lunes, 8 de septiembre de 2025

Martes de la Vigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 Col 2, 6-15

Arraigados en Jesucristo

Con la perícopa de hoy se abre una nueva parte de esta carta que abarca Col 2,6 – 4,6 y que se ha denominado “La nueva vida”, porque allí se propone una restructuración de la vida como se vivía y pasar a vivirla de una manera que se pueda llamar cristiana. No podemos seguir los mismos con las mismas, es preciso que adquiramos una nueva identidad y esa identidad expresa coherencia con la propuesta de Jesucristo, que nos la ha traído para vivir “como Dios quiere” y no como el mundo nos impone.

 

Según lo que Pablo supo -por Epafras- que se estaba dando allí, en Colosas, había una lucha que, ponía sobre ellos dura presión para decaer en su resistencia. El politeísmo los acosaba, pero también, el judaísmo ejercía su presión, quebrando con sus tradiciones la identidad de fe que ellos estaban defendiendo. Entonces Pablo les da una categoría teológica de fidelidad doctrinal: “procedan unidos a Él arraigados y edificados en Él”; sería la categoría del ἐρριζωμένοι [errizomenoi] arraigamiento.

 

La palabra deriva de la raíz griega ῥιζόω [hritzoó] “echar raíz”, “estar firmemente establecido”, ¿cómo se enraíza uno?, ¿qué hay que hacer para estar inamoviblemente fundamentado? Y Pablo nos lo dice: “No dejándose envolver con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Jesucristo”. Uno tiene que estar arraigado en Jesucristo, fundado en Él, que es la Piedra Angular”. El “arraigo” es llanamente, construir en Jesús porque en Él “habita la plenitud de la divinidad corporalmente, y por Él, que es cabeza de todo Principado y Potestad han obtenido su plenitud”. ¿Recuerdan que examinábamos ayer que en su sincretismo querían poner a Jesús al nivel de un simple ángel? Aquí Pablo enseña que Jesús está por encima de todas las constelaciones de divinidades terrenales y espirituales y que sólo cimentados en Él alcanzamos nuestra plenificación.

 

Cuando se alude al bautismo, se entiende -lo cual es reduccionismo puro- que es un sacramento de “muerte” porque la criatura pecadora es “inmersa” para que muera por ahogamiento. Pero, este sacramento, además, comunica vida, y en ese sentido, es un sacramento de “resurrección”, porque el bautizado (hombre antiguo) renace por su resurrección como “criatura nueva”. Lo que nos da un sacramento de “revivificación” que recupera el hombre muerto por su pecado-original, pero reconducido a una condición libre de pecado, valga decir, recobrado para su condición adámica. Esta resurrección es liberación de la herencia de “la caída” (esto es lo que nos propone el v. 12).

 

La enseñanza paulina en esta carta no solamente los sustrae del paganismo, sino que también los reorienta para que se desencadenen de la presión del judaísmo y les señala que ya no es requisito de salvación la circuncisión, porque Jesús tiene otro tipo de circuncisión, que es el Sacramento del Bautismo.

 

En el bautismo, uno es sepultado en Cristo, pero -además-  no se queda “sepultado” sino que es resucitado con Él, afirmados en la fe en Dios-Padre que lo Resucitó; siendo así, hemos ganado la vivificación intensísima de haber sido librados de nuestros pecados.

 

La comunidad que Epafras le presentó camina acorralada por dos puñaleros que los amenazan por lado y lado: son dos puñales coercitivos:

i)              La angelología de raíces idolátricas y sincréticas emparentados con las mitologías griegas y romanas

ii)             El judaísmo con sus tradiciones, en particular la cicuncidatoria, sujetándose a la dieta Kosher y a todo el preceptualismo de la Torah.

 

Ceder, era incurrir en la infidelidad de desvirtuar las enseñanzas de Jesucristo. Pablo acepta la circuncisión, pero no la que practican los hombres, con cirugías fálicas; sino una circuncisión distinta extirpando de nosotros las obsesiones mundanas que nos seducen hacia el pecado; esta circuncisión la hace Dios en persona, uniéndonos a Jesucristo (v.11).


Con el pecado, habíamos firmado, de nuestro puño y letra, un compromiso condenatorio. ¿Qué hizo Jesús con su Crucifixión? Recogió todos esos comprobantes de perdición y los clavo en la cruz para pagar -con el precio de Su Sangre- las deudas de todos nosotros; quedaron así θριαμβεύσας αὐτοὺς [zriambeusas autous] “destituidas” “expulsadas”, “mostrados en su completa derrota”, “triunfando sobre ellas”, “puestas en pública evidencia” y exorcizadas las dependencias de esas deidades sincréticas que fueron llevadas -en pública vergüenza, como solían hacer los Emperadores que traían en su cortejo, encadenados a los que habían sido sometidos- llevadas a la destitución, expatriadas, quedando desplazadas, y nosotros, ¡liberados!

