En la nueva Jerusalén
Cristo no es piedra angular como lo es en la Iglesia, sino que es la lámpara
que ilumina toda la ciudad.
Pablo Richard
Fijándonos
bien vemos que se parte de una plataforma estrecha, muy reducida, limitada a
Galilea, y se va ensanchado, se va ampliando y su irradiación se va extendiendo
sin que las fronteras, las naciones y los imperios la limiten. Es un proyecto al
que no se llega por coacción, por despótica implantación, sino por en-amor-amiento.
La
liturgia de la Palabra para esta Domingo atraviesa de parte a parte toda la
historia de la cristiandad, abarcando en su compás desde las Primeras
comunidades de los hechos de los Apóstoles hasta le venida de la Nueva
Jerusalén, la Ciudad-Esposa del Cordero- Resucitado-Reinante, pasando por le
profecía de la venida del Paráclito, verdadero anuncio del Pentecostés, cuando
Jesús en el Evangelio según San Juan anuncia –garantizándonos- la venida del
Espíritu-que-vendrá-a-explicarnos-y-recordarnos el Mensaje de Jesús en su
integralidad.
Cuando
-el próximo Domingo- Jesús “Ascienda entre aclamaciones, al son de trompetas”,
será su irse, su ausentarse; y entonces, ahora sí, ¿Dios nos habrá abandonado?
¿cesará de acompañarnos? ¡Pues no! Lo que hace Dios es darse nuevamente en Otra
de sus Divinas Personas: El Espíritu Santo. El Amor de Dios –que es, por ser
verdadero Amor, un Amor-Fiel- un Amor a prueba de decepciones, jamás se cansa
de nosotros, jamás desiste de su Amor. ¡Su Amor es a prueba de tiempo!
La
declaración esencial del fragmento evangélico joánico radica en los versos 25 y
26 que son la médula de esta perícopa: “Les he dicho esto mientras estoy con
ustedes. El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les
enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho.” Notemos que en torno
al verbo “decir/se los he dicho”, podemos contar cuantas veces reaparece este
verbo en la perícopa (4 veces), y en torno a este verbo se teje todo el
fragmento, porque el papel protagónico corresponde a “la Palabra”, y la acción
correspondiente dimana de este verbo. La Palabra es la Enseñanza por
antonomasia de nuestra fe. Y esa misma Palabra requiere recordación
(anámnesis), el Espíritu Santo tomará a su cargo esa función. Sin embargo, la
Palabra no se agota en la Palabra misma, la Palabra es portadora de su fuerza
que es la Paz (v.27). La Palabra, reconforta, consuela, tranquiliza, apacienta,
cuando es pronunciada sobre la Melodía de la Voz Divina.
Todo
esto está envuelto en la idea de Dios que permanece, Dios que no se va,
que no abandona. Jesús anuncia su partida (v. 28), en el mismo verso 28 anuncia
que su partida es simplemente preámbulo de su regreso y promete “volveré a
visitarlos”. No podemos descuidar que la perícopa inicia con esta
profecía-promesa: “Vendremos a él y habitaremos en él” (v. 23d). Nos damos de
bruces con una idea central: “habitaremos en él”, estrictamente hablando no
dice habitar en él, dice haremos nuestra μονή “morada”, pondremos
nuestra “tienda” en él. Esta morada desde la palabra griega implica “permanecer
establemente”, “vivir permanentemente con alguien” Una vez más la idea base:
Dios a nuestro lado, mejor todavía, Dios viviendo en nosotros, Dios
inhabitandonos, Emmanuel, Dios con nosotros. Solo aparece dos veces en el
Evangelio, ambas veces en labios de Jesús para indicar lo mismo: “una residencia
permanente, segura, fija”
La permanencia de Dios-con-nosotros tiene como
contraportada un compromiso de fidelidad por nuestra parte. La palabra permanecer
no compromete sólo al Señor, nos compromete también para permanecer a su lado,
fieles a su Mensaje.
Intentemos fragmentar la perícopa, descifrando sus unidades constitutivas menores:
1) Amar
a Jesús es cumplir su Mandamiento de Amor, ese es su Mensaje. (v. 23ª)
2) Quien
cumpla con el reconocimiento amoroso del Mesías, será -a su vez- amado por el
Padre (v. 23 b).
3) Quien
ama a Jesús es amado por el Padre y -en consecuencia- es inhabitado, tanto por el Padre como por el
Hijo (lo habitan, y -simultáneamente- él mora en ellos: es habitante y
habitado).
4) Quien
no es coherente con el Mandamiento del Amor haga lo que haga y diga lo que
diga, no ama a Jesús. (v. 24a)
5) Jesús
nunca habla por su cuenta: su obediencia consiste en decir solamente lo que el
Padre le dicta. Jesús sólo es caja de resonancia para la Voz del Padre, es el
“Gran Profeta”. (v. 24b)
6) Como
recalcábamos más arriba, Jesús les entrega a sus discípulos este “avance” para
que puedan creer. Nuestra fe se estructura sobre el principio de antelación, se
nos avisa desde antes, se nos pre-dice (v. 25 y 29).
7) Enseñarnos
y recordarnos, ayudarnos a digerir cuanto Jesús nos ha dicho corre a cuenta del
“abogado-defensor”, el Paráclito (v. 26).
