lunes, 7 de diciembre de 2015

INMACULADA MADRE DE CRISTO Y MADRE DE LA IGLESIA



Si no se opone a la autoridad de la Iglesia o a la autoridad de la Escritura, parece probable que se debe atribuir a María lo que es más excelente.
John Duns Scoto

…María, por nosotros y para nuestra salvación, franqueó al Verbo eterno la entrada en nuestra carne de pecado…. Como respuesta a este “si” de la Virgen, Dios pronunció en el mundo su definitiva Palabra. No de condena, sino de salvación.
Karl Rahner

María, a través del don de la gracia, le dio a Dios la perfecta respuesta nupcial de fe y, por esta razón, el Fiat mariano se ha convertido en el tipo y ejemplo acabadísimo de la respuesta fiel de toda la Iglesia.
Hans Urs von Balthasar


María Santísima es capaz de decir que “Si”, pero tal respuesta tiene su fuente, no en una voluntad Maternal, sino en el resplandor de su Corazón Virginal, porque aceptar ser madre en su contexto existencial, es apostar todo al Cero y al Infinito. Cuando decimos que al Cero, quiere decir, apostarle y arriesgarse a perder, no sólo la honra que su familia y su comunidad le tendrían, sino, además, perder la vida, ser borrada del mapa, por haber concebido su Hijo por fuera del matrimonio, sabemos históricamente que la muerte por lapidación era la consecuencia de ese tipo de maternidad. Pero, simultáneamente,  María le apuesta al Infinito, porque se lo juega todo a la Obediencia a su Creador, su Señor, su Dueño (esa comprensión de a Quien le prodiga plana obediencia se acuña en su fórmula de respuesta: εἶπεν δὲ Μαριάμ Ἰδοὺ ἡ δούλη Κυρίου· γένοιτό μοι κατὰ τὸ ῥῆμά σου. “He aquí la esclava del Señor[1]. Hágase en mi según tu palabra”. (Lc 1, 38ab)) Aquí la capacidad optativa está generada desde la fe, y la Gracia es optar libremente por “Creer”. María se compromete –desde su corazón virginal- toda ella desde la libertad engendrada por la fe.


¿Cómo tener Corazón Virginal? La Virginidad del corazón es puro Don. Regalo que Dios le entrega, desde el preciso momento en que ella fue concebida en el vientre de Santa Ana, como adorno de pureza, preparando a la que habría de ser el tabernáculo de la Nueva Alianza. La Virginidad no es un Don abstracto de una “pureza” de mueble pulido y encerado. ¡No!, No se trata de una pródiga cantidad de agua, jabón y trapo. Se trata de una virtud de pureza que capacita a la plena libertad, le era potestativo, Ella podía aceptar o bien, rehusar; y optó por la aceptación, obedeció y corrió el riesgo.

Urge precisar el concepto de libertad. La libertad se opone –en este análisis- especialmente a la esclavitud que genera el pecado. El ser humano, en cuanto criatura, encierra una serie de potencialidades que -se intuyen- toda vez que recordamos que Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Pese a ello, el pecado embota esas potencialidades y las coarta. Pero quien es libre, verdaderamente libre, quien no está sujeto al pecado y sus alienaciones, ese puede alcanzar la plenitud de su realización. Esa libertad es, precisamente, la propia del corazón virginal. Es el corazón que es capaz de creer, confiar y obedecer.


Semejante obediencia es redentora en la misma proporción en que Ella, la Virgen, es un ser humano, y como ser humano acepta la voz de Dios comunicada por el Ángel. Dios habla, el ser humano acata. Ella es vicaria de nuestra humanidad. Nos proto-tipifica demostrando que la Palabra Divina no cae en terreno estéril cuando se dirige al ser humano, que somos capaces de sobreponernos a nuestra fragilidad de “barro quebrado”. Que, sorprendentemente para quien no confía en la humanidad, somos mucho más que puro barro, porque nuestro barro está engalanado y blindado por la Gracia.

