sábado, 5 de diciembre de 2015

ANUNCIADORES CONVERTIDOS


EN ÉXODO CONTÍNUO
Ba 5, 1-9; Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6; Flp 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6

Lo que más nos bloquea en el camino es la desconfianza de que el bien que Dios nos promete sea posible (cf. 1, 18.20). La fe, el primer don de la misericordia de Dios, colma este barranco, porque da la certeza de que sucede lo que le es imposible al hombre.

 Silvano Fausti

Se puede decir “Venido del Cielo”, pero no caído del Cielo. “Caído del Cielo” no puede ser la fórmula para acercarnos a la Persona de Jesús. No faltan quienes han tratado de mostrar a Jesús como un “platillo volador” caído del cielo, no del Cielo; como si Él fuera  alguien desconectado del marco histórico, puesto allí en medio de “cierto” contexto, con unas enseñanzas sacadas de “por allá”, de “quien sabe dónde”. Mientras otros –no pocos- han querido ver en Él un iniciado en el esoterismo oriental, según estos, Jesús habría sido “entrenado” en el lejano oriente. Otros prefieren enviarlo a estudiar al occidente algunos a Inglaterra –puede ser con los druidas- y su viaje habría estado motivado por un pariente que era comerciante. San Juan Bautista nos permite verlo, en cambio, en total continuidad en la línea de la fe israelita. Juan el Bautista es –como se suele decir- el último de una serie de profetas cuya misión fue la de anunciar la llegada del Salvador. Así nos presenta San Lucas a Juan Bautista, en 1, 17:Irá por delante [προέρχομαι] con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, a los rebeldes con la sabiduría de los rectos [δικαίων] (honrados); así le preparará al Señor un pueblo bien dispuesto”. Dadas las condiciones en las que el Salvador escogió manifestarse, era preciso que tuviera un “indicador” para que la genta lo pudiera reconocer; era preciso que lo antecediera un profeta, para que la gente al mirar supiera lo que estaba viendo y a Quien estaba viendo; Juan el Bautista lo presenta como el “Cordero de Dios”, anunciando así su papel oblativo. Digamos de paso que otros evangelistas apelan a diverso expediente para señalar cómo Jesús brota de la entraña misma de la comunidad Israelita, por ejemplo, al recurso de la genealogía, para así instruirnos en el continuo judeo-cristiano: El mensaje que traerá el Mesías no proviene de recóndito origen, está en la línea de las enseñanzas que el pueblo de Dios recibió –paulatinamente- como Revelación.


«El cristianismo no es una religión mítica cuyo fundador se pierde entre las leyendas que carecen de arraigo sólido en la historia. Nuestra redención ha tenido lugar en tiempo de un gobernador romano perfectamente identificable dentro de los anales humanos. Poncio Pilato que administró la Judea en nombre de Roma, del año 27 al 37 de nuestra era. Este entronque pleno del cristianismo con la historia es uno de sus rasgos más característicos.»[1]  «Lucas en la introducción a la historia del Bautista, en el comienzo de la vida pública de Jesús, nos dice en tono solemne y con precisión: “El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes virrey de Galilea, su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás…”(3,1s). Con la mención del emperador romano se indica de nuevo la colocación temporal de Jesús en la historia universal.»[2]


«Juan vivió en el desierto desde niño. Probablemente en el monasterio de Qumrán con los cenobitas del desierto de Judea, esenios, que ahora nos son bien conocidos gracias a los sensacionales descubrimientos de las grutas del mar Muerto.»[3] «Juan habita en el desierto para indicar que el estado continuo de la vida del hombre es el del éxodo: debe salir constantemente de toda esclavitud y caminar hacia la promesa de Dios, sin ninguna garantía fuera de su fidelidad.»[4]


Ahora bien, Juan no se limita a “profetizar”. Juan va más allá, y es que el profetismo no se conforma con la etapa crítica, la etapa de demolición sino que la misión consiste también en “arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar”. (Cf. Jer, 1,10b) No se resigna con la denuncia sino que da pasos efectivos para construir y plantar. ¿Qué es lo que planta y construye Juan Bautista? ¡El bautismo! Como nos propone José Antonio Pagola, «cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautismos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión»; βάπτισμα μετανοίας εἰς ἄφεσιν ἁμαρτιῶν, Lc 3,3 donde se presenta nuestra muy querida palabra: μετανοίας que podríamos traducir por arrepentimiento, penitencia o, más exactamente, conversión. No consiste en ir y meterse al agua, sumergirse y volver a emerger: ¡Esa es la parte ritual! Lo “profético, en realidad está en el compromiso que propone Juan el Bautista, en cambiar profundamente, en intentar con todas las fuerzas no volver sobre los ἁμαρτιῶν: los “pecados”. «Ser bautizados significa sumergirse, ir a fondo. El bautismo representa el destino de toda realidad humana, que de todos modos se hunde y es engullida en el abismo del cual ha sido extraída. El bautismo indica este reconocimiento de la limitación propia de la criatura que se reconoce como mortal. A la aceptación de la propia muerte simbólica, que se expresa en la inmersión en el agua, se añade el renacimiento[5], representado en el momento de salir a flote. Por consiguiente, el bautismo es la aceptación de la muerte, y al mismo tiempo su contestación en el deseo de la vida. Es la señal típica de la condición del hombre: sólo él reconoce que no es Dios, porque es mortal, pero también desea ser como Él, es decir, inmortal, porque ha sido creado a su imagen y semejanza. Juan invita a un bautismo de conversión. No se trata simplemente de un rito. Implica realmente un cambio de mentalidad y de vida.»[6] «Cuando se sumerge en el agua del bautismo, “el que se convierte” testimonia, con su inmersión-emersión, que en lo sucesivo quiere ser otro, vivir como un ser purificado, convertir su camino torcido en un camino recto.»[7]


