miércoles, 17 de abril de 2024

Miércoles de la Tercera Semana de Pascua

 


                                  

Hch 8, 1b-8

Una persecución violenta a los cristianos de Jerusalén se γίνομαι [ginomai] “empezó”, “llegó”, “se desató”, “tuvo lugar”, “emergió”. Parece ser que las víctimas principales de este acoso fueron los helenistas y, posiblemente también los prosélitos. Como resultado de lo cual, se dio una dispersión por Judea y Samaria. Esta diáspora, permitió que el Evangelio se expandiera, puesto que ellos iban anunciando la Palabra.

 

Gentes piadosas se ocuparon de dar sepultura el protomártir Esteban. Se siente que el hagiógrafo -San Lucas- quiere mostrarnos lo importante que fue el sacrificio de Esteban para la difusión de la Palabra -trascendiendo los límites del judaísmo, desbordando el legalismo farisaico y las delimitaciones rígidas propugnadas por el Templo en su calidad de autoridad religiosa-; así, la sangre de Esteban fue abono evangélico y liberador de ataduras para cumplir con la catolicidad del envío, como leíamos ayer en el Evangelio Marqueano, “… al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación”. Tal vez, ellos confiaban que los judíos poco a poco se fueran dando cuenta y entendiendo, pero la violencia de este martirio, les dio la señal patente de que sus corazones estaban testarudamente obscurecidos. Saulo, por su parte -ratificando lo que acabamos de decir- acrecentaba su saña contra ellos, y practicaba “allanamientos” para conducir a la prisión, sin discriminación de sexo, a todos cuantos podía.

 

Pasamos a detallar algo de la actividad de Felipe, quien se llegó a Samaria y allí se dio a la predicación, y hacía múltiples signos; en particular, la expulsión de espíritus inmundos y la sanación de paralíticos y lisiados.

 

La consecuencia de estos signos -la cura de posesos, paralíticos y lisiados- fue que la ciudad se llenara de alegría. 

 

Sal 66(65), 1b-3a. 4-5. 6-7a

Este Salmo es un verdadero himno de acción de gracias. Nos invita a guardar coherencia con la diáspora cristiana -que consideramos en la Primera Lectura- y no callar el anuncio, sino hacernos portadores de la Buena Noticia contando a todos lo que Dios ha hecho a nuestro favor (Cfr. v. 16).

 

En este salmo se presenta la temática del acrisolamiento. Cómo en el entrenamiento -a pesar de su rigor, o mejor todavía, gracias a él- se tiempla nuestro ánimo, y maduramos en la fe.

 

El salmo tiene 20 versículos, de los cuales la perícopa de hoy se ha organizado con 7 versos, tres de ellos truncados.

 

En la primera estrofa nos asombramos de la grandeza de la Creación y de todo cuanto Dios ha hecho y sigue haciendo.

 

En la segunda estrofa la invitación es para ejecutar actos de gratitud y adoración perfecta. Y nos convida a ir a “presenciar” la Acción Indetenible de Dios, siempre puesto de nuestra parte.

 

Estas estrofas se tomaron de la primera parte del Salmo que tiene como propósito reconocer los portentos obrados por YHWH para sacarnos de la esclavitud de Egipto y llevarnos en el proceso de acrisolamiento de 40 años. La tercera estrofa, pues, se refiere a la trasformación del mar en tierra firme para poder cruzar “a pie enjuto”.

 

Para que tomemos conciencia de la vital tarea de proclamación y testimonio el responsorio nos llama a decir: “Aclama al Señor tierra entera”.

 

Jn 6, 35-40

Quien hace del pan, de su ser o de cualquiera otra cosa, comprendida la ley y la alianza, su propio fetiche, es como quien se enamora del anillo de compromiso y no de quien se lo ha dado.

Silvano Fausti

 


En estos versos empieza a cuajar una re-interpretación -que no se queda en el plano intelectual, sino que, gracias a que Jesús es Dios, salta al plano ontológico- Moisés había dado un “pan” puramente “material”, un “pan” útil a palear el hambre “fisiológica”, pero infecundo para saciar el “hambre” espiritual. Jesús -en cambio- nos va a nutrir con un “pan” que quien coma de Él, no volverá a tener hambre.

 

Estas declaraciones son muy prolíficas para la edificación de nuestra fe: Jesús es -Él mismo lo declara- “el pan de vida”. Sin embargo, tenemos la gran dificultad de que el pecado haya debilitado nuestros sentidos y se hayan hecho ineptos para ver “más allá”, para saltar de la simple fisicidad. Lo tenemos ahí, frente a nuestras propias narices, como lo hemos visto en estos días, en los relatos de Encuentro con el Resucitado, y no lo reconocemos. Sólo el Discípulo amado logra darse cuenta y gritará: ¡Es el Señor! Que frente a esta declaración lo reconozcamos, no implica una automática asimilación del hecho. Ahora, hay que “digerir” esa “percepción”, debe bajar de los sentidos, al corazón. El discurso que se sucede -y que la Iglesia nos invita a “saborear” estos 4 días siguientes, contados desde hoy- tiene por objeto, desbloquear nuestra incapacidad y demoler las barreras. ¡Paladeémoslo!

 

Aquí ya empieza a perfilarse la figura del Pastor, que -por eso la Iglesia pasará a estudiar Domingo, lunes y martes. Dios-Padre nos ha puesto bajo el cuidado del Hijo-Pastor, y Él se ha comprometido a no fallarle con ninguno de los “entregados”. Su promesa, es que Él no descuidará a ninguno de los que El Padre le asignó, sino que a todos les dará el Elixir de la Vida Eterna, que no es otro que su propia Carne-y-Sangre: ἀναστήσω αὐτὸ ἐν τῇ ἐσχάτῃ ἡμέρᾳ. [Anasteso auto, en eschate hemera] (Cfr.) “Él nos resucitará en el Último Día”.

 

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