sábado, 10 de diciembre de 2011

UN CUENTO PARA ADVIENTO

Is 61, 1-2. 10-11 Lc 1, 46-48.49-50. 53-54 1Tes 5, 16-24 Jn 1, 6-8. 19-28

El que Es, nace; se hace creado quien no lo es; el infinito se hace extenso merced al alma racional que hace de mediadora entre la divinidad y la gravedad de la carne. El que enriquece mendiga. Se empobrece tomando mi carne para que yo me enriquezca con su naturaleza divina. Se vacía quien está repleto de todas las cosas, pues, verdaderamente, durante un breve tiempo se vació de su gloria para que yo participara de su plenitud.

Gregorio Nacianceno

Por poco detallistas que seamos nos habremos dado cuenta que el ornamento para las liturgia de estos domingos de Adviento es morado. El morado indica penitencia. Es lógico que si nos estamos preparando para la venida de Jesús, para rememorar su Encarnación, hagamos penitencia para estar vigilantes, para que no nos vayan a pillar dormidos; por el contrario, si queremos estar bien vigilantes debemos hacer un acto de contrición, tomado muy en serio, y para rematar, acudir al confesonario y, de pronto –no faltará alguien quien lo quiera perfeccionar con un poco de ayuno. Eso si, ya todos los habrán recordado, lo fundamental son las obras de Misericordia, y una vez más lo diremos, a riesgo de sonar a cantinela, tanto las materiales como las espirituales.


En medio de esta temporada penitencial no podemos perder de vista ¿para qué nos estamos preparando?  Tengamos muy presente que nos disponemos a recibir a Jesús, recordando que Él se hizo Hombre, abandonando la naturaleza que es la Suya, la Divina y, abajándose, replegando su Majestuosidad, convirtiéndose en un Bebé Humano –en quien convergían las dos naturalezas, hipostáticamente, sin anularse ni sobreponerse la una a la otra. Continuando la cita de Gregorio Nacianceno, «¿Cuál es la riqueza de su bondad? ¿Qué misterio es éste que me rodea? Yo participé de la imagen de Dios y no la guardé. El participó de mi carne para salvar la imagen y hacer inmortal la carne. El tomó parte de una segunda unión con el hombre, más extraordinaria que la primera por cuanto entonces me hizo participar de una naturaleza mejor y ahora es El quien toma parte en una naturaleza inferior. Esto es con mucho más divino que lo primero. Esto, para quienes son sensatos, es mucho más sublime.»[1]

Es por esta razón que, en medio de toda la penitencialidad de la temporada de Adviento, a este III Domingo de Adviento lo denominamos “de Gaudete” de la palabra latina «Gaudes» que significa alegría, regocijo, gozo; porque la Antífona de Entrada comienza con estas palabras: “Estén siempre alegres en el Señor”. Esto, litúrgicamente se resalta usando un ornamento rosado. Ante semejante recordación que se celebra con la Navidad, qué otra cosa cabe que la más profunda dicha: Retornamos sobre la idea de lo que debe caracterizar a un fiel creyente: su optimismo, su esperanza, su alegría en el Señor,  porque como dice en la Primera Lectura, “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios” Is 61, 1-2a. 10-11; también se expresa en el Salmo esta alegría tomado del Magnificat “…mi espíritu se llena de jubilo en Dios, mi Salvador” (dos ideas son focales en el Magnificat: Dios guarda a Israel en su Corazón y Dios es preferencial con los pobres y los humildes), y en la Segunda Lectura nos exhorta San Pablo a vivir nuestra fidelidad al Señor siempre alegres y al final de la perícopa nos da la razón para que podamos vivir esa alegría: “El que los ha llamado es fiel y cumplirá su promesa”. 1Tes 5, 24 Y para que se sostengan los invita a la oración constante y a la Acción de Gracias –que es nuestra vocación de cristianos- lo que evitará que nos desanimemos cf. 1Tes 5, 17-18.

