jueves, 18 de abril de 2024

Jueves de la Tercera Semana de Pascua

  


               

Hch 8,26-40

Hemos venido siguiendo una estructura que se planteó, desde el principio, en Hch 1,8. La Misión se va “ampliando” de Jerusalén pasa a Judea y Samaría, y luego, se tendrá que esparcir al mundo entero. Al iniciar el capítulo 8, vimos ayer, como la persecución que se desató en Jerusalén tuvo como consecuencia esta apertura. Ahora, en los capítulos 8-12, vemos como se cumple esta difusión a Judea y Samaria.

 

Del capítulo 2 al capítulo 8, se viene presentando un ritmo en alternancia: algún evento se produce al seno de la comunidad, y entonces los apóstoles actúan, podríamos inclusive decir que reaccionan en consonancia. El ritmo no se rompe ni se descontinua, sino que persiste, pero ahora los agentes activos -los que implementan la reacción- son los helenistas, primero Esteban, y luego Felipe, (es interesante que habían sido escogidos y dedicados a “servir las mesas”; pero los vemos aquí, verdaderamente entregados a proclamar la Buena Noticia a toda la humanidad). Importa mucho anotar que este grupo desarrollo una posición muy crítica respecto del Templo y de la Ley; ellos aparecerán como líderes evangelizadores allende las fronteras de Palestina. Estas acciones se desarrollarán, primero en algún lugar de Samaría, luego en Gaza y luego, -en un círculo concéntrico ampliado- en Azoto (Asdod, una de las cinco ciudades filisteas más importantes, controlada sucesivamente por israelitas, griegos, romanos, bizantinos, cruzados y árabes), y Cesarea, hasta dónde nos llevara la perícopa de hoy.

 

Decididamente el protagonista de hoy es Felipe, quien fue víctima de la segregación contra los helenistas y -muy seguramente por lo mismo, está mejor dispuesto a abrir la Misión a otros marginados. Venía un etíope, eunuco, ministro de Candaces (“kandake” eran las reinas madres en Nubia -reino africano de Kush), de quien podríamos decir que tiene los cuatro rasgos de marginación: extranjero, negro, esclavo y mutilado; por lo tanto, representante de todos los marginados. Él iba leyendo el cuarto cántico del Siervo Sufriente en Is 53, 7-8 que habría la comprensión a otro tipo de mesianismo. El etíope reconoce que depende de alguien que le ayude a interpretar, porque él sólo no puede penetrar el sentido de la Escritura.

 

Resulta muy oportuno destacar que, Felipe explica, propone, pero no fuerza. El Eunuco, pregunta si hay algún obstáculo para ser bautizado y juntos descienden de la carroza, y habiendo allí agua, se procede a conceder el Sacramento, con lo que entraba a formar parte del pueblo de Dios: Ya desde entonces era un sacramento de Iniciación cristiana. Inmediatamente, Felipe es llevado, y cuando menos pensó, estaba en Azoto, desde dónde continuó su campaña evangelizadora hasta llegar a Cesarea.

 

Sal 66(65), 8-9. 16-17. 20

Es el mismo Salmo que proclamamos ayer, hoy tomamos otros versos distintos, como dijimos, este Salmo es un Salmo de Acción de Gracias. De los 20 versículos que integran este Salmo, hemos tomado 5, para organizar las tres estrofas de la perícopa.  El responsorio sigue siendo: “Aclama al Señor tierra entera”.

 

La primera estrofa se refiere a la Resurrección, habla de que YHWH “nos ha devuelto la vida”. Aquí notamos que el sujeto que da gracias es plural: “Nosotros”; hay un “además”: “No dejó que tropezaran nuestros pies”. Claramente el beneficio por el cual se da Gracias, recae sobre la comunidad, por eso el sujeto está en la primera del plural.

 

En la segunda estrofa, los interpelados, a los que se invita a venir son el pueblo, pero ya se hace el paso a un sujeto “Yo”, en primera del singular. Él hagiógrafo nos contará cómo responde Dios cuando se le invoca, y da pie para que lo ensalcemos con acción de gracias.

 

En la tercera estrofa, continuando en “primera persona”, el último verso del Salmo: “Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor”. Acción de Gracias, porque quien mejor Eucaristizó toda su vida fue Jesús, y Dios no le sustrajo su Amor, sino que se lo ratificó resucitándolo.

 

Jn 6, 44-51



Nos comemos su Sangre y su Cuerpo, pero esta antropofagia sería muda si a Su Cuerpo y Su Sangre no se añadiera su Palabra.  Jesús nos muestra la lógica de incorporación a Dios. Se logra a través de Jesús, pero nadie la alcanza si Dios no lo llama: es definitivo que el corazón experimente Su Sed, que se sienta movilizado por la atracción, esa atracción solamente el Padre la puede insuflar. Como consecuencia, el Propio Jesús, resucitará a todos los que el Padre le atraiga.

 

El tema del discipulado, llegar a ser “discípulos de Dios”, está abierto a todos, como ya los profetas lo habían comunicado, pero nosotros tenemos que “ponerle ganas”, hay que anhelar aprender lo que Dios enseña, y ese gusto por atesorar esta Enseñanza es lo que nos acerca a Jesús.

 

No es que unos si hayan visto al Padre, al Padre nadie lo ha visto, sólo Jesús que vino de Su Seno, que se desprendió de Su Presencia. Pero si tenemos hambre de Él y aceptamos el Alimento que Él nos brinda, eso es creer, y es eso mismo lo que nos franquea el acceso a su Esfera, a la Esfera de Su Reino.

 

No basta comernos la “fisicidad” del Pan, hay que agudizar la “espiritualidad” de esta “ingestión”. Hay que comerle amorosamente. Mal hacemos en pensar que basta “comer” el “Pan bajado del Cielo”; y para demostrarnos que eso no basta, Jesús nos lo muestra señalando cómo aquellos que comieron el Maná se quedaron en las mismas, preguntándose solamente “¿Esto qué es?”, tenemos que “comerlo” y, a la vez, “saber lo que comemos”. Si no, de todas maneras, vamos a morir, como los Israelitas del Éxodo.

 

Hay que “vivir” -si se quiere con éxtasis- la experiencia de la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. ¡Comerlo y ya, no sirve! No se puede pretender “mecanizar” la comunión repitiendo jaculatorias y oraciones aprendidas de memoria. Tenemos que hacer de la Comunión una experiencia espiritualizada a base de Amor. No se puede “rutinizar” como el que timbra tarjeta en su trabajo, reduciéndolo al acto de probar que “yo vine”. Verdaderamente que hay que dinamizar la comunión con los motores del Amor, aprender a envolver de ternura y de aceptación de su Voz, de su Guía, de su Fraternidad, de su Donación: Hablarle y oírle, ¡más de lo segundo que de lo primero!

 

Jesús, dos veces se revela como Dios en esta perícopa:

1)    Yo-Soy el Pan de la Vida (v. 6,48)

2)    Yo Soy el Pan Viviente que ha bajado del Cielo (v. 6,51).

Lo primero es que alimenta comunicándonos algo que de ninguna otra manera podemos recibir, ni encontrar. Lo segundo es asegurarnos que Él está Presente, que no está por allá en la “dimensión-desconocida”, sino que con Compromiso Fiel Él está acompañándonos, es “Dios-con-nosotros”.

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