jueves, 24 de diciembre de 2015

¡LO ACOSTÓ EN UN PESEBRE!


 

En el Credo hay una frase que este día se recita de rodillas: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo»
Raniero Cantalamessa

1

Echemos un vistazo a la perícopa de San Lucas, capítulo 2, versos del 4 al 12.

[4] José también, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazaret, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Βηθλεέμ Belén, porque era descendiente de David;  [5] allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada.
[6]  Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto, [7] y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en φάτνῃ un pesebre, pues no había lugar para ellos en καταλύματι la sala principal de la casa.
[8]  En la región había ποιμένες pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus ποίμνην rebaños. [9] Se les apareció un καὶ ἄγγελος κυρίου ángel del  Señor, y la gloria del  Señor  los rodeó de claridad. Y quedaron muy asustados.
[10] Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una εὐαγγελίζομαι buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. [11]  Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un σωτὴρ Salvador, que es el  χριστὸς Mesías  y el κύριος Señor. [12]  Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»

Καταλύματι deriva del sustantivo κατάλυμα es el singular neutro de la forma dativa; ya en otro lugar hemos discutido que la palabra no significa “posada”, tampoco “albergue”; sino, “sala principal de una casa”. Este asunto de la sala principal de una casa nos trae a la memoria la práctica del Padre Carlos Vallés que resolvió mendigar posada en casas indias, donde gente que él no conocía pero que -por la tradicional hospitalidad en ese país- se la brindaban. De esta manera, cada tarde él iba en bicicleta hasta la casa de sus anfitriones pasaba allí la noche. Como él mismo nos lo cuenta, en esas condiciones “trabajé, oré, preparé clases y escribí libros, mientras miraba, veía, asimilaba, sufría y disfrutaba la vida diaria, las preocupaciones, las alegrías, el ruido de los niños, las riñas de los padres, los apuros económicos y la fe religiosa de la gente sencilla en los barrios más pobres.»[1] y, al otro día, vuelta a pedalear de regreso a la Universidad de Ahmedabad, donde el fungía como profesor de matemáticas. Así durante casi diez años.

El sacerdote jesuita describe con dos pinceladas el ambiente de sus alojamientos: «Casas pequeñas de un solo cuarto, donde pequeños y mayores se reparten el espacio común durante el día y cubren el suelo con esteras para dormir por la noche»[2]. Aun cuando no exactamente igual, esta descripción nos da una idea porque María no podía dar a luz a su Hijo en presencia de “pequeños y mayores”, hombres y mujeres convivientes, que comparten la cotidianidad, pero no tiene por qué estar presentes durante un parto.

Pero, seguramente hay motivaciones comunes entre esta acción del Padre Vallés y las de Dios-Humanado por conocer, por vivir de cerca, por compartir las vivencias de “aquella gente”. Nadie conoce mejor a las personas que quien convive con ellas. Eso hizo el Padre Vallés y, nos lleva a entender a Jesús, que quiso hacerse uno de nosotros para conocernos a fondo, para “asumirnos” totalmente, única manera de podernos redimir.

En otra parte de su caleidoscopio el Padre Vallés cuenta la anécdota de un joven estudiante universitario, que cursaba sus estudios en San Sebastián, donde el Padre Vallés dio una conferencia en el Museo de San Telmo. Al finalizar la conferencia el joven agradeció a Carlos Vallés con estas palabras: «Al oírle a usted me he sentido orgulloso de ser indio. Gracias.»[3] Igual nos pasa a todos los seres humanos, al saber que Dios se hizo hombre, nos podemos sentir completamente orgullosos de nuestra naturaleza humana y confesar: De todo lo que podría haber sido dentro de la Creación, lo mejor y lo máximo que se puede ser es “humano”.

Pero bueno, nos hemos apartado del tema que nos ocupa para devolvernos al que ya tratamos suficientemente en el Tercer Domingo de Adviento. Queríamos, simplemente, recordar que Belén significa Casa de Pan. El nombre de este pueblito, al que Roboam –nieto de David- le construyó torres y murallas de protección que no alcanzaron a resistir dos siglos; es una alusión a la Eucaristía, puesto que Jesús se ha hecho Pan de Vida, con razón su pueblo natal es “Casa de Pan”, digno portador de la enseña “Hic De Virgine Maria Iesus Christus Natus Est”.

