sábado, 15 de agosto de 2015

ALIMENTO DE ETERNIDAD


“Convierte en frutos las semillas que hay en ti"
Prov 9, 1-6; Sal 33, 2-3.10-11.12-13.14-15;Ef 5, 15-20; Jn. 6, 51-58.

La Eucaristía nos compromete a que seamos nosotros la solidaridad de Dios con el hermano… Comulgar es un serio compromiso en el cual nos comprometemos a ser solidarios con los que están caídos, con los pecadores, con la miseria humana, con el dolor humano… La comunión es un compromiso ante la universal humanidad.

Gustavo Baena, s.j.

Primera Lectura

La primera lectura de la liturgia de este Domingo XX Ordinario del ciclo B, está tomada del Libro de los Proverbios, nos traza unas sólidas directrices para vivir fieles al Señor. Para vivir Jesús-mente, hay que vivir con Sabiduría, es más, muchos han pensado que aquí la Sabiduría es la personificación de Jesús, y sin duda las razones están dadas para así pensarlo, observemos:
a) Ha preparado un Banquete (Eucarístico)
b) Mezclado el Vino y puesto la Mesa (el Altar)
c) Ha encargado a sus mensajeros para invitar a todo el mundo, sistematizando el Envío (Iglesia-Evangelización).

El Salmo

La fidelidad al Señor no es cualquier clase de fidelidad, sino la fidelidad amorosa. ¿De qué otra manera se puede ser verdaderamente fiel? La perícopa nos trae cuatro fórmulas  para ser realmente prudentes:

a) Guardar la lengua del mal (Que tu palabra sea siempre algo mejor que el silencio)
b) Alejar del nuestros labios el engaño (En plata blanca: “No mentir”)
c) Apartarse del mal y hacer el bien
d) Procurar por todos los medios la Paz.


Estas cuatro pautas revelaran si amamos al Señor.

Segunda Lectura

La perícopa de Efesios escoge otra metodología para indicarnos el Camino. En vez de decirnos hacía donde emprender la marcha, nos muestra los riesgos que correríamos si cogiéramos por cualquier otra vía.

Lo contrario de vivir con prudencia, de obrar con sabiduría –que se nos propone en la Primera Lectura- es lo simétrico: Portarse como insensatos. Eso es lo que denuncia la Carta a los Efesios. ¿Cómo es un insensato? La Carta nos lo dice, lo describe con dos rasgos precisos:

a) Es un irreflexivo que no procura entender la voluntad de Dios
b) Se emborracha cayendo en el libertinaje.

La invitación que hace la Carta a los Efesios es a la prudencia, para lo cual se debe

a) Aprovechar el momento presente (porque los tiempos son malos; lo entendemos como el medio en que nos movemos es corrupto, está lleno de concupiscencia, de incitaciones al mal camino, al extravío).

b) Uno, lo que  debe hacer es llenarse de “Espíritu Santo”.

c) Construirse una vida de espiritualidad, lo que se alcanza orando, leyendo los salmos, con himnos y con cantos, y con gratitud hacia Dios.

d) Corona la prudencia una Acción de Gracias constante, al Padre, en el Nombre de Jesucristo.

Esta sabiduría, esta fidelidad en plenitud, esta prudencia es vivir Jesús-mente, es trasparentar la Divina Misericordia.

El Evangelio

Avanzamos en la lectura continuada del capítulo sexto del Evangelio según San Juan. Jesús es el pan, Él así nos lo declara, pero precisa, no es el pan que simplemente sacia el hambre; Él va más allá, Moisés lideró a un pueblo actuando como “Mediador” entre YHWH  y los antes-esclavos-en-Egipto, pero no los nutrió con su pan, sino con uno que le proveyó el Señor. Los acompañó y asesoró en la “ruta” llamada Éxodo, pero hasta ahí llegó su asesoría. Esa limitación de Moisés se evidencia en el hecho de no haber podido entrar en la Tierra Prometida. No alcanzó la meta, aun cuando llegó hasta su misma orilla.


