sábado, 6 de junio de 2015

CUERPO ENTREGADO EN ALIANZA



Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18; Hb 9, 11-15; Mc 14-12-16. 22-26

No es casual el hecho de que los Padres de la Iglesia llaman con el nombre de Cuerpo de Cristo tanto la Iglesia como la Eucaristía.
Carlo María Martini

Hemos venido en una línea sacramental desde el Domingo de Pentecostés cuando el Sacramento que resaltábamos era el de la Conversión. El Domingo Pasado, cuando celebramos la Santísima Trinidad, el Sacramento a destacar era el Bautismo puesto que los discípulos fueron enviados a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este Domingo celebramos la fiesta del Corpus Christi (que-recordémoslo, es en realidad el jueves) y el sacramento de referencia es, en esta oportunidad, el Sacramento de la Eucaristía. El Papa Urbano IV en 1264, publicó la Bula Transiturus ordenando su celebración; este Pontífice murió poco después, menos de un mes, y la Bula permaneció sin difusión, correspondió al Papa Clemente V por medio de un nuevo decreto impulsarla. La liturgia fue compuesta por Santo Tomás de Aquino. Esta fiesta sería como una especie de redundancia dado que la institución Eucarística se celebra el Jueves Santo, pero en este caso lo que se está celebrando, básicamente es, la Presencia Real en las Formas Consagradas.


Esta consecutiva referencia a los Sacramentos nos lleva a pensar que Jesús se quedó con nosotros –tal y como lo prometió- y para cumplirlo, tiene mucho que ver la vida sacramental, que es la senda operativa de su Presencia. Él se hace Presente con los Sacramentos que son además una didáctica del Cristianismo. Nosotros nos cristificamos además de por vivir una vida a la manera y al estilo de Jesús, por medio de la ejecución de los actos de misericordia que Él ejercía, pero además nutridos y fortalecidos con la Gracia sacramental sin la que nos faltan las fuerzas para cumplirlos, la bondad del corazón no aflora con espontaneidad sino que necesita de los reconstituyentes y las vitaminas sacramentales para que nos anime la bondad necesaria y el valor para atrevernos por encima de burlas, ataques, desprecios, persecuciones y hasta el martirio. Hoy en el momento actual, ha arreciado la persecución y en muchos lugares del mundo basta ser discípulos de Jesucristo para tener ganada la sentencia de muerte o el desplazamiento forzoso cuando menos: Corea del Norte, Arabia Saudí, Afganistán, Irak, Somalia, Irán, Yemen, Siria,  Sudán, Nigeria, Paquistán, Etiopía por mencionar sólo algunos de los lugares donde esta persecución es en extremo penosa. Esta es, como se suele decir, “una de las caras de la moneda”.

Está la otra cara: Entre nosotros se cotidianiza la Eucaristía, no nos damos cuenta –o tal parece que no nos diéramos cuenta- que Jesús está Presente con su Cuerpo-Sangre-Alma-y-Divinidad en la forma consagrada. La tomamos como si nada, como si fuera un bocado de calado o una menta. Vamos charlando con algún conocido que encontramos en la fila y de regreso a nuestro lugar, simplemente la tragamos cuanto antes, para poder seguir conversando o para usar nuestro teléfono-celular, mirar los mensajes o enviar el nuestro. Hemos llegado a trivializar la Comunión y a despojarla de toda solemnidad pero-lo que es más grave- a arrancarle toda espiritualidad, toda intimidad con Jesús. Nos atrevemos –aun desconociendo el fuero interno de cada uno- a pensar que no se habla con Jesús, que no hay experiencia de encuentro, que simplemente lo tragamos, confiando llegue a la tripa o – él mismo se tome las molestias de encontrar su ruta a nuestro corazón. “Allá Él, si quiere vivir en mí que busque su rincón donde acomodarse”.


Se ha vulnerado a tal extremo la Sagrada Comunión que se obviaron todos los actos preparatorios a tal punto que se olvidó o se abolió -en la práctica- el ayuno sacramental como acto preparativo porque era más importante comulgar que guardar un ayuno. Inclusive, procurando ser muy modernos y claros se llegó a acuñar la fórmula catequética “ir a  misa y no comulgar es como ir a Mc Donald y no comerse una hamburguesa” que es rayana en la claridad ramplona. ¿Cómo se puede poner al mismo nivel el Cuerpo-Sangre-Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo con un trozo amasado de carne molida? Esta clase de catequesis con sus toscas analogías destruyen e imposibilitan cualquier acceso al Misterio (óigase bien, Misterio con mayúscula) de la fe.

