sábado, 17 de agosto de 2013

FUEGO HE VENIDO A TRAER

Πῦρ ἦλθον βαλεῖν 
Jer 38, 4-6,8-10; Sal 39, 2-4. 18 (R.14b); Heb 12, 1-4; Lc 12, 49-53



Seguir a Jesús no es repetir las formas históricas de su fidelidad (absolutamente irrepetibles), sino… ser fieles a la causa del Padre en el tejido de nuestra historia.
Segundo Galilea

"No se turbe vuestro corazón ni se acobarde"
(Jn 14,,27b)



No se angustien ni tengan miedo Jn 14, 27d

Cualquier valor que se tome puede convertirse en fetichismo si se le enfoca mal o se le desarticula y desvirtúa. Tal vez el ejemplo más antiguo, si nos atenemos al relato bíblico sea el querer parecernos a Dios. Toda nuestra vida está bajo el signo de Dios porque Él es nuestro Padre y por eso a Él debemos tender y a Él debemos imitar. Pero, ¡guardando el sentido de las proporciones! Evidentemente, somos humanos, es decir, criaturas y no podemos pretender llegar a ser “como” Él. Podemos, eso sí, en cuanto somos sus hijos (con minúscula) abrillantar los rasgos que de Él heredamos: podemos intentar ser muy misericordiosos, ser portadores de perdón, procurar que nuestro amor no sea pasajero, ni superficial, sino “eterno”, pero con la humildad suficiente para comprender las limitaciones que nos son inherentes: al fin de cuentas no somos Dios, sino humanos que hemos recibido del Hijo el mandato de procurar parecernos a Él: Sean perfectos como su Padre que está en el Cielo es perfecto. (Mt 5, 48) Muy probablemente, si Adán y Eva hubieran podido guardar el sentido de las proporciones y no hubieran pretendido equipararse con Dios la historia toda de la humanidad estaría escrita de otra manera. (Como dice el Pregón Pascual: ¡Oh Feliz Culpa que mereció tan gran Redentor!)



Otro caso de “torsión” y desvío que produjo fetichización lo encontramos en el episodios de Caín y Abel: Por motivo del culto. Por culto cada cual ofrecía las primicias de sus crías y sus cultivos, pero la manera de ofrecer era distinta: la de Caín estaba impregnada de envidia. No es a causa de lo ofrecido sino de lo que hay en el fondo del corazón lo que determina que la ofrenda sea o no agradable al Señor. Quizás la situación llegó al colmo en la situación del Becerro de Oro que Aarón  le hizo al pueblo, como para darles gusto, como para que se entretuvieran en un culto “desviado”, “degenerado”, no dirigido a Quien es-Digno- de-Culto. Por tanto era una acción idolátrica. Un acto de paganismo, precisamente de lo que YHWH estaba tratando de purificar a “su pueblo” que había adquirido estos vicios idolátricos en su esclavitud en Egipto.

Tampoco la Paz está exenta de este riesgo. Una opinión muy difundida no cesa de invitar a “torcer” la doctrina de la Iglesia en aras de una “paz” con otros cristianos; es decir, claudicar de la verdad en aras de la “unidad”. A primera vista suena muy positivo, hasta loable; pero no es ese el camino a la unidad. Esa sería una meta-fetiche alcanzada por medio del abandono al Jesucristo que se nos ha revelado, más aún, a la revelación que el propio Jesucristo nos entregó. Cierto es, y muy cierto, que esta división no puede alegrar para nada el Corazón de Jesús pero, no es menos cierto que la unidad lograda con sacrificio de la Verdad para nada cicatrizaría las crueles llagas con las que hemos lanceado sus heridas haciéndolas sangrar una y otra vez. El camino será más arduo y no tan simplista: Esa paz no se puede fetichizar.

El argumento que nos presentan muchas veces es que el propio Jesús se presentó a sus Discípulos Resucitado, soplando sobre ellos el Espíritu Santo y entregándoles la Paz, no una sino dos veces. Jn 20, 19f. 20d y, aún una tercera vez, ya con la presencia de Tomás (Jn 20, 26g). Fácilmente podemos fetichizar estos saludos de paz en procura de convertirnos en acérrimos defensores de la paz, en pacifistas a ultranza. Hermoso y rayano en lo poético; no cabe discusión que el pacifismo es una hermosísima bandera digna de un Discípulo de Jesús; pese a ello, tampoco a tal consigna se la puede fetichizar. Mejor dicho, la fe verdadera está muy distante de las fórmulas facilistas. Estamos llamados a buscar la paz, a defender la paz, a ser constructores de la paz y ello nos hará bienaventurados, pero nuestro discipulado no nos llama a la infidelidad a los principios y enseñanzas que nos entregó Dios a través de los patriarcas, de los profetas, de Jesús y sus apóstoles, de los padre y Doctores de la Iglesia y de los romanos Pontífices que Él mismo puso en la continuidad de la tradición Eclesial. Y es que el propio Jesús nos corrige lo que significa la paz que Él nos entrega: “Les dejo la Paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo”. Jn 14, 27a-c.



