sábado, 23 de julio de 2016

MISTERIO DE UN DIOS QUE NOS HABLA


Gn 18, 20-21.23-32; Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13


En Jesús Dios nos ama perdidamente, con el amor total del Padre hacia el Hijo.
Silvano Fausti

… orar no es entrar en una iglesia, es entrar en una promesa y apoyarse en ella.
Jacques Loew.

… es para mí una necesidad de amor el darme, el ponerme en tus Manos sin medida, con una infinita confianza porque Tú eres mi Padre.
Charles de Foucauld

Dios habla al hombre y el hombre le habla a Dios. Dios se manifiesta con diversa clase de mensajes, no solamente verbales, sino con “signos” varios. Pero es central en esta comunicación-trascendental que Dios “humaniza” su relación con nosotros, se abaja a nuestra estatura y nos hace fácil acceder a Él. Sin embargo, la vida diaria, en nuestro trato con nuestros semejantes, nos va haciendo conscientes lo difícil que nos es la comunicación. Efectivamente, el emisor quiere decir algo, pero el mensaje que le llega al receptor es diverso, a veces, rotundamente otro.


Ocurre en no pocas oportunidades que –refutando lo anteriormente dicho- nos parece que el contacto alcanza una plenitud asombrosa. Pese a nuestras limitaciones, la palabra tiende un puente maravilloso entre nuestras existencias. Todos hemos vivido la situación de sentir que con determinada persona la comprensión mutua es tan perfecta que casi exacta. Decimos entonces que nuestra sintonía es maravillosa, que nuestra afinidad es incomparable y, logramos recobrar confianza en el poder del hecho comunicativo. Aun cuando no siempre se alcance tan feliz éxito comunicativo, no renunciamos a la comunicación, y –por el contrario- nos esforzamos en potenciar la claridad de la emisión y, prestamos mayor esfuerzo de atención para “entender” con mayor precisión. La palabra es por excelencia un rasgo humano, define su naturaleza, la comunicación es característica definitoria del ser humano, es lo que nos hace personas.

Aún hay otro detalle curioso: Una de nuestras armas punitivas es precisamente la suspensión del intento comunicativo. Con frecuencia oímos decir, refiriéndose a personas que se han enemistado, que llevan “tal cantidad de tiempo sin dirigirse la palabra”, estamos describiendo la “incomunicación” usada como castigo. Y en tal conducta hay un  “mensaje” que se podría traducir en algo así como “usted no es digno de mi entrega”.


Lo primero que queremos destacar es que la comunicación se toma aquí como “entrega”, seguramente porque al ofrecerle a alguien mi mensaje, de alguna manera estoy poniendo algo de mi propio ser en sus manos, me estoy exponiendo, me exhibo, me confieso. La entrega tiene sustancias que le son connaturales, entre otras es preciso recordar que la entrega significa desasimiento, desprendimiento, desacomodo, generosidad, capacidad de darlo todo: Alma, vida y sombrero. «Vida acomodada, vida burguesa, vida regalada, vida de placer, vida de no faltar nada, y oración, no se da. Porque la oración es una experiencia de Dios y todas esas otras vidas son experiencias de nuestro egoísmo y egoísmo y Dios no se dan juntos. Es preciso perder la vida para encontrarla»[1].

De manera simétrica, cuando “confiamos” en alguien, no tenemos reparo en exponerle y revelarle nuestros detalles y peripecias. El primer mensaje cuando le hablamos a alguien es de elogio, da importancia, reconoce la validez del “interlocutor”. En la Primera Lectura el Señor “dignifica” a Abrahán escogiéndolo para relatarle sus intenciones, para manifestarle lo que va a hacer. “Entonces el Señor pensó: ‘Debo decirle a Abrahán lo que voy a hacer, ya que él va a ser el padre de una nación grande y fuerte. Le he prometido bendecir por medio de él a todas las naciones del mundo. Yo lo he escogido para que mande a sus hijos y descendientes que obedezcan mis enseñanzas y hagan todo lo que es bueno y correcto, para que yo cumpla todo lo que he prometido.’”(Gn 18, 17-19). En el trasfondo alcanzamos a ver una especie de “petición de permiso”, de solicitud de aprobación. Ya esto “declara” Quien es el Señor: Es Alguien que elige al humano para hacerlo “partner”, su Misericordia es tan Infinita, que “eleva” su criatura poniéndola –casi podríamos decir hiperbólicamente- a Su Nivel. Esta faceta del “hacernos a su imagen y semejanza” es fundamental para comprender la centralidad del ser humano en el conjunto creatural.

