sábado, 22 de agosto de 2015

PALABRA-PAN


Jos 24, 1-2. 15-17. 18; Sal 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21; Ef 5, 21-32; Jn. 6, 60-69.

Los textos sagrados contienen un aspecto de la verdad de Cristo, un rasgo de su personalidad o un acontecimiento de su vida que aparecen y deben ser comprendidos y entendidos para poder llevarnos a la plenitud de aquella verdad que durante la transustanciación se hace presente, no en la palabra sino en el ser.
Romano Guardini


… si nosotros somos transparencia de Dios, somos la palabra de Dios caminando en dos pies… ¿Qué es un cristiano? Un sacramento de Jesucristo, o sea un Jesucristo que en pleno siglo XXI camina en dos pies por las calles.
Gustavo Baena, s.j.

Esta vez, serán las palabras de San Pedro las que nos conduzcan a un salto monumental.  Es un salto de la tierra al Cielo. Antes, la gente andaba buscando a Jesús por más pan. Pedro, lleva la vocería de muchos corazones que han alcanzado a vislumbrar cuál es el verdadero nutriente que se ha de perseguir: las Enseñanzas del Divino Maestro. Pedro no le dice ¿a quién iremos?, sólo tú multiplicas los panes y nos sacias el hambre material; no, él nos indica que el alimento que da Jesús y que sólo Él puede darnos, es el alimento espiritual, su Palabra. Este Domingo, XXI Ordinario del ciclo B, hemos alcanzado el “desenlace” del capítulo sexto de San Juan: Jesús es el Pan de Vida eterna, pero ese Pan es el Pan de la Palabra. Porque las palabras de Jesús son “Palabras de Vida Eterna”.


No es fácil digerir esta aclaración. Hay que pasar de la imagen del Mesías como gobernante poderoso, como rey conquistador y avasallador de otros pueblos; pero además, también hay que superar la comprensión del Mesías como un solucionador de los problemas económicos y de las dificultades materiales. Esa es una verdadera roca de tropiezo, (que es el significado de la palabra “escandalo”). Para esos “seguidores” ¡todo el castillo de naipes se viene abajo!

Con no poca frecuencia se ha difundido una perspectiva religiosa que nos muestra a Dios como un solucionador de nuestros problemas, algo así como si Dios fuera unas muletas o una silla de ruedas para ir por la vida arrastrando nuestra invalides espiritual. Esa era, precisamente la mirada de los que siguieron a Jesús porque había dado de comer a toda una muchedumbre. Vimos como Jesús evadió ese paradigma apartándose de esa gente para que tuvieran que hacer prevalecer otro enfoque: Jesús los libera, los hace libres de la relación con un Dios milagrero, apartándose a la montaña. (Cfr. Jn 6, 15)


En la siguiente etapa de este capítulo nos fue “catequizando” para que comprendiéramos que la fe verdadera es el esfuerzo por el rescate de nuestra imagen de Dios, desdibujada por el pecado. No se trata -como algunos piensan- de ir a Tierra Santa y poner el pie donde Jesús los puso; sino de vivir Jesús-mente, porque somos hijos, hemos de actuar con la dignidad de hijos, no imitando a Jesús, porque cada hijo tiene su propia identidad, y ningún hijo es igual a otro; sino dejando que esa “imagen y semejanza” salga a flote, se nos vea. Digamos mejor que, hemos de “alimentarnos” de su Cuerpo y de su Sangre para que su “genética” re-active en nosotros todo cuanto tenemos de sus Divinos cromosomas en nosotros. Llevamos un tesoro en vasijas de barro, pero –dentro de nosotros- está ese tesoro, ¡que la vasija se rompa para dejar ver la riqueza de la que es portadora!