Sin embargo, somos especialista en eclipsar la más rutilante felicidad–verdadera con nuestro afán de acumulación, con la fiebre consumista, con los afanes del mundo y la manera de aferrarnos a las cosas y las personas (Cf. Mt 13, 22). En el fondo evangélico siempre hay un desafío a que viajemos ligeros de equipaje (Cf. Mt 10, 9-10).

Nuestro cuento de Adviento[2] para esta oportunidad se titula «El círculo del 99»

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día el rey lo mandó a llamar. Paje -le dijo- ¿Cuál es el secreto?¿Qué secreto, Majestad?¿Cuál es el secreto de tu alegría? ¡No hay ningún secreto, Alteza!. No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto. ¿Por qué está siempre alegre y feliz? ¿Por qué? Majestad, no tengo razones para estar triste. Amo a Dios sobre todo, su Alteza me honra permitiéndome atenderlo, tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz? Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar, dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado!!!!  Pero, Majestad, no hay otro secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...Vete, ¡Vete antes de que llame al verdugo! 
El sirviente sonrió un poco asustado, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana. ¿Por qué él es feliz? Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo..¿Fuera del círculo? Así es. ¿Y eso es lo que lo hace feliz? No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
-A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
-Así es.
-¿Y cómo salió?
-Nunca entró
-¿Qué circulo es ese?
-El círculo del 99.
-Verdaderamente, no te entiendo nada.
-La única manera para que entendiera, sería mostrártelo en los hechos.
-¿Cómo?
-Haciendo entrar a tu paje en el círculo.

-Eso, obliguémoslo a entrar.
-No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
-Entonces habrá que engañarlo.
-No hace falta, Su Majestad.
-Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito. Son pocos los hombres tan grandes que sean capaces de resistir.
-¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
-No, al contrario. Pensará que es su fortuna.
-Y después, cuando se sienta infeliz, ¿no podrá salir?
-Si podría, pero muy pocos hombres son capaces de lograrlo. Les llamamos "santos".
-Que esperas, hagamos la prueba.
-Majestad, ¿Está dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
-Sí
-Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
-¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso? Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
-Hasta la noche. 
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste.”Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena. 
El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido de la bolsa sobre la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían, ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60 hasta que formó la última pila: 9 monedas!!! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. “No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.¡Me robaron -gritó- me robaron, malditos!!Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro “sólo 99”. “99 monedas. Es mucho dinero”, pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo, pensaba- Cien es un número completo pero noventa y nueve, no. 

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguno de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.  Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?.Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. “Doce años es mucho tiempo”, pensó. Quizás pudiera decirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡¡¡Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender.... vender.... Vender.... estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno?¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien. El rey y el sabio, volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99... Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y amargado. ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo. Nada me pasa, nada me pasa.
Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo. Hago mi trabajo, ¿No? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también? No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje del círculo del 99. 


“La posesión es la gran amenaza contra la identidad. «Tener» es el gran enemigo de «ser». Coger, agarrar, acaparar. «Yo tengo», «yo consigo», «yo poseo», «yo domino»… son sólo lamentables, aunque por desgracia frecuentes, sustitutos del sencillo y directo «yo soy». Son velos, máscaras, cortinas, disfraces…”[3]

Cuando a Juan Bautista se le pregunta si él es la Luz el no se deja atar a “la centésima moneda de oro”, con entera libertad declara que él simplemente es la Voz; su libertad, su desprendimiento, le permite declarar que Aquel que viene detrás de él es Alguien a quien Juan el Bautista no es digno de desatarle las correas de sus sandalias. San Agustín dice “Juan es la Voz, pero el Señor es la Palabra. Juan es una voz en el tiempo; Cristo es ya, en el Principio, la Palabra Eterna

La frase penúltima de la perícopa del Evangelio de San Juan que leemos hoy, «Yo bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno que no conocen y que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias.» Jn 1, 26-27, compendia esa humildad, ese desprendimiento del que venimos hablando y que para nosotros es un ejemplo a seguir. Juan el bautista bautizaba «con agua; pero él (o sea Jesús) los bautizará con el Espíritu Santo» Mc 1, 8b con esta frase –tomada del Evangelio según San Marcos- explica “el precursor” porque Jesús está por encima de él.

