domingo, 28 de abril de 2024

PERSEVERANCIA EN LA FE

 


 Hch 9,26-31; Sal 22(21), 26b-27. 28 y 30. 31-32; 1Jn3, 18-24; Jn 15,1-8

 

Oh Señor Jesús..., sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza

Guerrico d'Igny

 

…Dios Padre procura la unidad del Hijo con sus sarmientos o miembros. Esta unidad es el acontecimiento central del mundo y de su historia, y es tan estrecha que no permite las medias tintas: o el sarmiento está unido a la cepa o está separado de ella.

Hans Urs von Balthasar


 

Vamos a leer el “Cartel” que está pegado a la entrada de esta Liturgia (Introito: Antífona de Entrada): “Canten al Señor un Cantico Nuevo porque ha hecho Maravillas y ha revelado a las naciones su Justicia”. Esta antífona remite directamente al Salmo 98(97), versos 1 y 2. Nos pide que hagamos algo por una razón doble: Nos pide cantar, o sea, glorificar no con cualquier tipo de cántico sino con un “canto nuevo” y esto porque a) El Señor ha hecho maravillas, y, b) porque Él nos he revelado su Justicia, y su Justicia es el Amor. Pasemos, sin más comentarios, a detallar la Oración Colecta: allí se dice que hemos sido “renovados”, por medio del bautismo y luego –haciendo mención de otro sacramento, se dice que “hemos sido santificados”, que cosa tan esplendida, nosotros ¡hemos sido “santificados”!; ¿cuál es este sacramento que nos santifica?, a renglón seguido nos enteramos que ese Sacramento es el Sacramento Pascual, que es la Eucaristía, porque la Eucaristía es el Sacramento que celebra la Pascua, que celebra este regalo prodigioso que Jesús nos ha dado en su Muerte-y-Resurrección: Verdaderamente que estamos celebrando en esta Liturgia, el Sacramento Pascual del Resucitado, que es un Sacramento que abre una expectativa para nuestra vida, ¿cuál es? que demos fruto y que gocemos –en el esjatón- de la Vida Eterna. Primero, en esta vida y en esta tierra, dar frutos que manifiesten nuestra filiación, porque si son frutos de cristiano tienen que ser, frutos rebosantes de ese ser de “hijos”; y, después de nuestra peregrinación por la vida terrenal, ser –para siempre- reflejo del Esplendor de Dios en su Gloria: reflejo aquí de nuestro ser de hijos y allá de la Presencia de la Divinidad que nos acogerá por los siglos de los siglos, ya no para lo pasajero sino, para lo perdurable. Pero –lo aclara perfectamente la oración colecta- eso se dará sólo si contamos con el Auxilio de Dios que nos asiste. Este fruto será la permanencia en vínculo estrecho con Jesús, por eso diremos para cerrar el comentario de la antífona y de la Oración Colecta, que esta celebración del Quinto Domingo de Pascua se encuentra bajo el signo del μένω [meno] “permanecer”.


 

Permanecer implica “constancia”, permanecer es “fidelidad”. Pero la permanencia tiene una connotación de fraternidad, o sea que para los herman@s en la fe, implica “acogida”, llama al “cuidado”. Muchas veces reclamamos la permanencia por ejemplo, en el compromiso, y censuramos a nuestros hermanos en las comunidades eclesiales, pero nosotros –que a nuestra vez estamos llamados a la “acogida y el cuidado fraterno, sólo tenemos agallas para reclamar que el otro “persevere”, y… nos preguntamos si acaso, le hemos aportado el “apoyo” necesario para poderse mantener firme y fiel. Es cierto que la fe nos reclama “permanecer”, pero todos somos hermanos y para que los otros puedan llegar a ser “fieles” nosotros, sus hermanos, debemos brindarles todo ese desvelo, ese que reclamó Jesús a sus discípulos, velar con Él (Cf. Mt 26, 40). Aquí viene un detalle -quizás ignorado por muchos- respecto al cuidado que requiere una viña, y es que a medida que crecen los sarmientos, estos requieren “apoyo”, y este apoyo se les brinda con “redes”, para que en ellas se puedan recostar. Esto es mucho más evidente en el cultivo del tomate, donde se precisa una tarea de respaldo denominada “entutorado”, que se hace en las tomateras con varas o perchas, postes y alambres y atando a ellas los tallos.


 

Si miramos atentamente la Primera Lectura, este “entutorado” lo conduce Bernabé en favor de Pablo, para que él se pueda vincular y sea aceptado por los discípulos que temían y desconfiaban de él. Perdónenme, pero viene al caso observar algo sobre la etimología de la palabra tutor que salió de un verbo latino, el verbo tueri que significa precisamente, “vigilar”, “proteger”, “observar con ojo cautelar”. Es decir, el tutelaje está directamente conectado con el “pastoreo”, es el homólogo en agricultura del cuidado “Pastoral” referido este, a la atención del rebaño. Son dos figuras una de origen agrícola y la otra de fuente ganadera que nos llaman a velar por nuestros compañeros (los que comen del mismo pan) que nosotros, por ser ellos -hijos del mismo Padre- preferimos llamar “hermanos”. No, no basta rezar hace falta “tutorar” que es una forma de fidelidad y constancia para facilitarle al hermano su incorporación a la comunidad y su pervivencia en el seno de la fraternidad de fe.


