lunes, 1 de septiembre de 2025

Martes de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinarios


 

1Tes 5, 1-6. 9-11

Hoy llegamos al final de nuestro estudio de la Primera a los Tesalonicenses, con esta perícopa que trata del “regreso del Señor”, y está en continuidad con las exhortaciones con las que San Pablo prácticamente concluye la carta. Después, sólo encontraremos la mención de algunas actitudes propias de los cristianos como el respeto a los que se dedican a la dirección de la vida espiritual de la comunidad, de encargarse de reprender a los indisciplinados y levantarles el ánimo a los débiles y que se llenen de paciencia con todos, trabajando por el bien sin dejar extinguir el fuego del Espíritu Santo, apartándonos de todo lo que esté emparentado con el mal y dejemos a Dios que nos haga santos disponiéndonos para su Segunda Venida; luego viene la fórmula de despedida.  Se nos exhorta a mantenernos en la esperanza y a que apartemos de nosotros la tristeza de los que ni cuentan ni confían en la resurrección, lo que marca la diferencia para los que murieron creyendo en Él.

 

Podríamos resumir diciendo que toda la Primera Carta a los Tesalonicenses está escrita en clave de Acción de Gracias. En torno a esta gratitud hay una constante: la preocupación del Apóstol de los Gentiles por evitar que se distraigan, que se preocupen de otras cosas, se descuiden y “llegue la hora”, encontrándolos dormidos, no alertas, como toda La Carta nos previene a estar.


 

Eso fácilmente le sucederá a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, pero los fieles tesalonicenses viven alertas, porque son “hijos de la Luz e hijos del día”. Estos discípulos de Tesalónica viven en la claridad y su conducta entera está bajo el Resplandor de Jesucristo. No se aflojan, no se descuidan, no se entregan a lo disoluto. Inclusive cuando duermen, lo hacen de modo tal que, se mantienen en guardia.

 

Los convida a permanecer siempre νήφωμεν [nefomen] que tiene un doble significado, “no embriagarse”, y también, “no dejarse arrastrar por las visiones que produce la pecaminosidad”, estas son como alucinaciones que hacen ver el pecado como si no lo fuera. Los borrachos carecen de este discernimiento para distinguir el bien del mal y fácilmente caen en los engaños del “Patas”.

 

Contra estas seducciones ignominiosas, San Pablo da dos instrumentos:

1)    Animarse unos a otros. A veces nos profesionalizamos como repetidores de fórmulas, frases de cajón que se usan como parapeto para simular una militancia en le fe, pero no entregamos una voz de aliento y una palabra verdaderamente entusiasmante de cimentación en el Señor.

2)    οἰκοδομεῖτε [ecodomeite] “construyan la casa”, pero aquí lo que quiere decir es adquirir la disciplina de la “resistencia”, dando a los hermanos el apoyo para que no caigan, para que tengan bases buenas y sólidas para enfrentar las acechanzas del mal y las flaquezas. Darse unos a otros alicientes para no caer, para permanecer de pie frente a todos los embates. Como al construir una casa, se le dan soportes de firmeza y se la edifica resistente, con verdadera solidez.

 

Obvio que no hay que cometer infraccione contra los Mandamientos, los mandamientos son como los límites del país de la bondad, si te sales, caes en el territorio del Enemigo, y quedas atrapado, no te dejaran regresar al país de los píos. En cambio, te concederán ciudadanía automática en el país de los impíos. ¡Pero eso no basta!

 

Ya en Isaías 40, versos 3s «Una voz grita, preparen al señor un camino en el מִדְבָּר [midbar], -que se suele traducir por “desierto”, significa “estepa”, “campos”, un “sitio, alejado de la ciudad”, “despoblado”, solitario, puede ser “un pastizal”, “tierra salvaje”, “región quebrada” “yermo”, “inculto”, “árido”, “baldío”-; tracen para nuestro Dios una calzada recta en la בָּעֲרָבָ֔ה [ba-araba] “región estéril”, “una estepa que va desde el Mar de Galilea hacia el sur”. Rellenen todas las cañadas, allanen los cerros y las colinas, conviertan la región quebrada y montañosa en llanura completamente lisa».

