viernes, 18 de diciembre de 2015

SERVICIO EN OBEDIENCIA


INVITACIÓN A SER CO-CORPOREOS
Mi 5,1-4; Sal 79, 2ac y 3c. 15-16. 18-19; Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-44

No es, por ello, ninguna metáfora escribir que “todos nacimos en Belén”, que todos “seguimos naciendo en Belén”. El don de Dios que fue la entrega de su Hijo es el mayor regalo que jamás han hecho a la humanidad.
José Luis Martín Descalzo

La Basílica de la Natividad en Belén sólo tiene una puerta de entrada, y es tan baja que no se puede pasar por ella más que inclinándose profundamente.

Raniero Cantalamessa

Jesús es el Señor de la historia, no es Dios aparecido por arte de birlibirloque, sino un Dios Misericordioso que abre la puerta del Kairós para pasar de la dimensión de lo eterno a la temporalidad; para “nacer” en unas coordenadas precisas, definidas, determinadas. Pero esas coordenadas, espacio temporales, no son arbitrarias, han sido cuidadosamente escogidas para “revelarnos” de Quien se trata, cómo se da Su relación con nosotros, y cuál es Su propuesta.


Miqueas precisa que se trata de Belén Efratá, localidad cuya mención nos manifiesta una continuidad Davídica, conforme lo dice el profeta, “renuevo de una estirpe que se remonta a antiguos tiempos”, (su origen es antiguo, de tiempo inmemorial). No es una gran población, mucho menos una majestuosa ciudad, por el contrario es “pequeña”. Y –pese a ello- Dios quiere, según lo manifiesta, por boca del profeta, que de allí “salga el que ha de ser jefe de Israel”. ¿Cómo ejerce la jefatura? Nos “apacentará en el nombre glorioso del Señor su Dios”. O sea, que su jefatura consiste en “pastorearnos”, llevarnos a pacer (pascere = pastar), a nutrirnos con alimento, no sólo material sino también espiritual. Y, cuando uno se encuentra “bien alimentado”, está en calma, está tranquilo, lo cual acarrea una consecuencia: “Con Él vendrá la paz”.

« ¿No debería ser, entonces, Navidad la gran fiesta de la humanidad? En Belén hubo “un incremento del ser”, un crecimiento que ya nunca concluirá hasta el fin de los tiempos. “Cuando Cristo apareció en brazos de su Madre, acababa de revolucionar el mundo” ha escrito Teilhard.»[1] Se debe insistir, no sólo que se trata de la cuna de David, sino –aún más- enfatizar su “pequeñez” que la lleva hasta la insignificancia, lo que conduce a desdeñarla. Pero ahí desciframos una poderosa clave del lenguaje de Dios, y es que Él permanentemente se vale de lo pequeño para abajar la altanería de los soberbios.

¿Qué significa nacer? Toda la gestación es un proceso, que culmina con el nacimiento, por medio del cual adquirimos un “cuerpo”. Dios nos “articula”, nos junta, reúne las partes constitutivas de nuestro cuerpo. Nosotros, a medida que nos familiarizamos con ese “instrumento” llegamos a una compenetración con él, que lo identifica con la integridad de nuestra persona. Así, no somos una dualidad cuerpo y alma, sino una unidad. «Si nuestro cuerpo está llamado a ser espiritual, ¿no deberá ser su historia la de la alianza entre cuerpo y espíritu? De hecho, lejos de oponerse al espíritu, el cuerpo es el lugar donde el espíritu puede habitar.»[2] Si entregamos nuestro cuerpo, nos estamos entregando enteramente puesto que es lo único que poseemos y no podemos entregar su “materialidad” exceptuando su espiritualidad. Siendo así, asimilamos el sentido de la alocución “entregó su espíritu” (Jn 19, 30), porque al dar la vida no se da sólo el cuerpo. σῶμα δὲ κατηρτίσω μοι· “Me formaste un cuerpo” y ese cuerpo que Cristo recibió es la hostia  sacrificial que sustituye las víctimas del Antiguo Testamento; es la Oblación Perfecta de la Nueva Alianza.


Por eso hemos dicho que el nacimiento de Jesús contiene de forma embrionaria la consecutividad salvífica de Nacimiento, Donación voluntaria, Muerte, Resurrección, y Exaltación Triunfal (la Exaltación Victoriosa empieza con la Resurrección y alcanzará su apogeo con la Parusía). Tengamos, aquí, en cuenta que la palabra Belén proviene de “Bet Léḥem” que significa “casa de pan”, y el Cuerpo que ha recibido Jesús, es –si se nos permite- algo así como una Panadería Universal. Por eso, durante el rito consagratorio, el sacerdote hace suyas la palabras del propio Jesús: “TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO…” reviviendo el momento de la Última Cena cuando Jesús previendo la cercanía de su glorificación se donó, constituyéndose en víctima propiciatoria.

Aún hay que decir más, Κατηρτίσω es el verbo formar, armar, confeccionar, juntar. Κατηρτίσω un cuerpo es articular, reunir los miembros o partes constitutivas. Les proponemos añadir a este significado de Κατηρτίσω, el otro significado de σῶμα que se ha usado para significar “el cuerpo místico de Cristo”. No sólo le dio su cuerpo individual-personal, sino que también le articuló un pueblo, los diversos miembros de la comunidad de los que en Él han creído durante todas las edades. «… con la Encarnación, con la Venida de Cristo. Dios asumió el cuerpo, se reveló en él… el movimiento humilde de Dios que se abaja hacia el cuerpo, para después elevarlo hacia sí. Como Hijo recibió el cuerpo filial en la gratitud y en la escucha del Padre y entregó este cuerpo por nosotros, para engendrar así el cuerpo nuevo de la Iglesia.»[3]

Al comulgar salen del Copón los Axones y, los comulgantes –sedientos de Dios- como dendritas se extienden enlazándose en sinapsis. Esta no es una conexión provisional, es una comunicación que dura todo cuanto dure el afecto del Comulgante, pese a lo cual, sus efectos sacramentales obran –muy a pesar- del “olvido” o la “indiferencia” del comulgante. El mensaje ‘bioquímico’ (mensaje de Caridad y Misericordia) –en este caso- es “puro Espíritu”.

