sábado, 20 de diciembre de 2014

LA ENCARNACIÓN, RENACIMIENTO CÓSMICO


2 S 7,1-5. 8b-12. 14a.16; Sal 89(88), 2-5. 27.29; Ro 16,25-27; Lc 1, 26- 38

El Evangelio empieza ante una puerta
de una fonda en Belén y un posadero.
-¿No habrá una habitación para esta noche?
- Ninguna cama libre; todo lleno.
Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!

José María Pemán

¡Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor! Proclamar sin cesar es como el sentido de la vida del salmista, y se vuelve también el sentido de nuestra vida. El verbo hebreo original es שִׁיר que se refiere a la acción de cantar. ¿Qué es lo que canta? אֱמוּנָה la misericordia, más aún, su constante misericordia, su fidelidad, su permanencia inquebrantable. El propio Dios lo declara por boca del salmista: le hice un juramento a David y con él sellé un pacto… y jamás le retiraré Mi Amor, ni quebrantaré ese pacto. Sabemos que esta fidelidad a la palabra empeñada se ha perdido, ya no se estila ser fiel a la palabra dada; pero, en este caso es la Palabra de Dios, esa Palabra no bien pronunciada se cumple por que en los Labios de Dios no hay discontinuidad entre el decir y el hacer, sino simultaneidad: Lo Dicho es Hecho. Así, la perícopa del Salmo es un oráculo mesiánico: עַד־עֹ֭ולָם אָכִ֣ין זַרְעֶ֑ךָ “Te fundaré un linaje perpetuo” Sal 89(88), 4.


En la perícopa del Segundo Libro de Samuel nos encontramos la intención de David de construirle una “casa” al Señor (léase “templo”), en cambio Dios –por boca del profeta Natán- declara que seré Él Quien le dé una “casa” (léase “linaje”, “descendencia”, “dinastía”). Los cananeos tenían una tradición de erigir templos, mientras el Dios de David había sido un Dios trashumante, que caminaba y acampaba con su pueblo en una “Tienda”. Allí se inserta la promesa de hacer partir de David un linaje: אֶֽת־זַרְעֲךָ֙ אַחֲרֶ֔יךָ אֲשֶׁ֥ר יֵצֵ֖א מִמֵּעֶ֑יךָ וַהֲכִינֹתִ֖י אֶת־מַמְלַכְתֹּֽו׃ וַהֲקִימֹתִ֤י “…Engrandeceré a tu hijo, retoño, venido de tus entrañas… Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente”. (2 s 7, 12b. 16.).

Ese retoño, descendiente de David es el Mesías. Y, nosotros nos estamos preparando en Adviento, precisamente para el Advenimiento del Mesías. El Mesías tiene tres rasgos distintivos: a) Es de la “casa” de David, b) Gobernará eternamente y c) Es Hijo de Dios. Precisamente el Evangelio nos confirma que en Jesús se dan las tres características. Que es de descendencia davídica está expresado cuando dice que el arcángel vino a presentarse a una mujer prometida a “José, descendiente de David”; luego, en el verso 33 dice: “gobernara sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” lo que cumple el segundo requisito; y en el verso 35e leemos: διὸ καὶ τὸ γεννώμενον ἅγιον κληθήσεται Υἱὸς Θεοῦ. “el niño que nazca será santo y será llamado Hijo de Dios”, lo que da cumplimiento al tercer requisito para ser Mesías.


El Mesías es el sello distintivo de la “Misericordia” del Señor. Cuando el prototipo humano, Adán, falló y cedió a la tentación,  en ese mismo momento, Dios se apiadó, sus entrañas de Dios-Padre-Madre “segregaron” ese “instinto” protector-cuidador-salvador y dijo (recordemos la Fidelidad de la Palabra Divina) “Haré que tú (la serpiente) y la mujer (aluda a la Santísima Virgen) sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón”(Gn 3, 15).

Por eso, ante el fracaso del prototipo, viene Dios-hecho-hombre a re-crear todo. Como se dice popularmente “borrón y cuenta nueva”. Adán estaba hecho a “semejanza”, Jesús –en cambio- es el mismísimo Dios, no se le parece sino que es perfectamente el propio Dios.


El Adviento está acompañado por ciertas figuras bíblicas que nos sirven de espejo, de referente; nos contestan a la pregunta ¿a mí que me toca?, porque siempre el texto bíblico nos habla de un “deber ser” una ética y de un “deber hacer” una praxis. Estas figuras son San Juan Bautista, San José y Santa María Virgen. Hoy en particular es la imagen de la Virgen-Madre la que nos inspira el deber ser-hacer: Santa María es modelo de humildad, de discipulado, de evangelizadora. María es representativa de los humillados por triple partida: por pobre, por niña, por mujer; el arcángel no va a buscarla al palacio, ni al templo, la busca y la encuentra en su casa. Pero Dios no la avasalla, le pide permiso, por boca de San Gabriel, la invita a ser co-participe de la historia de salvación porque la Redención nos implica, nos vincula, nos abre la puerta a participar, a dar nuestro aporte a ese “Evento-Salvífico”, y ella, -aquí está ausente cualquier verticalismo impositivo- podría decir no, pero acepta, “cúmplase” γένοιτό, pronuncia el “Fiat”, acoge la Voluntad de Dios, como toda la humanidad debiera acogerla: Ἰδοὺ ἡ δούλη Κυρίου· γένοιτό μοι κατὰ τὸ ῥῆμά σου. “Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho” Esta es la fórmula de la plenitud-obediente [la palabra central y fundamental en la perícopa de la Carta a los Romanos que leemos este Domingo es ὑπακοή “obediencia”], María representa la raza humana dispuesta, abierta a la historia de salvación, arriesgada a construir el Reino, a cumplir la Voluntad de Dios. Y, entonces sí, sucede la Encarnación del Mesías. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario