sábado, 3 de agosto de 2013

¡ALERTA! AÚN EXISTE LA IDOLATRÍA


Contra la fetichización de la abundancia material

Ecle 1,2.2,21-23; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21



El Domingo XVI leíamos en el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 10º cinco versículos entre ellos el 41b-42a: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria.» lo cual podemos poner en relación con Mt 13, 22, donde Jesús les descifra a sus discípulos la parábola del sembrador: “Lo sembrado entre espinos es la persona que oye la Palabra, pero las preocupaciones materiales y la ceguera propia de la riqueza ahogan la Palabra y no puede producir fruto”. El mundo se empecina en poner en primer lugar cientos de miles de preocupaciones y afanes logrando relegar al último lugar el interés por la vida espiritual. Se nos preguntará ¿en qué consiste la vida espiritual? Y –arriesgando excedernos en osadía- aventuramos respondiendo con un versículo del Qohelet 12, 13 bc: “Honra a Dios y cumple sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre”

Precisamente la Primera Lectura de este Domingo XVIII está tomada del Qohelet (Eclesiastés), el célebre “Vanidad de vanidades” donde se dice que todo es vanidad, que todo es ilusión, y salta directamente al capítulo 2 para afirmar que no tiene sentido matarse trabajando y –como le toca a todo campesino- fatigarse bajo la luz y el calor solar para amasar una fortuna que luego otro –que no trabajó- heredará. Y este texto es muy coherente y aplicable a los trabajo-adictos: כִּ֧י  כָל־  יָמָ֣יו  מַכְאֹבִ֗ים  וָכַ֙עַס֙  עִנְיָנֹ֔ו  גַּם־  בַּלַּ֖יְלָה  לֹא־  שָׁכַ֣ב  לִבֹּ֑ו  גַּם־  זֶ֖ה  הֶ֥בֶל  הֽוּא׃ “De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa su mente. ¿No es esto vanidad de vanidades?”



Así, como el texto inicia, se formula una afirmación rotunda: הֲבֵ֤ל  הֲבָלִים֙  אָמַ֣ר  קֹהֶ֔לֶת  הֲבֵ֥ל  הֲבָלִ֖ים  הַכֹּ֥ל  הָֽבֶל׃ “Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión”. A nuestro modo de ver, demasiado rotunda. Siempre se ha dicho, y en ello convergen muchos exégetas, que en Qohelet debieron intervenir muchas manos, no es la obra de un solo escritor como pretende presentarse en el texto; y, en particular la perícopa 12, 9-14, serían un inserto atribuido al “editor”. De esa inserción hemos tomado la cita inicial Ecle 12, 13bc que señala la importante excepción, lo que no sería vano, lo que es importante y sustancial, la honra y la obediencia a los Mandamientos de Dios. Y la cita nos dice porque eso sí es importante: כִּי־  זֶ֖ה  כָּל־  הָאָדָֽם׃  “…porque eso es el todo del hombre”. No dice que sea algo importante, no dice que de razón al existir del hombre en parte, sino en la totalidad. Es decir, la obediencia a los Mandatos divinos son el eje de la vida humana, lo que le da razón de ser y valor al existir.

Por tanto, mirados los dos extremos del Libro Qohelet encontramos que todo es absurdo excepto honrar a Dios y obedecer sus Mandamientos. Con esta doble aseveración estamos en mejores condiciones para poner el mundo al derecho y corregir nuestra visión y nuestro pensamiento. Y es que nosotros no vemos con los ojos de Dios, nuestra concupiscencia altera nuestra visión y la “carne” la “visión mundana y mundanizada” nos conduce a interpretar como importante la “vanidad de vanidades” y –por el contrario- lo verdaderamente valioso, nos parece un bledo y aún menos. ¿Cómo poner las cosas en orden y corregir en nuestra mente y nuestro corazón las jerarquías? De eso se trata, en general, la liturgia de la Palabra de este XVIII Domingo Ordinario, ciclo C. Encontraremos un sistema de coordenadas para orientarnos donde se toma como origen del sistema la  muerte.



Y es que la muerte es un fantástico elemento para referenciarlo todo, porque es rotunda, misteriosa, incontrovertible e irreversible. El poder de la muerte como referente y como origen de un sistema de coordenadas es válido y valioso porque al ser un corte “ontológico” nos permite un corte “epistemológico”. Muy cierto que no podemos hablar de lo que hay del otro lado de la muerte sino desde el dato revelado; pero puesto bajo la luz de este dato, todo el conjunto pude hallar sentido para el creyente, de la misma manera que para el increyente sólo alcanza desesperante absurdo. Ahí resplandece la fuerza cognoscitiva de la fe para conocer allende la racionalidad positiva.