Jesús –en cambio- da de comer su propio pan, porque se da a Sí mismo, brinda su propio Cuerpo, en su total integridad, lo cual en lenguaje semítico se dira “su Cuerpo y su Sangre”. El Evangelio de Hoy precisa cómo “comer a Jesús”, no “tragándolo entero” sino masticándolo, eso es lo que significa el verbo griego τρώγω que se usa en esta perícopa.  Consiste en incorporarlo a nuestro propio ser, viviendo Jesús-mente (adverbio que significa a la manera de Jesús), transparentándolo, observando con detalle cómo procede Él en cada situación y tratando de reaccionar de la misma manera. (Obsérvese que no decimos “imitarlo”).

Y viene además la más hermosa “promesa”. Masticar a Jesús nos dará la Vida, porque Él es la Vida. Él mismo nos resucitará en el último día”. No nos hará multimillonarios, no nos resolverá todos nuestros problemas terrenales, no hará por nosotros lo que a nosotros nos compete, respetará el criterio de subsidiariedad, y esperará de nosotros respuesta comprometida y solidaría, reacción fraterna, compasiva, amorosa y –cuando toque- espera que sepamos perdonar. Pero, en el último día, ahí si actuará el Mesías, ese Día, Él nos resucitará.

Digámoslo una vez más, ahí es donde Moisés se queda corto, Moisés entregó el Maná que Dios Padre envió a su pueblo en el Éxodo por el desierto, pero sólo era un alimento para saciar el hambre terrena. El mismo Jesús llenó la barriguita de 5000 hombres y además- 12 canastos se llenaron con su abundancia desmedida; así como en Caná también sobre-abundó en su generosidad al convertir el agua en vino. Pero, la promesa mesiánica es de alcances insospechados, es una vida sin término; la carne de Jesús, es para que ya no haya muerte: Jesús derrotó a la muerte. ¡Eso sí que es PAN DE VIDA, de Vida Eterna!

Así pues, este discurso del Pan de Vida nos ha llevado a entender que es lo que Jesús ofrece, su mesianismo, excede con creces nuestras expectativas. Nosotros nos apozamos en la espera de la “barriguita llena”, del ejército victorioso, del trono y el reinado de terciopelo y oro, de palacio y destello. Eso, desde la perspectiva terrena puede sonar fascinante; desde la perspectiva Celestial es –seguramente- deleznable. Con ojos terrenos ¿qué más podríamos codiciar?, pero Jesús lo que quiere es enseñarnos a volar con las alas del Espíritu… del Espíritu Santo.

Para poder entender en que consiste comer su carne y beber su sangre, tenemos que anhelar y ambicionar con los ojos de Jesús; pero sólo se tiene esa mirada si se vive Jesús-mente. ¿Qué pasa con aquellas personas que “comulgan” con frecuencia y, que sin embargo, no se cristifican?… Bueno eso nos lleva a otro Evangelio, el de la semilla que cae en terreno pedregoso, o entre abrojos, o a la vera del camino y los pájaros se comen la semilla, o bien el sol la marchita, o “los afanes de la vida” ahogan lo sembrado. Para mejor entender este fenómeno apelaremos a una “parábola”, la del “vendedor de semillas”.


«Un joven soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que Jesucristo se encontraba atrás del mostrador.
- “¿Que vendes aquí?” - le preguntó.
- “Todo lo que tu corazón desee - respondió Jesucristo. Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor - dijo el joven-. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos”.
 Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice: “Amigo, creo que no me has entendido. Aquí no vendemos frutos; solamente vendemos semillas”.»

Como dice el Papa Emérito Benedicto XVI “Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor Quien no “mastica” el Pan de Vida no incorpora sus nutrientes, ni es fiel, ni vive prudentemente, en suma, no ha alcanzado la verdadera sabiduría, se queda “insensato”, porque la sabiduría de verdad es solamente Jesucristo; sólo cuándo de nuestra parte se da el esfuerzo por cristificarnos el Pan de Vida nos satura, y nos capacita para “transparentarlo”. Y la transparencia de Dios a través de nosotros es una tarea, es la dulce misión de ser lo que verdaderamente somos, Dios nos “satura” para que brote de nuestro ser la misericordiosa ternura del Padre, y podamos vivir la filiación divina. Nosotros no “imitamos” a Jesús, somos como Jesús porque somos sus hermanos, y estamos repletos de sus “genes” porque lo “masticamos” a Él, incorporándonos a Él. La meta es la Resurrección pero la ruta es vivir acordes con su Divina Misericordia, reconocerlo, aceptarlo, querer ser de su “familia”.


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