 

Veamos como concluye la perícopa de la Primera Lectura y comprenderemos que gracias a este “tutorado” las Comunidades cristianas iban progresando ¿en qué?, precisamente en “fidelidad”, o sea en la posibilidad de que su fe no fuera una experiencia pasajera, sino que se convirtiera en eje de su existencia. Hoy día nos lamentamos por la baja numérica de nuestras comunidades que –antes que “multiplicarse”- menguan: y, entonces cabe la pregunta y la revisión de cómo va el “tutorado”, cuánto nos desvelamos por los hermanos… o quizás sólo nos afanamos en multiplicar los “rezos”, pero pocos se interesan en esos Pablos que se quedan huérfanos y en quienes nuestra actitud acrecienta más bien la sensación de abandono y desprecio.

 

(Claro está que cuando uno adelanta estas reflexiones, no es que uno lo esté haciendo de maravilla. También nosotros somos conscientes que esta cerbatana se clava en nuestra propia piel y que también muchas veces –las más de ellas- incurrimos en el descuido de los Pablos que se acercan como débiles sarmientos y que requieren una “red” que los sostenga).


 

El Salmo 22(21), es el que se proclama este V Domingo de Pascua, es un Salmo de Acción de Gracias, verdaderamente que regresar del exilio para el pueblo de Israel fue como una resurrección; al ser llevados al cautiverio se podía pensar que habían sido borrados de la faz de la tierra y, sin embargo, he aquí que han podido volver y se anuncia que se iniciaran las obras de reconstrucción del Templo. En el Salmo se refiere a la fidelidad llamando a los que no abandonaron la esperanza en el Dios de Israel, “los que Lo buscan”, y dice que “su corazón ha de vivir por siempre”, en esta expresión encontramos una semilla del “esjatón”. También nos da vislumbre de lo que pasará en la otra vida y declara que ante Él y sólo ante Él “se postraran todos los que mueren”.

 

El salmo parece empezar hablando de un Dios que abandonó a su Pueblo o a su Siervo ¿Cómo le podemos hablar a alguien que ha abandonado? Si ha abandonado no está, entonces, no se le puede dirigir algún reproche porque ya se ha ido. Si le hablamos, es porque no se ha ido; y, si no se ha ido “no nos ha abandonado”. Si no nos ha abandonado le podemos dar las gracias por su lealtad fiel y de allí brota la Acción de Gracias, el cantico Nuevo, la Glorificación de su Justica que es Amor.


 

En la Segunda Lectura, en un tejido muy denso, que tiene su estambre principal en la “fidelidad de Dios” para con sus fieles, se teje y entreteje con otras hebras: los Mandamientos, el Mandamiento de creer en Jesucristo y amarnos entre hermanos, y el Don que nos entregó Jesús, el Espíritu Santo. Ya al principio de la perícopa señala las limitaciones de nuestro conocimiento y las contrapone a la Omnisciencia Divina que “todo lo sabe”; luego se refiere a nuestra fidelidad respecto de los Mandamientos y augura que quienes son fieles a ellos lo obtendrán todo. Luego alude al Mandamiento del AMOR, llamándolo el “precepto” (enseñanza que nos dio desde antes, desde el principio, quedó estipulado), es una herencia que hemos recibido de Jesús. Toda esta secuencia desemboca en la feliz consecuencia: Que sepamos –con un conocimiento no intelectual sino de Gracia- que Dios μένει [menei] “permanece” en nosotros, por ese “empuje”, por ese “impulso”, por ese “ímpetu” que nos habita y no nos deja decaer que es Πνεύματος [pneumátos] como un “viento” que impulsa las velas de los barcos veleros. «Y sabemos que permanece con nosotros por el espíritu que nos ha dado”.


 

Ahora, vamos a plasmar el Evangelio de esta Liturgia con cuatro elementos que nos parecen los elementos “puntales” que nos generan un “tutelaje” para abarcarlo integralmente, a saber:

1)    “YO SOY Ἐγώ εἰμι (ego eimi) la Verdadera Vid y mi Padre es el Viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, Él lo arranca y al que da fruto lo poda para que dé más fruto”. Así es, Él -como vid verdadera- genera el verdadero vino de su sangre y con esa sangre se ofrece el Sacrificio Redentor: Sacramento Pascual, como ya se ha dicho. Además, no descuidemos que el vino es símbolo de la Alegría y en la Cena es el Elemento del Brindis, con el que “Levantamos la Copa de la Salvación”.

2)    “El sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid”. Esto es lo esencial para nosotros, nosotros no somos “autosuficientes”, no podemos dar nada, si no  estamos en la Vid somos frutos vanos; pero, sí permanecemos unidos a Él, ¡que rico será el jugo de nuestras uvas!, y no seremos agrazones (en la Biblia significa: “uvas agrias”). La vid no da fruto por cualquier lado, no los da por la zona del tallo, sino por unas ramitas que son los sarmientos y que -claro está- no pueden dar nada si las desgajan del tronco.

3)    “Sin mi nada pueden hacer,… el que no permanece en mí se le echa fuera, como el sarmiento, y se seca; y luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde”.

4)    La Gloria de mi Padre ἐδοξάσθη [edoxasté] consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos. Edoxasté significa, “valorarlo por lo que realmente Es”, experimentar que Él es El Dios Verdadero, viviendo esa conciencia en lo más profundo de nuestro corazón, esa es la Gloria de Dios-Padre y se alcanza a través del ejercicio del discipulado, permaneciendo fieles al estilo de vida cristiana, trasparentando a Jesús en nuestra vida. Como lo dijera San Ireneo de Lyon: “…la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. Sólo Lo vemos si permanecemos fieles a Él.

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