sábado, 12 de septiembre de 2015

NUESTRO ÉXODO PARA APRENDER QUIEN ES ÉL



Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9; Stg 2, 14-18; Mc 8, 27-35

San Pedro refleja con su respuesta una comprensión de su Maestro que le permite aproximarse a Él en la dimensión de reconocimiento que condiciona la relación interpersonal; pero, el ser humano es de tal riqueza que reúsa ser captado en trazos definitorios. Mucho había entendido al reconocer en Él más que un profeta: Σὺ εἶ ὁ Χριστός. “Tú eres el Ungido”. Era un paso gigantesco identificar en Jesús al Χριστός “Ungido”, o sea al descendiente del Rey, o sea al Rey mismo puesto que esa unigenitura de Jesús le da la calidad de Dios. Realmente Pedro avanzaba con paso arrollador en cuanto a lo tocante a “entender” Quien es Jesús. Pese a lo cual no lograba escapar a un esquema limitante. Ungido-Rey significaba poder político, entre Ungido y Rey-Poderoso hay una continuidad humanamente lógica. ¿Cómo podía aceptar que el Rey lo fuera a través de bofetadas y escupitajos hasta ascender al trono de la humillación más alta, la muerte y muerte de cruz? ¿Cómo podría alguien imaginar las rutas que Dios escoge para su Plan de Salvación? Efectivamente, a Pedro le faltaba dar el salto del reinado humanamente concebido al reinado del Siervo-Sufriente. Esa imagen cabe sólo en la locamente enamorada mente de Dios; y Pedro como hombre que era, sólo podía pensar en categorías humanas.  

En la Primera Lectura «… aparece así el aspecto más impresionante del Siervo que ocupará amplio sitio en el poema: el Siervo de Dios sufre, es perseguido. Le golpean en la mejilla como a un idiota (Jb 16, 7-11; 30, 8; Pr 10, 13; 19, 29); a él, que es el sabio por excelencia por ser portavoz de la Palabra, le tratan como un bufón (1Co 1, 17-25); así serán tratados Miqueas, hijo de Yimlá (1R 22.24) y Jeremías. El desprecio se vuelve agresivo cuando progresa y se convierte en esputos, y en mesada de barba. Sin embargo, sale conscientemente al encuentro de estas consecuencias de su ministerio, seguro de la victoria (vv. 7-9; Rm 8,31ss) gracias a la cercanía de Dios (Sal 37, 33).»[1] “El  Señor  Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me tiraban la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y salivazos.


¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? «Como Pedro, podemos entregar nuestro trabajo y todas las cosas, pero reservarnos en nuestro fondo de egoísmo»[2] El verdadero discipulado entraña el compromiso con el Reinado de Dios. Algunos especialistas señalan que Jesús no nos pide semejante compromiso. ¡Qué clase de especialistas son! La frase no está consignada como tal,  pero con un mínimo de entendimiento del conjunto,  inmediatamente se percibe que el hilo entreverado en toda la Revelación es esta puesta en obra, pues la fe sin obras es inútil.

Tomaremos los versos de Jesús Burgaleta para decirlo:

Tú, Jesús, estás en mi torpe amor entregado a cuentagotas a mi hermano.
Tú eres el que me llama a estar junto al que sufre,
junto al que llora, junto al necesitado.
Tú eres el de la cárcel, que no visito,
Tú eres el que llama a mi puerta,
el que me pide el pan que no comparto.
Tú eres el que tiene hambre y sed de justicia por la que no lucho.
Tú eres el que va desnudo
porque le han quitado la ropa que yo me pongo…


«Es posible que en algunas épocas y lugares esta enseñanza se debilitara en la predicación ordinaria, o que los católicos en números significativos no fueran coherentes, o que haya sido presentada en forma “espiritualista”, sin llevar a las consecuencias sociales… Pero es innegable que la orientación más oficial del magisterio de la Iglesia fue siempre esa.»[3]

