sábado, 23 de septiembre de 2023

Sábado de la Vigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario



1Tim 6, 13-16

Hoy concluimos nuestro estudio de la Primera Carta a Timoteo, leyendo la conclusión de la Carta. (Sin embargo, téngase en cuenta que la Carta tiene una “postdata”, conformada por 5 versos, que van del 17-21)

 

Ayer, habiendo saltado los capítulos 4, 5 y el inicio del capítulo 6, estudiamos lo pertinente a la polémica de los falsos doctores. Hoy, continuamos justamente donde lo dejamos ayer.

 

Nos hace conscientes que estamos ante Dios, Padre de toda criatura, y ante Jesucristo, careado por Pilato, y ante quien sostuvo la Confesión de su Misión Redentora, sin menguar y menos disimular su Realeza como Mesías-Cordero de Dios.

 

De esta Misión Salvífica de Cristo, desprende el pedido que es Testamento, de mantenerse Fiel en el Mandato Cristiano sin macularlo en lo más mínimo. Esa perseverancia tiene un término, hasta la Parusía. Cuando se hará perceptible a todos los ojos que lo hayan merecido su Realeza Celestial, como Supremo Habitante de la Luz Divina, que no cesará de esplender por toda la Eternidad.

 

Como podemos ver, la Carta cerraba con esta solemnísima exhortación a Timoteo: llamado a la fidelidad Episcopal.

 

El lunes, empezaremos un brevísimo estudio del Libro de Esdras, que nos ocupará hasta el miércoles.

 

Sal 100(99), 1-2. 3.4.5

Sepan que el Señor es Dios: que Él nos hizo y somos suyos,

su pueblo, ovejas de su rebaño.

 

Este es otro salmo del ritual de la Alianza. Podemos imaginarnos la Alianza como una torre levantada con fichas apiladas, y luego, la necedad de uno de aquellos niños -que jugaban a ser constructores de torres- lo lleva a desparramar todas las fichas, y derribarlas. Sin embargo, algunos de sus amiguitos, alcanzaban a comprender que aquello era mucho más que un juego, que estaban “jugándose” en la tarea del apilamiento, la relación con su Padre del Cielo, y ni cortos ni perezosos, se dan a reconstruir y organizar, una sobre otras, las piezas innumerables de la “torre”, llamada Alianza. A esta actividad reconstructiva la llamamos “restablecimiento de la Alianza”.

 

Cuando está listo el apilamiento, entonces, llega el momento celebrativo de -por medio de una liturgia- hablarla a tan Magno Aliado y rogarle perdone la necedad del niño o niños que la profanaron.

 

Surge entonces un concepto hebreo muy interesante para nosotros: la celebración de haber superado la “necedad” y haber -contra toda “pilatuna”-, vuelto a levantar la derruida Torre. La dicha es porque no se trata de una torre cualquiera, sino que es la Torre que compromete la Vida Eterna. Los que la han logrado levantar de nuevo, tiene una profunda intuición mística que les dice, lo que habéis hecho, tiene un significado “magnífico” a los Ojos de YHWH. Resulta entonces que esta celebración de la Alianza Renovada generó la תודה [Todah] “Acción de Gracias”, lo que en griego se dice “Eucaristía”.

 

¡Ojo! Al decir liturgia tenemos que comprender que se trata de un “trasparentar” cómo es una Fiesta en el Cielo; valga decir, es un retazo del Paraíso Celestial que se pre-figura aquí, a nuestro alcance, como si lo viéramos en un Aleph.

 

La dulzura de la Todah radica en que no es producto de una pesada tarea -de pronto impuesta y que nos vemos obligados a realizar, es un “juego infantil”, libre de toda imposición despótica y arbitraria; cada quien puede ayudar a acomodar las fichas, no tiene que hacerlo según algún detallado manual, basta que su aporte sea hecho con Amor. Y la Torre resultante, será un fruto de estética-suprema, precisamente porque es una arquitectura no babélica, sino Amorosa. 

 

Lc 8, 4-15

Nosotros, nuestro corazón, es el suelo.

 

La Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio…

Papa Francisco

 



Hoy encontramos la maravillosa parábola del sembrador. A través del sembrador se nos presenta la Misericordiosa Generosidad de Dios, que siembra a diestra y siniestra, sin limitaciones, ni haciendo acepción de terreno. Es casi escandaloso, alguien con el menor conocimiento de las labores agrícolas le refutaría, ¿por qué no limita su siembra a los terrenos que muestran mayor fertilidad? En su manera de esparcir la semilla, casi alcanzamos a adivinar su preferencia por las tierras más secas y áridas. Nos atreveríamos a decir que Él quiere que todo terreno, aún el más áspero, pueda -el día de la cosecha- producir algo para el hortelano. ¿Cómo podemos olvidar aquella otra parábola en la que sale a contratar jornaleros y desde temprano en la mañana al despuntar el día, hasta bien entrada la tarde, va contratando a todos los que tienen necesidad de ganarse un denario para llevar el sustento a sus hogares? (Cfr Mt 20, 1-25)

 

Son parábolas que nos cuestionan profundamente, que nos hacen ver la lógica tan diversa de Dios. Su atención está totalmente orientada a un interés diferente del interés de ganancia. En la misma corriente lógica -tan absurda para nosotros- está el Pastor que abandona las 99 ovejas “juiciosas” en el aprisco, y se desvive buscando a una solita que se le desvió, con nuestra mentalidad lo censuramos, pero si nuestra mirada se dirige a la extraviada, entonces -súbitamente- caemos en la cuenta de la urgente necesidad que tiene de ser socorrida ante el acoso mortal del lobo. Si el pastor” no la salva, ¡morirá!

 

En el Evangelio según San Juan, hay una pauta exegética que lo revela todo: Hay “pastores” que sólo les interesa la paga, pero el “dueño” del redil no dudará en arriesgar su vida para que la única en riesgo se salve. (Cfr. Jn 10, 11-13)

 

¡Todo esto es un galimatías que no descifra nadie! La Carta a los Romanos nos muestra el código de cifrado, cuando dice: “Cuando todavía éramos débiles, en el tiempo señalado, Cristo murió por los pecadores. Por un inocente quizás muriera alguien; por una persona buena quizás, alguien se arriesgara a morir. Ahora bien, Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Rm 5, 6-8)

 

Pese a todo, con gran estupor me he encontrado a los que ante el Crucificado lo único que tiene por decir es: ¡Yo no le pedí que se dejara matar por mí!

 

Después de oír esta respuesta, apenas si sobreponiéndonos a la tristeza de tamaña ingratitud, levanto los ojos y ¿Qué veo? Allí está Él, ¡Feliz! aventando la semilla, y ¡no ha cambiado su técnica! Aun cuando mucha semilla caiga al borde del camino, mucha semilla germine sin raíz, y otra, quede sofocada y no llegue a dar fruto maduro porque los atafagan las premuras de la vida, los placeres y los afanes de enriquecerse.

 

Su afán no es tener repletos los graneros, sino darle a cada uno su denario para que puedan comprar del Pan de Vida; ¡El que tenga oídos para oír, que oiga! 

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