 

Concluye Isaías: “sólo entonces mostrará el Señor su Gloria”. Hay que hacer todo el bien que sea posible; no sentarnos a esperar ángeles extraterrestres que se encarguen. Sudar verdaderamente la camiseta, comprometidos como verdaderos “constructores de la Ciudad de la Misericordia”. Pensémoslo, la tarea es lo hundido rellenarlo y lo montañoso, aplanarlo. ¡Hemos sido enviados por delante para ser precursores!

 

San Pablo nos ilumina con el Mensaje del Evangelio de Jesucristo. Hay que ponerse las pilas y ¡construir la casa! Y ¿cómo se construye la casa? Siguiendo las huellas del Maestro, nuestro Salvador, que pasó por la tierra haciendo el bien, todo el bien posible, jamás perdió ni una oportunidad de expresar con sus acciones, su Filiación al Padre, siempre coherente con Su Santísima Voluntad.

 

A nosotros nos encantan esas películas donde llegan los invasores extra-terrestres en sus gigantescos platillos voladores y se toman todo a cargo. ¿Para construir el Reino? ¡Qué reino, ni que ocho cuartos! Llegan a imponer su tiranía, con su lenguaje de destrucción, con su tecnología bélica y no dejaran piedra sobre piedra.

 

Concluye San Pablo con la aseveración de que él sabe que ellos ya están poniendo en práctica este par de consejos y ya los vienen cumpliendo:

i)              Animarse unos a otros y

ii)             Construir, la que Papa Francisco llamó, “La Casa Común”.

 

“Fe activa, amor capaz de sacrificios, firme esperanza: he aquí el trípode que sostiene a la comunidad de los tesalonicenses


Aquí es conveniente informarnos que muchos de los Tesalónicos habían caído en estado de abulia, desidia e indiferencia: “Algunos pensaban que no valía la pena seguir preocupándose por las cosas de la vida. Y vivían sin hacer nada, importunando la vida de los otros, y eran un peso para la comunidad”. (José Bortolini)

 

Sal 27(26), 1bcde, 4. 13-14

Este es un salmo del Huésped de YHWH. Es decir, el Fiel que reconoce el Templo como Vivienda del Altísimo, quiere pasar todo el tiempo que le sea posible, bajo los mismos aleros que dan cobijo al Señor.  Lo que persigue y se fija como ideal consiste en “habitar en la casa del Señor por los días de su vida”.

 

Ese fiel sabe que la vivienda que tiene en la tierra es, sencillamente una morada transitoria, que aquí no habitamos sino como peregrinos, como transeúntes. Así que en este salmo lo que le ruega a Dios es que los conduzca -por su Misericordia- a la vivienda que le tiene deparada en la Vida-Perdurable.


Pero, entretanto, es indispensable vivir con “resistencia”, llevar una vida perseverante en la fidelidad del Señor, acogerse a Su Ley y guardar Sus Enseñanzas, cumpliendo los Mandamientos y desvelándose en obras de Misericordia. Con la palabra de San Pablo, podemos decir que este salmo nos hace conscientes y nos inspira el sentido de responsabilidad de vivir acordes con la “sobriedad” que nos deja desenmascarar los engaños del Malo.

 

Sólo el Señor nos defiendo, nos guarda y nos tiene unas “banquitas” alrededor de su Trono. Una sola cosa le pedimos a Dios -nosotros los que queremos llegar a ser sus huéspedes- habitar en la casa del Señor, gozar de Su Dulzura, contemplando la Perfección Intachable de la Nueva Jerusalén, allá, en el País de la Vida.

 

Lc 4, 31-37

ἐξουσίᾳ [exousia] “autoridad”

Examínenlo todo y quédense con lo bueno.