8) La
sustancia de su enseñanza es “la Paz”, de la cual estamos llamados a ser
portadores (vv. 26-27).
9) La
Paz que Él nos da, difiere de la paz que nos propone el mundo, de la tierra al
cielo; la paz del mundo solamente es un silencio de las armas entre guerra y
guerra (v. 27).
10) Jesús
se compromete a que su partida signifique una Presencia que regresa
intensificada.
11) Por
eso su Partida es causa de nuestra Alegría: ἐχάρητε “deberán alegrarse”,
de χαίρω, regocijarse (v. 28a).
12) Alegrarse
porque Él va a re-incorporarse al que, Él-mismo, reconoce como “su Mayor” (ὅτι ὁ Πατὴρ μείζων μού ἐστιν.) (v. 28b).
En el fragmento que tomamos del Apocalipsis como Segunda Lectura podemos detectar por lo menos dos unidades:
1) Unos
componentes de la ciudad (La Nueva Jerusalén): brillo, muralla, guardia de ángeles,
12 puertas, nombres de las 12 tribus; carencia de Templo.
2) Presencia
de Dios y del Cordero. Conexa con otra carencia: no hay sol ni luna (toda la
Claridad dimana de Jesús, Él es la Luz Suprema en ese Lugar).
Se nos manifiesta que en la Nueva Jerusalén no habrá Templo.
Mientras Jesús estuvo con nosotros, el Templo era Él. Al irse, vendrá el
Paráclito y acampará en nosotros, nosotros seremos su tienda de campaña, su “Tienda
del Encuentro” para acompañarnos; y luego, en la Nueva Jerusalén, El Padre y el
Cordero son el Templo y ellos brillan de manera tal que -ya son innecesarios el
sol y la luna- sino que la Luz que todo lo iluminará será la Luz Gloriosa de
Dios. Esa Gloria se convertirá en Luz de todos los pueblos y naciones.
Pero todos estos “seres” de Luz, las tiendas de campaña, la
paz, todo requiere un piso. Si el piso es una montaña –por ejemplo, podemos
ascender, si el piso es escarpado, podremos escalar, pero la condición consiste
en tener un piso. En este caso, el piso sobre el que nos movemos es el Amor.
Por eso el Evangelio inicia por ahí: Si alguien me ama…/ y continúa, si alguien
no me ama. Es el amor el que apuntala la relación entre los seres humanos y es
el Amor el que sostiene la conexión entre Dios y los hombres, los que se aman
no se llaman “amantes”, se llaman “amigos”. No podremos jamás competir en Amor
con Dios, definitivamente Él –en cuestiones de Amor- es imbatible. Pero “amor
con amor se paga” y Dios espera siempre nuestra respuesta. Como asumió la
humanidad, Él conoce nuestras fronteras y nuestros alcances, ni pide ni espera
más de lo que le podemos dar. Pero espera nuestro amor, espera que seamos
capaces de guardar su Palabra. Como somos débiles hasta la fragilidad, nos dio el
Espíritu Santo para que nos la enseñara y nos la repasara. Esa Palabra no es su
caprichosa Palabra, es la Palabra que Jesús ha recibido del Padre. No nos pide
nada que no podamos soportar, nada fuera de nuestro alcance. Él se humanó
completamente para demostrar que es posible el amor a pesar de nuestras
fragilidades.
Todo este tiempo Pascual, hemos tenido - como Primera
Lectura- perícopas tomadas de los Hechos de los Apóstoles. Al Libro de los
Hechos de los Apóstoles se le ha llamado
también “el Evangelio del Espíritu Santo”, y así es, no en vano Él es el
protagonista de esta obra Lucana que es como el segundo tomo de su Evangelio.
En ella se narran las primeras páginas de la historia del cristianismo. Sus
inicios ya nos ponen en contacto con la venida del Espíritu Santo como lenguas
de fuego sobre los apóstoles. Así estas lenguas de fuego son la forma
embrionaria como la Luz Gloriosa de Jesucristo, el Cordero de Dios, llegará a
ser la Luz de todos los pueblos. Parece que esta historia pesa sobre los
hombros de San Pedro y San Pablo y otros discípulos como Esteban y Felipe,
Bernabé, Judas Barsabas y Silas; pero no es así. Toda la obra nos muestra la
Acción del Espíritu Santo “enseñándonos y recordándonos” todo cuanto nos enseñó
Jesús. Hoy, nos narra cómo el Espíritu Santo se remonta superando el judaísmo
para no imponer cargas insoportables a los paganos conversos; esta es la vía
para que el Evangelio pueda llegar a ser un día, Luz de todos los pueblos y
naciones.
Superar las limitantes de la circuncisión que se erigía
como un factor discriminatorio respecto de los “gentiles”, aquella queda
abolida, porque “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más
cargas que las estrictamente necesarias”; ¿necesarias a qué fin? Al fin de ser
verdaderos discípulos de Jesucristo. En una relación cifrada en el Amor.
Por eso, esta fue la vía para que el cristianismo no fuera
exclusivo de una raza y de un pueblo, dado gratuitamente a todos los que lo
quieran aceptar, está puesto sobre la Mesa, y -si aceptamos- podemos vivir
enmarcados, definidos en el Amor-a-guardar: que es su Palabra.
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