viernes, 24 de mayo de 2024

Viernes de la Séptima Semana del Tiempo Ordinario

 


Stg 5, 9-12

Un problema que aflora prontamente es el de la queja. La palabra que se usa aquí es στενάζω [stenazo] que se refiere a un “gemido”, producto de lo que se avecina, de lo que se viene encima. Santiago aquí nos llama la atención y nos previene contra esos gemidos, esas angustias y afanes por la manera como se dan las relaciones con los hermanos de la comunidad. Y, en cambio, nos aconseja la μακροθυμίας paciencia”, “mansedumbre”, y la κακοπάθειαresistencia”, “la capacidad de aguante ante algo molesto y aflictivo pero que se soporta para cumplir la Voluntad Celestial”.

 

Nos pone como primer modelo a los profetas, a quienes exaltamos porque contra toda adversidad fueron pacientes poniendo por encima el Nombre del Señor, y pronunciando, a la letra, lo que Dios ponía en sus labios.

 

El segundo modelo mencionado es Job, cuya paciencia es modelo, y cuyo desenlace de vida demostró que, el Señor es “Compasivo y Misericordioso”.

 

Cuando presentábamos a Santiago el martes, señalábamos la honda influencia del Evangelio Mateano sobre él y, en particular, la del Sermón del Monte. Hoy, Santiago glosa a Mt 5, 33-37:

«Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos.

Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey.

Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro.

Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno.

 

Este cuidado para no reforzar nuestra palabra con juramentos, es frecuente y se torna fácilmente hábito del habla; parece trasparentar una inseguridad en los contenidos de nuestro propio discurso, no basta que lo digamos nosotros, sino que ponemos como garante a la Divinidad o a sus criaturas. Se oye, a veces, que hay personas que ponen como testigo de su veracidad la propia vida de la mamá.  ¿Quién es uno para poner en riesgo a otra criatura por la fragilidad y la incredulidad que desata nuestro hablar?

 

Hablar, interponiendo juramentos (muchas veces para respaldar nuestras marrullas) nos condena.

 

En cambio, podemos realzar nuestro decir, cuando la gente se vaya dando cuenta que, por encima de cualquier conveniencia y oportunismo, lo que decimos está respaldado por la verdad y el compromiso. Nuestro discurso deberá ser un testimonio de coherencia con lo que creemos. Si Dios es veraz y eternamente fiable, nosotros que somos sus “hijos” no podemos permitir que nuestros labios actúen de otra manera. El que miente y el perjuro, es de la ralea del Maligno como lo señaló Jesús en el Sermón del Monte que nos relata San Mateo.

 

 

Sal 103(102), 1b-2. 3-4. 8-9. 11-12

Hoy tenemos un salmo de Acción de Gracias: Un salmo eucarístico. Aquel que ha pecado y recibe el Perdón de Dios, dejará brotar a raudales su gratitud frente a un Dios que es “Compasivo y Misericordioso”. Es lo que quiere resaltar el responsorio para que lo gravemos profundamente en nuestras consciencias:

 

Dice el salmista que, “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades”.

 

Su gratitud no es algo que brota sólo del corazón, el quiere que todo su ser, cada parte, cada dedo y cada cabello reconozcan que Dios le ha otorgada beneficios incontables.

 

Cuando mereceríamos habitar la morada de los muertos, Él va y nos rescata, y no para en generosidad y añade a la salvación la ternura de sus cuidados.

 

Es interesante y muy importante que al dirigir nuestros ojos hacia Él reconozcamos cuál es la naturaleza Divina, que YHWH no es un dios de rencores, que su ira está extremadamente contenida, no se trata de un Padre que tiene estallidos de furia incontrolada. Todo lo contrario, es Clemente y no está siempre presto a conducirnos al Tribunal.

 

Él, con su Gigantesca Bondad aleja de sus Ojos nuestras faltas, interponiendo entre ellos y su Justicia, la distancia que hay entre el oriente y el poniente que jamás alcanza el uno al otro, o sea que su rencor es absorbido por la Magnanimidad del Olvido.

 

Todo esto que expresa el Salmo es necesario entenderlo y tenerlo bien presente para, sobre ese fundamento, levantar el edificio de nuestra fe.

 

Mc 10, 1-12



Otra vez los fariseos vienen a tenderle una celada a Jesús. Quieren que incurra en algún ataque contra la Ley Mosaica para tener motivo de acusarlo y presentarlo al Sanedrín.

 

Jesús les muestra que Moisés en verdad resquebrajó la Voluntad del Padre Celestial cuando aflojó lo que estaba en el Proyecto de su Divina Paternidad, comprendiendo que ellos no daban la talla para cumplir Su Voluntad. Moisés suavizó la norma porque sabía que son un pueblo de dura cerviz.

 

Observemos, y para mostrarlo Jesús va a la Torah, y les señala como al momento de crear al hombre y darle pareja, Él los soñaba con tal nivel de Unidad que los dos se sintieran “una sola carne. Él no quería -no era ese su sueño- que el hombre y la mujer disolvieran el Sagrado Vínculo con el que fueron creados.

 

No atacó la ley mosaica, pero si les sacó el corazón del pecho para que -puesto a la altura de sus propios ojos- se dieran cuenta que la “Dureza de su Corazón” no tenía capacidad para contener y cumplir la Voluntad del Señor.

 

Es curioso que, una vez en la privacidad, los discípulos quisieran volver sobre el tema. Quizás nadie se imaginaba que nuestras limitaciones, el hecho de tener un alma-a-semejanza-de-la-Divina, nuestra vasija de barro -en la que está contenida- limita los alcances de nuestra espiritualidad y nos hace endebles para dar cumplimiento a los anhelos del Divino-Corazón.

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