1Tes 5, 21

 

¿Recuerdan ustedes en el Evangelio según San Mateo, cuando Jesús nos prevenía de llamar a alguien padre, hacernos jefes, o designar a alguien como nuestro guía, o mandamás, aquí en la tierra? (Cfr. Mt 23, 9-12). Allí lo que está comprometido es el concepto de autoridad. Al crearnos Dios nos trasfirió autoridad sobre la Creación. Infortunadamente el pecado ha deshecho esta atribución. Por eso Jesús nos alertaba contra las “autoridades” y las “jefaturas” que constituimos socialmente. Autoridad y obediencia son una dupla interconectada y mutuamente dependiente.

 


La autoridad, contra lo que muchos piensan -pura ideología- no es un “don” de mando, no es una voz despótica, no tiene que ver con órdenes gritadas, ni con humillación, ni con prepotencia e insolencia. La autoridad no dimana del atropello y la violencia. Meditemos muy cabalmente, los seres humanos no somos un auto que se puede poner en manos de un conductor supuestamente capacitado. La autoridad no se logra por coacción, ni siquiera por persuasión. Nosotros tenemos un Conductor que se llama “consciencia” y todos nuestros actos recaen bajo su arbitrio y responsabilidad. Ante el Gran Tribunal no se puede decir: es que, a mí, mi capitán me ordenó, o mi jefe me dijo, o a mí me lo recomendaron en un programa de televisión muy visto, o, así lo leí en un best-seller, o tal o cual líder vivía exhortándonos en esa dirección.

 

El objetivo de la autoridad no es ni el mando, ni la obediencia en sí; sino la capacidad de lograr la plenificación de la heredad, la facultad de animar a los demás y demostrarles que ellos pueden, que son capaces. En sí, la palabra autoridad -que su uso ha ido desfigurando como competencia para el abuso del poder- proviene de la raíz augere que connota llevar a su desarrollo, hacer que aumente, propender a su crecimiento, a que se proyecte. La autoridad libera y fomenta el legado. La autoridad es connaturalmente creativa, lleva lo que se genera como germen, al desarrollo de su plenitud, en lo cual se incluye desbrozar, limpiar y suprimir las circunstancias limitantes (allanar y rellenar). Si vamos a mirar en el depósito de la verdad, lo que encontraremos es que la única verdadera autoridad está en Dios. Nosotros -a veces- asumimos una supuesta delegación de la autoridad, transferida bajo una determinada “legalidad” a ciertos personajes; pero -vayamos a la Palabra de Dios- para encontrarnos que, en el fondo, nada ni nadie diluye ni aminora la responsabilidad de cada quien -asesorado por la voz de su consciencia- en los actos de su existencia.

En síntesis, cuando obro el mal -a ciencia y consciencia- el único responsable soy “yo”; yo y mi consciencia. Ahora bien, está la situación del “era que yo no sabía”, pero resulta -como se dice a nivel civil, que “el desconocimiento de la norma no exculpa de la comisión de delito”. A menos que, sea imposible que yo me informe (ignorancia insalvable). Y es por eso, que la persona debe luchar a brazo partido por educar su consciencia para poder ejercer el discernimiento de sus actuaciones.

 

¿Qué constata la perícopa de hoy? Que la autoridad está en Dios. Que la Palabra de Jesús está llena de autoridad. Que la autoridad real de Jesús tiene que ser acatada por los “espíritus inmundos”, y eso es lo que caracteriza a Dios como Suprema Autoridad. La impureza es el influjo que ejercen los espíritus inmundos; desbrozar estos es el ejercicio de la más eficaz autoridad.

 

Frente a la autoridad Divina, el mal es impotente, inane, nulo, infructuoso. Todos los supuestos poderes de la tierra se rinden ante Su Autoridad. ¿Cuál era la fama que se esparcía sobre Jesús? Que Él es Dios, porque sus acciones -y la autoridad con que las ejercía- lo autenticaban como Dios.


De donde sacó Jesús esta autoridad: Cuando Jesús se bautizó, bajó sobre Él el Espíritu Santo y Dios lo ungió, declarándolo, no sólo Hijo Suyo, sino, además, su εὐδοκέω [eudoqueo] “motivo de Orgullo”, “Su Predilecto” (Cfr. Lc 3, 21-22).

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