martes, 9 de abril de 2024

Martes se la Segunda Semana de Pascua

 


                        

Hch 4, 32-37

El hagiógrafo -San Lucas- nos presenta una descripción de la Comunidad- condensándola en una fórmula: “tenía un solo corazón y una sola alma”. Era una comunidad cuya solidaridad les había permitido alcanzar la “unanimidad”; allí donde se da la unanimidad, se salvan de salida las discusiones, las divergencias, el sectarismo, el grupismo. Esta unanimidad se expresaba en un carisma que borraba todo tipo de egoísmo, y de avaricia personalista. “lo poseían todo en común”. Supuesta esta condición de koinonía, se daban las condiciones para que “no hubiera necesitados”. Los apóstoles eran los encargados de administrar y enfocar la destinación de estos fondos que se recababan entre todos. La unanimidad trasparenta la Presencia del Resucitado.

 

En la actualidad hemos viralizado otro tipo de relación, ¡todos somos y todos pensamos diferente! Si en una habitación hay cuatro personas, suponemos -como punto de partida y base lógica- que habrá 4 posiciones discordantes. Atención a la palabra “discordante” que significa “corazones diferentes”: Babel llevado a su máxima potencia. Y nosotros mismos -so capa de impulsar la “inclusión”- operamos a partir de esta misma premisa. E incurrimos, muy seguro que por ingenuidad- en la ideología del “individualismo”, estimulando lo que constituye la razón de ser del único-enemigo: “la división”. Se produce un paulatino alejamiento de la fe, y una progresiva eliminación de nuestra “imagen y semejanza”. ¡Cuán democráticos somos!

 

La perícopa de hoy concluye señalando el ejemplo de un levita chipriota -Bernabé, “hijo de la consolación”- que era dueño de un campo, y lo vendió para poner ese dinero, también él, a disposición de los apóstoles y para el bien de toda la comunidad creyente.

 

Además de la simpatía que desataban, los creyentes se habían atraído la admiración por el mucho valor con el que daban testimonio de la Resurrección del Señor.

 

Sal 93(92), 1ab. 1c-2.5

Salmo para acompañar el cortejo real que marchaba hacia la entrega al “monarca” de los emblemas reales y a la presentación de armas por parte de su ejército. En la primera estrofa de la perícopa proclamada hoy, nos llama la atención y nos enfoca en la Vestimenta Real, uno de los emblemas reales. Es indudable que por su porte y su elegancia distinguimos al Rey.

 

Miremos el Segunda Estrofa: En la Realeza de Dios, el Atuendo es la firmeza del cosmos, que ha sido cimentado para siempre.  La Creación no titubea, el Cosmos -quizás a alguien le parezca verlo tambalear, pero no nos cansamos de ver como recompone su estabilidad, y guiado por la Misericordia, se restaura. Su ecuación entraña la recomposición autónoma de los valores reparadores.

 

¿Con qué atuendo asistiremos al Templo a rendir honores a su Eterna Majestad? ¡No lo dudéis, con las galas de la Santidad! Nos acicalaremos con el traje de la fidelidad a sus Tiernos Mandatos. Nuestras Galas serán siempre las Vestimentas Blancas del Bautismo, lavadas en la Sangre del Cordero.

 

Jn 3, 7b-15



¡Cuántas veces nos habrá ocurrido que percibamos el ulular del viento, pero -a falta de una veleta- no podamos determinar su dirección! También, en muchas oportunidades, una veleta, o una tira de tela o un gallardete de papel nos permite determinar la dirección -provisional- del viento pese a lo cual, no podemos saber, en sus caprichos, cuantos segundos más tarde, el viento cambiará completamente de dirección. A veces, hasta los meteorólogos apoyados en su instrumental y en la información satelital, no logran precisar -al final de cuentas- para donde ira la ráfaga… Los hijos del “espíritu”, llevan en sus venas este ADN, de la sorpresiva, variable e impredecible multidireccionalidad.

 


Ciertos saberes, quedan -para nuestros sentidos- completamente a trasmano. No sabemos a dónde van las exhalaciones del “viento”; tampoco, podemos comprender el encadenamiento de los sucesos espirituales. Escasamente -y dentro de un margen muy limitado- podemos hablar de las cosas de la carne, las cuales -aun cuando somos de la carne- nos cuesta entender. Mucho mayor es nuestra limitación para los saberes del espíritu. Es Jesús, Quien viene de lo Más-Altamente-Espiritual Quien nos puede dar razón. Es Él quien ha estado Allí, es el Quien conoce la Voluntad del Altísimo, para Él, nada de lo Celestial es misterioso. Deberíamos saber aceptar su Palabra y no dudar de su Revelación. Él conoce el Secreto de la Misericordia, Él sabe descifrar Su Gigantesco Amor.

 


De nada nos sirve y para nada nos vale aprender de memoria los largos códigos y los detallados catálogos legales; vano y estéril será el esfuerzo si solo evitamos infringir la Ley y no alcanzamos a sembrar las semillas del Amor. Levantar a Jesús en la Cruz, sintonizar con ese ímpetu que lleva a Jesús hacia las Alturas, es apenas iniciar una tendencia. Pero, será el Padre quien lo haga sentar a su Derecha. Nosotros, en nuestra contemplación podemos volver nuestra mirada hacia Él, procurar no perderlo de vista, conscientes de que al mirar la Serpiente de Bronce sanaremos de la picadura mortal y ganaremos Vida Eterna. Cómo expertos marinos, debemos estar atentos a ver por dónde sopla el Espíritu-Amor, para tender el velamen y aprovechar al máximo su ímpetu.

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