«Belén parece que estuviera poblada para siempre de ángeles y pastores. Existe todavía Belén, a diferencia de otras muchas ciudades de la antigüedad que han desaparecido sin dejar rastro. Es una aldea de calles irregulares en la cual la atención se concentra en la Basílica de la Natividad y sobre todo en la cueva del nacimiento que allí dentro ha quedado encerrada. Una estrella en el pavimento del suelo señala el sitio en que Cristo nació y una inscripción, sobria pero elocuente, pregona: “Aquí de la Virgen María nació Cristo Jesús”. El dato histórico y teológico del nacimiento de Jesús matizado de modo especial por ese adverbio: fue aquí.»[4]

2

Fue Dionisio el “pequeño” quien pensó que no teníamos por qué regularnos por un calendario que tomaba como referencia el 284 (de nuestro calendario) momento en que el ejército de Asía Menor  proclamó emperador al que llegaría a ser, entre los diez perseguidores que registra la historia, el mayor martirizador de cristianos –Diocleciano, emperador romano que so pretexto de hacer obligatorio el culto a Júpiter impulsó una matanza de cristianos, del 303 al 313: aproximadamente diez años de terror, la “era de los mártires”, entre quienes figuraron como sus víctimas contamos a san Sebastián, San Pancracio y Santa Inés. Entonces, según los cálculos de Dionisio “el Exiguo” –que hoy consideramos equivocados en 6 ó 7 años, fijó la fecha de nacimiento de Jesús y lo propuso como calendario oficial católico, que poco a poco se fue aceptando y unificando hasta convertirse en el calendario oficial de nuestra sociedad y nuestra cultura.

Todos recordamos que el 25 de diciembre, corresponde al final del solsticio de invierno. Cada día, la noche ha venido haciéndose más larga y en consecuencia, el período de luz más corto. A partir de ese día, cada vez será más largo el día y más corta la noche significando la victoria de la luz sobre las tinieblas y, para nuestro sentir, la victoria de Jesús: Πάλιν οὖν αὐτοῖς ἐλάλησεν [ὁ] Ἰησοῦς λέγων· ἐγὼ εἰμι τὸ φῶς τοῦ κόσμου· ὁ ἀκολουθῶν μοι οὐ μὴ περιπατήσῃ ἐν τῇ σκοτίᾳ ἀλλ’ ἕξει τὸ φῶς τῆς ζωῆς. “De nuevo les hablo Jesús: -Yo soy la Luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

«… ya no se dirige la mirada a Jerusalén, pues el Templo destruido no será nunca más contemplado como lugar de la presencia terrena de Dios. El Templo hecho de piedra ya no será expresión de la esperanza de los cristianos… Se dirigirá el rostro hacia el este, hacía el lugar por donde sale el sol. No se trata de un culto al sol, sino de una convicción en que el cosmos habla de Cristo. Será Él quien esté presente en la mente de la comunidad cuando se entone desde ahora el cántico contenido en el Salmo 19, en el que se dice que el sol es como “un esposo que sale de su tálamo […] A un extremo del cielo es su salida y su órbita llega al otro extremo” (Sal 19, 6s). Este salmo pasa sin solución de continuidad de una alabanza de la creación a un himno de alabanza de la ley. Desde ahora ello se aplicará a Cristo, que es la Palabra viva, el Verbo Eterno, la luz verdadera de la creación, el cual salió en Belén del tálamo nupcial de la novia, la virgen Madre, y que en este tiempo ilumina el mundo. El Este cumple las funciones de símbolo de Jerusalén. Cristo –representado por el sol- es el lugar de la shekiná, el verdadero trono del Dios viviente. En la Encarnación, la naturaleza humana se ha convertido verdaderamente en trono de Dios, el cual queda, por ello, ligado a la tierra para siempre y se hace accesible a nuestra plegaria… Orientación quiere decir antes que, nada, simplemente la dirección de la mirada hacia Cristo como lugar de encuentro entre Dios y el hombre»[5].

Continuaba diciendo, en sus tiempos de Cardenal el que hoy es Benedicto XVI: «El profesor Cyrille Vogel ha advertido: ‘Si se puso el acento sobre algo, fue sobre la costumbre de que el sacerdote recitara la anáfora y las demás plegarias vuelto hacía el oriente… no sólo el sacerdote se volvía hacia el Este, sino que este movimiento era seguido por todo el pueblo´.»[6]

No podemos pasar al siguiente tema sin recalcar una frase del Cardenal Ratzinger «No se trata de un culto al sol, sino de una convicción en que el cosmos habla de Cristo.»[7], para prevenir falsas interpretaciones panteístas.

