domingo, 14 de abril de 2024

EL ALBOROZO DE LA CONVERSIÓN

 


Hech. 3, 13-15. 17-19; Sal 4, 2. 7. 9; 1Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48

 

Las manos y los pies marcados por los clavos, muestran la identidad del Resucitado con el Crucificado, la continuidad histórica entre la cruz y la resurrección.

Silvano Fausti

 

… una evangelización que toque los corazones, que deslumbre las mentes, que dé vigor a las voluntades arrugadas. Una nueva evangelización donde el ser mero “informador” ya no “vale”, sino ser “testificador”… con Teresita de Jesús diremos: “en el corazón de mi Madre la Iglesia yo seré el amor”.

Emilio L. Mazariegos

 

Jesús el Dios-que-vive, no está en otra dimensión,

Se ha quedado a caminar nuestras calles,

a vivir en nuestros hogares,

a visitar nuestras familias.

 

Las Lecturas Pascuales nos llevan con pedagogía –Domingo a Domingo- en una paulatina y progresiva asimilación de la Resurrección. Jesús no Asciende inmediatamente, permanece Resucitado con nosotros, dándonos tiempo para poder asimilar la complejidad y riqueza de este Misterio.

 



Si uno se pone a ver la actitud de los discípulos recién sucedida la Resurrección nota, en seguida, que ellos no acertaban a descifrar lo que estaba pasando… Se trataba de un fantasma, no lo podían reconocer, lo veían, pero no acertaban a articular su Nombre, o, intuían que era Él, pero sin atreverse a manifestarlo… se sentían limitados hasta en palabras para significar “qué era” y más aún, “Quien era”. Finalmente, alguien se atreve a decir “Es el Señor”, y, la reacción de los discípulos es torpe, disparatada,… incoherente… Hoy en día, se nos explica, pero en aquel momento, era tan difícil como aceptar que el agua hubiera llegado a ser vino, o que con 5 panes y 2 peces se alimentara a muchos más de 5.000. La Resurrección es un Misterio, algo que no se puede explicar, que requiere un salto epistemológico gigantesco que nos permita trascender las limitantes de la racionalidad. ¡Seamos sinceros, también a nosotros nos cuesta entender! Para medio alcanzar gritamos ¡Espíritu Santo Ilumínanos! Y, sin embargo, ese medio alcanzar no merma nuestro jolgorio, de todas maneras sabemos que “¡El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres!” (Sal 125, 3).

 

De una vez declaremos cuál es la Fuente de esa alegría que nos hace saltar como locos: es –precisamente- la Resurrección, que Jesús venga y se ponga “en medio de nosotros”, y –al hacerlo- nos traiga la Paz. (Lc 24, 36)

 

Queremos usar una metáfora y decir que para recoger esta cosecha los agricultores necesitamos unos “lentes especiales” que nos “capaciten los ojos”, quienes no usen estos “lentes”, se quedaran sin ver, tendrán el hecho ante sí, sin acertar a interpretarlo. Bueno, vayamos directo sobre la caracterización de estos lentes para que –cuanto antes- podamos salir a conseguirlos:

 

 


En Hechos (Primera Lectura) vamos a buscar la definición en 3, 19: Μετανοήσατ οὖν καὶ ἐπιστρέψατε (arrepiéntanse y conviértanse); en la Segunda Lectura iremos a 1Jn, 2,3 donde se nos dice cómo sabemos sí lo conocemos, y esto es “guardando sus Mandamientos; pero eso no basta, hay que saber hacia dónde nos lleva la ruta de guardar sus Mandamientos, con ello vamos hacia el “amor oblativo”. Este  amor desinteresado esta en el eje mismo de todo el proceso de la vida de la fe. Ya, habiendo captado esta dupla, podemos buscar el tercer criterio para elegir nuestros lentes, se nos ofrece en el Evangelio de San Lucas, nos dirigiremos a Lc 24, 47 que nos habla de la Conversión proclamada en el Nombre del Mesías que consiste –nada más ni nada menos que- en el perdón de los pecados. Podríamos declarar que, temáticamente hablando, este es el Domingo de la Conversión. El discipulado consiste en convertirnos, la sustancia prima es la transformación profunda que lleva el corazón de piedra a transformarse en corazón de carne. No se puede disimular el eje y ese es arrepentirse y no pecar más. ¡Ojo! Fijémonos muy bien en el verso 1Jn 2, 4: “Si alguien dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus Mandamientos, ése es un mentiroso y la verdad no está en él.”

