sábado, 6 de enero de 2018

REINADO AMABLE, NO IMPUESTO

Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2.7-8.10b-13; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12



La Revelación es esta: que ustedes,  los gentiles, aceptando el Evangelio, participan en Cristo Jesús de la misma herencia, del mismo cuerpo y de las mismas promesas que el pueblo de Israel.
Ef 3, 6

“Ya llega la Luz” dice Isaías
Acerca de la Estrella de Belén nos encontramos con el siguiente comentario: «…lo que Mateo pretende decirnos es que Jesús, una vez nacido en Belén como un niño judío y para salvar a los judíos, quiso brindar también al paganismo, ya desde la cuna, la posibilidad de un encuentro, para lo cual envía la luz de la fe (estrella), cuya misión es guiar a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se encuentra el Salvador (Jesús).»[1] Así nos vemos obsequiados por una serie de manifestaciones de la bondad de Dios para con la humanidad. Es su entrega progresiva, en el Nacimiento que celebramos el 25 de Diciembre ya estamos ante una Manifestación, la de Dios que se hace hombre, pero allí, los destinatarios de la experiencia que se nos muestran son los pastores. En cambio, en esta oportunidad se dirige a los paganos, los no judíos, son ellos los que reciben la “manifestación” en la “Epifanía”, y –en este caso- los Reyes Magos personifican las culturas y los pueblos no judíos, para quienes Dios–Encarnado ha venido también. Estos círculos concéntricos se hacen cada vez más amplios expresando la catolicidad de la revelación de Dios a los hombres, así vendrá luego la revelación a Juan Bautista durante el bautismo de Jesús, que nosotros -este año- celebraremos mañana lunes 8 de Enero. Con esta Fiesta concluye el Tiempo de Navidad y, a partir del martes se iniciará le Primera Semana del Tiempo Ordinario (B). Más adelante, en Caná, el “Signo” del agua hecha vino, como “manifestación” para los que habrían de ser sus testigos-discípulos, y también esta es una Epifanía. Esta cuarta “Epifanía” comienza a desarrollarse en la “mostración” que hace Juan el bautista a dos de sus discípulos, señalándoselo como el “Cordero de Dios”, que será el tema del evangelio del siguiente Domingo, el Segundo del Tiempo Ordinario, que este año, cae el 14 de Enero.

Dos maneras bien diversas de afrontar la venida del Mesías.
La primera, la extremadamente negativa, es la de Herodes. Él se siente amenazado, sabe que el Mesías es el Rey legítimo y, que a su lado, él no es más que un usurpador, un lacayo al servicio del Imperio (en ese caso del romano). Es casi risible pensar hasta donde lo llega a inquietar, a conmocionar, a perturbar la noticia del nacimiento del Rey de los judíos, se trata de un niño de tierna edad, pero Herodes es devorado por escalofríos, y ese malestar, esa preocupación por la llegada del Anunciado se apodera del sequito herodiano, sus sumos sacerdotes asesores y de los maestros de la ley, dice San Mateo que se inquietó también “Jerusalén”, muy seguramente no al pueblo raso –que lo aguardaba con esperanza- sino la casta de los gobernantes, el Sanedrín y toda su ralea.


Sin interponer ninguna reflexión, la decisión es automática, trata de ubicarlo para matarlo. Ya desde este momento Jesús se ve perseguido y es blanco de un complot de muerte. Procura –como lo vemos en el relato evangélico-  usar a los magos para su espionaje y engañarlos para obtener la información que urgían sus determinaciones asesinos.

Cuantos de nosotros nos sentimos igualmente amenazados por Jesús. Porque Él nos pone en evidencia, nos emplaza en nuestras conductas, en nuestra rectitud, en nuestra justicia. Jesús nos pone cara a cara con nuestra conciencia y eso nos incomoda. Él enseñaba con autoridad y nosotros nos oponemos a su autoridad cuando ella va a contracorriente respecto de nuestro querer-hacer según nuestro parecer, a nuestras anchas, pasando por encima de la Ley de Dios. Dios se ha humanado para manifestar la Voluntad de Dios (Epifanía), en la Epifanía Jesús se nos da a conocer como Dios encarnado para todos los pueblos, y por tanto, Dios nuestro, que no excluye a nadie, que no hace acepción de persona.


Y el que se siente amenazado prefiere matar para estar “tranquilo” y no tener que preocuparse que venga el “Verdadero Rey” a reclamar el trono. Cuando el filósofo proclama la muerte de Dios no acierta a reconocer que en su aserto sólo anida un afán criminal. Estas “vías rápidas” son las propias de la raza de Caín.


En las antípodas encontramos a los “Reyes Magos”, ellos han visto la estrella, la señal de su Llegada y se aferran a seguirla. ¡Qué ejemplo! Ellos son por antonomasia, los “buscadores”. No les importa para nada la distancia que haya que recorrer o las incomodidades que deban pasar. Ellos encarnan el “discipulado” porque ser discípulo es seguir con esa fidelidad y tesón que ellos no dudaron en poner. Siguen el rastro de la estrella con empeño y sin desfallecer, van preguntando por el camino, se informan, buscan, vienen decididos a “adorarlo” y le traen presentes. Y su empeño no se ve defraudado por Dios que los asiste nuevamente con la “estrella” para que los siga guiando. Así son conducidos hasta la mismísima casa de Jesús, porque “el que busca encuentra” como nos dice Mt 7, 8b.

La epifanía es para levantar nuestra consciencia
Esta epifanía tuvo como objetivo hacernos saber que Dios no era monopolio del pueblo judío, ni propiedad exclusiva de alguna raza o grupo humano. Pero contiene una profunda enseñanza práctica para nosotros: una vez hallemos la pista, tenemos que ponernos a seguirla y consagrarnos a ello sin desistir, ¡fuera todo desfallecimiento! Hay que pasar por sobre todo obstáculo que se nos pueda presentar. Dios se “manifiesta” no simplemente para mostrarse estando con nosotros,  sino que su intención salvífica es que participemos en la consagración de un pueblo que Él se escogió para sí, pueblo universal, sin exclusiones, en el que se desarrollará su Soberanía, construyendo su Reino: «No hay sombra, por más densa que sea, que pueda oscurecer  la luz de Cristo. Por eso, los que creen en Cristo mantienen siempre la esperanza,  también hoy, ante la gran crisis social y económica que aflige a la humanidad; ante  el odio y la violencia destructora que no dejan de ensangrentar a muchas regiones de la tierra; ante el egoísmo y la pretensión del hombre de erigirse como dios de sí  mismo, que a veces lleva a peligrosas alteraciones del plan divino sobre la vida y la  dignidad del ser humano, sobre la familia y la armonía de la creación.  Como advertí ya en la encíclica Spe salvi, nuestro esfuerzo por liberar la vida  humana y el mundo de los envenenamientos y de las contaminaciones que podrían  destruir el presente y el futuro, conserva su valor y su sentido aunque  aparentemente no tengamos éxito o parezcamos impotentes ante el empuje de  fuerzas hostiles, porque "lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en  los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las  promesas de Dios"»[2]. «…que la realidad desnuda de la pobreza actual se levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización para que los corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan su responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan a todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda persona en el mundo de hoy.»[3]



[1] Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? (I) Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá- Colombia. p. 47
[2] HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Basílica de San Pedro 6 de enero de 2009
[3] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO ORAR LOS SALMOS Ed. Sal térrea Santander 1989. p. 135

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