 

Sal 145(144), 1bc-2. 8-9. 10-11

Entonces viene bien un Salmo de Alianza. Conviene que de tanto en tanto seamos conscientes de Quien es nuestro Aliado, del tipo de Alianza que sostenemos con Él: Él nuestro Dios y Rey, y nosotros, su pueblo. Los judíos llegaron a institucionalizar La Fiesta de la Alianza como un momento de la Fiesta de Succot, porque succot (las cabañas, las chozas) les recordaban como había sido la travesía del Éxodo y allí -cruzando el desierto- se evidencia que Él siempre está cuidándonos.


Con tanto para agradecer, ¿qué más podemos hacer?

a)    Ensalzarlo y bendecirlos.

b)    Reconocerlo como un Dios esencialmente Misericordioso, no deseoso de castigar, sino siempre lleno de Piedad, Tierno y Cariñoso.

c)    Que esté siempre llena nuestra boca de la memoria de todas las Divinas Proezas cumplidas a favor nuestro; y nuestros corazones repletos de gratitud, que florezcan nuestros labios glorificando a nuestro Dios-Rey.

 

La cultura de la muerte quiere enseñarnos que Dios en cualquier momento cambiará de parecer y nos dará la muerte, dicen ellos, “miren ahí, toda la crueldad que hay en el mundo” y con mostrar la obra del malo quieren hacernos tambalear la fe, ¿no nos bastan 20 siglos de demostración? Con todo el esfuerzo que ha puesto el Condenado, y aquí vamos, Él sigue cumpliendo su parte de la Alianza, ¡Cómo será de hermoso todo lo que nos da, que nadie quiere irse de aquí!

 

Excepto los que se dejan convencer que, todo es malo y lo que vendrá peor. Ay de los que pierden la fe, el Malo podrá clavarles su mordisco. Ay de los que no ven la Alianza en Acción, porque tienen ciego el corazón.

 

Lc 6, 12-19

ἐκλεξάμενος [eclexámenos] “escogió” de entre ellos a Doce

La oración puede entenderse aquí como aquel momento en que nos sentamos con el Súper-Amigo, (prácticamente un paréntesis sacado al tiempo de la vida), para evaluar y poner en consideración, para charlar las estrategias, para auscultar los siguientes pasos. La espiritualidad es precisamente el proceso en el cual se va construyendo nuestro estilo de amistad con Dios para tener estas “charlas”, para saberle poner en Sus Manos las situaciones, para aprender a acatar lo que Él nos ponga en consideración y para ajustar los retazos de nuestra realidad, de nuestra historia, a la Luz de su Bondad. La noche fue el tiempo reservado a este Dialogo, al empezar la Luz del día, concluyó el tiempo de Dialogo y se pasó al tiempo de la Acción.

 


Aquí está esa palabra iluminadora: ἐκλεξάμενος [eklexamenos] “escogió”, vemos que no puso sobre el escritorio la documentación de los discípulos, no puso al alcance sus tablas de meritocracia, tampoco segregó a los que eran más modestos, o más pacíficos, o más instruidos, o mejor hablados, a los más distinguidos o los más asiduos al Templo. No se basó sobre nobleza de cuna ni sobre talante pacifico; con todos sus defectos, cadaunadas y perendengues, fue “escogiéndolos”.

 

Este equipo humano fue establecido por el Señor, y a su elección nos atenemos. Construye comunidad y los llama para que caminen juntos, es decir, hacer comunidad significa aplicar la sinodalidad. La fe se construye hombro a hombro, no es una praxis de soledad sino de fraternidad, de koinonía. Hecha la elección, continúa en lo mismo, sigue cumpliendo su misión, sigue disciplinado haciendo lo que el Padre -por medio de Isaías 61- le había indicado: Les habla, les enseña, cura a los enfermos, somete a los espíritus inmundos y, continúa irradiando esa fuerza que nos heredó y que nosotros vamos tras él, atesorando, porque es una δύναμις [dinamis] “fuerza” que ἰᾶτο πάντας [iato pantas] “todo lo cura”. Fuerza por excelencia Sanadora.

 


Esa es nuestra lección del día, todos somos escogidos, todos somos delegados, cada quien recibe sus credenciales de delegación y no son medallas, ni trofeos de ostentación. Pongámoslo todo en Manos del Padre, no obremos nada sin haberlo puesto en Su Presencia, con todas nuestras fuerzas, tratar de hacerlo conforme a su “Impulso”, siempre arraigados en Jesucristo -Palabra de Vida- hacer todo el bien que podamos y -con su Gracia- nunca obrar contra sus Mandamientos, poniendo siempre en primer orden de criterio, Su Mandato de Amor. En la fraternidad, en la projimidad, encontramos el espacio de aplicación, de bajar, y pararnos junto a Jesús en una “llanura” para curar con Él y por Él.

 

La consigna es: ¡Avanzar sanando!

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