martes, 28 de mayo de 2024

Martes de la Octava Semana del Tiempo Ordinario


 

1Pe 1, 10-16

Llamados a heredar del Mesías la Santidad

El profeta recibe un “Mensaje” que no tiene claridad cómo llegará a cumplirse, no puede adivinar los recónditos laberintos que recorrerá la historia y sólo intuye la luminosa claridad que reviste el “Mensaje”. Los profetas antiguos supieron de la venida del Mesías, de Él tenían unos retazos que lo prefiguraban con líder, como “Salvador”, y -tomando de lo que tenían más a mano- los datos de Moisés y de David sabían de Su Valor, de su liderazgo, de su Poder -recibido de lo Alto- en fin, que colmaría todas las expectativas. Tenían que “anunciar” una Esperanza Magnifica, que, de todas maneras, inclusive para ellos, guardaba ribetes mistéricos. En todo caso y muy en concreto, sería el Salvador de las almas.

 

El “Mensaje” tan contundente que ya -por ejemplo, Isaías- visualizaba en el Siervo Sufriente, dejaba entrever una “Pasión” que Antecedería a la Glorificación, valga decir, una Cruz que precedía la Resurrección.

 

Uno de sus rasgos prominentes era que ese “Vaticinado”, no llevaría a cabo sus Proezas para magnificar su “Nombre”, sino que su Nombre sería magnificado en provecho nuestro. Era claro pero desbordante de Misterio, ¿Por qué iba dios a obrar tan Altos Beneficios poniendo su propio ser en nuestras “manos”? Tal vez, a imagen del egoísmo que tan esforzadamente hemos aprendido, no nos cabe en la mente que Dios mismo se jugara todo por nosotros.

 

¿Cómo podemos acercarnos a contemplar tan esplendorosa Zarza que Arde-sin-Quemarse? El propio Dios nos ha respondido, quitándonos las sandalias (valga decir purificándonos) y con reverente abandono, desprendiéndonos de las tradiciones que obnubilen nuestros sentidos impidiéndonos adentrarnos en la “Novedad” del Mensaje.

 

Esa purificación nos implica en ese proceso de perfeccionamiento que requiere la limpieza del alma, sin segundas intenciones, libres de intereses mezquinos, totalmente dados el ejercicio del Bien como Jesús que se sacudió de todo y se desprendió hasta de sus últimas gotas de sangre y agua en favor de quienes Ama, porque el amor se defina así, querer todo el bien para el amado. Y así se puede traducir, porque Jesús nos dio toda la gramática de su Mandamiento del Amor, y se abajó, y no se “aferró” a su Poder, sino que se abajó y se anonadó, arrancándose la piel, que no era la suya, sino la que se había tejido como Manto, con los hilos de nuestra pecaminosidad.

 

¿Cómo podía profeta alguno llegar el fondo de esta “tamaña densidad”? Y hubo uno que pudo, y fue Juan, el Precursor, que al verlo, descubrió que se trataba de “el Cordero de Dios”, que con su Sacrificio Vicario había venido a “a quitar el pecado del mundo”.

 

Sal 98(97), 1bcde. 2-3ab. 3c-4

Al agradecer (Eucaristía) todas las Maravillas obradas por el Señor a favor nuestro, requerimos ampliar nuestra camisa, y evidentemente ya no podemos seguir usando la que tuvimos de bebés.

 

No podemos figurarnos que ese “en favor de la Casa de Israel” consiste en un “cheque en blanco” para que podamos pisotear a nuestros semejantes y hacer del resto de la humanidad un cajón para alzar los pies y que ellos nos los sostengan mientras reposamos muellemente, algunos otros tendrán la misión de abanicarnos, mientras los demás nos tributen pleitesía, llenen nuestras copas y batan palmas para encomiarnos.

 

Bueno, y preguntaran algunos, si no es así: ¿cuál es, entonces, el “privilegio” que habremos de recibir en calidad de “pueblo escogido”? Y en el salmo se nos responde: dar a conocer su Salvación, difundir la Noticia, dar la Buena Noticia. “La justicia para todas las naciones”.

 

La corona de laureles, que ya ciñe nuestras sienes, es haber cumplido la tarea de lograr que en toda la tierra resuene Su Santo Nombre: proponerlo a toda la humanidad, para que todos, en glorioso coro y con Celestial armonía, aclamemos al Señor.