Luego, el Señor expone a Abrahán que Él va a obrar de cierta manera como consecuencia de una serie de reclamos recibidos: זַעֲקַ֛ת סְדֹ֥ם וַעֲמֹרָ֖ה כִּי־רָ֑בָּה “El clamor contra Sodoma y Gomorra es grande…”. El ser humano le ha puesto de presente la perversión de aquellos pueblos. No se trata de algo que a Él le ha dolido directamente; se trata de las זַעֲקַ֛ת “quejas” (quejas que van acompañadas de llanto, lamentos y gritos de  dolor), que las víctimas directas han denunciado en su Tribunal Santo. Oír denuncias y aplicar la sanción pertinente indudablemente entra en el marco de las acciones definidas como “actos comunicativos”.


El dialogo-respuesta que da Abrahán es un “regateo”, una especie de “puja inversa” (una subasta donde en vez de ir aumentando, va disminuyendo la oferta) para lograr aplacar la ira del Señor –por el pecado demasiado grave, donde, desde los más jóvenes hasta los más viejos, estaban entregados a la sodomía- con una mínima presencia de “justos” en aquellas ciudades. Abrahán llega a “ofertar” seis veces: cincuenta justos, cuarenta y cinco, cuarenta, treinta, veinte y, finalmente, diez. Este regateo tiene como fundamento que los inocentes no pueden ser destruidos junto a los culpables, que implica que Abrahán entiende desde el primer momento del dialogo a su Interlocutor como un Dios-Justicia (y, de paso, observemos cuántos “ídolos” fabrica nuestra cultura, promoviendo el cinismo de los injustos, cuya única regla es su auto-conveniencia, su propio interés, su codicia). Lo cierto es que no llega a solicitar el indulto por un solo justo, (Porque él intuye que hay unos mínimos….!). (En el Nuevo Testamento, la Salvación viene por ese Único Justo, porque se trata del mismísimo Hijo de Dios).

Si vamos a hablar del Único Justo vayamos sobre el Evangelio. La perícopa que leemos este domingo (Lc 11, 1-13) está estructurada en algo así como tres pisos, con un Portal de entrada. Autónomos pero interconectados. Preliminar) La constatación de la COMUNICACIÓN Padre-Hijo e, inmediatamente consecutivo, el deseo expresado por los discípulos de “aprender a comunicarse tan perfectamente”. 1) Cómo hablarle al PADRE. 2) La parábola del insistente peticionista de “Tres Panes”, cuya esencia radica en enseñarnos a ser pertinaces en la oración, 3) La invitación a pedirle al Padre Celestial que encierra una definición de Dios como el Infinitamente Generoso.

A la especie humana no sólo le es propio hablar, sino que –además- le es propio hablarle a Dios, actividad esta a la que llamamos “orar”. Pero orar requiere renunciar a la autosuficiencia, es sabernos “limitados”, imperfectos, es reconocernos seres creaturales, es reconocer nuestro “pecado original”[2], de otra manera no podremos orar, no sabremos cómo. Por el contrario, tener que “pedir” algo (porque todo aquel que “habla” está pidiendo  así sea tan sólo atención), nos permite entender nuestra naturaleza, comprender mejor nuestra identidad, entender quiénes somos. Paralelo al autoconocimiento se despliega el reconocimiento de la libertad del Otro a responder o no, a callar, a conceder o no lo pedido, inclusive a obtener del pedido algo distinto de lo requerido. Además, el “hablar” entraña bilateralidad, incluso en el soliloquio, cuando el receptor es idéntico al emisor.

Designar Padre a Dios en el Primer Testamento es algo verdaderamente esporádico, sólo 15 veces. En cambio, y ¡qué gran cambio!, en el Nuevo Testamento, si vemos sólo los Evangelios, la expresión se registra 180 veces. «La oración de creyentes es experiencia de la paternidad de Dios, es participación en el camino de su Reino en la historia, revelada en plenitud a través de le encarnación del Hijo, y es conciencia nueva de la  filiación, en el Hijo, por obra del Espíritu Santo. El diálogo con el Padre se abre a los valores inéditos del Evangelio y, al mismo tiempo, a la acogida del Espíritu, el divino artífice del mundo interior del creyente. Él es quien hace entrar en el ámbito de los familiares de Dios y hace sentir, en la fe, el calor de una amistad liberadora y alegre. Así como el Espíritu obró la encarnación del Hijo en el seno de María, así Cristo obra, en la oración, la unidad del creyente con la vida de Dios, participándole el amor filial…. El Espíritu de filiación significa liberación del espíritu del mundo, que es espíritu de esclavitud, por un espíritu de libertad; de un espíritu de temor, por un espíritu de confianza; de un espíritu de  desorden, por un espíritu de paz; de un espíritu de egoísmo, por un espíritu de comunión; de un espíritu de miopía, por un espíritu de  discernimiento»[3]. Todo este “cambio” de espíritu es verdadera metanoia, es sincera conversión.

