sábado, 11 de febrero de 2017

MOVERNOS EN DIOS


Eclo 15, 16-21; Sal 11-8, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34; 1Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37

Jesús es el primero que vive el amor. Su justicia no es la de los escribas ni la de los fariseos: es la “excesiva” del Hijo, igual a la del Padre, que hace entrar en el reino.
Silvano Fausti

Continuamos este Domingo inmersos en el Sermón de la Montaña. La página central en la vida de Moisés es aquella que nos relata la recepción de las Tablas de la Ley de Manos de Dios, en Quien radica por antonomasia la autoridad legislativa, Dueño como lo es del Árbol del Bien y del Mal, cuya Ciencia, Él mismo, se reservó para Sí (Cfr. Gn 2, 11-12). Estas leyes, que, insistimos, las dicta” Dios, las recibe Moisés para entregárnoslas; Dios nos habla por medio de su Profeta (esto define la función-misión del Profeta, “hablar en lugar de”).


En el Sermón de la Montaña Jesús también “escala” para luego entregarnos la Nueva Ley, Jesús es el Moisés de la Nueva Alianza, pero Mayor, porque es el Hijo. Nosotros haremos, junto con Él, este ejercicio de montañismo, iniciándolo en este Sexto Domingo Ordinario (en verdad, ya lo iniciamos en el Cuarto Domingo, cuando se nos mostraron las Bienaventuranzas), para llegar a la Cima, a su Cumbre, al Pináculo, que es el verso 48 de este Quinto Capítulo de San Mateo, que leeremos el próximo Domingo: “Por su parte, sean ustedes perfectos, como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo” (Mt 5, 48).

La Nueva Ley es el Corazón de la Nueva Alianza, del Pueblo Nuevo conformado por Hombres Nuevos. Que no consiste en una revocatoria de la Ley Primera, la Mosaíca; sino “en llevarla a su plenitud”(Mt 5, 17). Esto se debe tomar muy en cuenta y muy en serio, no se ha dado ninguna abolición, no estamos en presencia de una derogatoria: ¡ojo y oído atento!: “En verdad les digo: mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o una coma de la Ley hasta que todo se realice” (Mt 5, 18). Y la Ley debe ser, no sólo cumplida, sino además  enseñada; y esta doble prescripción constituirá la “grandeza” del creyente en el Reino (Cfr. Mt 5, 19) «… el valor de una persona, su fineza y magnanimidad, es “”hacer y enseñar” lo que el amor dicta.»[1]. «El Sermón de la Montaña lo pide todo, cuando pide que creamos en un Dios capaz de trasformar la vida, de hacer nacer un hombre nuevo en el seno de nuestro universo.»[2]


¿Cómo operaría esta plenificación? O, mejor aún, ¿cómo podemos participar en ella? Dirijamos nuestra atención a la diferencia entre la vía prohibitiva y la vía exhortativa. La vía prohibitiva es como un “paseo” donde –en ciertos puntos y en ciertos momentos- encontramos unas vallas, donde se nos propone, realizar cierta actividad; pero en esos momentos, dirigimos nuestra atención al código prohibitivo y recordamos que tal “actividad” no nos conviene. La vía exhortativa, por el contrario, es la recomendación para que, durante todo el “paseo” estemos siempre alertas para disfrutar el paisaje, los alimentos, las flores, los aromas y tener siempre todos los sentidos dispuestos para sumergirnos y embriagarnos con su “gozo”. Esta vía positiva para la formulación de la nueva Ley nos mantiene siempre alertas, siempre comprometidos con la construcción del Reino; siempre descentrados de nuestros egoísmos: abiertos en todo momento al servicio, a la solidaridad, al perdón, a la coherencia de vida, a esa unidad y armonía entre nuestra moral cristiana y nuestra forma de conducirnos. Atentos en todo momento a las necesidades de nuestro prójimo, con especial desvelo por quienes más lo necesitan, por los más débiles y desprotegidos.


No se trata, pues, en la Nueva Alianza de momentos puntuales, o de momentos críticos, donde tomamos decisiones; sino, de todo el tiempo. Nos gusta decir que es una Ley que corre por nuestras venas y compromete cada inhalación de aire y cada latido del corazón. Y en cada latido del corazón se da una Alabanza al Señor, porque todo cuanto hacemos –desde el acto más devoto, hasta el gesto más mínimo y corriente- estarán saturados de la Presencia de Dios-en-nosotros. «En el corazón de cada acción, la intención religiosa. En el corazón de toda acción religiosa, el amor. En el corazón de todo acto de amor, lo absoluto»[3] No sólo la oración, no sólo los momentos piadosos, sino cada instante de nuestra existencia, así cantemos o barramos, así lloremos o silbemos, así cuando hablamos y cuando callamos, en todo estará nuestro corazón puesto en el Señor nuestro Dios; sólo así  en Dios viviremos, nos moveremos y existiremos (Cfr. Hech 17, 28a) haciendo de nuestra fe, nuestro hábitat y de nuestra consciencia de Dios, nuestro sentido. No basta amar, es preciso que el Amor sea en el Santo Nombre de Dios.

«Las exigencias del Sermón de la Montaña son absolutas y carecen prácticamente de límites.  El que adopta el principio de dar una hora de tiempo al que le pide la mitad, de privarse de lo necesario para dárselo a quien le pide lo superfluo, ese comprueba rápidamente que ya no se pertenece a sí mismo y que está a punto de hacerse devorar… Eso es lo que tiene de absoluto el Sermón de la Montaña: no está hecho de rigor y de intransigencia, de una observancia que mantener a toda costa, sino de una llamada que arrastra cada vez más lejos…»[4]


«La norma de nuestro obrar es llegar a ser como el Padre {v. 48}. Has de ser lo que eres: eres hijo, obra como el Hijo, como el Padre que ama a todos. El Sermón de la montaña revisa, bajo esta luz, nuestras relaciones con los hermanos (vv. 21-48).»[5]







[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2011. p. 79
[2] Guillet, Jacques. s.j. JÉSUS DEVANT SA VIE ET SA MORT. Aubler Paris-France. 1971 p. 101
[3] Leon Dufour, Xavier. s.j. L’EVANGILE SELON SAINT MATTHIEU. p. 92.
[4] Guillet. Jacques. s.j. Loc Cit.
[5] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 83

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