sábado, 30 de julio de 2016

LA AMBICIÓN ES IDOLATRÍA


SOBRE LA FRATERNIDAD UNIVERSAL
Ecle 1,2;2,21-23; Sal 89, 3-6. 12-14. 17; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21

En el fondo, el amor, es la única cosa que llena, la única realidad.
Arturo Paoli

Las criaturas volverán a parecernos bellas y santas el día en que dejemos de querer sólo poseerlas o sólo «consumirlas».
Raniero Cantalamessa.
OFM Cap.

Tomemos la Segunda Lectura como punto de partida: καὶ ἐνδυσάμενοι τὸν νέον τὸν ἀνακαινούμενον εἰς ἐπίγνωσιν κατεἰκόνα τοῦ κτίσαντος αὐτόν “se han revestido del hombre nuevo, que sigue renovándose continuamente por el conocimiento, a imagen de su Creador” (Col 3, 10). Esto se les dice a los cristianos, son ellos los que han resucitado con Cristo. Eso quiere decir que hay un cambio profundo al hacerse cristiano; uno ya no es el que era, el que era ha muerto, el que ahora empieza  a ser es un νέον τὸν “hombre nuevo”. Pero, notemos que se nos dice algo más en esta frase de la Carta a los Colosenses: El “Hombre Nuevo” no es una condición estática que se alcanza de una vez por todas. El “Hombre Nuevo” se va perfeccionando, se va puliendo en precisión por medio de su experiencia en Jesucristo, de esta manera dice que “se va renovando continuamente por el conocimiento”, vive un proceso de cristificación. Nosotros entendemos este conocimiento como un conocer personalizado, el que se alcanza con el trato asiduo, no se está hablando de un conocimiento doctrinal o teorético, no se refiere a un conocimiento discursivo sino a una progresión espiritual que se logra por medio de la incesante búsqueda de los bienes trascendentes, los “saberes” de la dimensión en la que vive Cristo, que es la esfera del Trono de Dios Padre, τὰ ἄνω “cosas de arriba”, dado que la dimensión Divina la parangonamos con lo “Alto”, con lo que está Arriba, con lo que es Superior. A renglón seguido, nos invita a “tener la mente puesta en “los bienes del cielo”. Esta es la trasformación tan intensa del creyente cristiano: Ya no tiene la mente fija en los bienes materiales sino que su ser integro está “consagrado” a pensar en Dios para alcanzar, paso a paso, el pleno revestimiento de “Hombre Nuevo”.


¡No se conforma con eso la Epístola! Nos señala la específica tarea para trabajar esta “búsqueda”. Nos señala la necesidad de dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -hay algo especial contra lo que se debe luchar- la ambición. Además, se nos dice en la Carta a los de Colosas que “no nos mintamos unos a otros”.

¿Por qué es tan mala la ambición? Pues porque es una forma de εἰδωλολατρία idolatría. Esto es, algo que nos separa de Dios y nos conduce hacía falsos dioses. (Cfr. Col 3,5). Claro, la ambición nos lleva a la idolatría del dinero. Y nos hace perder de vista a nuestro prójimo. En vez de tener nuestra atención puesta en las personas, la enfocamos en las cosas.

«Hubo una vez un limosnero que estaba tendido al borde del camino cuando vio a lo lejos venir al rey con su corona, su capa y sus seguidores. Pensó: "Le voy a pedir y seguramente me dará bastante. Y cuando el rey pasó cerca, le dijo: "Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" Aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho más. El rey le miró y le dijo: "¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"

El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada! El rey respondió: "Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz se los dio. Complacido al rey, dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.

El mendigo dijo entonces: "Su majestad, creo que acá tengo otras cosas", pero el rey le dijo: “Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".

Es fácil en esta historia reconocer como el rey representa a Dios, y el mendigo a nosotros.

Notemos que este aun en su pobreza es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos algo para así demostrarle cariñosamente que somos sus hijos y Él es el más importante. Unas veces nos pide ser humildes, otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo que nos pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que Dios devuelve el ciento por uno.
 
No sé qué te pida Dios en este momento… ¿Confianza? ¿Sencillez? ¿Humildad? ¿Abandono en su voluntad? No lo sé. Solamente sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no darle solamente unos pocos granos, dale todo lo que tengas, pues sinceramente, VALE LA PENA.»[1]


Según el cuento-parábola no sabemos que nos pide Dios en este momento, pero según Colosenses sí. Repasemos: dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -ese algo especial que se debe descartar- esa es la ambición. Pues bien, La Segunda Lectura se saca del capítulo 3, los versos 1-5 y luego, 9-11. O sea que prescindimos de los versos 6-8. Pero en particular, en el verso 8 nos señala otras cosas que debemos rechazar, (que no las leemos porque hoy el foco de las Lecturas está en el tema de la ambición y estas “desviaciones”, estas “vanidades” no pertenecen a ese “foco”); pero –bien vale la pena nombrarlas-: enojos, malas intenciones, ofensas y que no salgan groserías de su boca. También se nos pide, en la Carta a los de Colosas, que “no nos mintamos unos a otros”.