«La pregunta que hacemos en este momento es ésta: ¿Se trata de hacer oración o ser orante?... El orante hace de la oración un estado de vida. Lleva a Dios presente en su vida y le dedica tiempos fuertes cada día. El que “hace oración” busca en la oración compensaciones, o cumplimientos, o satisfacciones. Su juego no es limpio al acercarse a Dios. No va a Dios por Dios. Va a Dios para servirse de Dios… ser orante es estar determinado, decidido, haber optado por la oración, la relación profunda con Dios, a pesar de todos los pesares, a pesar de tener ganas o no, de estar ocupado o no. Ser orante es ser fiel a la amistad con Dios, a tenerla presenta, actualizada, a ser consciente de que Dios es Padre. Y permanecer en esa actitud, en ese estado de oración.»[4]

Ya habremos oído que hay diversos tipos de oración: Oración de alabanza, Oración de exaltación, Oración de Adoración -muy perfecta y perfectamente desinteresada-, oración meditativa que por lo general se hace sobre un tema propuesto, oración reflexiva, con la que se concluyen muchos ejercicios procurando profundizar nuestro auto-conocimiento, Oración de intercesión, como la que hemos visto que hace Abrahán, «Uno de los regalos más grandes que nos podemos dar unos a otros es el de la oración. Este es el tiempo de orar por otras personas. Orar por las naciones, los líderes, los pastores, y por todos aquellos que tienen una posición de autoridad. Pide por los desamparados,  por los bebés abortados, por los enfermos y por los que han muerto. Pide por aquellos que no tienen a nadie que pida por ellos. Pide por tus enemigos, pide por tu familia, tus amigos y asociados. Pero más importante, pide al Espíritu Santo que te indique por quién orar. Él lo hará. Los nombres probablemente continuaran llegando a tu mente en el trascurso del día, ya que una vez te haces disponible al Señor, Él estará siempre buscando por alguien dispuesto a interceder con la oración. Cuando esos nombres lleguen a tu memoria, simplemente, elévalos hacia el Señor. Dile a Él que los ayude, que los perdone, que los toque  con su amor,  que derrame su poder sobre ellos.»[5], Oración de petición, Oración de liberación, oración de sanación, Oración silente, («En el silencio, en cambio, reside la confianza. No urge llamar, no se necesita alabar, no hay que repetir: Él bien lo sabe, está ahí. El silencio es también una expresión firme de amor…»[6]). Muchos piensan que la oración es «…ineficaz o que no sirve… La eficacia de la oración constituye, en cambio, una “desproporción”: la respuesta de Dios siempre es más grande que nuestras peticiones, que nuestras expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente” diversa.»[7]


No perdamos de vista el Evangelio del Domingo pasado (XVI Domingo Ordinario del ciclo C), el de Marta y María, recordemos que «… Cristo no está en una ocupación más que en otra: que no está en la oración más que en la acción. Está allí donde nos ha colocado su divina voluntad: allí lo encontramos y allí se da a nosotros. Y no se da siempre en lo que nos agrada, ni siempre en lo que nos parece más grande.»[8]

Oremos a Jesús, con un fragmento de la Oración de Pedro Damasceno, procurando un corazón dócil y disponible, humilde y orante, diciendo:

«Dulcísimo Maestro,
Yo no soy ante Ti más que tu siervo sin voz,
Sin obras, inerme en tu Presencia.
Pero espero en Ti la iluminación del conocimiento,
porque Tú mismo lo has dicho:
‘Sin mí, nada podéis hacer? (Jn 15, 5).
Enséñame, pues, todo cuanto viene de Ti.
Por ello me he atrevido a sentarme a tus pies,
Como María, la hermana de Lázaro, tu amigo:
Para escuchar cualquier cosa que venga de Ti…»[9]





[1] Mazariegos, Emilio L. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª reimp. 2004. P. 110
[2] «La expresión “Pecado original” señala la noción de esta separación primera, de un distanciamiento trágico respecto de Dios situado en los orígenes de la historia, antes mismo de que esta existiera». Javier Melloni Ribos, S.J. LOS CAMINOS DEL CORAZÓN. EL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL EN LA «FILOCALIA» Ed. Sal Terrae. Santander –España 1995  p. 143
[3] Masseroni, Enrico. ENSÉÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1998 p. 93. 94.
[4] Mazariegos, Emilio L. Op Cit. p. 112
[5] Schubert, Linda. LA HORA MILAGROSA. Ed. María Santificadora Bogotá Colombia 23 reimp. 2010. P. 57
[6] Alves, Rubem. EL PADRENUESTRO. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2007. P. 64
[7] Masseroni, Enrico. Op.Cit. pp. 89-90.
[8] Peyriguère, Albert. DEJAD QUE CRISTO OS CONDUZCA. Ed. Nova Tierra Barcelona-España 1967. P. 37
[9] Melloni Ribas, Javier. S.J. Op. Cit. p. 162

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