sábado, 26 de septiembre de 2015

DISCERNIMIENTO: SABER ELEGIR ENTRE VIDA Y MUERTE


Núm 11, 25-29 / Sal 19(18), (8-14) / Sgt 5, 1-6 / Mc 9, 38-43,45,47-48

El sol se volverá oscuridad,
y la luna como sangre,
antes que llegue el Día del Señor,
Día Grande y Glorioso.

Pero todos los que invoquen el Nombre del Señor,
Alcanzarán la salvación.
Hch. 2, 20-21

Por eso Dios le dio el más alto Honor
y el más excelente de todos los Nombres,
para que ante ese Nombre concedido a Jesús,
doblen todos las rodillas
en el cielo, en la tierra,
y todos reconozcan que Jesucristo es Señor,
para Gloria de Dios Padre.

Fil 2,9-11


Cuando hablamos de escándalo lo hacemos frecuentemente para referirnos a una gran algarabía, a un griterío, a un bullicio insoportable. Decimos escándalo cuando nos referimos a las situaciones donde caben las interjecciones ¡Uy! ¡Ay! Porque se salen de la moral, conductas oprobiosas que constituyen comportamientos repelentes, que rompen con las convenciones sociales, por eso, no sólo nos asombran sino que además nos indignan. De esta manera se pierde el sentido bíblico de la expresión y se limita seriamente la comprensión del mensaje. Recordemos que la palabra procede del latín scandălum, que, a su vez, procede del griego σκάνδαλον. Los indoeuropeos compusieron con -skand y el sufijo -alo el vocablo skandalo, que significaba ‘obstáculo’, ‘dificultad’, que llegó al griego como skandalon (‘obstáculo’), con el sentido de ‘trampa para hacer caer a alguien’. Ah, entonces nos estamos refiriendo a lo que puede dañar a otro, a un prójimo, que se pueda ver afectado por el “mal ejemplo”. Escándalo sería, pues, aquello que induce a que nuestros semejantes caigan en “pecado”.


Lo mismo pasa con el tema del nombre que para nosotros es simplemente una manera de distinguir a alguien de otro y, al usarlo, de llamarle la atención para iniciar un diálogo, para que se sepa aludido. Pero, la cultura semita tiene otra percepción bien diversa de lo que es el “nombre”. En nuestra sociedad sobrevive un leve rastro de esa manera de ver el nombre, cuando nos referimos al significado del nombre: Así decimos que Elisa significa “la ayuda de Dios”, así como Jorge significa “agricultor”. Los nombres en la Biblia tienen una importancia definitiva. De esta manera, Abraham significa “Padre de una multitud”, Isaac “el hijo de la alegría”, Esaú “peludo”, Jacob “suplantador” y David significa “querido”. Observemos como el significado del nombre resulta ser una biografía condensada de estos personajes, sus vidas enteras  están definidas por el significado de sus “nombres”. A lo que queremos llegar es a la conclusión que desde esta perspectiva, el nombre equivale a la persona íntegra y da dirección y sentido a toda su existencia. El Nombre sobre todo nombre significa “Salvación” y ¡es Dios quien salva!

Cuando el pueblo Judío experimentó el inmenso Amor de Dios, pensó –porque así pensamos los seres humanos- que “ser amado” era ser “el pueblo escogido”, y de ahí a pensar que era “el pueblo superior” y que Dios era su exclusividad no hay sino un paso milimétrico. Esa idea, subproducto de esta lógica, los llevo a pensar así: “pueblo amado por Dios” = “pueblo escogido” = “pueblo dueño de Dios”. Este XXVI Domingo nos muestra otra panorámica, desde el ángulo visual de Dios, Él no puede ser acaparado, no le pertenece a nadie, es para todos, nadie se puede arrogar su exclusividad.

