viernes, 26 de julio de 2013

VENGA A NOSOTROS TU REINO


Gn 18, 20-32; Sal 138(137), 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-24; Lc 11, 1-13


Una necesidad vital aparentemente innecesaria

Como plataforma de despegue vamos a proponer una definición de la oración que para abordar la aproximación a la “oración del Señor” nos sirva de mapa general, pero también de acicate: «La oración es un permanente y fascinante mundo de averiguación, donde Dios se deja ‘investigar’ en su Hijo; donde el Hijo se deja investigar en su humanidad; donde el hombre aprende las pautas dinámicas para reproducir el estilo y la fuerza de relación que Jesús tenía con su Padre.»[1] Una de las principales ventajas que le vemos al enunciado anterior es que descarta aquella visión según la cual la oración consistiría en «recitar un texto como una fórmula… esta plegaria viene a ser dicha de una manera mecánica, sin una vinculación suficiente con la vida misma.»[2] La oración es un caminar en el ansia de Dios, en un profundísimo deseo de acercarnos, de permitirle entrar en nuestra vida, pero dadas las imposibilidades para acercarnos a Él directamente, lo hacemos acercándonos a la amistad con quien nos ha dicho que si lo vemos a Él vemos al Padre (Jn 14, 9); aquí está condensado el cómo pero ¿para qué? Para entender esa relación paternal-filial y, entonces, filializarnos nosotros: sí, es un esfuerzo hacia nuestra filiación; lo cual no se alcanza por la repetición de fórmulas ni por medio de la recitación de plegarias. Más aún, ¡no se logra por medio de conductas rituales!

La oración tiene todo que ver con los diversos planos de la vida
v  Con las búsquedas más profundas de la persona
v  Con las necesidades básicas de la vida
v  Con la definición de la identidad personal
v  Con la calidad de las relaciones interpersonales
v  Con la capacidad para ejercer la reconciliación
v  Con la visión de la vida
v  Con la justicia[3]

Sin embargo, «Hay quien descuida la oración y hay quien no cree en ella: pero el motivo a veces es el mismo. Se cree que es ineficaz o que no sirve. El presunto silencio de Dios respecto de nuestras expectativas lleva a menudo a una especie de resentimiento interior, que termina en la duda o en el desafío: “Si Dios no me escucha, no existe”. ¿Es posible que Dios no escuche o tal vez dé una respuesta distinta de la esperada? La opinión más difundida es que la oración no es útil, no sirve para resolver los problemas de la vida  ni las necesidades de la existencia. En la graduación de las cosas inútiles, la oración ocupa el primer puesto. Se dice que ella aparta de la vida, que crea espacios ilusorios; al máximo, no perjudica cuando no se tiene nada que hacer. Son otros los verbos que hacen percibir a las personas de nuestro tiempo la impresión de hacer cosas útiles: realizar, construir, poseer, alcanzar. El orar no tiene nada que ver con esta lógica… La eficacia de la oración constituye una “desproporción”: la respuesta de Dios siempre es más grande que nuestras peticiones, que nuestas expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente” diversa.»[4]

Oración de intercesión

«Vienen a la mente toda clase de objeciones: ¿Por qué deberíamos pedir a Dios algo que sabe necesitamos?... Jesús parece dar de lado a todas estas objeciones y anunciar una ley misteriosa del mundo de la oración: que Dios, por propia voluntad, ha colocado su poder, en cierto sentido, en manos de la persona que intercede, de manera que, mientras la persona no interceda, su poder queda maniatado.

Ese es el gran atractivo de la oración de intercesión: que cuando la practicas adquieres un tremendo sentido del poder enorme que encierra. Y, una vez que hayas sentido ese poder, no cesaras de orar. Al final del mundo comprenderemos en qué medida han sido configurados los destinos de las personas y de las naciones no tanto en virtud de los acontecimientos externos provocados por personas con poder y por acontecimientos que parecían inevitables, sino por el silencioso, callado, irresistible poder de la oración de personas a las que el mundo jamás conocerá.