¿Cómo identificar todos esos rasgos divinos que están en nuestro ser, heredados de Papá-Dios y ocultos por la mancha del pecado. Lo primero, sumergiendo nuestra pureza en su Sangre purificadora. Pero, además, y no menos importante, empapándonos hasta saturarnos de sus Enseñanzas. Ahí cobra toda su importancia y trascendencia la Palabra de Dios. Toda la Palabra, toda la Sagrada Escritura, enriquece nuestra vida; no estamos hablando de la Biblia bonita de gran tamaño, que adorna la sala en repujado atril. Estamos hablando de hacer de la Palabra “carne y sangre” nuestra, allí entran todos los rasgos, las peticiones confiadas que el Padre nos dirige, lo que –esperando nuestra obediencia- Él nos propone.

Observemos que aquí se trenzan los dos luminosos haces de la liturgia: la mesa del Pan con la mesa de la Palabra. Vamos a aproximarnos con un enfoque ingenuo pero clarificador: ¿Uno alcanza a misa si alcanza a la consagración, o si alcanza a la comunión? Tomemos como referencia la parábola de la Fiesta: Si a uno lo invitan a una fiesta, ¿llega al final?, solo para pasar a manteles porque no nos interesa charlar con el homenajeado y compartir con él, no nos interesa ni lo que piensa , ni lo que dice,… mejor dicho, no nos interesa, ni siquiera, saber que le celebran, el cumpleaños, un éxito, su promoción laboral…¿?, vamos porque podemos sacar partido de la comida que van a servir, o por hacer acto de presencia y dejar constancia que si estuvimos, quizás apareciendo en una de las fotografías que, en el momento del ponque, tomen.


«… la eucaristía… se realiza en una conjunción de acto y palabra… La palabra en la misa es, ante todo, de naturaleza reveladora. A través de ella Dios dice al hombre quién es Él y qué es el mundo que tiene ante sus ojos, manifiesta su voluntad y hace su promesa.… La palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla Él mismo, pero con la lengua de los hombres… (A) esta palabra. No le haríamos justicia si simplemente atendiéramos a su contenido expresable conceptualmente… la palabra es algo más: contenido y forma, sentido y amor, espíritu y corazón, un todo entero y oscilante; no es una comunicación simple que uno piensa y entiende, sino un ser que proviene de ella y con el cual uno se encuentra…. Donde quiera que encontremos esta Palabra, allí reina el poder creador de Dios. Escuchar su palabra quiere decir entrar en el espacio de la posibilidad sagrada donde aparecerán el nuevo hombre, el nuevo cielo y la nueva tierra.»[1] Entonces no basta llegar a la comunión, no basta llegar a la elevación; lo deseable, lo hermoso es llegar antes, alcanzar a escuchar con toda el alma la proclamación de la Palabra y saborear lo que nuestro Amigo nos dice, oír con oídos enamorados lo que Él dice de “viva voz”, “que los humildes lo escuchen y se alegren”, procurando asirlo con la materialidad y concreción de una semilla entre nuestras manos para plantarla, con nuestras mejores habilidades de jardinería, en el huerto de nuestro corazón. No son semillas de trigo para –más tarde- amasar pan; son el Pan de la Palabra. Palabras que son espíritu y Vida.





[1] Guardini, Romano. PREPAREMOS LA EUCARISTÍA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 1ª ed. 2009.  pp.

2 comentarios:

  1. Interesante, aunque estructuralmente hablando, se siente entre frases y aveces párrafos saltos de temas bastante bruscos.

    Me pareció también que se pudo haber ahondado en el tema mas interesante en el resto. La diferencia entre el mesías que querríamos, y el que recibimos. Este que no nos alimenta con el pan material, y que no es un mayordomo hecho para resolver nuestros problemas, sino quien vino a alimentarnos con su vida.

    Como comentario final, no me gusta el uso de la expresión papa-Dios, prefiero mucho la de Dios padre.

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    1. Agradezco mucho su comentario. Le diré que no ahondé en el tema del Mesías dado por el Padre-vs-el Mesías de nuestras expectativas, porque ese tema lo he tocado con alguna frecuencia en mis blogs anteriores.
      Sobre papá-Dios y Dios-Padre, diré que Jesús proponía llamarlo Abba, lo cuál está mucho más cerca de Papá-Dios, estrictamente hablando, sería "Papaito"

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