martes, 2 de abril de 2024

Martes de la Octava de Pascua

 


Hch 2, 36-41

La fecha señalada como marco temporal de esta perícopa es el Día de Pentecostés. En la perícopa que se leyó ayer, se dio una “solemne declaración kerigmática” donde Pedro, hace una glosa del capítulo 3 del profeta Joel, para mostrarnos que, al mirar hacia Jesús, podemos reconocer en Él, al Señor y Mesías profetizado, puesto por Dios. Este razonamiento lo respalda con la enseñanza que se deriva -como se vio ayer- del Salmo 16(15).

 

Los que estaban allí congregados, preguntan qué les corresponde a ellos, cuál es el siguiente paso a dar. En la pregunta se connota la aceptación y el reconocimiento sobre estos “principios doctrinales” de los que podían echar mano para iniciar el camino discipular. Esta actitud de aceptación se engloba en la expresión “Lo que oyeron les llegó al corazón”.

 

Pedro, les da -como respuesta- y nos parece clave, una respuesta sencilla, son sólo dos pasos a dar, que implican el reconocimiento de que la promesa no era una exclusividad, sino que estaba destinada a los allí presentes y a sus generaciones venideras:

a)    Bautícense, invocando el Nombre de Jesucristo

b)    Y, se les perdonarán los pecados, así recibirán el Espíritu Santo.

Pero, no queda la aceptación allí, se da un lineamiento general que entraña muchas cosas: “Pónganse a salvo y apártense de esta generación malvada”. ¿Quiénes y qué representa esa generación malvada? Los que crucificaron a Jesús. O sea, a los mismos a los que les está hablando. O sea que deben dejar de practicar una religión que enseña una cosa, pero no le cumple a Dios esa enseñanza. Entroncando con una enseñanza de Jesús dada en Mt 23, 3: ¡Hagan lo que dicen, pero no se les ocurra hacer lo que ellos hacen!

 

Se ofrece la posibilidad de hacerse discípulo siempre y cuando aceptemos mantener coherencia con la enseñanza de Jesucristo, que no consiste en un apego a las “manías” correligionarias, sino en la aceptación de un “estilo de vida”, que pone el Espíritu Santo en nosotros, en primerísimo lugar, valga decir, vivir a la manera de Jesús, ser fieles a su ejemplo.

 

Lógico que ese ejemplo no es una moda en el corte de cabello, ni las usanzas de vestuario de la época, sino a Su Espíritu, el que se ha trasmitido por medio del Evangelio, y el que se ha entregado a la Iglesia -Preciosísimo encargo- para que sea fiel albacea del “Testamento”, ejecutora instituida para velar por ese Divino-Encargo.

   

 

Sal 33(32), 4-5. 18-19. 20 y 22

Fiel a su Alianza

Un himno es un canto que presenta una estructura poética, y expresa alegría; alaba y/o ensalza a Dios o un cierto hecho histórico que lo da a conocer; manifiesta pues, el poder Divino y la Bondad de todo cuanto Él hace. En su estructura, que no se sigue al pie de la letra en todos los salmos de alabanza, se da una invitación a componer y/o entonar el himno, a lo que sucede la enumeración de los diversos aspectos y hechos que motivaron el cántico, para concluir -a veces- con un “lema” que hace la sinopsis y se deduce del contenido del propio himno a modo de inventario.

 

El himno que nos ocupa, es interesante notar que, se forma a partir de versos dísticos, donde, primero se alaba cierta “cualidad o hecho divino” y, en el segundo verso se adjunta otro detalle que funciona como refuerzo, llevando la cualidad a su máximo esplendor y sugiriendo que todo rasgo Divino alcanza su perfección, y que Él no escatima en Dones.

 

Tomemos un ejemplo de los versos que leemos hoy:

En la primera parte del primer dístico que se lee (v.4), dice: “La Palabra del Señor es Sincera, y todas sus Acciones son Leales”;

Y, en la Segunda Parte (v.5), complementa: “Él ama la Justicia y el Derecho, y su Misericordia llena la tierra”.

