sábado, 5 de septiembre de 2015

EFFATÁ , UNA PALABRA CREADORA


Is. 35, 4-7; Sal 145, 7. 8-9. 9bc-10; Stg. 2, 1-5; Mc 7, 31-37.

Cualquiera de nosotros podría decir ante este milagro del Señor: “¡Eso es imposible para mí! Yo no sé cómo hacer ese tipo de milagros… No sé cómo devolverle a una persona sorda su capacidad de oír, o a una persona muda su capacidad de hablar”.
Hermann Rodríguez. S.J.


Dios creó el mundo. Esta frase parece indicar la cesación de la creación. Se explicaría que después de haber dado origen a todo, el acto creador se habría interrumpido y “Dios habría descansado” por el resto de la eternidad. Nuestra comprensión de la historia apunta en otro sentido. Nos complace, como revelación teológica, decir que Dios no ha cesado de crear, que Dios crea siempre, que hoy por hoy sigue creando y que su creacionalidad no cesará jamás: “El Señor reina eternamente; tu Dios, Sión, de edad en edad”. Leemos hoy en el Salmo.


Dios creo al hombre y le infundió vida soplando en su nariz. Ahora, está creando al Hombre-Nuevo cuyo dechado (dictatum) es el propio Jesucristo. Con este Hombre-Nuevo se propone darse un pueblo que no lo decepcione, como su pueblo-escogido lo hizo. Él va salvando y va ungiendo los hombres de esta Nueva-Sociedad. El tema del Hombre-Nuevo no es un tema de físico, no es algún requisito de talla o color de piel; el requisito es tener entrañas misericordiosas, para lo cual no se puede tener un corazón de piedra. Lo que crea ahora es un corazón misericordioso a imagen y semejanza de su Propio Corazón.

El escenario para esta perícopa del Evangelio es tierra pagana, esto es diciente, abre el mensaje a todos los pueblos y supera el tradicional racismo de la fe, la limitación de un Dios-con-fronteras y en cambio, se nos presenta a Dios-hijo-de-hombre, para todos los hombres que se “abran” a Él. Nos hallamos frente a un “doble” milagro porque a este “hombre” lo aquejan dos males: no puede oír y no puede hablar, quizás se pueda decir y sea más exacto que no puede hablar porque no puede oír. Jesús no se dirige a él con palabras puesto que no puede oír, le habla con señas: La primera de ellas es llevarlo aparte, nosotros traducimos este gesto como un tierno “voy a hablar contigo, te estoy prestando atención a ti, a nadie más que a ti, en este momento lo importante es nuestro dialogo y necesito que me correspondas con tu atención”. Se comunica con Él por medio de un anti-espectacular pero infinitamente amoroso, lenguaje de señas

Jesús introduce sus dedos en los oídos del sordo-tartamudo. Son los dedos de Dios, los dedos que reparan, que sanan, que crean de nuevo los oídos del enfermo, ya no tienen ningún daño, ninguna imperfección, todos sus tejidos se re-ordenan. Son dedos que abren paso al sonido, a la palabra y a la Palabra. Son los dedos de Jesús que perforan tapones y rompen las “barreras” de incomunicación. Son los dedos que siguen creando porque Dios no detiene nunca su creacionalidad, porque Dios siempre está creando y no cesa de mejorar, de perfeccionar, de sanar. Dios está haciendo todos los días “avances” hacía el cumplimiento del dictatum en cada uno de nosotros y ese efecto se da en tanto, en cuanto nos abramos a su aceptación.