3

Revisando los Evangelios, sabemos que sólo Mateo y Lucas narran el nacimiento de Jesús y ninguno de los dos ofrece noticia sobre los consabidos mula y buey que aparecen en nuestros pesebres y que constituyen dos “piezas” claves del conjunto tradicionalmente integrado por las figuritas de María, San José, el Niño Jesús, la mula, el buey y los tres “Reyes Magos”.

«Siguiendo las directrices de San Francisco, durante la Santa Noche fueron colocados en la gruta de Greccio un buey y un asno. En efecto, él había dicho al noble Juan: “Quisiera representar al Niño nacido en Belén y, de algún modo, ver con los ojos del cuerpo  las penurias en las que se encontró por la falta de las cosas necesarias para un recién nacido: cómo fue acomodado en un pesebre y cómo yacía sobre heno entre el buey y el asno”».[8]

Entonces, ¿de dónde salió la tradición de incluir estas dos “figuras” en el pesebre? Pues vamos al Evangelio apócrifo del Pseudo-Mateo, datado del siglo VII, y allí, en el capítulo XVI leemos:

«Y, al tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta y entró en un establo, y depositó al Niño en el pesebre, y el buey y la mula le adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: “El buey ha conocido a su dueño, y la mula el pesebre de su Señor.”

Estos mismos animales que tenían al niño entre ellos. Le adoraba sin cesar. Así se cumplió lo que fue dicho por boca de Habacuc: “Te manifestaras entre dos animales.»[9]

Regresemos al documento de Benedicto XVI, donde él aclara el papel protagónico de la mula y el buey, lo que nos permite entender su profunda simbología y su imprescindible presencia en nuestros “pesebres”:

«El buey y el asno no son simples productos de la fantasía; se han convertido, por la fe de la Iglesia, en la unidad del antiguo y nuevo testamento, en los acompañantes del acontecimiento navideño. En efecto, en Is. 1,3 se dice concretamente: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento».

Los padres de la iglesia vieron en esas palabras una profecía que apuntaba al nuevo pueblo de Dios, a la Iglesia de los judíos y de los cristianos. Ante Dios, eran todos los hombres, tanto judíos como paganos, como bueyes y asnos, sin razón ni conocimiento. Pero el Niño, en el pesebre, abrió sus ojos de manera que ahora reconocen ya la voz de su dueño, la voz de su Señor.

En las representaciones medievales de la navidad, no deja de causar extrañeza hasta qué punto ambas bestezuelas tienen rostros casi humanos, y hasta qué punto se postran y se inclinan ante el misterio del Niño como si entendieran y estuvieran adorando. Pero esto era lógico, puesto que ambos animales eran como los símbolos proféticos tras los cuales se oculta el misterio de la Iglesia, nuestro misterio, puesto que nosotros somos buey y asno frente a lo eterno, bueyes y asnos cuyos ojos se abren en la nochebuena de forma que, en el pesebre, reconocen a su Señor.

Pero, ¿lo reconocemos realmente? Cuando ponemos en el pesebre el buey y el asno, debe venirnos a la mente la palabra entera de Isaías, que no sólo es buena nueva -promesa de conocimiento verdadero-, sino también juicio sobre la presente ceguera. El buey y el asno conocen, pero "Israel no conoce, mi pueblo no comprende".

¿Quiénes son hoy el buey y el asno, quién es "mi pueblo", que no discierne? ¿Cómo identificar al buey y el asno, y cómo a ‘mi pueblo? ¿Por qué, de hecho, sucede que la irracionalidad conoce y la razón está ciega? Para encontrar una respuesta, debemos regresar una vez más, con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quién no le reconoció? ¿Y quién si lo hizo? ¿Y por qué sucedió?

El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2, 3). La que no lo reconoció fue "toda Jerusalén con él" (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11, 8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2, 6).

Los que sí lo reconocieron-a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron "el buey y el asno": los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.

Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos e inteligentes para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de Él? ¿No estamos también nosotros demasiado en "Jerusalén", en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?

Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz del Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedernos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2, 20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: "todos retornaron a sus casas colmados de alegría".»[10]

4.

Que la luz de tu alegría brille a través de mí hoy, para que yo pueda reflejarla a los que me rodean y elevarlos con esperanza y alegría.