Teilhard de Chardin habla en el medio divino de una religiosa que ora en la capilla perdida en un lugar desierto; cuando lo hace, todas las fuerzas del universo parecen organizarse en consonancia con los deseos de aquella figurilla que ora y el eje del mundo parece atravesar aquella capilla desierta.»[5]

Dice Jacques Loew que «Orar es aceptar la noche de la fe, la de las contradicciones y los sufrimientos. ¡Cuidado con mandar todo a paseo demasiado pronto! Como dice San Juan de la Cruz: “Muchos no adelantan; habiendo emprendido el camino de la virtud, y queriendo Nuestro Señor ponerlos en esta noche oscura, para llevarlo por ella a la unión divina, no pasan adelante porque se detienen en las tinieblas.”… Abraham,… en su intercesión por Sodoma También aquí es Dios quien toma la iniciativa. Es el que plantea la cuestión: “¿He de encubrir yo a Abraham lo que he de hacer?” Le expone la situación, y es él, Dios, el que va a suscitar la intercesión de Abraham. Dios le dice: El clamor de Sodoma y Gomorra ha crecido mucho, y su pecado se ha agravado en extremo.” Cuánto hay que señalar aquí. Ante todo, el corazón de Abraham humilde y osado al mismo tiempo. El pecado de Sodoma le lleva a la oración de intercesión…”Yo, que soy polvo y ceniza”…Pro el conocimiento de nuestra miseria le permite toda su osadía para hablar con Dios.»[6]

Queremos compartir una página de Nikos Kazantzaki, de su Carta al Greco, en ella Kazantzaki recrea y re-escribe el episodio de regateo entre Abrahán y Dios; en ella, igualmente, Abraham y Lot llevan su osadía hasta límites irreverentes. En la perícopa que ocupa el lugar de la Primera Lectura Abrahán intercede por las ciudades de Sodoma y Gomorra cuya corrupción e inmoralidad les valió la sentencia de destrucción. Tal era la depravación en estas ciudades, que se hicieron proverbiales como tipos de inmoralidad, de abuso de los árboles del conocimiento y la vida. Pero miremos como la replanteó y hasta dónde la llevó Kazantzaki:

«Apresuré el paso, gané la orilla venenosa del Mar Muerto, entré en el desierto. Mi mirada sobreexcitada, estremecida, se detenía en las aguas muertas, como si procurara distinguir en el fondo las antiguas ciudades sumergidas. Y mientras miraba, un relámpago amarillo atravesó mi mente y vi: un pie todo poderoso y colérico había pasado por allí, había aplastado las dos ciudades, Sodoma y Gomorra, y las había sepultado. Mi corazón se oprimió: un pie todopoderoso aplastará un día nuestras Sodomas y nuestras Gomorras y este mundo que ríe, se divierte y olvida a Dios, se convertirá a su vez en un Mar Muerto. Así, a cada tanto, el pie de Dios pasa y aplasta las ciudades demasiado satisfechas, demasiado inteligentes.



Me asusté. Me parece que Sodoma y Gomorra es el mundo de hoy, poco antes de que Dios pase sobre él. Creo oír ya su paso terrible que se acerca.

Me detuve sobre una duna baja, permanecí largo rato contemplando las aguas malditas; me esforzaba en extraer de su seno pegajoso las ciudades pecadoras, tan llenas de encanto. Para que resplandezcan aún un instante al sol, para que tenga el tiempo de verlas, para que mis parpados se agiten una vez más y luego que las ciudades desaparezcan.

Sodoma y Gomorra estaban echadas a la orilla del río como dos rameras, y se abrazaban; los hombres copulaban con los hombres, las mujeres con las mujeres, los hombres con yeguas y las mujeres con toros. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol de la Vida. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol del Conocimiento. Habían roto sus imágenes sagradas y habían visto que no eran más que madera y piedra; habían roto las ideas y habían visto que sólo estaban llenas de viento. Se habían acercado mucho a Dios y se habían dicho “Este Dios es hijo del Temor y no padre del Temor” y así le habían perdido miedo. Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS. Dios, ¿qué quiere decir esta palabra? No hay rienda para nuestros instintos, no hay recompensa para el bien ni castigo para el mal, no hay virtud ni pudor, ni justicia; somos lobos y lobas en celo.