Si ya puede oír, ahora podrá hablar. Jesús da el segundo paso: toca su lengua con los dedos que tienen Su Saliva. Hay aquí un re-encuentro con la idea de lo que entra y lo que sale. Si salen cosas malas del cuerpo del hombre, provienen del corazón ¿si salen cosas buenas, cosas sanadoras, de dónde vienen? Jesús le da sanación con su saliva y esta sanación viene de su corazón, de su amor; no se la da por algún interés, ni siquiera la usa como auto-propaganda porque para eso lo llevó aparte, donde la sanación no fuera “show”; se la da desde su corazón, desde la fuente misma de su ser. Este gesto para muchos, y para nosotros también, era herméticamente indescifrable hasta ver la ternura con la que una madre atendía el raspón en la rodilla de su hijo: Esta medicina “corporal” (que puede estar en el tras-fondo inspirada en la idea de la saliva como desinfectante orgánico) es el bálsamo brotado de la glándula del amor, sana porque viene del corazón:  “… lo que sale de la boca, del corazón sale (Mt 15, 18)

Viene un tercer momento en la sanación, aquí está comprometido el aire, la respiración, la respiración de Dios, la misma que estuvo actuante en la creación del hombre, en Génesis 2, 7 Dios וַיִּפַּ֥ח “sopla” y “aviva” al hombre, (si, es posible que en el origen del signo esté el procedimiento de avivamiento del fuego soplando sobre él para atizarlo; tenemos que entender que el “relato” de la creación no es un manual de instrucciones del procedimiento necesario para que nosotros podemos “crear”, como un manual de brujería, sino una manera “plástica”, “literaria” de enseñarnos nuestro origen de “Manos” de Dios). Aquí también, en el Evangelio, está nuestro Re-Creador trabajando con apoyo del “aire”, así que Su ἐστέναξεν “suspiro” (quejido, mugido, sonido brotado de muy adentro) antecede al acto de  pronunciar la orden: ¡Abrete!

Sin duda, en esta palabra palpita el corazón de la perícopa, en ella se contiene el núcleo del mensaje: Necesitamos “abrirnos” y “ayudar a abrir”; se requiere una dinámica de apertura, apertura a la fe, apertura a Dios. Esta apertura es “acogida” del mensaje, “aceptación” de la “Noticia”. Apertura que es un abrir nuestro propio corazón para aceptar y re-conocer que Él, Jesús es nuestro Sanador, nuestro Salvador, nuestro Re-Creador. Hay que darle “asilo” en nuestro pecho a la Palabra de Dios para que Dios pueda plantar su “Tienda” en-medio-de-nosotros, lo que significa morar en nosotros, vivir en nuestro ser, inhabitar nuestras pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones. Cuando nosotros aceptemos hacernos su morada, Él podrá saturarnos y nosotros lo podremos trasparentar.

A eso tenemos que colaborar, eso nos compete como cristianos: el discipulado consiste en generar apertura y frente a esa responsabilidad hemos de actuar creativamente: la pregunta permanente que tenemos que hacernos es ¿cómo puedo lograr que la Palabra sea aceptada?, ¿qué puedo hacer para que el Mensaje no sea ave rauda sino pajarito que anide?, ¿cómo dar la “Buena Noticia” de manera que la gente que la recibe capte las resonancias que esa noticia tendrá en sus vidas?, ¿cómo potenciar nuestro estilo noticioso para que los destinatarios del noticiero entiendan que no es un Mensaje personalista, individualista sino un Hecho que nos atañe como a pueblo, como comunidad de Dios?



La perícopa concluye con dos alusiones vetero-testamentarias: la primera a Génesis, como mostrándonos que nos hallamos en presencia de un hecho creador de Dios, y así como Dios da visto-bueno a toda su obra diciendo que “todo lo había hecho bien”( cfr. Gn 1, 31a) también aquí, Marcos lo ratifica para que comprendamos con férrea certeza que Jesús es el Hijo de Dios, con poder creador. La segunda alusión es a la profecía de Isaías 35 5-6 para señalar que Jesús es cumplimiento de la promesa de que los ciegos verían y los sordos oirían como prueba de que “¡Aquí está su Dios para Salvarlos!” Is 35, 4 Tengamos presente que Jesús significa “Dios salva” y no menos presente, el compromiso que nos compete en tanto que discípulos.

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