 



El pecado –tal vez más grande y del cual hay que apresurarse a convertirse es- hacer de Jesús un ser tan “vaporoso”, tan intangible, tan etéreo que haya que entrar en “trance” para acercársele. Cuando la fe condiciona su Presencia a 10’000.000 abluciones, al rezo de 8 billones de jaculatorias, … No, nada de esto es requisito, la conversión se trata de otra cosa. Miremos en los Evangelios a quienes se les acercaba, con quienes compartían y convivía; a quienes escogió para discípulos… E inspeccionemos su conducta, se reunían a pescar, a comer, a compartir pescado asado… Pero, también notemos la unidad de Resurrección y Cruz: Él les muestra sus manos y sus pies como signo de Mesianismo, para rebatir el mesianismo que ellos pensaban que era y que nosotros también nos hemos imaginado, un mesianismo mágico, indoloro pero también insulso conectado con una religión ritualista. Él es Cristo porque conserva sus Llagas. Él es Salvador porque su Carne y su Sangre fueron propiciación (es decir, presentados a Dios para obtener nuestra Redención), y queremos –una vez más- enfatizar, sólo Dios-Humanado podía obtenerla, no lo podía lograr otro hombre, tenía que ser El-Hijo-del-Hombre; la Misericordia tenía que brotar del Costado Traspasado, el mismo Costado Lanceado que el ofrece a todos los incrédulos para que metan los dedos y puedan así identificarlo y reconocerlo. ¿Si ven? Nada de entes meramente espiritualistas, ¡No! Es Jesús de Carne y Hueso.

 

¡Sí señorita, si estimado señor! De carne y hueso, no es puro espíritu, no necesita volver a subir a la cruz, pero -de tarde en vez- otra vez muere, de nuevo se desangra porque su solidaridad con el ser humano perdura. Lo que nos muestra todo esto es que la Resurrección tiene alcances insospechados, no es una medallita aséptica que funciona muy bien en vez de prendedor…  -para muchos incomodo- donde se enredan nuestros dedos, y tal vez lleguen también a sangrar. Me preguntó, ¿cuantas veces me habrá preparado el desayuno para ofrecérmelo después de mi jornada de pesca? ¿Cuántas veces habrá horneado el pan que me alimenta? ¡Permanece pendiente de nuestra Conversión! Nos sigue aguardando, con su Misericordiosa-Paciencia, allí, sentado a las puertas del sepulcro, aun cuando lo sigamos confundiendo con el hortelano, y sí que lo es, no sólo el hortelano, sino el Dueño y Señor del Huerto del Edén (Huerto que no jardín, el huerto es un “terreno de moderada extensión, en que se cultivan legumbres y árboles frutales”; el jardín es, en cambio, un “terreno donde se cultivan plantas ornamentales”).



Pero la Conversión –que es el eje- tiene su médula (sí, así como la columna vertebral que es el eje, guarda la médula espinal). La medula de la Conversión es que Él nos abra νοῦς [nous] “el entendimiento” para que podamos entender las Escrituras. «Cualquier persona que sepa leer y escribir puede leer la Biblia; pero encontrar en sus páginas Palabras de vida eterna es algo que la carne y la sangre no pueden revelar»[1] «… llega a ser evidente que la observancia externa, aunque sea santa, no puede reemplazar nuestro encuentro personal con el Dios viviente. Las ceremonias litúrgicas no son más que supersticiones inanimadas si algo no ocurre en lo profundo de las personas… “fe” es un don y no un logro; no es sólo un acontecimiento cognitivo; la percibimos como la obra de Dios en la profundidad de nuestras almas»[2].

 



La identificación cordial de esta Médula (el meollo), nos lleva de nuevo a la 1Jn 2, 5 donde se nos habla del “amor de Dios” dice que la consagración al cumplimiento de los mandamientos es la que nos lleva hasta esa Médula: “…quien cumple su Palabra (λόγον), ciertamente el amor de Dios (ἀγάπη τοῦ Θεοῦ) ha llegado en él a su plenitud (τετελείωται.)”; lo que quiere decir que el “entendimiento” guarda una relación muy estrecha con la fidelidad a su Palabra, con el compromiso de ser misericordiosos y con la capacidad para entenderla.

 



Un exultar por la Resurrección, para el que se requiere una vida de amor-ágape, coherente con su Palabra. El soplo de Su Gracia nos lo dará en el justo momento, tenemos hasta la Ascensión para proceder a una nueva fase de nuestra vida en el Espíritu (será nuestro Pentecostés). Mientras, sigamos gozando su Presencia-Viva que ilumina… Gloria al Padre, Gloria al Hijo y Gloria al Espíritu Santo. Como era en el Principio, ¡Ahora y Siempre por los Siglos de los Siglos! Amén.

 



[1] Casey, Michael. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. Ed, San Pablo. Bogotá – Colombia. 2007 p. 204.

[2] Ibidem, p. 206

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