martes, 9 de septiembre de 2025

Miércoles de la Vigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Col 3, 1-11

Pero sobreviven y se fomentan las discriminaciones

Tomemos como punto referencial para penetrar en la perícopa de hoy, una cita del capítulo 2: “No dejen que los condenen esos que se hacen pasar por muy humildes y que dan culto a los ángeles, que pretenden tener visiones y que se hinchan de orgullo a causa de sus pensamientos humanos”. (Col 2, 18). Había -como también sucede hay día- gente dispuesta a revolverle a su fe cristiana una buena dosis de celebraciones paganas, temas de lunas llenas, de asuntos astrológicos, de supersticiones, brujerías, brebajes, cuestiones alimenticias -tocantes a prejuicios de puro/impuro-, y relacionando esos perendengues dietarios al calendario de fechas que lo permiten/o lo prohíben.

 

Primero, en esta Carta de San Pablo procura dimensionar la Centralidad de Jesús, lo saca de la concepción sincretista que lo hace un ángel o una deidad entre otras, y les aclara que no es uno más; no se trata de escoger lo que más les gusta y les llama la atención; y aceptar sólo lo que les agrade y les atraiga, desdeñando la Verdad y la Unicidad del Dios de la Fe, Jesucristo.

 

Los primeros cuatro versículos de la perícopa que nos ocupa hoy: “Este conocido texto de la Misa de Pascua nos muestra un nuevo grado de espiritualización en el concepto de la resurrección, que ya obra en el interior de cada cristiano y que debe manifestarse en una conducta nueva”. (Santos Benetti)

 

Ahora, supuesta la comprensión de que Él es el Resucitado, pasa a señalarles las implicaciones, consecuencias y responsabilidades que esto conlleva. Si lo aceptamos, tenemos que identificar los Valores que Él nos propone, para adherirnos a ellos. No podemos quedarnos circunscritos a los valores mundanos, a la terrenalidad de los criterios porque lo que antes apreciábamos, ha quedado atrás, ahora somos “Criaturas Nuevas”, y empezamos a crecer en el proceso de revestirnos de Cristo, que -llegado el momento”, nos desvelará radiantes con la Gloria que Él nos comunica. Esta perícopa nos presenta una trasfiguración del creyente cristiano que pasa a tener una “nueva naturaleza”, de “hombre nuevo”, a Imagen de Dios-Creador.

 

«Hoy está de moda hablar del hombre nuevo, pero ¿hemos reflexionado sobre todo el alcance universalista, fraterno e igualitario de esta expresión de San Pablo? No hay hombre nuevo mientras algunos hermanos nuestros no sean tratados como auténticos hermanos, eliminando todo motivo de discriminación». (Santos Benetti)

 

Se nos van a presentar Aparecen -con toda especificidad- dos elencos de contra-Valores que tenemos que “sepultar”, para que ya no nos encadenen y nos vivan halando hacia el fondo del abismo. Tenemos que sacudirnos de estas “cargas de muerte”, para -entonces sí- zambullirnos a plenitud en la Gloria del discipulado.

 

Primera lista de contra-valores: fornicación, impureza, pasión, codicia, avaricia, esto está marcado por dos notas de absoluta fealdad:

1)    Son elementos idolátricos

2)    Atraen la Ira de Dios

 

Tenemos que lograr que todas esas “terrenalidades”, hoy en día diríamos “mundanidades”, desaparezcan de nuestra vida. Quienes no acaten esta línea iluminadora de la existencia, recibirán de parte de Dios, “el terrible castigo”.

 

Viene luego, la segunda lista, que sí logramos arrancarnos estas cosas, estaremos habilitados para despojarnos del “Hombre viejo” y avanzar a la “Nueva Condición”, recuperar la Imagen Divina- que perdimos por el pecado: La ira, la rabia, la maldad, las calumnias y las groserías, ¡fuera de su boca! No se mientan unos a otros.