Pues bien, tenemos todo un programa de trabajo para revestirnos de la calidad de Hombres Nuevos. ¡Sí sabemos lo que Dios nos pide porque la epístola nos lo indica explícitamente!

Desembocando justo en el Evangelio. Podemos proponer la pregunta clave: «¿De qué nos salva el Cristo que es la Redención, la salvación, la liberación? La cuestión es vital, pues se podría formular también con el interrogante: “¿En qué consiste el ser cristiano? Cristo nos salva de esta soledad, de este encierro, del congelamiento de nuestro yo, dándonos la capacidad de descubrir y de comunicarnos con el Otro.»[2]

Podríamos quizá explicar el asunto de la conversión en “Hombre Nuevo” explicándolo como un proceso de humanización. Una vez alcanzada la hominización, se debe vivir el proceso de humanización. Pero para podernos humanizar tenemos que plantearnos la pregunta teleológica. ¿Cómo es el “Hombre Nuevo”? ¿Cuáles son sus características definitorias? El gran interrogante de la humanización radica en saber ¿qué es el verdadero hombre? Una respuesta transitoria es la de afirmar que el Hombre verdadero es el que corresponde a la fiel imagen de la “imagen y semejanza” a la que fuimos creados. Pero enseguida notamos que es una respuesta truqueada que no contesta nada. La luna es la luna y el hombre es el hombre. Y, no fácilmente se puede escapar de este círculo vicioso. Pero podemos por lo menos ampliar el radio, de tal manera que no volvamos al mismo punto, sino a uno que esté más lejano al centro interrogativo, y más cerca del “conocimiento” (otra vez estamos en el conocimiento experiencial del que habla Colosenses), moviéndonos sobre la espiral.

Comunicarnos con el Otro, pasa por un entrenamiento en la comunicación –primero que todo- con el otro. Ya sabemos que el Otro es especialista en disfraces y usa la careta de algún otro –que ni nos imaginamos- para salirnos al encuentro y venirnos a buscar. Al otro nos acercamos con el verdadero amor de amistad, «… el amor de amistad consiste en agradar en todo al Amigo, en devolverle amor por amor, en no negarle nada de aquello que nos pida. Aquello que nos pide es sencillamente que hagamos su voluntad en todo, en lo importante y en lo ordinario, poniendo en ello toda la fe y la caridad de que somos capaces.»[3]

¡Esta es la paradoja de la riqueza! La riqueza nos distancia de los otros. La ambición promueve la riqueza y, nos distancia de lo humano. Ni nos acercamos a los otros, ni nos aproximamos al Otro. Nos trae a la mente aquel breve relato en el cual el marido le decía a su esposa: “Querida voy a trabajar muy duro para que algún día seamos ricos. A lo que su esposa le contestó: Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero”.

¿Qué es lo que se propone el rico del Evangelio? En vez de poder fraguar un proyecto de solidaridad, de fraternidad, lo que cocina su pobre “yo” es un proyecto destructivo: “…demoler los graneros”.

«La justicia del reino consiste en reproducir en la tierra la imagen de Dios, que es la persona que anhela en todos sus actos y en todas sus relaciones un vínculo de amor; es el hombre que descubre que su realización puede cumplirse sólo en el amor. Cosa imposible si no se es pobre. Es decir, si no se libera en su devenir de todos los deseos que lo hacen centrarse en sí mismo e impiden la entrega al otro.»[4]

Así, las codicias, la ambición, son la jaula que nos distancia y nos aliena. La libertad nos espera con los brazos abiertos para que podamos ejercitarnos en la desalienación de todas las idolatrías que coartan al Hombre Nuevo. La verdadera fraternidad hace innecesario el arbitramento del juez que zanja las disputas sobre herencias. Jesús no vino a ser juez sino a construir el Reino, es decir, a hacernos capaces de reconocernos hermanos, como verdaderamente lo somos, ontológicamente hablando; para que compartamos.

En Mayo del 68, un muro de la Sorbona decía: “Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad”. Adueñamos de esas palabras, esa nueva sociedad es el Reino y sus ciudadanos, los “Hombres Nuevos” y los hombres nuevos comprenden desde el centro de su corazón que todos somos hermanos..





[1] Agudelo C. , Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas. Bogotá – Colombia. pp. 42-43
[2] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS.  Siglo XXI Editores. Bs.As. –Argentina 1972  p. 51
[3] Galilea. Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995. p.126
[4] Paoli, Arturo.  DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ed. Carlos Lohlé  Bs. As. –Argentina 1970 p. 150

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