Vayamos al 963 del Catecismo de la Iglesia Católica: …"es verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza" cf. San Agustín, De sancta virginitate 6, 6)"».  "María [...], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI, Discurso a los padres conciliares al concluir la tercera sesión del Concilio Ecuménico, 21 de noviembre de 1964). Todo discipulado y todo seguimiento son generados en el mismo Corazón Virginal de María Santísima. Algunos profetas y algunos patriarcas habían dicho que “si”, con reparos. María dice que “si” sin cortapisas, sin escollo, sin interponer ningún obstáculo. «No podemos interpretar este “si” creyente de María que narra San Lucas como un mero capítulo de la biografía privada de la Virgen; desprovisto, por tanto, para nosotros de mayor interés. Este “si”, por el contrario, -más aún que le fe de Abraham o la Alianza del Sinaí-, es un acontecimiento solemne en la historia pública (“oficial”) de la salvación.»[2] En eso también María, sin pecado concebida, es Madre de la Iglesia, porque no entorpece el plan salvífico –y pese a no entender cómo le puede llegar la maternidad sin concurso de varón- no pone traba, no lo estorba. Con su Fiat, ya se estaba comprometiendo a estar junto con los Doce, aguardando en el cuarto de arriba, en el Cenáculo, aguardando Pentecostés, para dar nacimiento a la Iglesia, «Su vida es el acto libre –mantenido hasta la muerte del Señor, debajo de la cruz- por el que re-cibe en la fe y con-cibe en su vientre al Verbo eterno de Dios, para sí y para la salvación eterna de todos los hombres.»[3] Esa misma Iglesia que se engendró con la Sangre y el Agua que brotaron del costado del Crucificado,  allí –a los pies de la Cruz- también estaba María, para que la recibiera “el Discípulo muy Amado” acatando, otra vez, lo que diga el Señor: Porque esa es su enseñanza, Ὅ τι ἂν λέγῃ ὑμῖν, ποιήσατε. “Hagan todo lo que Él les mande”.(Jn 2, 5b)[Notemos que ποιήσατε está en el Imperativo-Activo de Aoristo: ‘lo que sea que Él diga que hagamos’, es decir, “lo que nos ‘mande’hacer”].

Aquí sobreviene otra vez el tema corporativo, (reñido con la mentalidad individualista que tanto se nos estimula en nuestra sociedad, donde cada uno quiere salir airoso con sus cadaunadas sin reconocerse miembro de un “corpus” social, de una familia, de una comunidad, de una empresa, de un “pueblo”). «Este acontecimiento escatológico y decisivo de la historia pública de la salvación, en el que María actúa en nombre de toda la humanidad -para su salvación-, es al mismo tiempo un acto personal de su fe.»[4]  En el numeral 972 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: “… volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos", aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre:
«Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo»”.
No avanzamos hacia Dios cuando caminamos como entes separados, sino  como “Comunidad”. María, que antes identificábamos sólo como una mujer brotada del seno del pueblo Israelita, Madre del Nazareno, avanza -hacia una maternidad universal- inculturandose, tomando rasgos y colores de tez, así como atuendos y señales propios de cada pueblo y de cada cultura, para llegar a ser la Inmaculada Señora de todos los pueblos; Ella, la Segunda Eva, tal y como lo leemos en el protoevangelio: “’Eva’ porque ella fue la Madre de todos los vivientes” (Gn 3, 20). Todos los pueblos están arropados bajo su Tierna Maternidad. De la misma manera que Adán así lo entendió respecto de su “compañera”; sólo que María mantuvo su coherencia como un rasgo inherente a su propia “vitalidad”. Ella recibió el Don como “regalo” pero su “permanecer” inmaculada, su conservación del “regalo”, confirma a posteriori, el merecimiento del Don, que no se entregó por capricho, sino en previsión de las cualidades requeridas a la maternidad de tal Hijo. Ella avanza liderándonos a nosotros, pueblo “fiel”, Nuevo-Israel.

Conviene aquí retomar los numerales 967-969 del Catecismo de la Iglesia Católica: 967 Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia", incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia.
968 Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia.

969 "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.








[1] «Señor: …de quien ella es la servidora, la esclava… es el Dios de la historia, el Kyrios, Yahvé, el Salvador del pueblo. María habla también como miembro del pueblo elegido. No es simplemente una relación personal, sino una relación con ese Señor que tiene en mano la historia de Israel.» Nos dice Martini, Carlos María. en su análisis del MAGNIFICAT en POR UNA SANTIDAD DEL PUEBLO Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1994. p.52
[2] Rahner, Karl. ESCRITOS DE TEOLOGÍA. Tomo I Ediciones Taurus Madrid-España 1961 p. 225
[3] Ibid p. 228 Sobre esta coherencia “vital” ver el #964 CEC.
[4] Ibidem (Las negrillas son nuestras)

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