Los que son del mundo nos brindan una paz de componendas, o, como lo hemos dicho en otra parte, muchas veces la que nos ofrecen es la paz de los cementerios. Con escalofriante frecuencia, su paz es la paz de la coerción, la paz de la amenaza, la paz del silencio obtenido por la fuerza. ¿Cuántas veces su propuesta de paz no ha tenido como logotipo un arma o una motosierra?



La Primera Lectura, que para este vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario en el ciclo C proviene del profeta Jeremías, nos muestra al Profeta víctima de aquellos interesados en silenciarlo y que cuentan con el respaldo del propio rey Sedecías quien da el permiso y la orden para llevarlo al pozo y abandonarlos allí, semienterrado en el barro. Salvado después por el Eunuco Cusita Ébed- Melek.

Decía Monseñor Carlo María Martini que Jeremías es el personaje bíblico más parecido a Jesús; más adelante, nos muestra respecto de este episodio, un parecido adicional que lo acerca aún más a la imagen del hijo de Dios: «Es sobretodo interesante el versículo 4: “Ea, hágase morir a este hombre, porque con eso desmoraliza a los guerreros que quedan en esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño.” Es la misma acusación que se hizo contra Jesús: subleva al pueblo, no piensa en el bien del pueblo, vendrán contra nosotros los romanos… Jesús debe morir. Hay un verdadero paralelismo con la pasión de Jesús.»[1]

Varios aspectos nos muestra, aún más, nos enseña Jeremías:

a)    No fetichizar un valor
b)    No dar a torcer el brazo por cobardía
c)    Tampoco por propia conveniencia, por salvar el pellejo
d)    Permanecer fiel a la misión encomendada por el Señor
e)    En este caso, la misión es –una de las facetas del profeta- la denuncia.




¿Cómo distinguir el sendero de la fidelidad?, es decir, ¿Cómo saber hasta dónde es lícito trabajar en la defensa de un valor y dónde se inicia el riesgo de la fetichización del valor? Diremos que es muy fácil responder desde el punto de vista teórico, inclusive, es muy fácil comprenderlo; la verdadera tarea empieza cuando ser coherente con esa respuesta nos  desacomoda, o nos duele. Es entonces cuando el auxilio viene del Señor, cuando tenemos que apelar a la gracia y clamar por abundante efusión de Espíritu Santo: תְּאַחַֽר׃ אַל־ אֱ֝לֹהַ֗י אַ֑תָּה וּמְפַלְטִ֣י עֶזְרָתִ֣י לִ֥י  יַחֲשָׁ֫ב  וְאֶבְיֹון֮ וַאֲנִ֤י  עָנִ֣י  אֲדֹנָ֪י 



“Y a mí, que estoy pobre y afligido, no me olvides, Señor. Tú eres quien me ayuda y me liberta; ¡no te tardes Dios mío!” (Sal 39, 18) La respuesta es que nosotros no somos seguidores de valores, nuestra fe, nuestra religión no es una ética heroica. Nosotros somos seguidores de una Persona, que Dios mismo nos entregó como Revelación, allí reposa una de los más preciosos valores de la Encarnación, no hemos visto el Rostro del Padre, al Padre no lo conocemos directamente, pero Él se nos ha manifestado a través de su Hijo. Recordemos lo que dice en San Juan: εἰ ἐγνώκειτε με, καὶ τὸν πατέρα μου “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 7a.)



Atención, lo hemos comentado más arriba, tenemos los Evangelios, toda la Sagrada Escritura, toda la Revelación, toda la Santa Madre Iglesia, que es la esposa de Jesús (¿Cómo podría la Esposa no saber a fondo como y quien es el Esposo). Pero, inclusive allí también cabe la fetichización. Primero que todo, lo más elemental, se sabe de personas que conocieron punto por punto estos “datos” pero sin la linterna de la fe, se puede quedar en una visión de un Hombre muy especial, una especie de super-profeta, pero nada más.



En nuestro ambiente post-moderno, adicto a las biografías de farándula, siempre se leerá la vida pasión y muerte como se leería la biografía de la Princesa Diana, como la de un sonado político, la de un jugador de fútbol o la de un renombrado beisbolista. En cambio, hay que leerla como un hombre de Carne y Hueso que a la vez es Dios, buscando denodadamente encontrarse con la Persona, con el Amigo, con el Hermano Mayor, que nos ama con verdadero y profundo Amor fraterno, comunicándonos el Amor del Padre.



Volver una y otra vez, desprovistos de nuestra visión socio-cultural de telenovela, pero también ajenos a la mirada cientificista plagada de positivismo. No podemos encontrarnos con el Amigo, o con el Hermano como un sicólogo atiende a su paciente en el diván, o como el biólogo trata de apreciar el micro-organismo con su microscopio.