Los antiguos criterios clasificatorios quedan obsoletos, ya no se cataloga a la gente por ser griego, judío, circunciso, o incircunciso, por ser extranjero, o inculto, o esclavo, o libre. ¡Eso ya no tiene importancia!

Sólo así -dejando atrás toda esta prejuicialidad- alcanzaremos el perfil de Jesucristo que nos enseñó una fe con su doctrina que nos llama a la “catolicidad”: sin distingos entre griegos y judíos, entre circuncisos e incircuncisos, entre bárbaros y escitas, entre esclavos y libres. Todo esto quedará superado, porque la Gloria de Cristo, es una Unción sin fronteras, es un Reinado Universal.

 

Sal 145(144), 2-3. 10-11. 12-13ab

El salmo, nos da unas notas definitivas de la “catolicidad”. Es un Salmo de la Alianza, tiene 22 versos, cada verso comienza con una letra del Alefato. Hemos insistido que ese recurso acróstico al Alefato, quiere significar que es un Salmo-Compendio, que quiere abarcar totalmente, con mirada globalizante; quiere -por así decirlo- incluir todos los aspectos todas las diversas perspectivas desde las que se puede mirar, en este caso, la Alianza.

 

Muy importante es tener presente al Aliado, saber co0n quien se ha pactado la Alianza nos permite, dimensionar lo que nos corresponde en ese Tratado, a nosotros- como respuesta a nuestro compromiso. Nuestra Aliado es El Rey, Rey por antonomasia, rey de Reyes, Señor de señores; entonces, es una Alianza con la Suprema Soberanía, además con .la Omnipotencia. Qué nos corresponde, ¡Ensalzar al אֱלֹוהַ֣י הַמֶּ֑לֶךְ [Elouhey-hamMelek] Dios-Rey!


De sus 22 versos, se seleccionaron 5 y 2/3 para obtener la perícopa que se proclama hoy. Con ellas se han compuesto 3 estrofas.

1ª estrofa: Bendecir y alabar, es -llamémosla- una “tarea cotidiana para el “fiel”. Ante Su Descomunal Munificencia sólo tenemos Alabanzas.

 

2ª. Estrofa: No se limita a los seres humanos, la Creación entera está llamado a transmutarse en Gratitud, porque su Reinado se gesta y Él nos llena las manos y los corazones de Bondad: Démosle Gracias.

 

3ª estrofa: El Reinado de Dios es Eternamente-Perenne; es un reinado donde el Resplandor dimana de su Justicia. Él gobierna por todas las edades, de Eón en Eón.

 

¿Qué predomina en todas las eras? ¡Su Bondad, su Infinita Misericordia!

 

Lc 6, 20-26

Mateo, más espiritualizante, sitúa el discurso arriba, sobre la montaña; Lucas, más atento a lo que ocurre en la tierra, lo sitúa abajo, en la llanura (Lc 6, 17).

Raniero Cantalamessa

Este Evangelio va por otra línea, no nos dice lo que debemos hacer, no tiene un sentido moralista. No nos habla de los vicios a evitar, ni de los valores a procurar. Nos hallamos aquí ante el “Manifiesto” del reino de Dios. Nos dice cómo puede ser el marco circunstancial de nuestra vida, y señala ciertas “circunstancias” como favorables, a la vez que desenmascara otras “situaciones” que peligrosamente se vuelven bloqueantes, impedientes. Marca 4 que son propicias y 4 que son impeditivas. Las primeras nos ayudan a encontrar la dicha verdadera, las segundas, tristemente, nos conducen al abismo. A las primeras se las llama en el Evangelio “Bienaventuranzas”; a las segundas “Ayes”.


La pobreza no es una virtud, es una situación; pero, a partir de esa situación es fácil acceder al Reino, no hay “pesas de plomo” que lo hundan a uno, por el contrario, hay cierta “liviandad”, cierta “ligereza” que propende a lo Celestial, a lo Divino; desde esa óptica, ¡qué bueno ser pobre! Del otro lado, que difícil “elevarse” cuando los bienes materiales nos atan, y nos “sumergen”, nos hacen contrapeso, ¡no hay grúa que levante semejantes plomos!

