sábado, 24 de agosto de 2013

CATOLICIDAD

Is 66, 18-21; Sal 117(116); Heb 12,5-7.11-13; Lc 13, 22-30



«Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad»
Escrito en un muro de la Sorbona

San Juan Crisóstomo nos refiere que fue San Ignacio de Antioquía quien en sus Cartas (siete que redactó en su camino de Siria a Roma, donde era conducido a su sacrificio, «...para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo» Ad Rom 4, 1; dirigidas a las Iglesias de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, Magnesia, Roma y Trales), a finales del siglo I, se empezó a referir a la Iglesia de Jesucristo como καθολικός [católicos] lo que quiere decir “Universal”. A esta “universalidad” alude la liturgia de la Palabra en este XXI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.




Este hermoso tema de la “Universalidad” nos remite y exige un posicionamiento frente a su ejercicio y al espíritu de humildad que reclama, puesto que no son los rótulos que esgrimamos  los que nos abrirán la Puerta de la Salvación, como nos lo explica Jesús en la perícopa del Evangelio que se lee en esta fecha.

Del trito-Isaías

El libro de Isaías comprende 66 capítulos, de los cuales los doce últimos (55-66) corresponden al Trito-Isaías. La Primera Lectura de este Domingo proviene del capítulo 66, precisamente, dedicado a rechazar el culto pagano. En él, el propio Señor rechaza los sacrificios de toros, ovejas, perros y hasta seres humanos. En cambio, dice el Señor, le agrada y se fía del pobre y afligido que respeta su Palabra, es en él en quien se fija el Señor. ( Is 66, 3b).

El texto que nos ocupa en la liturgia se refiere a los llegados desde apartados rincones de la tierra, en los diversos puntos cardinales, como אֲחֵיכֶ֣ם hermanos” (de  אָח hermano) Is 66, 20; esta hermandad que nos enlaza es el corazón de la perícopa, mostrándonos a todos los miembros de la Iglesia, a todos los bautizados, sin distinción de nación o lengua, como miembros de la misma familia, la Familia de Jesús, que Él mismo caracterizó como “los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” Lu 11, 28; o como “todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial” Mt 12, 48.



Dice el Señor, por boca de su profeta, Isaías, que Él vendrá לְקַבֵּ֥ץ  אֶת־  כָּל־  הַגֹּויִ֖ם  וְהַלְּשֹׁנֹ֑ות  “para reunir a las naciones de toda lengua” Is 66, 18; y en esa profecía vemos el anuncio de la venida de Jesús, de la Encarnación de Dios. Aún más, nos habla la profecía de unos “mensajeros” que Él “enviará”, se refiere a ellos como פְּ֠לֵיטִים (פָּלִיט) “sobrevivientes” de una persecución; vemos en esta alusión una referencia a los apóstoles, a la Iglesia, y a nosotros mismos, quienes no hemos dejado de ser perseguidos en tanto y cuanto sostenemos la Palabra de Jesús, guardando fidelidad a su Espíritu. Y esto lo decimos sin ninguna clase de soberbia, sino reconociendo que también en muchas oportunidades le hemos fallado, y que en muchas oportunidades ; siendo así que la Santidad de la Iglesia se mantiene no en cuanto a nuestro fidelidad al mandato sino porque ella es la Esposa de Jesús y es Él quien se la confiere, y no nosotros.

Jesús nos ha llamado, este llamado deviene un compromiso, un “envío” a cumplir con esta “mensajería”; somos convidados no para “poseer” ciertas “verdades”, sino para “compartir” y comunicar un “Amor”, una manera de vivir Jesús-mente, una manera Cristiforme de relacionarnos con Dios, con nuestros semejantes, con el  mundo. Este anuncio que estamos llamados a compartir ¿cómo se hará?

No se nos dice que traeremos “hermanos” así sea a la fuerza, no se nos convida en ninguna parte a coaccionar a nadie para lograr la aceptación de la “noticia”; al contrario, dice que los traeremos םבַּסּוּסִ֡י וּ֠בָרֶכֶב וּבַצַּבִּ֨ים וּבַפְּרָדִ֜ים  וּבַכִּרְכָּר֗וֹת “a caballo, en carro, en literas, en mulos y camellos” Is 66, 20b, lo entendemos como que nosotros traemos las bestias de cabestro, nosotros de a pie, como siervos, ellos montando, como señores; nosotros felices de servirles para seguir el ejemplo del Maestro que dice “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” Lc 22, 27c, ejemplo, enseñanza y modelo, para obrar en todo como Él nos enseña.