La “sandalia” tenía un simbolismo legal y representaba la transmisión o herencia de un cargo o función, como es el caso de la función conyugal del hermano que moría sin dejar descendencia y que tomaba la sandalia para engendrar en su cuñada y darle –al hijo- el nombre del hermano (ley mosaica del levirato, por ejemplo ver Mt 22, 23-33, aún cuando allí no se menciona para nada la sandalia). Ahora bien, “Parece que al final del primer siglo cristiano, todavía existían círculos de discípulos de Juan Bautista. Eran grupos que nunca fueron conquistados a la fe cristiana…Como algunos bautizados por Juan, creían que él era el Mesías, este Evangelio (el de San Juan) hace que el propio Juan (el Bautista) diga lo contrario…Desde sus primeros versículos este Evangelio dirige estas líneas a otros seguidores del Bautista que todavía 60 años después, iban haciendo competencia contra los cristianos.”[4]

A esa tarea se dedicó San Juan el bautista, a vaticinar la llegada de Jesús, a llamar a la conversión; parece ser que “Juan vivió en el desierto desde niño. Probablemente en el monasterio de Qumrán con los cenobitas del desierto de Judea, esenios, que ahora nos son bien conocidos gracias a los sensacionales descubrimientos de las grutas del Mar Muerto”[5] y a ejercer una humildad y austeridad que identificaban al profeta, y el profeta –por definición- está llamado a derribar y construir, a denunciar y anunciar; un desprendimiento y un desapego, que incluye su desapego a la vida que finalmente entregó por la rabia que la princesa Idumea Herodías le tenía, ya que no le aprobaba que viviera con Herodes Antípas, hermano de su esposo Heródes Filipo (Mt 14; 1-12).

“Así terminó la historia de un hombre raro que pasó su vida gritando a los vientos en el desierto, proclamando el fin de un tiempo y el comienzo de una verdadera “New Age”; que dijo la cruda verdad a oídos incapaces de soportarla; que no tuvo pelos en la lengua para cantarle cuatro frescas a quienes las necesitaran, ni tuvo otro compromiso que los que trabó con Dios; que fue todo menos un demagogo; que tuvo hambre y sed de la gloria de Dios; que supo que ya no tenía que esperar más, porque el objeto de su espera fue colmado por otro “raro” llamado Jesús, que daría que hablar con sus signos y prodigios.”[6]

Para Juan el Bautista es una condición esencial para poder recibir a Jesús y aceptarlo como Mesías, que dejemos de lado vivir centrados en nosotros mismos y aceptemos que el Centro-Existencial es el que bautiza con Espíritu Santo. Observemos que esto es lo que San Marcos pone en el comienzo de su Evangelio y también San Juan lo ha puesto en su Primer capítulo.

En el último verso se lee Betania, pero en varias versiones dice Betabará. En todo caso, está al otro lado del Jordán, al oriente, porque para llegar a la Tierra Prometida Josué los hizo cruzar el Jordán; ahora Jesús, en el Nuevo Éxodo, los llevará a la Tierra de Promisión y como signo, también se atraviesa el Jordán.

También yo, como Juan,
soy sólo un pequeño e insignificante fragmento
de una historia grande
que Tú, Señor, escribes y guías
también por medio mío.
Amén.[7]





[1] San Gregorio Nacianceno.  HOMILÍA 38 #13
[2] En realidad, no son cuentos de Adviento, nosotros los hemos escogido para que sean verdaderas parábolas para esta temporada, iluminados desde la Luz de las Escrituras
[3] Valles, Carlos s.j. CALEIDOSCOPIO Ed. Sal Terraae Santnder 1985 p.107
[4] Seubert, Augusto OFM Cap. COMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo, 1999 p. 19-20
[5] Bravo, Ernesto. LABIBLIA HOY. Ed. San Pablo 1995 p. 233
[6] Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTICOS. Ed. San Pablo Bs.As. 2004 pp. 50_51
[7] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN Tomo II Ciclo B Ed. San Pablo Bogotá p.17

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