Mnsr. Michael Buckley

«María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. Este pasaje ha servido de inspiración en México y Guatemala, para fomentar una costumbre que hunde sus raíces en la época colonial y que tiene sus particularidades propias en cada región: Las posadas. Se realizan en el mes de diciembre duran los primeros veinticuatro días del mes de diciembre, en otros siete o nueve. Tienen una organización sencilla, se señalan las familias que quieren darle posada al Señor, camina la procesión con alegría festiva: van las imágenes pequeñas de José y María. Acompañados con música y villancicos.

Al llegar a la casa que se encuentra con las puertas cerradas se forman dos grupos: los que están fuera de la casa que piden posada y los de adentro que responden. Se alternan respectivamente en cada estrofa, hasta que los miembros de la casa se disculpan por no haber reconocido a tan ilustres peregrinos, Jesús, José y María. Abren la puerta, entran las imágenes y las personas que las acompañan; se reza el rosario o se celebra la Palabra, comparten bebidas, cantos, etc. Allí permanecen las imágenes hasta el día siguiente en que buscan posada en otra casa y se repite el mismo rito. Se realizan en forma familiar o a veces por barrios.»[11]

La Lectio Divina consta de cinco partes: Lectio, Oratio, Meditatio, Contemplatio y Actio. El Padre Weisensee propone 7 preguntas para la Meditatio de esta Lectio, la perícopa que hemos propuesto para esta hermosísima fecha, de las cuales entresacamos las siguientes que nos parecen claves:

·     ¿tiene algo que ver el hecho que Jesús nazca en Belén? ¿qué importancia tiene Belén?
·    ¿qué implica el hecho que María no encontrara un lugar en el pueblo para ella dar a luz?
·    ¿qué nos dice el hecho que Jesús nazca en un pesebre, en medio de animales?[12]

«Lo que sucede en la noche de la navidad es acontecimiento y misterio. Nace un hombre, que es el Hijo eterno del Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra: en este acontecimiento extraordinario se da a conocer el misterio de Dios. En la Palabra que se hace hombre se manifiesta el prodigio de Dios encarnado. Un niño es adorado por los pastores en la gruta de Belén. Es "el Salvador del mundo", es "Cristo Señor" (cf. Lc 2,11). Sus ojos ven a un recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre, y en aquella "señal", gracias a la luz interior de la fe, reconocen al Mesías anunciado por los Profetas.

Es «Dios-con-nosotros», que viene a llenar de gracia la tierra. Viene al mundo para transformar la creación. Se hace hombre entre los hombres, para que en Él y por medio de Él todo ser humano pueda renovarse profundamente. Con su nacimiento, nos introduce a todos en la dimensión de la divinidad, concediendo a quien acoge su don con fe la posibilidad de participar de su misma vida divina. Dios se hizo Hombre para hacer al ser humano partícipe de su propia divinidad. ¡Éste es el anuncio de la salvación; éste es el mensaje de la Navidad!»[13]

¡FELIZ NAVIDAD!

[1] Vallés, Carlos. CALEIDOSCIPIO. Ed. Sal Terrae Santander – España 1985 p. 124
[2] Ibid
[3] Ibid p. 92
[4] Bravo, Ernesto. LA BIBLIA HOY. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 p. 230
[5] Ratzinger, Joseph. INTRODUCCIÓN AL ESPÍRITU DE LA LITURGIA. Ed. San Pablo Bogotá- Colombia 2001  p. 57-58
[6] Ibid p. 67 Citando la obra de Bouyer. LITURGIE UND ARCHITEKTUR. Einsiedeln, Johannes Verlag, 1993, p.56.
[7] Véase Supra
[8] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial. Madrid-España. Mayo de 2012. p. 130
[9] Crépon, Pierre. LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS. Ed. Círculo de Lectores Bogotá-Colombia. 2001 p. 56
[10] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial. Madrid-España. Mayo de 2012. p. 131-133
[11] Jordán chigua, Milton. PINCELADAS BÍBLICAS DEL EVANGELIO Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia 2009. pp. 29-30
[12] Weisensee, Jesús Antonio Pbro. EVANGELIOS DE LA INFANCIA MATEO – LUCAS LECTIO DIVINA Ed. Federación Bíblica Católica FEBIC-LAC Bogotá –Colombia 2000 p. 76

[13] Restrepo S, Jaime Pbro. NAVIDAD EN FAMILIA, UNA EXPERIENCIA DE FE. En Revista Iglesia SINFRONTERAS. #361 Misioneros Combonianos.

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