Muchos nos reprochan el periodo histórico de la Iglesia cuando se sintió llamada a llevar el anuncio a “sangre y fuego”, lo cual también corresponde a un “momento histórico”, a un proceso en la continuidad madurativa de una Iglesia que –sin dejar de ser la Iglesia de Jesucristo- busca y progresivamente va encontrando los “cómos”. Una Iglesia que –desde su maternidad y magisterialidad- es enseñada y corregida por Jesucristo “Camino, Verdad y Vida”. Así como una persona no puede llegar a la madurez sin atravesar una infancia, una adolescencia y una juventud; así tampoco la Iglesia –pese a ser la Iglesia que Dios quiere- podía llegar a la Claridad perfecta de la Luz de Nuestro Señor, sin ir lavando sus ojos criaturales con el colirio de la Gracia.

El Salmo más breve

Este salmo 117(116), está formado por tan solo dos versículos, lo que lo constituye en el Salmo más corto de todo el Salterio. Desciframos en este Himno cinco temas que decodificamos, siguiendo a Carlos Vallés:

1)    Una palabra de alabanza
2)    La presencia del Grupo
3)    El horizonte de la humanidad entera
4)    La propia fe en la Misericordia de Dios
5)    La fidelidad de Dios a su Promesa salvífica.

Una vez más, alude a “todas las naciones”, a “todos los pueblos” continuando con la “universalidad” de nuestra fe, una fe que está abierta para todo el que quiera venir, una fe que se caracteriza por esa “acogida”. Acogida que debemos esmerarnos en depurar de continuo, de tal manera que cada día seamos más acogedores con todos nuestros hermanos y se pueda experimentar la “hermandad” en el trato fraterno, en la preocupación e interés que uno tiene con los “hermanos de sangre”.



Bien es cierto que, así como muchas veces la paternidad como la ejercemos no es trasparencia de la paternidad de Dios-Padre; también es cierto que muchos hermanos más parecen perros y gatos; lo cual no niega cómo debe ser la hermandad ideal y perfecta, ni oculta el compromiso que tenemos de obrar como tales. Este compromiso exige una conciencia vigilante que permita sobreponernos a nuestros egoísmos y nuestros individualismos tan fuertemente fomentados por una cultura del consumismo para exacerbar con ello nuestro espíritu acumulativo y nuestras ansias por el “poder”, un poder mal-entendido. Sea pues nuestro único poder el poder servir como sirvió Jesucristo; y no olvidemos jamás la imagen del Señor, con la toalla atada a la cintura, lavando los pies a sus discípulos.


Somos hermanos, entonces somos hijos

El hecho de ser hermanos no se puede quedar sin consecuencias en nuestra relación con Dios Padre. Así es que Dios nos recibe como hijos suyos: πάντα υἱὸν ὃν παραδέχεται. Este verbo παραδέχομαι significa que Él nos reconoce como hijos; siguiendo la analogía con las conductas humanas, todos sabemos las profundas consecuencias legales que conlleva ese reconocimiento, quien es reconocido como “hijo” tiene derechos, adquiere inmediatamente esos derechos, además tiene derechos sobre la herencia, se hace heredero. Entre los derechos adquiridos están los así llamados “derechos de amor”, en los que se incluye el derecho de “alimentos”, ¡no nos preocupemos, que Él proveerá!

Un derecho-deber que se adquiere es la que llamamos “patria potestad” que encierra en sí el deber de “corregir y reprender”. Este derecho mal entendido y peor aplicado fue durante siglos, pábulo al atropello y maltrato, convencidos como se estaba que “la letra con sangre entra”, era buen pretexto para usar y abusar de la violencia contra los hijos que terminaba en los peores episodios de maltrato familiar y no faltaba quien compitiera en “dejar marcas y moretones” en procura de probar la responsabilidad en el ejercicio de su paternidad. Otra consecuencia colateral fue la de construir –por parte de las mamás- el mito de los papás-cocos amenazando al hijo: “se lo digo a tu papá”. Todo esto desembocó en una cultura -no del respeto- sino del temor desvirtuando la relación padre-hijo y afectando –de rebote- la idea que teníamos de nuestra relación con Dios que llegó a verse como un Dios-castigador.



La sicología en sus estudios descubrió todos los “traumas” que acarreaba este planteamiento de la relación paternal-filial y empezó su labor para desmontar la violencia intra-familiar con todas las malformaciones y la cadena de reproducción mecánica de estos patrones de crianza, pues si a mí me criaron así ¿Cómo más voy a criar a mis hijos? Pero, como suele suceder y lo comprobamos en la historia, luchar contra un mal lleva-muchas veces- a que el tratamiento sea peor que la enfermedad. Se desembocó en la teoría del papá-amigo, del papá-cómplice, que fue degenerando en el papá-monigote, en el papá-pintado-en–la-pared, y del papá-cajero-automático; llevado este remedio más lejos, se alcanzó el límite del papá-que-desautoriza-a-la-mamá, del papá-yo-nunca-corrijo-ni-regaño y del papá-confío-en-mi-hijo y él-es-muy-inteligente.

