sábado, 3 de diciembre de 2011

BAUTISMO CON ESPÍRITU SANTO

Is 40, 1-5. 9-11 Sal 85(84) 2Pe 3, 8-14 Mc 1, 1-8

τοιμάσατε τν δν Κυρίου εθείας ποιετε τς τρίβους ατο
Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.
Mc 1, 3b


Con frecuencia nos referimos a las dos venidas de Jesucristo: la primera, su nacimiento en Belén y la segunda, la Parusía, es decir, la así llamada “segunda venida”, al final de los tiempos. Quisiera referirme a la tercera venida: Jesucristo está viniendo a todo momento a nuestra vida, nos sale al paso, se nos hace el Encontradizo.

Ya hemos mencionado, en otra parte, que muchas veces no lo reconocemos, que a veces ni siquiera lo volteamos a mirar, lo que le ofrecemos es nuestra más rotunda indiferencia.

Frente a los Templos Babilónicos, donde el pueblo Israelita vivió su exilio,  se aplanaba un sendero, como para que su dios saliera del templo y pudiera avanzar por una vía desbrozada. A este camino, de corto tramo, allanado por los esclavos se le denomina  “Vía Sacra” aludiendo a que estaba dispuesto para la deidad. Por analogía, el profeta Isaías propone otro tanto: invita a su pueblo también a «Preparar el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y toda colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.» En el momento de emitir esta profecía Isaías visualiza que la deportación está por concluir y que, en breve, podrán regresar a su Patria, entonces, así como Dios acompañó a su pueblo cuando salió de Egipto, seguramente caminará ahora también a su lado en el regreso del exilio. El profeta lo ve venir, ya cercano y proclama: «Aquí llega el Señor lleno de poder». Lo que él visualiza, lógico, era la venida de un Dios-de-los-Ejércitos.

Esta “Vía Sacra” será, para Juan el Bautista, una parábola del acto de conversión, un ejercicio de metanoia, un “bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. Para Juan el Bautista la Vía Sacra es una alusión que nos llama a “enderezar nuestros senderos”: arrepentirnos y abandonar la vida pecaminosa; vivir de acuerdo con la Ley de Dios.

Pero este arrepentimiento y esta conversión tienen como finalidad estar preparados para dar acogida al que viene revestido de toda autoridad y poder para juzgar y poner a su derecha o a su izquierda como vimos en el Evangelio de Mateo para el 34º Domingo Ordinario, fiesta de Jesús, Rey del Universo Mt 25, 31-46. Ahora, su Parusía no tiene por que ponernos los nervios de punta. Muchas personas viven pendientes de los vaticinios del “fin del mundo”, sumidos en la más angustiosa zozobra, tratando de anticiparse a los hechos. ¿Qué esperaran? ¿Pretenderán meterse debajo de la cama?

Debemos velar para que su llegada no nos sorprenda “dormidos” en la pecaminosidad. Estar siempre vigilantes –lo hemos dicho- practicando constantemente las obras de Misericordia, las corporales y también las espirituales. Evitemos, a toda costa, que existan elementos que pudieran impedir nuestra resurrección para la vida eterna, seamos conscientes que nos podemos hundir en la muerte eterna. Lo anterior no se dice –como se hacía en el pasado- para construir una fe basada en el temor; pero, no se puede ocultar una verdad que compromete el alma por un período de tiempo tan extenso: por toda la eternidad.

Cada personaje bíblico nos enseña una lección, nos habla de nuestros deberes de fe, nos propone un modelo de conducta y nos Revela la Voluntad de Dios. ¿Qué nos enseña Juan el Bautista? Juan el Bautista nos ilustra el deber de anunciar la Buena Noticia: la proximidad del Reino. A ese anunció le consagró todo, vive pobremente, se alimenta con extrema frugalidad (recordemos que se nutría con langostas y miel) reduciendo sus necesidades al mínimo indispensable, ya sabemos que rico no es quien mucho tiene sino quien poco necesita, porque con lo más poco, se sabe conformar.



Se suele ignorar su mensaje y el nuestro, se dice que son bobadas, que la ciencia ha demostrado que patatín-patatán, y por eso, ellos que no aceptan “esta clase de ingenuidades”, prefieren jugarse “el todo por el todo”, óigase bien: ¡el todo!. Así es, el todo, porque el alma y la prerrogativa de vivir eternamente, es lo único que tenemos en propiedad, nada más poseemos más allá de la temporalidad. San Juan Bautista, a quien conocemos con el nombre del precursor, sufrió la prisión y, luego, entregó su vida porque no fue cómplice de la conducta inmoral de Herodes. Nos enseña a no cohonestar con lo que de suyo es incorrecto y atenta contra los valores evangélicos, que ya lo hemos dicho en otra parte, son los valores que verdaderamente humanizan.

Son muchos los que se pueden salvar gracias a nuestra intervención en la cadena evangelizadora, por eso –lo decía San Pablo, debemos predicar “la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, amenazando o aconsejando, siempre con paciencia y preocupado de enseñar” 2Tim 4, 2. Y, a continuación nos advierte de la cerrazón que sobrevendrá y de la terquedad en no aceptar el Mensaje Salvífico, “se apartarán de la verdad para volverse hacía puros cuentos” 2Tim 4, 4b.

No será suficiente procurar nuestra Salvación, urge compartir a otros la experiencia del amor de Dios. La ternura de Jesús reducido a pura humildad, nacido en un establo, nos hará visualizar, en este tiempo de Adviento lo que significa el Amor de Dios por sus criaturas.

Ahora, quisiera compartirles un cuento tradicional de la India: Todos somos vasijas agrietadas. Así como el profeta Isaías nos invita a otear la esperanza, así también nosotros debemos ser capaces de presentir detrás de nuestras limitaciones y fragilidades las “flores” de evangelización que, con el agua que vamos dejando escapar por el camino, florecerán; todo porque el Aguatero Divino que conduce nuestra vasija, se ocupa que todo sea para nuestro mayor bien. Este optimismo es un requisito de nuestra fe porque es él el que alimenta nuestro dinamismo impidiendo un debilitante sentido de resignación.

Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua hasta el final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa del aguador; en cambio cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua.

Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección, y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de dos años, la tinaja quebrada le hablo al aguatero:

-“Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.”


El aguatero le dijo compasivamente: -“Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”. Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores a lo largo del trayecto. Sin embargo se sintió apenada porque solo quedaba dentro suyo, la mitad del agua que debía llevar.

El aguatero le dijo entonces: -“¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.”

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener hermosos resultados.


A pesar de nuestras grietas, Jesús siempre -revisemos las páginas del Evangelio- incorporó a sus Milagros la participación humana. No que Él no pueda sólo, es que cuenta con nosotros, es un Hermano Mayor que deja que sus menores aprendamos, cooperemos, pongamos todos algún ladrillo en la Ciudad de la Misericordia.

Este es el valor del Adviento: Si Jesús nace, con Él nace el Reino, el Reinado de Dios se hace posible, se hace factible y Él nos guía cómo construirlo. Su enseñanza es bautismo de Sabiduría, de Justicia, de Amor; este bautismo de Espíritu Santo sana nuestras debilidades, perdona y enseña a perdonar. Es por esta razón que Jesús en Mateo 12, 28b dice «comprendan que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.»

Comprendiendo que Jesús está viniendo a nuestra vida en todo momento comprenderemos una de las ideas fundamentales del Adviento: Que Jesús es el Emmanuel, Jesús es Dios con nosotros. Y su Reinado ya está aquí, en ciernes. ¡Ea! Aportemos.

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