Estar alerta contra las idolatrías

En el Evangelio de este Domingo, alguien invoca a Jesús para zanjar la disputa en torno a una herencia. La herencia fundamental –el amor del Padre- identificada con la presunta aceptación de nuestras ofrendas a Dios, fue la causal del primer fratricidio bíblico. ¿Por qué otra cosa mató Caín? Y así, la idolatría hacía los bienes materiales vulnera en la línea de flote la relación esencial que debe primar entre los seres humanos: la hermandad. No nos cansaremos de repetir –porque allí reposa lo fundamental de nuestra fe-que al ser hijos del mismo Padre, todos somos hermanos en Cristo Jesús Nuestro Señor, y –si de verdad nos ponemos a seguirlo- lo primero será obrar coherentemente respecto a esta relación. Si de verdad creemos que Dios es “Padre Nuestro” tenemos que “santificar su Nombre” permitiendo el advenimiento de su Reinado, pero su reinado será imposible si no “perdonamos a nuestros deudores”, y, en general, si no nos conducimos como verdaderos hermanos. Precisamente entonces, viene a cuento el comentario agustiniano: «Todo el mal que hacen los malos se registra –y ellos no lo saben. El día en que “Dios no se callará” sal 50, 3… se volverá hacía los malos: Yo había colocado sobre la tierra, dirá Él, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"» (San Agustín, Sermones 18, 4, 4). Esos pequeñuelos de manos vacías son nuestros hermanos, pendientes de nuestro aporte en las urnas del Tesoro del Señor, y con ese Tesoro es que se construirá el Reino. Luego, ningún Reino vendrá a nosotros si nosotros no hacemos abundantes depósitos en ese Tesoro; el Reino vendrá más pronto cuantos mayores sean nuestras “consignaciones”.



Otro asunto paralelo que nos preocupa e interesa a ese respecto: ¿Podrá el idólatra de los “bienes materiales” acceder a la vida eterna? Creemos que no, tendrá que ser remitido a los campos de corrección llamados purgatorio, para entrenarse en el desprendimiento de los bienes materiales y en la “avaricia” de los espirituales. No se vaya a creer que uno al morir aprende instantáneamente el desprendimiento; cuando se ha vivido toda una vida la idolatría de las riquezas y la indiferencia del “sacerdote y el levita” esas cosas se incrustan en el corazón tan profundamente que uno “pasa al otro toldo” cargado con ellas: semejante cargamento no podrá pasar por los umbrales de las puertas del Cielo y un proceso de trasformación purificación se hace , entonces, necesario puesto que nada impuro puede franquear las puertas del Cielo.

La recomendación que leemos en el epilogo del Qohelet se hace explicita en la perícopa de Colosenses que tenemos como Segunda Lectura para este Domingo. Εἰ οὖν συνηγέρθητε τῷ Χριστῷ, τὰ ἄνω ζητεῖτε, οὗ ὁ Χριστός ἐστιν ἐν δεξιᾷ τοῦ θεοῦ καθήμενος· τὰ ἄνω φρονεῖτε, μὴ τὰ ἐπὶ τῆς γῆς. “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del Cielo, no en los de la tierra”(Col 3, 1-2). Así aparece expresada una clara directriz para nuestra vida. Tenemos que saber, y enderezar hacia ello nuestra mente y nuestro corazón. Son los bienes de Dios, los del crecimiento espiritual el “todo” de la vida humana; pero –pueden decirnos- está claro y hasta es lógico que se deben ambicionar los “bienes de arriba”, expresión con la cual designamos la espiritualidad; pero ¿Cuáles son?



Avancemos en la lectura de la perícopa de Colosenses y encontraremos una respuesta doble: primero por vía negativa, se nos dice de manera muy clara los contra-valores del Reino; y, luego, por vía positiva se nos llama –otra vez- a la μετανοῖεν metanoia, a la “conversión”, a trasformar nuestra manera de mirar los valores y así, dar un vuelco total mirando y viendo desde una perspectiva diversa.

