sábado, 6 de diciembre de 2014

VIVIR EN ESTADO DE CONVERSIÓN PERMANENTE


Is 40, 1-5; 9-11; Sal 84, 9ab. 10-14; 2 Pe 3, 8-14; Mc 1, 1-8

La división del mundo en buenos y malos es muy cómoda; es radicalmente falsa. La verdad es que la línea divisoria que separa el bien del mal en este mundo pasa por el centro de cada uno de nuestros corazones.
José Luis Martín Descalzo

Estar despiertos, permanecer alertas, vigilantes, ¿haciendo qué? ¿Esperando qué? En tiempo de Adviento, más claro que en ninguna otra época, sabemos lo que estamos esperando: Al Señor clamamos, ¡Ven a nuestras almas, ven, no tardes tanto! Es a Jesús a quien aguardamos.


¿Cómo podemos demostrarle que lo esperamos con todo amor, inclusive con impaciencia? (Ya nos lo dice San Pedro, en la Segunda Lectura, que “hay quienes lo acusan de tardanza” 2Pe 3, 9b). Tenemos que “allanarle las sendas”, así lo reclamaba el Profeta Isaías (Is 40, 3c). Pero dos versos más arriba el Profeta es más explícito: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”, “grítenle que está perdonado su pecado” (Is 40, 1a. 2c). O sea, que en medio del desconsuelo hay que alzar la voz para que sepan que Dios no nos ha olvidado, para que se renueve la fe, para que se sepa que Dios nunca nos falla, que está con nosotros, también en los momentos más desesperados, cuando parece que todo es desolación y muerte, aun cuando haya muchos que ya no creen. Es la hora de desenterrar de entre las cenizas, la Luz Esplendida de Dios.

(Espacio reservado para una parábola)
«AVANZA

Contaban que un par de marineros había bebido durante toda la noche en una isla cercana al puerto. En la madrugada salieron muy tomados y en medio de la oscuridad subieron a su bote al cual apenas pudieron llegar. A duras penas empezaron a remar y continuaron remando hasta que al amanecer un poco, uno de ellos se dio cuenta de que ¡no habían desamarrado el bote!

Cuantas veces nosotros tratamos de hacer esfuerzos para mejorar nuestras vidas, sin embargo dejamos de lado el hecho de que para seguir adelante requerimos más que buena voluntad. Requerimos soltar amarras que nos atan al puerto. Hay muchas amarras que nos pueden retrasar. Odio, rencor, dolor, tristeza, apatía, pereza o tantas otras cosas a las que estamos expuestos cada día. Si queremos avanzar, debemos soltarnos de todas esas cosas que de una forma u otra evitan que nos acerquemos a Dios.

No desgastes tus fuerzas remando sin haber soltado tus amarras, usa todas tus fuerzas para perdonar, levantarte, animarte y luego usa todas tus fuerzas para avanzar.

Y si sientes desde hace mucho un deseo en tu corazón de que hay algo que falta en tu vida, algo que sientes que has tenido que hacer siempre pero no lo has hecho y no sabes que es. Si sientes que tienes tal vez trabajo, familia, auto y hasta prosperidad pero a pesar de todo eso sientes que algo te falta, ese es Dios que te llama a servirle. Ese es Dios que te llama a avanzar hacia Él. No esperes más, busca hoy mismo la iglesia y el servicio a Dios. Busca un grupo, una parroquia y empieza ser pleno llenando ese espacio que sólo Dios puede llenar en tu vida. Y serás entonces totalmente pleno. Vamos, AVANZA.»[1]

Esto es lo que nos recomiendo San Pedro en la Segunda Lectura, μετάνοια la metanoia 2Pe 3, 9e, vivir ἐν ἁγίαις ἀναστροφαῖς un estilo de vida santo, εὐσεβείαις piadoso 2 Pe 3, 11; σπουδάσατε ἄσπιλοι καὶ ἀμώμητοι αὐτῷ εὑρεθῆναι ἐν εἰρήνῃ esforzarnos por encontrarnos sin mancha, sin culpa y en paz. 2Pe 3, 14b.

Esta “traducción” que encontramos en la Segunda Carta de San Pedro nos ilustra muy concretamente en qué consiste lo que dice Isaías con sus figuras tan elegantes, tan poéticas -lo que le ha valido un sitial en la literatura hebraica- cuando dice: “Que los valles se eleven, que las montañas y las colinas se abajen, que los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos” Is 40, 4. En la historia de los marineros borrachos, esa metanoia se ilustra con la llamada a “usar todas las fuerzas para perdonar, levantarse, animarse y luego usar todas las fuerzas para avanzar”. «Yo, y sólo yo, puedo enderezar lo torcido que llevo dentro»[2]

Así queda muy claro para qué se nos pedía en el Primer Domingo de Adviento que estuviéramos despiertos, vigilantes, alertas.  No recordar a San Juan Bautista, ni dirimir si era o no Elías redivivo, sino imitarlo, comprometernos a ser precursores de Jesús que “ya llega, a regir el orbe con Justicia”. Sal 96(95), 13. cfr. 2Pe 3, 13c.

«… la misión del Bautista, del Precursor, no es solamente un anuncio hecho con palabras, sino testimonio encarnado en la vida: es imitación de Jesús y es preparación a su destino de sufrimiento.

Y cada uno de nosotros, llamado según su vocación a preparar el camino al Señor que viene, debe inspirarse, por tanto, en este testimonio con las palabras, con los hechos y con la vida. La vida empleada en la caridad, a partir de la Eucaristía que celebramos, nos hace verdaderamente precursores de Cristo y capaces, en cierto modo, de preparar su venida en el corazón de los hombres y en las diversas expresiones de la vida social: aun en las expresiones de más sufrimiento y dificultad.»[3]



[1] Agudelo C. Humberto A. Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas 3ra reimpresión 2005 Bogotá – Colombia p. 210
[2] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. TOMO II – CICLO B. Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá – Colombia p. 16
[3] Martini, Card. Carlo María. sj.  POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995 p.530

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