Regresemos a Isaías, y leamos un comentario que, sobre el Siervo Sufriente, hace Carlos Mesters: «Un rostro no es para ser descrito. No se podría! Es para ser descubierto, mirado y amado… Para nosotros hablar de Dios suele ser cosa abstracta y distante que tiene que ver muy poco con los problemas concretos de la vida del pueblo… Un rostro tiene muchos rasgos…destaco sobre todo cuatro: amor desinteresado, poder creador, presencia fiel y …el Dios del pueblo es un Dios santo: pide justicia, exige compromiso y envía a la misión… “Evangelizar” es anunciar los hechos donde la gente observa a Dios venciendo la opresión y liberando a su pueblo; se anuncia la victoria de Dios en hechos concretos que están sucediendo aquí y ahora (Is 52, 7-10; 62, 11-12; 40, 9-11).»[4]


Por mencionar una de las obras que nos compromete:

a) Anunciar que Dios está vivo, que no está muerto, ni dormido, ni distraído
b) Que Dios vence aquí y allá; que el Malo, por mucho que se haga propaganda, que adule sus obras malévolas, está siendo vencido por el Bien. Claro que muchos no lo ven, sólo ven hombres que parecen árboles. Nosotros tenemos que ser el segundo pase de la Mano Sanadora de Jesús.
c) Que no nos agote el pesimismo, que no nos cunda el desaliento, que no tiremos la toalla solo porque algunos “desanimadores” profesionales tratan de hacernos ver las cosas marrón oscuro, cuando la Claridad del Señor resplandece como Alborada anunciada.
d) Hagamos la tarea a conciencia: No busquemos a Dios venciendo con bayoneta calada y misiles. Busquemos a Dios floreciendo por doquiera en ternura inmortal y amor eterno.
«Los profetas son las torres de Dios; se dejan conducir por el Espíritu Santo y, por eso, son los primeros en captar los signos de los tiempos, las señales que Dios hace a los hombres para que puedan encontrarlo y seguirlo»[5]

Tenemos miles de obras por emprender, tenemos que permitirle a la fe que de sus pasitos, que aprenda a caminar, hasta que tenga paso firme, y luego… caminar, caminar y caminar. Correr, si se puede, mientras las piernas resistan, siempre adelante, siempre en pos de Jesús, y jamás desfallecer: ¡anunciar y denunciar!

Pedro pensaba como los hombres, nosotros hemos sido convidados a pensar como Dios. Pensar como Dios, dice Averardo Dini “es comprometerse a realizar su proyecto,/ es buscar ante todo su voluntad,/ es gastar la vida por amor,/ es aceptar subir al calvario,/. es escoger el último sitio en la mesa,…[6]

Arduo muy arduo dejar a Dios que sea Dios, Aceptar su kénosis. Mientras el ser humano debe procurar su elevación hacía las “alturas” divinas, Dios elije su “descenso”, inclusive hasta las profundidades del abismo para rescatarnos, para redimirnos; su permanente creación lo lleva a la coherencia de “hacerse uno de nosotros” hasta en los mínimos detalles. Dios se auto-referncia humano para crear al hombre de nuevo, para sacar del antiguo hombre el Hombre Nuevo, para darnos paradigma de hermandad, de amor, de entrega, de generosidad, de fidelidad.


Oremos con Monseñor Martini:

«Permanece en nosotros, Cristo Señor, por la fuerza de tu Espíritu, ora en nosotros, para que podamos comprender la plenitud de nuestra llamada, los peligros que nos amenazan, las acechanzas de Satanás sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre nuestro tiempo, y para que podamos tener la valentía de luchar hasta el fin y ganar la batalla de la fe, de la esperanza y de la caridad. Te lo pedimos, oh Padre, por medio de Cristo nuestro Señor. Amén»[7]


[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Santafé DE Bogotá – Colombia 1996 p. 123
[2] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia 1999. p. 18
[3] Ibid. p. 46
[4] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DELPUEBLO QUE SUFRE LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Quito –Ecuador. 1993 pp. 58-67
[5] Estrada, Hugo. sdb.  PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 169
[6] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II – CICLO B. Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá Colombia pp. 80

[7] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 14

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