sábado, 30 de mayo de 2015

DICHOSO EL PUEBLO QUE EL DIOS ÚNICO SE ESCOGIÓ COMO HEREDAD


Deu 4, 32-34. 39-40; Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 ; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20

En lenguaje místico, la fe es una noche luminosa.
Segundo Galilea


Algunos catequistas me acercaron al Misterio de la Santísima Trinidad así: Son tres personas distintas y un solo Dios verdadero. ¡Punto! ¡Entiéndalo así! ¡No pregunte más! La mente más inteligente no podría entenderlo. Grandes filósofos, sabios y aún los santos han luchado por entenderlo y no lo  han logrado. Es “una verdad de fe”, y lo que a nosotros corresponde es aceptarla con obediente asentimiento.

Encuentro belleza en el argumento, inclusive me seduce lo del “obediente asentimiento”, me evoca la disciplina militar: ¡Tiene su encanto! Pese a lo cual, ¡hay algo que disuena!


De verdad, pienso que Dios es tan misericordioso que no nos revelaría algo que al no poderlo penetrar se convertiría en una abstracción inútil. De ser así, creo que Dios se habría abstenido de darnos un “vaso desfondado”. El Padre Celestial, el que amamos, alabamos y adoramos nosotros no es así. Creo –y eso si podría ser- que lo que quisieron decir estos amigos, es que la Verdad de la Santísima Trinidad no se puede agotar, por lo menos en esta vida mortal: “un Misterio inefable, infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana. ¡Ah, bueno, pero eso es algo totalmente diferente! «Fe es creerle a Dios sin comprender totalmente el contenido de lo que nos dice, pues si lo comprendiéramos sería como comprender a Dios, lo cual no es posible para la limitación de la criatura.»[1] Pero creo que Dios nos reveló esta imagen Trinitaria de su Ser, para enriquecernos, para guiarnos, para darnos un “tesoro”, y ese tesoro no se puede quedar como los juguetes regalados antaño, que se subían a una repisa y allí se mantenían, empacados en sus cajas originales, acumulando una capa de polvo que se apelmazaba y deslustraba el empaque tan vistoso y atractivo al principio. ¡No puedo aceptar que Papá-Dios sea de esa clase de padres. Al contrario, mi teología está convencida que Dios me regala cada juguete para que lo abramos y lo disfrutemos. Aún más, creo que lo que alegra a nuestro Padre es que juguemos con el regalo todo cuanto  nos sea posible.

Dios es como una columna entre mis brazos.
¡Intentad arrebatármela!
Estamos felices de estar juntos:
Nos decimos el nombre de pila unos a otros.
Y entonces, queridos hijos, atentos y todos juntos.
“Que tu amor, Señor esté sobre nosotros,
como nuestra esperanza está en Ti

Salmo 32, versión de Paul Claudel


Al empezar a jugar veo que la Santísima Trinidad es como una aversión-de-Dios-a-la-soledad. Muy ingenuamente podríamos regresar a la explicación de mis catequistas y argüir esta vez que Dios siendo Dios no se siente solo. Únicamente por volver la bola al campo rival, daremos el siguiente raquetazo: No se trata de decir cómo siente Dios, sino de aceptar lo que Dios nos ha manifestado sobre cómo es Él. ¿Qué nos ha revelado? ¡Que Él es Trino! (Creo que a mis amigos catequistas también les repudia la soledad porque no habría quien les devolviera la bola. Por si eso fuera poco, Dios que es bondadoso con todos y a todos alumbra con su sol, les dio a los catecúmenos). Quizá quepa –para contestar el raquetazo con elegancia, dar el golpe con el revés de la raqueta: En Génesis dice Dios: “No es bueno que el hombres esté solo. Le haré alguien que sea una compañía idónea para el” Gn 2,18. ¡Esta es la primera de las revelaciones que Dios nos hace al manifestarse trinitario! (Recordemos que Jesús nos enseñó que debíamos ser perfectos “como el Padre” es perfecto  Mt 5, 48, esto lo entendemos como que el Padre quiere que hagamos todo lo posible y nuestro mayor esfuerzo por parecernos a Él, también en lo de no estar solos).

Él ama la justicia y el derecho
Sal 32, 5a

El segundo rasgo de la Santísima Trinidad que nos parece una enseñanza esencial, la leemos en Gregorio Nacianceno, el Teólogo: «Divinidad sin distinción de sustancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje…»[2]. Esta propuesta de igualdad nos cuesta, pero está en el proyecto que Dios nos ofrece como vía hacia Él. Que aplaquemos nuestras manías de sometimiento, que anulemos las ansias de inducir a la sumisión, sólo queramos ejercer dominio sobre nosotros mismos, trabajando en progresar por el camino de la humildad, superando los pruritos de superioridad. San Pablo nos invitaba para que con humildad, no nos sintamos superiores a nadie sino que, consideremos a los demás superiores a nosotros Cfr. Fil 2, 3.

Aún hay una tercera directriz que nos enseña la Trinidad Santa. Dios es Unidad y nos llama y nos invita a ser Unidad. Sigamos de la mano de San Gregorio Nacianceno: «No he comenzado a pensar en la Unidad y ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me posee de nuevo»[3]. La Trinidad nos llama a ser Cuerpo Místico, a percibirnos y entendernos como tal, a convertir nuestra Unidad en la fraternidad, en el amor misericordioso del Señor en el objetivo de nuestra Misión. Evangelizar es pues, nada diferente que buscar la Unidad en nuestro Hermano Mayor, Jesucristo Dios y Señor nuestro.

Se puede seguir profundizando, seguramente las notas serán múltiples, nosotros hemos querido resaltar estas tres, convencidos que hay otras; por ejemplo, ser inspiración y modelo de familia.

… con Él se alegra nuestro corazón,
en su nombre confiamos
Sal 32, 21


¡Ah, que dulces son las rutas de nuestra fe. Cuán regocijantes las demandas con las que el Santo Espíritu nos arropa! Esta fe es un tierno mensaje de amor constante para que vivamos con verdadera fraternidad, cosa que no se da de por sí, requiere esfuerzo, pero al asumir la tarea de superación se llena de sentido la existencia, que de otra forma es sólo un fardo cargoso. Por eso la vida en la fe es de felicidad en una dicha que trasciende las tinieblas que Dios –Quien-nunca-nos-abandona- nos ayuda a atravesar. Están las tinieblas, sí, surgieron hijas del pecado; pero, la Luz Trinitaria las derrota.



[1] Galilea Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá. 1995. p. 18
[2] CEC. #256
[3] Ibid.

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