De lo que se trata es de acercarnos humanamente al contacto humano con otro  Ser Humano pero desde una dimensión teológica, abiertos a la fe, dispuestos a encontrarnos con Alguien y –si logramos enamorarnos- estar dispuestos a seguirlo, dispuestos al seguimiento, al discipulado. Y, tengamos presentes que hay diversas manera de enamorarse, desde el amor a primera vista, hasta un amor que va creciendo –a partir de un mínimo encanto- hasta alcanzar su identidad de Amor después de un largo o larguísimo periodo, hasta ser amor maduro.



Además, este acercamiento y enamoramiento puede estar mediatizado por otros seres humanos por medio de quienes el Señor nos comunica dimensiones inaccesibles por la barrera histórica pero que cobran inmediatez con esos “pequeños” que le permiten decirnos “conmigo lo hiciste” (Mt 25, 40c).

La verdad os hará libres

Libres de engaño, libres de ilusiones, libres de fantasías bobaliconas. Pero también libres de temores, de pusilanimidades, porque Él ha venida a darnos Vida y Vida abundante. Si pensábamos en un camino de mullidos cojines y dulces terciopelos,… de eso no se trata. Jesús no engaña a nadie, Él ha venido a traer “división”, a traer un fuego que anhela arda cuanto antes; un fuego que parte las familias entre los que se ponen en un bando y aceptan y los otros que se ponen del otro lado para criticar, desanimar, desalentar, hacerte la guerra, ayudarte a descolgar en la cisterna y dejarte allí, medio sumido en fango…

Jesús nos deja ver a la cara y nos mira a los ojos: Si, nos da la paz, pero no la dulzona, la almibarada, la cómoda y muelle; no, por el contrario, nos advierte lo que sucederá ἔσονται γὰρ ἀπὸ τοῦ νῦν “de aquí en adelante”. Será incomodo, duro, arduo, sin doble túnica, ni alforja, ni cambio de residencia a otra más confortable.

Nos exige, sobre todo desacomodarnos de los fetiches: los dos domingos anteriores nos prevenía contra los fetiches del dinero y la riqueza. No se tratará de tener una casa más bonita o una catedral más amplia y alta; no se tratará de cambiar con frecuencia de auto y de teléfono portátil de altísima tecnología y de la última generación, muchos exhibiremos nuestra importancia recibiendo frecuentes llamadas al celu… el discípulo…probablemente, ni celu tendrá, no somos acumuladores de cosas, ni de ideas, ni de valores hechos fetiche; cosas así nos ha venido insinuando el Papa Francisco. Invitación a vivir desacomodados, humildes, con lo necesario, despojados de símbolos de poder y boato. El Señor πῶς συνέχομαι ἕως ὅτου τελεσθῇ “desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 50b). o… ¿ya está ardiendo? De pronto, eso significa cuando nos dijo  ἰδοὺ γὰρ ἡ βασιλεία τοῦ θεοῦ ἐντὸς ὑμῶν ἐστιν. “El Reino de Dios ya está entre ustedes” Lc 17, 21b.



No nos hagamos ilusiones: Él ha venido “a traer un fuego a la tierra” y el fuego –es inevitable- ¡quema, purifica! Pero el fuego no es para temer aun cuando hemos crecido creyéndolo. El Fuego arde desde la Zarza y habla a Moisés lo llena de decisión, no una decisión tibia, atolondrada: lo hace capaz de cumplir su Encargo. El Fuego, guía: Como guió al Pueblo Escogido a través del desierto, fue su brújula. En fin, el Fuego anima, llena de valor, de ímpetu de decisión, de resolución. Así fue el Fuego de Pentecostés, ese Fuego los des-acobardó y los capacitó para llevar el Evangelio.(Eu-aggelión: εὐαγγέλιον). No miremos el fuego con temor, no nos dejemos llenar de pereza o de rechazo a ser “quemados” por Ese-Fuego que es el Fuego del Espíritu Santo.



El fuego licua el hierro, lo funde y permite darle una nueva forma, permite su conversión en algo nuevo. El Fuego que trae Jesús dará a luz el Hombre Nuevo, el hombre cristiforme; dará paso al Reino. El ejemplo nos lo da Jesús mismo: Ἰησοῦν, ὃς ἀντὶ τῆς προκειμένης αὐτῷ χαρᾶς ὑπέμεινεν σταυρὸν αἰσχύνης καταφρονήσας ἐν δεξιᾷ τε τοῦ θρόνου τοῦ θεοῦ κεκάθικεν. “Jesús, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer ignominia, y por eso está sentado a la derecha del trono de Dios.” (Heb 12, 2).










[1] Martini, Carlo María Cardenal. VIVIR CON LA BIBLIA Ed. Planeta. Santafé de Bogotá – Colombia 1999. P. 290

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