Nuestro artículo anterior trataba de retratar el fenómeno de júbilo que nos embarga por la venida de Nuestro Señor, hecho Niño. El Evangelio de este IV Domingo de Adviento, retoma ese jolgorio en el corazón de María, de Santa Isabel y de san Juan bautista. «¿Cómo vivió María esos nueve meses de embarazo de su Hijo? ¿No se hizo su ser una fiesta gozosa, un rio caudaloso de aguas puras? Joven y madre, ella fue la mujer feliz y dichosa porque creyó. Y comunica esa fiesta a su prima Isabel y el niño Juan en su vientre, salta de júbilo. Isabel desborda de Espíritu Santo. Y María canta las grandezas del Señor porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, haciendo en ella maravillas. El gozo íntimo, la alegría profunda, tienen un espacio: el corazón humilde y limpio. Y el servicio que presta a su prima Isabel es irradiación de esa fiesta interior de su corazón de madre y virgen.»[4]


Resonemos que Dios anunció desde el mismo momento en que Adán y Eva pecaron un Redentor. Así que desde el principio ya había trazado un plan salvífico. Los seres humanos no son “peones” del ajedrez divino; son llamados al plan de Dios pero respetándoles el albedrio. Sin embargo, como se suele decir en la cultura hebrea, la imposición del nombre es un acto de tipo profético porque anticipa el ser de la persona, su misión, la tarea central de su existencia.

Mirando los nombres en la perícopa lucana de este Domingo encontramos a) Jesús El que preserva, El que ayuda, El Salvador; «El nombre de Jesús contiene de manera escondida el tetragrama (JHWH) el nombre misterioso del Horeb, ampliado hasta la afirmación: Dios salva. El nombre del Sinaí, que había quedado como quien dice incompleto, es pronunciado hasta el fondo. El Dios que es, es el Dios presente y salvador. La revelación del nombre de Dios, iniciada en la zarza ardiente, es llevada a su cumplimiento en Jesús (Cf. Jn 17, 26).»[5]  b) María,  Elegida, Amada de Dios; Tratemos de explorar lo recóndito en el nombre de María: María significa la Nueva Mujer, el modelo dado en la Nueva Alianza, la Elegida, porque tiene fe, la que vive coherentemente el Evangelio, Mujer sensible, la que siempre cuida, vela, ve las necesidades, acude a solventarlas, la que sirve. Y, eso es lo que nos señala la perícopa Evangélica de este Domingo. Reiteremos: María significa Llena de Gracia, Llena del Espíritu Santo, Mujer del “Si” -por lo tanto- dócil, abierta y disponible a las mociones del Paráclito, “Sierva del Señor”, mujer servicial. «"Por medio de María Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista". (Puebla #301)» Ella también se hace Cuerpo Místico universalizando su maternidad: «… “dedicarse” por toda la eternidad a ser madre de los hombres. María no se jubiló de la maternidad. Sigue engendrando, engendrándonos. Ejerce de madre, tal vez porque es lo único -¡lo único!- que sabe hacer. ¡y qué bien lo hace! ¿Por qué entonces le pedimos que vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos cuando sabemos que no tiene ojos sino para nosotros, madre, madre nuestra?»[6] c) Isabel que ama a Dios, Aquella que es ayudada por Dios. d) Juan, el que es fiel a Dios. Así el nombre alude al ser y el ser es la esencia y/o la naturaleza; el ser es el fundamento último y la categoría suprema de la realidad; también puede ser una realidad individual a la que llamamos ente (cosa, física o no), cuando hablamos del ser nos estamos refiriendo a su vida, o sea al ente (creado o no) y dotado de vida, a su existencia, -también- a la causa de lo que se expresa.

Insistimos en la acogida a la Voluntad Divina. El Plan Divino no nos fuerza ni nos encadena en forma alguna. Nuestra libertad es inalienable. Y, sin embargo, Dios escribe recto pese a encontrarse frecuentemente con renglones torcidos. Por otra parte el modelo que nos ofrece la Virgen es el de ser dóciles, disponibles abiertos a la propuesta Divina, adecuada al servicio que de uno se pudiera esperar. Y eso nos lleva una vez más a la Segunda Lectura, donde leemos la consigna: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad” y, en este caso es el propio Jesucristo quien se ofrece obediente al Padre (cfr. Hb 10, 9b). ¿Qué ofrece? Él no ofrece una parte suya, se ofrece en la Totalidad de su Ser. La oblación de su Cuerpo, ¡su Cuerpo y su sangre! Nuestra Comunión.






[1] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed Planeta Barcelona-España. 1998 p. 90
[2] Benedicto XVI. EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Ed. Librería editrice vaticana. Romana Madrid-España 2012. p. 23.
[3] Ibid, p. 26
[4] Mazariegos, Emilio L. ESTALLIDOS DE GOZO Y ALEGRÍA.  Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003. p. 117.
[5] Benedicto XVI, LA INFANCIA DE JESÚS Ed. Planeta Bogotá-Colombia 2012, p. 37
[6] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ed Sígueme. S.A. Salamanca-España. 2000 p. 210

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