 

No se trata de una ovación multitudinaria, se trata de una vida que despliegue la fidelidad a sus Mandatos, una manera de vivir que signifique que hemos abierto nuestra existencia para vivir aquí, como se vive en el Cielo, la Voluntad Divina (como lo oramos en el Padre Nuestro).

 

No consiste en gritar y vitorear, en reflectores y parlantes y cámaras de humo y luces cambiantes y estroboscópicas; sino en aprender a vivir una vida, de tal manera que sea un “Cantico Nuevo”. Esa vida será el reconocimiento de que Su Reinado se ha llevado a término en nuestro corazón y hasta los confines de la tierra llegue “Todo Su Honor y Toda Su Gloria, y Toda Su Majestad”

 

 

Mc 10, 18-31



Está la imagen zen de la tasilla llena de té donde el maestro sigue sirviendo, a pesar de -ya estar llena- no puede contener más y lo que se sirva en ella, sólo se derramará. Siempre hay que soltar algo, para que podemos recibir algo más o algo nuevo. Para dar el siguiente paso, es necesario vaciarnos (kénosis) y así, darle cabida a “la nueva bebida”.

 

Hay dos modos de recibir: de inmediato, algo que sustituya lo anterior; pero, la otra manera, es recibir en el futuro, en el esjatón: hay que cambiar algo en nuestro hoy que nos abra a lo nuevo que recibiremos en la “edad futura”, a la que solemos llamar “Vida Eterna”, y con esa fórmula pasamos a un “concepto” esencial de nuestra fe: la muerte no es el fin, tras la muerte viene, por fin, el desplegarse de las alas de la “mariposa”: ¡Ah dulce metamorfosis que nos sobrevendrá!

 

¿Entraña acaso, eso, el descuido de la realidad por la que transitamos aquí? ¿Visualizamos esta vida como el patio donde Dios manda a jugar a sus “niños”, mientras Él acaba de hacer algún “oficio muy serio” para que no lo distraigamos, para que no lo perturbemos? Nosotros lo vemos distinto, en otra parte lo hemos dicho: estamos en el “Campo de Entrenamiento”. El espacio donde “el deportista” ensaya y cultiva sus potenciales para alcanzar su mayor realización a la hora del “torneo”.

 

¿Cómo podemos ganar la Vida eterna? ¿Qué relación hay entre la vida provisional que vivimos aquí y la que viviremos en las Moradas del Señor? Pero, hoy se nos entrega una verdadera paradoja: ¿cómo es posible que los primeros se vuelvan últimos y los últimos se hagan primeros? ¿No es esa una injusticia supremamente injusta?

 

Si verdaderamente a los que llegan a trabajar a las 5:00 de la tarde les pagarán igual que a los que madrugaron, sinceramente ¡prefiero no ir a trabajar a ninguna hora!

 

Claro que quienes lleguen muy temprano obtendrán la paga para suplir todos sus gastos personales y claro que Dios no se va a conformar con darles a los que llegaron tarde, sólo un mendrugo, (recordemos que ellos no salieron a trabajar tarde, no pudieron empezar antes porque se les había negado la oportunidad de tener trabajo en algún cultivo) (Cfr. Mt 20, 1-23).

 

Todos recibirán lo suficiente y lo necesario. Porque el Señor es Bueno y Generoso. Y aquellos que lo han abandonado todo para seguirLo, con el sólo hecho de haber estado con Él toda la Jornada ya han recibido el más anhelado jornal, una paga tan abundante, tan generosa, ¡una medida rebosante!: Aprender el Milagro de llevarles a otros el Verdadero Pan del Cielo, no el que nos dio Moisés, sino el que nos da el Padre.

 

Queremos recibir un tazón de oro lleno de las monedas más valiosas, y no vemos que gozamos la Amistad con el Rey de Reyes, el Señor de Señores. Aprendamos la lección de María (la hermana de Marta y de Lázaro) y embriaguémonos en las delicias de estar toda la jornada, sentados a sus pies, oyéndolo.

 

Solo valorando aquí, en los “campos de entrenamiento” el significado de la Amistad con Dios, podremos pasar al Banquete del Esjatón y reclinar en Su Pecho la cabeza, como lo hizo el Discípulo Amado.

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