 

Así, se imprime un ritmo “andante”, que es ágil, pero sin llegar a veloz; es como caminando, pero no tan rápido. La cadencia que se imprime es muy agradable y muy apta para la alabanza. A medida que se “camina”, -con la oscilación pie izquierdo-pie derecho, asociada con primer verso, segundo verso- vamos como saboreando la acción Poderosa de YHWH, y empapándonos en la Fragancia de su Amor.

 

En el ambiente de Resurrección -en este día prolongado en ocho días- viene muy bien Alabar. Acompaña este sentimiento la alegría, y una esperanza que se ha hecho, bien fundamentada.

 

No se alaba a Dios por los rasgos que nosotros queremos ponerle (como si Dios requiriera tomar en préstamo un “gato hidráulico” que le ayudara a levantar su auto, ese “artilugio” sería un subproducto de nuestra “inteligencia”, como si Él hubiera menester de prótesis de fabricación “humana”), con lo que quizás pretendemos alzarlo más Alto -descuidando que Él ya Vive en la Plenitud Total. El himno -en cambio- se fundamenta, como ya lo insinuábamos más arriba, en la inserción de su Poder en un hecho o momento histórico, donde podemos testimoniar el Amor que vela sobre nosotros.

 

El “lema” que compila el mensaje del salmo reza así: “Que tu חָ֫סֶד [chessed] “Misericordia” Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti” (v.22). Esta palabra hebrea arrastra consigo una idea suplementaria, no sólo se refiere a la conmoción de Sus Entrañas ante nuestra debilidad y nuestros fracasos, sino que adjunta el hecho de que Él lo ofreció, al pactar Alianza con nosotros, y ya sabemos que Él permanece fiel a Sus Promesas.

 

Jn 20, 11-18

Noli me tangere (Jn 20, 17)



En griego es Μή μου ἅπτου [me mou aptou] “No me retengas”. El amor fácilmente deviene “apego”, la incapacidad para desprenderse. Amar no es “poseer”, no es “agarrar”. Definitivamente hay maneras de tocar y de “tocar”. Ya en el pasaje de la hemorroisa nos encontramos con una diferencia sustancial que Jesús implica, entre el contacto de los muchos que lo tocan y el tacto del borde del manto que hace la mujer que arrastraba su dolencia ya 12 años (Lc 8, 43-48) (y no es por el uso de verbo diferente, que siempre es el mismo ἅπτομαι). La diferencia ha de buscarse en la propia pregunta que los discípulos le dirigen a Jesús, aun cuando para ellos “toque” es “toque”, y no ven ninguna diferencia. Es clarísimo que para Jesús la hay.

 

 Aquí también habrá que esmerarse en saber que significa esta “prohibición” que establece Jesús a María. Continuemos leyendo el versículo, para co-textualizar la frase: “No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes”. ¿Cómo interpretamos esta afirmación? Dios es de cada uno, pero, a la vez, de todos los demás, mío y de todos ustedes. Por eso no trates de “capturarlo”, no pretendan “enjaularlo”, Él-Es totalmente Libre, su amor es de cada quien como si cada uno fuera el único, pero nadie lo tiene en exclusividad. En este verso 17, está el prodigio de Su Amor, que llena todo, pero no se agota jamás, que envuelve en Su Abrazo con Infinita Ternura, hasta hacer que seamos conscientes de ser Amados-Sin-Límites, pero es tal Su Grandeza que todos los otros sentirán igualmente como si fueran los únicos-amados; pero esa consciencia de enormidad amorosa, espera que reconozcamos que todo prójimo es un hermano, igualmente amado con Amor Indescriptible, con Amor especial, con Amor personalizado, Justo a la medida. Así que hay que prestar mucha atención a la enseñanza de San Pablo: “El amor … es χρηστεύεται [krestenetai] “bondadoso”, οὐ ζηλοῖ [ou zeloi] “no es envidioso”, “no es celoso” … (1Cor 13, 4bc). No envidiemos a nadie, reconozcamos que todos somos Infinitamente Amados en el Amor de un Padre que alcanza para todos y que a nadie excluye.

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