 

Dichosos los que han pasado hambre, recibirán modestos alimentos y sabrán apreciarlos, no tendrán necesidad de banquetear, porque su paladar podrá saborear con delicia el alimento más sabroso, el Pan de Vida; en cambio, para los epulones, los que a fuerza de comer siempre hasta el hartazgo tiene que comer a toneladas porque han ensanchado el estómago con esas comilonas, a esos ¡no los llena nadie!, para ellos, el Alimento Espiritual no significa nada, se han condenada a ser gastro-exigentes (con el alias de “gourmets”); ¡que no les hablen de Banquetes Eucarísticos!

 

Los que hoy en día lloran, recibirán como consuelo un gracejo -una pudorosa sonrisa los reconfortará- y para ellos la santidad será motivo de “paz en el corazón”; en cambio, ¡lástima por los que hoy se ríen! ellos tendrán la mandíbula fatigada de tanto batirla a carcajadas; a estos últimos, ya nada les hará reír, tienen exhaustos todos los músculos risorios y cigomáticos, se aburrirán a muerte, y seguramente el Cielo les parecerá un fastidio.

 

¡Ay, ayayay! Qué duro para los que se han habituado a la adulación, los que pueden exigir la pleitesía, aquellos a los que hay que entregarles halagos y lisonjas porque el protocolo obliga; porque, ante el Señor -en su Reino- todo el Honor, toda Alabanza y Toda Gloria tendrán por fin su Legítimo Dueño. La perícopa nos enumera cuatro ayes:

1)    Y de los ricos

2)    Ay de los que están en la hartura

3)    Ay de los que ahora ríen

4)    Ay de quienes gozan de elogios y encomios.

 

En cambio, toda la dicha, el máximo jolgorio para los que siempre ponen al Señor en su Sitial, porque ellos -nunca Lo envidiaran- siempre han soñado y soñaran que Él reciba todo loor, y a Él laudemos todas las naciones de la tierra.

 

De la misma manera, el perícopa trae 4 bienaventuranzas:

1)    Bienaventurados los pobres. La palabra que aparece aquí, en griego es πτωχοί [ptochoi] que no sólo es pobre, sino que lo poco que tiene, no le alcanza para sus necesidades más elementales, es un “menesteroso” porque le falta hasta lo que le es “menester”; en consecuencia, tiene que mendigar, la palabra significa eso, “mendigo”. Además, esta palabra connota que está ahí, encogido, acurrucado, doblado, replegado sobre sí mismo, en un lugar donde no se vaya a llevar una patada por estar estorbando.

2)    Bienaventurados los que ahora pasan hambre.

3)    Bienaventurados los que hoy tienen como pan nuestro, de cada día, las lágrimas.

4)    Cuando sean odiados, excluidos, insultados y se llegue a no pronunciar sus nombres por tenerlos como nombres infames.

 

Y esto no se debe a que la pobreza, el hambre, el llanto o la maledicencia de la gente sean, de por sí, cualidades; se convierte, cada una en una meta a alcanzar, si se dan ciertas “circunstancias”:

1)    Para la pobreza, que nos lleve a trabajar por el Reino de Dios

2)    Para el hambre, cuando esta es anuncio de futuras abundancias y prodigalidades

3)    Para el llanto, que uno esté abierto a un mañana risueño, que no se junte a la amargura o al rencor.

4)    Y para la maledicencia, sólo cuando a ella la gatille -no uno mismo con sus aristas hirientes-, sino el Santísimo Nombre del Hijo del hombre, y todo cuanto este Nombre conlleva.

 

No nos habla de tareas que tenemos para asumir en nuestra vida, en cambio nos da las pautas contextuales con las que Dios forja su Justicia. Por eso nos ha sido revelada, porque sabemos desde que perspectiva se leerá -en el Cielo- nuestra vida.

 «En el Nuevo Testamento, a la luz de la cruz, la pobreza asume un significado totalmente positivo».  (Silvano Fausti)

No hay comentarios:

Publicar un comentario