La lista de los contra-valores reza así: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos, y, πλεονεξίαν, ἥτις ἐστιν εἰδωλολατρία,la avaricia que es una forma de idolatría”, es la idolatría de la posesión, de las cosas que me pertenecen, cuando pongo en ella mi seguridad y mi confianza. Y la invitación a convertirse se formula en estas palabras: καὶ ἐνδυσάμενοι τὸν νέον τὸν ἀνακαινούμενον εἰς ἐπίγνωσιν κατ’ εἰκόνα τοῦ κτίσαντος αὐτόν, “Revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen”. Aquí queremos subrayar la palabra ἀνακαινούμενον - ἀνακαινόω “que se va renovando”, que destaca el carácter procesual que mencionamos arriba, que implica, no una trasformación súbita, sino un proceso de asimilación, de rescate, de recobramiento de la imagen de Dios impresa en nosotros, pero velada en el “viejo yo” y que requiere ser nuevamente vestida en el “nuevo yo” por eso la expresión es ἐνδυσάμενοι re-vestida. (Algunos traductores señalan que el verbo ἐνδύω indica estrenar ropa nueva; para otros, significa sólo cambiarse de ropa por una distinta; aún otros la traducen por “volverse a poner” o “ponerse un traje de protección”, una armadura, por ejemplo. Nosotros –como se nota- hemos optado esta opción última).



Arriba hablábamos de la avaricia de los bienes espirituales como una manera de decir que debemos buscarlos y procurárnoslos; pero queremos precisar que ni siquiera ellos pueden ser objeto de avaricia. También ellos son mediación para hacer el bien y para compartirlos –no para “acumularlos”. No podemos, ni debemos –como sucede en cierta parábola- llenar un cajón de buenas acciones simplemente para “tenerlas”, para acrecentar nuestra propia “santidad”; sino que nuestras buenas acciones, nuestra generosidad (que no es nuestra sino de Dios, a Quien servimos de “medio” para derramar su Bondad) tiene sentido y valor en cuanto trasparencia de la Gracia de Dios. Hagamos a un lado, pues, la idolatría de creer que los bienes y riquezas todo lo resolverá y harán de este mundo el Paraíso Terrenal.

Otra parábola

Jesús nos propone la parábola del “hombre rico que tuvo una gran cosecha”, la parábola del Ἄφρων “rico insensato”. ¿En qué consistía su insensatez? En poner el eje de su vida en sus bienes, en su cosecha, en el acrecentamiento de sus graneros, en –simplemente- comer, beber y darse la buena vida. Vemos en todo ello una mentalidad “mundanizada”, materialista, centrada en la “carne”, con una visión chata para todo aquello que sea trascendente. Su insensatez radica en ser obtusamente ciego para εἰς θεὸν πλουτῶν “lo que vale ante Dios”. Este “rico insensato” olvido las palabras del salmista זְ֭רַמְתָּם  שֵׁנָ֣ה  יִהְי֑וּ  בַּ֝בֹּ֗קֶר  כֶּחָצִ֥יר  יַחֲלֹֽף׃  “Nuestra vida es tan breve como un sueño, como lo es la de la hierba…” Sal 90 (89), 4

Se intentó poner en uso la fórmula moral “vive cada día como si fuera el último”, pero también ella, que apela al mismo referente que propone Jesús en su parábola, es decir, la muerte, se fue desgastando y se desvió, tomando otro enfoque, vive como el rico insensato, come, bebe y date buena vida; mientras otros, también la desvirtuaron traduciéndola en un vivir alocado y temerario, donde las descargas de adrenalina te hagan sentir que es tu último día; entonces, “vivir cada día como si fuera el último” se convirtió en “ensaya con frecuencia –corriendo los más altos riesgos- a ver si logras que este sea tu último día”.


Y no era eso; de lo que se trata es de revestirse del nuevo yo, de “convertirnos”, de asimilarnos a Cristo, de rescatar y hacer resplandecer la imagen de Dios que Él plasmó en nosotros al crearnos; en fin, como dice la Carta a los Colosenses, que πάντα καὶ ἐν πᾶσιν Χριστός. “Cristo sea Todo en Todos”. Todo cuanto tenemos y todo cuanto se nos ha dado son “medios” para alcanzar no la “acumulación” sino el compartir, el poner al servicio, el dar y el darnos.

Oremos pidiéndole a Dios-Padre saber construir sobre roca y no sobre arena deleznable y ; no seamos vírgenes necias que no disponen de aceite y se entregan al descuido porque el Novio tarda en llegar; no dejemos para mañana poner manos a la obra en nuestro proceso de construcción del Reino, en nuestra conversión, abandonando toda idolatría y desdeñando toda avaricia, todo anti-valor del Reino.

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