que no es -nada más ni nada menos- que el Amor que hay entre el Hijo y el Padre. Imagínense ustedes esta transferencia, se derrama todo el Amor que hay entre Ellos, a favor nuestro. No veamos el Espíritu Santo como un “remedio tan mágico” que ni siquiera hay que untárselo, que basta con nombrarlo. Tampoco lo vemos como un “paraguas” que nos guarece de cualquier gota que nos quisiera mojar.

 

Si bien es cierto que nos podemos fiar de este Amor, también es cierto que estamos llamados a superar la conciencia ingenua-mágica y dejar de invocarlo como quien recita un “hechizo” o un “mantra”. Miremos directo a la cara la historia de la Iglesia -nunca para quedarnos como masoquistas mirando las páginas del martirologio y procurando escurrir de ellas la sangre heroica que se ha derramado y ha fecundado la fe- sino para poder descifrar dos sentencias de Jesús que San Juan Evangelista nos comunica en esta perícopa, a saber: “Nos excomulgaran de las sinagogas” y “llegará incluso una hora cuando el que les dé muerte pensará que da culto a Dios”.

 

Entonces, si el Espíritu Paráclito no nos protege, ni es “paraguas” efectivo, ¿cuál es su sentido práctico?  Pregunta típica de nuestra sociedad mercantil: ¡Sólo compro aquello que me sea útil! ¡No desperdicio mis expensas en lo que no me ha de servir! Pues, aquí tenemos la respuesta muy exacta: “Él dará testimonio de mi” y si no fuera por Él, nosotros no seriamos capaces de “dar testimonio de Jesús”, porque nuestro testimonio depende de que el Espíritu Santo siembre en nosotros esa “convicción”.  Sólo la certeza que Él nos comunica nos preservará de “escandalizarnos”, porque a quien no ha recibido esta Gracia, todo esto lo escandaliza, le parece “terrible”, “ridículo”, “cursi”, “absurdo”. Esos son los que hacen y deshacen porque no han conocido el Padre ni al Hijo, y quien nos lo da a conocer, es precisamente el Espíritu Paráclito.


«La tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la verdad actúa en nuestros corazones suscitando aquel “sentido de la fe” (sensus fidei), a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, indefectiblemente se adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica más plenamente en la vida. Probemos a preguntarnos: ¿estoy abierto a la acción del Espíritu Santo?, ¿le pido para que me ilumine, y me haga más sensible a las cosas de Dios?» (Papa Francisco)           

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