Así la perícopa evangélica tiene una óptica doble: Podemos mirarla como “escuchas” de Juan el Bautista, pero a la vez, nos conmina a recibir el ejemplo catequético-evangelizador-profético de Juan el Bautista. Es cierto, estamos llamados a practicar un bautismo de conversión –y a la vez- hemos recibido la tarea-misión pastoral de prepararle el camino al Señor, abrirle un camino recto: «También las palabras sobre los montes que hay que rebajar, los barrancos por colmar y los pasos tortuosos por hacer rectos, podríamos hoy entenderlas así: “Toda injusta diferencia social entre riquísimos (los montes) y paupérrimos (los barrancos) debe ser eliminada o al menos reducida; los caminos tortuosos de la corrupción y del engaño deben ser enderezados”»[8]. Pero esta misión es torpedeada consecutivamente por el desaliento y el desánimo. Con frecuencia inusitada nos ataca una especie de flojera-pesimismo, las ideas que lo envuelven y lo refuerzan suenan a ‘la gente tiende a lo malo’, ‘no vale la pena tratar de anunciar “la verdad” de la fe’ es que el ser humano está “caído” y “la cabra tira para el monte”’ esa es la voz del Desalentador. Escuchemos ahora la Voz del Espíritu Santo, Henrí Lubac nos traslada así su mensaje: «…Todo lo humano tiene siempre defectos. Nunca, en ninguna síntesis, está todo en absoluta coherencia, de igual modo que en la naturaleza de las cosas nunca hay círculos o cuadrados perfectos. Pero, ¿por qué suponer de antemano que los pensamientos y las obras del hombre se comportan como un cesto de manzanas, en el que la presencia de tan solo una que esté podrida es suficiente para que todo el resto se pudra? ¿Por qué apostar que el elemento defectuoso de un pensamiento sea siempre su elemento dominante, elemento fuerte, el que arrastrará a todos los demás el día de mañana? ¿Por qué no creer nunca en la fuerza de lo verdadero y del bien, en la posibilidad de que se enderecen, o más aún, que se trasformen profundamente, que se “conviertan”, los elementos menos buenos bajo la acción de los mejores»[9]


«Se nos pide que creamos que el Reino de Dios influye en los asuntos humanos, aunque su influencia quede “oculta” en la vida diaria. Pero aunque se trate de una influencia invisible y nada dramática, esta presencia Divina puede cambiar la rutina de lo cotidiano y la gente puede entregar por completo su vida al Reino…»[10] «Jesús… es consciente de hasta qué punto los hombres son capaces de intrigas y maldades, pero también de que existe un poder, el de Dios, que es capaz de suscitar actos que nada tienen que ver con conductas malvadas, crueles o absurdas que esperamos de los demás; precisamente, esas acciones son las que permiten a los discípulos experimentar la presencia del Reino.»[11] «La voz le da consistencia a la palabra, la palabra le da sentido a la voz. Así cada uno de nosotros como el Bautista, debe ser la voz cuya palabra es Cristo.»[12]




[1] Bravo, Ernesto. LA BIBLIA HOY. Ed san Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia 1995. p.272
[2] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET PRIMERA PARTE DESDE EL BAUTISMO HASTA LA TRANSFIGURACIÓN Ed. Planeta S.A. Bogotá- Colombia 2007 p. 33
[3] Bravo, Ernesto. Op. Cit. p. 233
[4] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia 3ª Ed. 2014. p. 81
[5] En el texto que tenemos a la vista, en este lugar se lee “reconocimiento”; consideramos que se trata de una errata, puesto que esa palabra allí no conviene.
[6] Ibidem
[7] Urs von Balthasar, Hans. LA LUZ DE LA PALABRA. Comentarios a las lectura dominicales a-b-c
[8] Cantalamessa, Raniero ofm. cap JUAN EL BAUTISTA, PROFETA DEL ALTÍSIMO.  II Domingo de Adviento, Ciclo C.
[9] Lubac. Henri. PARADOJAS Y NUEVAS PARADOJAS. Península-Barcelona 1966 pp. 101-102
[10] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO. LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU ÉPOCA. Ed. El Almendro Madrid-España 2001. pp. 82-83
[11] Ibid. p.84
[12] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 82

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