Dios se enojó, llamó a Abraham: “¡Abraham!” “Ordena, Señor” “Abraham, toma tus ovejas, tus camellos, tus perros, tus esclavos, hombres y mujeres, tu mujer, tu hijo y vete. Vete, he tomado mi decisión.” “He tomado mi decisión, Señor, quiere decir en tu boda: ¡Quiero matar!” “Su corazón tiene demasiada alegría, su mente es demasiado vigorosa, su vientre está demasiado lleno, ¡ya no los soporto! Levantan casa de piedra y hierro, como si fueran inmortales; construyen hornos, encienden fuegos, funden metales. Yo había expandido una lepra sobre el rostro de la tierra, el desierto porque así lo quería. Y los hombres de aquí abajo, en Sodoma y en Gomorra, riegan abonan, trasforman el desierto en un jardín… El agua, el hierro, las piedras, el fuego, elementos inmortales, se han convertido en sus esclavos. Ya no los tolero. Han comido del Árbol del Conocimiento, han cogido sus manzanos, ¡morirán!” “¿Todos, Señor?” “Todos, ¿no soy todopoderoso?” “No, Tú no eres todopoderoso, Señor, porque eres justo. Tú no puedes cometer injusticias, ni infamias, ni cosas absurdas.” “Qué podéis saber vosotros sobre lo justo o lo injusto, sobre e  honor o la infamia, sobre lo razonable o lo absurdo, vosotros, gusanos de tierra, alimentados de tierra, que os convertiréis en tierra? Mi voluntad es un abismo. Si pudierais mirarla de frente, se apoderaría de vosotros el terror” “Tú eres el amo de la tierra y del cielo, Tú tienes en la misma mano la vida y la muerte y eliges; y yo soy un gusano de la tierra; estoy hecho de tierra y agua, pero Tú has soplado sobre mí, y de la tierra y el agua ha surgido un alma, así que hablaré. Hay millares de almas que comen, beben, ríen y se divierten en Sodoma y en Gomorra; hay allí millares de mentes que se han hinchado como serpientes, que lanzan su veneno hacia el cielo y silban. Pero si entre ellos hay cuarenta justos, ¿los quemaras?” “¡quiero nombres! ¿Quiénes son esos cuarenta?” “Si hay veinte, ¿veinte justos Señor?” “¡Quiero nombres! Cuento con los dedos” “Si hay diez, ¿diez justos, Señor? ¿Si hay cinco?” “¡Abraham, cierra esa boca impúdica!” “Piedad, Señor, Tú no eres solamente justo, también eres bueno. Maldición sí solamente fueras todopoderoso, maldición, si sólo fueras justo; el mundo estaría perdido! Pero Tú eres también bueno , Señor, y por eso el edificio del mundo puede todavía sostenerse en el aire.” “¡No te arrodilles, no extiendas las manos para abrazarme las rodillas, yo no tengo rodillas! ¡No empieces a lamentarte para enternecer mi corazón; yo no tengo corazón! Soy un bloque de granito negro, ninguna mano puede grabar sobre mí; he tomado mi decisión: voy a quemar a Sodoma y Gomorra.” “No te apresures, Señor; ¿por qué te apresuras cuando se trata de matar? ¡He encontrado!” “Qué has encontrado?, gusano de tierra, arañando la tierra?” “Un justo.” “Quién es?” “El hijo de mi hermano Harán, Lot.”

Inmóvil sobre la duna, sentía crujir mis sienes. Oía en mí la voz de Dios y la voz del hombre que luchaban. Un instante me pareció que el aire se hacía más compacto y que ante mí se erguía Lot, salvaje, descalzo, con una barba caudalosa y una llama en la frente. No el Lot del Antiguo Testamento, sino un Lot mío, rebelde, que no obedeciera a Dios, que no huyera para salvarse, sino que se apiadara de la graciosa ciudad y se arrojara, voluntariamente, al fuego, para ser quemado y perderse con ella.

¡Dile –gritaba él a Abraham- que no me voy! ¡Dile que yo soy Sodoma y Gomorra, que no me voy! ¿No dice Él que soy libre? ¿No dice jactanciosamente que Él me ha creado libre? Pues bien, entonces hago lo que quiero y no me voy.

