jueves, 4 de abril de 2024

Jueves de la Octava de Pascua



                            

Hch. 3, 11-26

El paralitico al que le fue dada la habilidad -que no tenía- en sus piernas, no se fue, sino que continuo con ellos (con Pedro y Juan), y las personas fueron a ver -al στοᾷ [stoa] “porche” de Salomón -un pasillo techado y sostenido por columna alineadas, se cree que en tres hileras- y, Pedro aprovechó para dirigirles un discurso, conocido precisamente como “el discurso en el pórtico de Salomón”: la gente tendía a entenderlo como un acto mágico o como un hecho inexplicable. Lo primero que hace Pedro es desmentir esos enfoques para pasar a corregirlo. Pone, por delante, a YHWH, mencionándolo como Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, que ha ἐδόξασεν [edoxasen] “glorificado”, “reconociéndole su valor real”, “dándole la estima apropiada” a su Siervo Jesús (Hch 3, 13).

 

Esto lo contrasta con lo que ellos le hicieron: a) lo entregaron, b) renegaron de Él ante Pilato que quiso soltarlo, c) al renegar de Él, estaban renegando de un Santo y Justo; d) y, quisieron -por el contrario- pedir que indultaran al “hijo del padre” (Bar-Abbas) de la mentira, un asesino; e) fue así como mataron al “autor de la vida”, f) pero Dios -escogiendo la vida-  lo resucitó de entre los muertos (Tal despropósito fue cometido por ἄγνοιαν [agnoian] “ignorancia” misma de la cual también las “autoridades” (sus gobernantes) fueron víctimas. Sin embargo, esta fue la ruta que Dios escogió para dar cumplimiento a lo anunciado por los profetas, respecto al padecimiento al que sería sujeto el Mesías), y, aquí Pedro y Juan se presentan como testigos de esa verdad que han dicho.

 

Ahora bien, después de presentar esas credenciales de Jesús, afirma Pedro que la curación se ha dado en virtud del Nombre (sobre todo nombre), Nombre que puede -a través de la fe- ἔδωκεν [edoken] “restituye la fuerza”, “da la salud perfecta”, “sin defecto”, “integral”.

 

¿Qué hay que hacer ahora? ¿Qué nos corresponde a nosotros? «μετανοήσατε [metanoesate] “arrepiéntanse” y ἐπιστρέψατε [epistrepsate] “conviértanse”» (Hch 3, 19) El verbo μετανοέω [metanoeo] llama a “cambiar de forma de pensar”, a “modificar el ángulo con el que estamos viendo las cosas”; y el verbo ἐπιστρέφω [epistrefo] llama a regresar, a volver a Dios, como el hijo que había pedido su herencia y se fue a despilfarrarla, regresó a su casa, a su origen, a sus raíces. ¿Para qué ese cambio y ese regreso? Para que el pecado sea perdonado. Para que vengan καιροὶ [kairoi] tiempos en que se renueve y se refresque la Presencia de Dios, en la Persona de Jesucristo, que cumple lo anunciado por Moisés y por todos los profetas.

 

La Alianza fue pactada con Abraham, padre de multitudes, por cuyo intermedio somos “bendecidas todas las familias de la tierra” (cfr. Hch 3, 25). Somos de sus primeros beneficiarios, al convidarnos al distanciamiento respecto de nuestras execraciones.

 

Sal 8, 2a y 5. 6-7.8-9

El Salmo 8 es un himno. Una alabanza de la Creación, de lo que contemplamos fuera de nosotros, pero también de las maravillas que hay en nuestro interior, donde lo exterior se refleja y hace sublime al ser humano. El salmo se pregunta por qué y en que radica la grandeza del ser humano. Algunos pensadores han dicho que, en el hecho de tener habla, otros en la capacidad de pensar, algunos destacan que el ser humano sea capaz de asombrarse, y muchos explican la centralidad del hombre en el cosmos porque él es capaz de tejer pensamientos e ideas generando la así llamada “racionalidad”.

 

El salmo nos hace entrever que nuestra importancia verdadera estriba en que Dios nos lleve en su Pensamiento, en que Él nos guarda en su Amor, en que somos objeto de su Interés y Preocupación. Que Dios haya querido asumir nuestra condición explica lo inexplicable de ser “sólo un poco inferior a los ángeles, y colmados por Él de gloria y dignidad” (Sal 8, 5). Que Él se haya dado a la tarea de pastorearnos, eso es lo que nos eleva. Que Él se haya abocado a redimirnos, nos acrecienta hasta más allá de lo que nuestro corazón alcanza a vislumbrar. Para Jesús, nuestra grandeza radica en que somos capaces de recibir los Dones Suyos con ingenuidad de “hijos”, con la sencillez de saber que todo viene de Él, y que todo es Gracia (cfr. Mt 21,16). Son los labios de los infantes los que articularan αἶνος [ainos] “alabanza”. Como lo glosa este salmo en el verso (cfr. Sal 8, 2).

 

Lc 24, 35-48



Parece normal que, si uno ha visto morir a alguien, víctima de la crueldad, y un par de días después se aparece y nos saluda, lo menos que nos sucedería sería que nos desmayaríamos del “susto”. Ayer hablábamos de esa didáctica de Jesús de ver, tocar y levantar. Hoy hay una dinámica similar de ver, tocar y comer con ellos. Lo que un “fantasma” no podría hacer. Los fantasmas no comen, no lo necesitan, ¡sólo los que están totalmente vivos comen!

 

Estas acciones de “hoy” son puestas en relación con advertencias que les había hecho antes de su muerte sobre el cumplimiento de lo anunciado por Moisés, los profetas y los salmos acerca de Jesús-el Mesías.


 

Otra vez, es necesario que les διήνοιξεν [dienoixen] “abrió” el entendimiento para que συνιέναι [sunienai] "entiendan" las Escrituras.  En ese verbo usado para abrir se connota que hubo que seguir un procedimiento, por ejemplo, retirar unas trabas, ponerlo en otras palabras, relacionar unos puntos con otros y articular los datos; así mismo, en el verbo usado para entender, se significa que hay que ordenar y juntar las “fichas” de cierta manera reflexiva, entrelazándolas, como las piezas de un “puzzle”, ensamblándolas.

 

Obsérvese cómo está presente a lo largo de las Lecturas la idea de apoyarse en unos referentes de la tradición cultural de la Comunidad, que son indispensables a la comprensión y asimilación de este discipulado. Esa “tradición” supone no sólo la fe en Dios, sino la valoración de la propia persona y de cada uno de los miembros de la comunidad. Capacidad de superación, de ser portadores no solamente del mal, sino de mucho bien, reconocimiento -como se hace aquí, de que muchos de los “pecados” son subproducto de la ignorancia; consciencia de ser hijos de Dios y hermanos en Cristo Jesús. Creer que Dios nos creó junto con las condiciones que harían posible la justicia, superar ese pensamiento oscuro de que “todo está perdido” y de que “ya no hay esperanza para el ser humano”, y seguridad de que Dios es realmente Emmanuel, que no se fue para “abandonarnos a nuestro destino, sino que siempre está auxiliándonos y luchando Hombro a hombro con nosotros. (Hay otras ideas parasitas que también hay que trabajar para evitar que “oscurezcan y/o nublen el entendimiento: tomemos como ejemplo las ideas que sólo está Presente cuando nos va bien, o que sólo está Presente en la Iglesia, y que más allá de las paredes del Templo, no existe). 

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