Y es que sería para volvernos locos de felicidad y de Amor saber que allí se encuentra el Jesús Total, en la completa integridad de su Persona, para volvernos Sagrarios que lleven en el pecho Su Fuego y al mundo el anuncio de Su Buena Noticia.

Jesús habla de la Presencia de su Cuerpo: Λάβετε, τοῦτό ἐστιν τὸ σῶμά μου. Mc 14, 22. Y más adelante nos menciona su sangre “de la Alianza”: Τοῦτό ἐστιν τὸ αἷμά μου τῆς διαθήκης. Los amigos estos (los llamamos así con cero desprecio, más bien con entrañable cariño), suelen empezar su perorata de “los curas falsificaron todo” dónde hablan los Evangelios de alma y divinidad”? El tema puede rendir frutos si nos dejamos llevar a una polémica bizantina, pero a lo que hay que atender para poder debatir este asunto es lo que en esa cultura se entendía por Cuerpo y Sangre. Aun desconociendo la palabra exacta que habría usado Jesús en arameo durante la Última Cena, la que tenemos en griego, se refiere a la integridad de la persona, dado que puro cuerpo o pura sangre aludiría más bien a un cadáver que a un vivo, a un Resucitado. Si la transustanciación trae a la Presencia la Persona total, debe traer todo lo otro que pertenece por antonomasia al Hijo de Dios Resucitado, valga decirlo por expreso: su Alma y su Divinidad. A esta co-presencia de los diversos aspectos del todo de la Persona se le denomina Natural concomitancia, allí donde se dé la Presencia del Cuerpo y Sangre, forzosamente debe darse también la Presencia del Alma y la Divinidad.

Pero hay todavía un elemento adicional que es vinculante, al Comulgar, al hacernos Sagrarios Vivientes, la Presencia se hace extensiva a la Iglesia, a los “órganos” del Cuerpo Místico de Cristo, al Interior de cada Comulgante. Podríamos pensar la Hostia Consagrada como una especie de “Neurona-Crística” y luego, en la misma medida que permitamos nuestra cristificación personal, extendemos como axones y dendritas cósmicos, por todos los lugares, la Presencia-Real.


«La Eucaristía se convierte en un testimonio luminoso y maravilloso de un nuevo modo de entender la convivencia humana, en una fuente impetuosa de justicia, de fraternidad, de caridad que se extiende sobre toda nuestra sociedad»[1] «La Eucaristía constituye la Iglesia como una red de servicios y ministerio recíprocos, y el mismo ministerio de Pedro se concibe como este grande amor: “Yo estoy entre ustedes como uno que sirve”… La Eucaristía constituye la Iglesia… como la asamblea de los que saben dar el cuerpo y la sangre por los hermanos… Cuerpo quiere decir la vida cotidiana con todas sus fatigas… sangre quiere decir don de sí total»[2]

Como te escondiste Tú en una migaja de Pan
haz que nosotros nos escondamos
como humildes migajas de Tu Misterio
en la grande artesa del mundo
y así fermentar toda la harina.

Averardo Dini

También podemos visualizar la Forma Eucarística que nos nutre en la Comunión como una madeja del hilo de rutilante Luz Espiritual que en nuestros ires y venires vamos entretejiendo en el mundo formando  su Manto, su Piel, sus Manos, sus “Órganos”, tejidos en el telar del Amor, de la Caridad, del Perdón, de la Misericordia. «Si, aquí hallamos un grande misterio. La carne de Cristo, que antes de la Pasión era la carne del solo Verbo de Dios, se ha agrandado tanto por medio de la Pasión, se ha dilatado de tal modo y ha llenado el universo de tal manera que todos los elegidos que han existido desde el comienzo del mundo y los que vivirán hasta el final, todos ellos, gracias a la acción de este sacramento, que hace de ellos una nueva creación, están congregados en una sola Iglesia en la cual Dios y el hombre se abrazan eternamente… Esta carne era desde el principio apenas un grano de trigo, un solo grano, antes de caer en tierra y morir allí. Ahora, en cambio, después que ha muerto, crece sobre el Altar, fructifica en nuestras manos y en nuestros cuerpos. Mientras iba ascendiendo el grande y rico Señor de las mieses subía con él hasta los graneros del cielo también esta tierra, en cuyo seno ha llegado a ser tan grande»[3]



[1] Martini Card. Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de Bogotá- Colombia 1995 p. 247
[2] Ibid p.271
[3] De Lubac, Henri. CORPUS MYSTICUM Vol XV, opera omnia, Jaca Book, Milán 1982 p. 43. Citado por Martini, Carlo María en EL PAN PARA UN PUEBLO Ed San Pablo, Santafé de Bogotá D.C. –Colombia 1997. p. 97

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