-Yo me lavo y vuelvo a lavarme las manos, rebelde, y me voy.
-¡Buen viaje viejo virtuoso, buen viaje cordero de Dios! Y dile a tu amo: ¡El viejo Lot te saluda! Y dile también que no es justo. No es justo y no es bueno; ¡es todopoderoso, sólo todopoderoso, y nada más!»[7]

El propio Kazantzaki se escandalizaba de sí mismo espantado del texto que había escrito, añadió: «Como si saliera de una lucha desesperada, tomé aliento y miré detrás de mí. Me asusté: ¿cómo tal rebelde pudo salir de mis entrañas? ¿Dónde se escondía, en el fondo de mí mismo, detrás de Dios, esa alma salvaje e insumisa?»[8]

«… algunas personas cuando alcanzan un profundo sentido de unión con Dios, se ven empujadas por él a interceder por otros. Al principio sienten preocupaciones pensando que puede tratarse de distracciones: hasta que comprenden que fueron llevados a este estado de unión profunda con Dios precisamente para interceder por sus semejantes y para que esta intercesión, lejos de distraerles, les introduzca con mayor profundidad en la unión con Dios… Cuanto más prodigues los tesoros de Cristo sobre otros, más inundada se sentirá tu propia vida y tu corazón con ellos. Al interceder por los otros, estás enriqueciéndote a ti mismo.»[9]

Queremos destacar por quién está orando y abogando Abraham. No se trata de “peras en dulce” sino de terribles pecadores cuyas acciones eran –como lo dice Kazantzaki- «…Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS…». Y pese a su abominación, Abraham los defiende, casi con las mismas letras con las que Jesús nos justificaba desde el Madero al que lo teníamos claveteado, y donde tercamente seguimos remachándolo, “Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 33c)



«Abraham no se atrevió a ir más lejos. Hubiera debido continuar aún más . No se atrevió a bajar hasta uno… Jeremías lo afirma: “Un solo justo habría bastado.”… si halláis un varón, uno solo, que obre según justicia, que guarde fidelidad, y la perdonaré, declara Yavé”… si hubiera bajado hasta uno, no hubiera encontrado a nadie, porque en último término, lo que se necesitaba era un único intercesor: Jesús.»[10]


Sólo dice Abbá quien verdaderamente es hijo



En fin, no es una retahíla para fortalecer la buena memoria. Su recitación no se puede visualizar o asociar con la idea de un “conjuro”. La oración del Señor se debe concebir –mucho mejor- como un proyecto de vida. Es todo un programa para meditar y poner en práctica, para corregir todos los días y mejorar de forma tal que mañana lo implementemos mejor. «Oración que no cambia la vida no es oración. Oración que se queda en mero sentimiento o idea, será otra cosa, pero no oración cristiana. La oración cristiana tiende siempre a la conversión del orante. Y convertirse en cristiano es ir asumiendo en la propia vida el estilo de vida de Jesús. Cada vez más mansos, cada vez más humildes. Cada vez más comprensivos. Cada vez más misericordiosos, puros, alegres, pacíficos, comunitarios, trabajadores por la justicia, pobres de corazón.»[11]




[1] Caballero, Nicolás, CMF PARA FORMAR ORANTES LA ORACIÓN ESENCIA DE UN PROYECTO FORMATIVO I Publicaciones Claretianas. 2da Edición Madrid España 1994 p. 12
[2] Myre, André ABBÁ: LA ORACIÓN DE LOS DISCÍPULOS DE JESÚS. En AA,.VV. LA BIBLIZA EN ORACIÓN Ed San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia p. 85
[3] EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE LUCAS DESDE LA ORACIÓN Conferencia Episcopal de Colombia Sección de Pastoral Bíblica . Septiembre de 2006 p. 54.
[4] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1998 pp. 89-90
[5] De Mello, Antonio, s.j. SADHANA UN CAMINO DE ORACIÓN Sal Terrae Santander-España 1979 pp. 137-138
[6] Loew, Jacques EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. Narcea S.A. de Ediciones Madrid España. 1977 pp. 24-25
[7] Kazantzaki, Nikos OBRAS SELECTAS T. III Ed. Planeta Barcelona- España 1968 p.301
[8] Ibid.
[9] De Mello, Antonio, s.j. Op. Cit. p. 141         
[10] Loew, Jacques Op. Cit. p.26
[11] Mazariegos, Emilio. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 3ª reimpresión 2004 p. 157

No hay comentarios:

Publicar un comentario