La Segunda Lectura de hoy impulsa hacía una búsqueda del punto de equilibrio. Nadie promovería la enseñanza por medio del uso de la fuerza bruta, se recomienda la enseñanza por medio de la razón, de los argumentos. Pese a eso, tengamos en cuenta   τίς γὰρ υἱὸς ὃν οὐ παιδεύει πατήρ; “¿Qué padre hay que no corrija a sus hijos?” Un padre que no corrige no está pues obrando como un padre de verdad sino como un extraño, como un padre desnaturalizado, como un padre irresponsable; tan irresponsable como el padre violento del fuete en mano, el padre del rejo y del garrote. Ninguno de los dos extremos.

Y el hijo también adquiere el deber de “no despreciar la corrección… no desanimarse cuando lo reprendan” y así lo dice con todas las letras en esta Segunda Lectura. No espera –y en eso es muy realista la Carta a los Hebreos- que uno se ponga feliz por la “corrección”, dice la Carta que es lógico y se espera que uno se ponga triste pero, no se queda en la tristeza sino que mira hacía los frutos que recogerá a raíz de la corrección. Dios corrige, castiga y todo lo hace con amor; no castiga con rabia, con ira, sino –como un buen papá- le duele el corazón porque ha tenido que castigar a su hijo-amado, pero no lo abandonará para que crezca torcido o haga lo que se le venga en gana. En estos tiempos que corren ¡cuán importante es este equilibrio! Y ¡cuán valioso mantener la equidistancia entre los extremos patológicos! Un hijo violentado será un violento en potencia; un hijo dejado a “su aire” será un descarrilado para siempre.

Tema de los últimos y los primeros

Para poder ver, para poder descubrir y vivir la Voluntad de Dios, ya lo hemos dicho mil veces, pero nos parece necesario repetirlo 10 millones de veces, se requiere la Conversión. La Conversión es la que nos corrige la visual, la que nos deja ver aqullo que es intangible e invisible, la Conversión nos permite trascender. No os extrañeís si el próximo blog decimos lo mismo. (Cambiará la tonada más la letra de nuestra canción será la misma).

Sólo la Conversión nos deja entender por qué los que son primeros, pasan a ser últimos. Eso a simple y desnuda vista nos parece una injusticia, algo intolerable, como una especia de atropello delante de los que se han mantenido fieles en primera línea. Es explicable, en la parábola del Padre Misericordioso también el hijo que siempre había estado ahí, trabajando al lado del Padre se siente atropellado y le reclama al Padre con requiebros amargos ¿Por qué a mí no me has regalado un cabrito para hacer un parrandón con mis amigos?

Todos nosotros, los que nos hemos conservado “fieles y firmes” tendremos la tentación de hacer el mismo reclamo. En el Evangelio de este Domingo el reclamo suena así: ἐφάγομεν ἐνώπιον σου καὶ ἐπίομεν καὶ ἐν ταῖς πλατείαις ἡμῶν ἐδίδαξας· “Hemos comido y bebido contigo, y Tú has enseñado en nuestras plazas”. Es delicado que empecemos a creer que Dios está obligado con nosotros, que Dios tiene deudas pendientes y está obligado a pagarnos. ¿No sabemos que toda acción buena que hemos cumplido ha sido Gracia de Dios que nos la infundió? ¡Ha sido Dios el motor de nuestro corazón, y ha sido Él Quien nos ha dado la oportunidad y nos ha puesto en circunstancia! Nosotros somos “simplemente siervos inútiles” Lc 17, 10 a,b. ¿No reconocemos nuestro corazón de piedra cuya única dulzura brota de YHWH?

Aún –vayamos más lejos- aventuremos la hipótesis que “nuestras buenas obras si salieron de nuestra iniciativa” ¿por qué son buenas? ¿Quién tiene Autoridad para constituir escalas de valores? ¿Quién permitió que fuéramos creados? ¿…que naciéramos? ¿…que viviéramos? ¿… que hubiéramos estado allí en el preciso momento y en el preciso lugar? ¡Quien tenga oídos para oír que oiga. Quien tenga ojos para ver, que vea! Mt 13, 9-19.

Dice el Señor ἀγωνίζεσθε εἰσελθεῖν διὰ τῆς στενῆς θύρας “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha”. No todo cuanto hacemos es vano, hay algo que podemos hacer, “esforzarnos” Y ¿cuál es la puerta estrecha? Pues –parece que no se nos dice- pero, leamos atentamente ¿quiénes no pueden entrar? ¿a quiénes les dirá el Señor “no los conozco”? A los que hacen el mal (el texto dice: a los injustos ἀδικίας a los que cometen lo malo. Ah, entonces si sabemos a qué debemos esforzarnos: ¡A ser justos!


Dios mío, te lo ruego, permíteme obrar con justicia para que mis actos te trasparenten y así otros también te descubran y anhelen obrar el mismo bien que a Ti te gusta entonces, nosotros que hoy somos últimos, tú nos harás primeros en el banquete del Reino de Dios. Amén.

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