sábado, 4 de agosto de 2018

RENOVARNOS EN MENTE Y EN ESPÍRITU



Éx 16,2-4.12-15; Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54; Ef 4,17.20-24; Jn 6,24-35

La gente busca a Jesús,… Su búsqueda obtiene resultados distintos, de acuerdo con el espíritu que la motiva: puede llegar a quedarse con Él y abrazarlo, o por el contrario, puede conducir a capturarlo y traicionarlo.
Faustino Salvi

Hay una continuidad en las enseñanzas de la Iglesia,
al elegir las Lecturas no se va de aquí para allá
desorientadamente;
la Iglesia ejerce su Magistratura,
elije las Lecturas con un norte y un rumbo
que nos permitan acercarnos al Divino Maestro
en discipulado.

El verdadero estilo de Rey, no rey mundano sino Rey-Celestial.
Un reinado basado en la entrega, en la donación, en el servicio, en el perdón y el amor.
Un reinado que nos acrece, nos ensalza, nos participa todo lo de Él,
para recuperar lo que un malhadado error nos perdió,
para deshacer el engaño de la serpiente y abandonar las torpes idolatrías
que el Maligno-abundante-en-artimañas desparrama doquiera
para nuestra perdición.


Jesús vino para rescatarnos la imagen y semejanza
según la que fuimos creados.
¡Él pagó el rescate!

Jesús vino a elevarnos,
de nuestro egoísmo y limitación,
de nuestra ceguera y nuestras ambiciones,
de nuestras avaricias y nuestras idolatrías esclavizantes.
Jesús vino y se hizo uno de nosotros
para que nosotros pudiéramos alzarnos a la categoría de hijos.
Vino a sublimar nuestro “barro” y a dignificarlo como barro-trascendente,
barro capaz-de-fe.
En fin, digámoslo breve pero contundentemente,
vino a participarnos su Realeza,
porque sólo así podemos ser capaces-de-Dios.


Si Él se hubiera ocupado de ser Rey,
de simplemente llenarnos la pancita,
nosotros seríamos más esclavos, más idolatras,
cada día habríamos vivido añorando las cebollas
y las ollas de carne que comíamos en Egipto.
Cada día seríamos más fetichistas,
         más alienados,
          menos libres.
Sí Él hubiera resuelto todos nuestros afanes alimenticios y de techo y vestuario
por arte y golpe de la varita mágica,
no pasaría de ser un mago de feria,
un Jesucristo Superstar,
    héroe farandulero.
Y nosotros, en vez de ser sus hermanos,
seríamos cada día más estiércol.


La economía de salvación no se centra en el hambre inmediata,
la salvación es un proyecto más integral,
más holístico –si se quiere-,
va más allá de las soluciones que llamaremos “parciales”;
el ser humano requiere soluciones que lo dignifiquen,
que vayan más alto y más al fondo que el pan limosnero.
(Queremos insistir que este afán, también es válido,
también hay que contestarlo,
no es menos importante,
pero no es algo que no se habría podido resolver sin que Dios se encarnara.
Para aquel que no tiene ni un mendrugo, esa es la primera urgencia,
pero para muchos que tenemos resueltas estas necesidades,
hay apremios más acuciosos).
No queremos de ninguna manera desviar la mirada del pobre
a quien Jesús mismo nos enseñó a mirar y a tender con opción preferencial.
No podemos ignorar al que pasa hambre física,
pero tampoco el Rey de Reyes ignorará al que está saciado de alimento
pero sufre otras ansias.
Se trata –no lo olvidemos- de poner la realeza de Dios en su justa dimensión
para captar por qué rehusaba Jesús el reconocimiento como rey
y por qué su reinado es de otra especie.


Vemos, de inmediato, que al hambre física Dios puede contestar con codornices,
o puede dejar al retirarse la capa de rocío,
algo muy fino que alimenta,
como semillas de cilantro, amarillentas
y que sustenta muy bien aun cuando no sepamos
ni cómo se llama y preguntemos: “¿Y esto que es?”
(recordamos aquí que en lengua hebrea
¿Qué es? Suena como “man-hu”[man-á]).

Habría bastado Moisés.
Dios podría nutrirnos sin pasar por el pesebre,
el destierro a Egipto,
su vida en Nazaret y Galilea,
sus milagros y sus parábolas,
su pasión y su crucifixión,
y su entierro y resurrección.
Digamos que todos aquellos problemas “económicos”
se pueden resolver sin Jesús.


En el caso de Jesús,
el tema de su reinado,
que no es el reinado de una sola persona,
sino el de la Trinidad,
se tiene que entender que no se trata de coronarlo Rey
puesto que ya lo es.
Tampoco se trata de concederle la Divinidad
porque Él la detenta por los siglos de los siglos.
Se trata de poder, digámoslo así,
“acceder” a su realeza.
Su realeza es lo que resulta desconcertante:
Acabamos de verlo alejarse,
evadirse.
Esquiva su “entronización”: 
“Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo
y proclamarlo rey,
      se retiró de nuevo al monte, él solo.” (Jn 6, 15).



“Esta gente” quiere proclamarlo rey
porque les ha saciado un hambre, la física;
preguntémonos si ¿esa podría ser la meta de Dios?,
el montaje de un restaurante popular que otorgue comida gratis.
¿Sería semejante proyecto un “plan Salvífico”?
Cierto que algunas personas requieren urgentemente este pan,
cierto que este milagro puede socorrer a algunos que están muriendo de hambre,
y no son pocos.
Seguramente pensando en ellos Jesús señaló:
“Denles ustedes de comer” Mc 6, 37a.
Para esos que están en la inanición,
el pan material es una urgencia impostergable;
pero, esa es sólo una faceta de la gran tarea salvífica.
Cuando nos reta a darles “nosotros mismo” de comer
nos señala una tarea que no es la salvífica,
no es esa estrictamente hablando la labor divina
sino la competencia humana.

Cuándo Dios nos nutre directamente de su Mano
lo que muestra –sin lugar a dudas- es su sensibilidad,
su solidaridad con nuestra especie,
que contiene el magma mismo del Hombre-Nuevo,
las células del Cuerpo Místico.

El mismo Moisés señaló que el Maná era alimento dado por Dios,
pero, luego se empezó disimuladamente a atribuírselo a Moisés.
El propio Jesús tiene que corregir este yerro;
También hoy, hay que enfatizar, es siempre Dios quien provee.

Y
el Reinado de Jesús es el servicio,
no pretendamos cargarlo con nuestros caprichosos
“manuales de funciones”.


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