Nosotros sus seguidores, lo que hacemos es vivir “en el Santo Nombre del Señor”. El discipulado, es decir, el seguimiento de Jesús requiere que corrijamos muchos desenfoques que son frecuentes cuando lo que buscamos no es la Persona de Jesús sino algún vago espejismo, alguna ideología; cuando al que estamos buscando es al portador de alguna muelle “alienación” que tranquilice nuestra conciencia y nos conforme, subsumiendo a Jesús entre los espectros y las momias. También es frecuente encontrar muchos que se dicen “seguidores de Jesús” porque lo llevan como flamante prendedor en la solapa para lucirlo y descrestar con Él; arrogantes y altaneros se convierten en “intocables” porque son los “escogidos de Dios”, sus “fieles creyentes”. En otras, no raras veces, hemos encontrado a esos “discípulos” que imponen sus tiranías y sus caprichos, blandiendo el nombre del Redentor como garrote que avala su despotismo. Seguro por eso ha afirmado Adriana Méndez Peñate que “Jesús le ha preguntado a los discípulos sobre quién es Él, llega a la conclusión de que ni el pueblo, ni los poderosos, ni sus mismos discípulos han entendido la clase de reino que Él viene a ofrecerles”.


En estos días, durante los recientes Domingos, descubrimos a Jesús concentrado en la tarea de instruirnos, se está dirigiendo a sus discípulos que urgentemente necesitamos ser corregidos, requerimos con gran premura que el Señor, nuestro Maestro, nos auxilie para entender qué clase de reino es el que nos propone Jesús y que el servicio-amoroso es la clave y el mapa de su reino. En esa misma tónica están las enseñanzas de este Domingo:

a)    Todos los que sintonizan con el Plan Salvífico pueden obrar y expulsar a los demonios en “su Nombre”, obrar prodigios y ayudar a salvar. Nada, ni nadie ha consignado a Dios en su propia cuenta bancaria o en su talonario de comprobante de depósitos.
b)    Hay otras maneras de ejercer el discipulado y es apoyando la “difusión” del Santo Nombre, o sea la difusión de sus enseñanzas, y es socorriendo a los predicadores, profetas y maestros que ayudan a extender su conocimiento, aun cuando ese apoyo sea simplemente “un vaso de agua” Dios no pasará por alto que ese vaso de agua fue dado pensando en ayudar a llevar la bondad salvadora de Dios allí donde se le desconoce o, donde el olvido, el descuido a la distracción ha tratado de borrarlo.
c)    Por eso hemos de evitar a toda consta ser difusores de lo contrario, ayudando a promover el mal ejemplo, proponiendo vías contrarias a las que ha propuesto el Salvador, porque “el que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23; Mt 12, 30). Antes que llegar a ser un contra-servidor es preferible morir con una piedra de molino atada al cuello.
d)    La mano que se apodera, coge y arrebata, así como los pies que nos pueden llevar por los malos caminos y el ojo codicioso que ve, desea e intoxica el corazón deben “domarse” para podernos sustraer a su control. El discípulo no se deja esclavizar de sus propias manos, pies y ojos cuando ellos van rumbo al precipicio de su perdición. El verdadero discípulo recorre las vías del Señor para mostrar a todos que esa es la vía que conduce a su Reinado.
e)    Esa mano codiciosa, esos ojos avaros que quieren quedarse con el “salario” que en justicia corresponde a los trabajadores fraguan la perdición y la condena del fuego que consumirá sus carnes como las consumiría el fuego. Dios no castiga porque Él es Infinitamente Misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; son nuestros pies los que nos llevan por las sendas indeseables a la Voluntad de Dios. (Ver Segunda Lectura de este Domingo).


El anti-discípulo recibe en vez de premio, su castigo de perdición, ir al fuego que tortura y que hace rechinar los dientes por toda la eternidad. Podemos ser sal y luz del mundo o ser la piedra de escándalo que hace tropezar a un hermano y lo lleve a mal vivir y recorrer las rutas que significan “muerte eterna”.

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