sábado, 30 de diciembre de 2017

LO QUE LLENA DE PERFUME LA FAMILIA


Sir 3, 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2. 3. 4-5; Col 3, 12-21; Lc 2, 22-40


En la fiesta de la Sagrada Familia, contemplamos el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José. Invito a las familias cristianas a mirar con confianza el hogar de Nazaret, cuyo ejemplo de vida y comunión nos alienta a afrontar las preocupaciones y necesidades domésticas con profundo amor y recíproca comprensión.
Benedicto XVI

«Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”. Es el anuncio principal, “ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra”… Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo.»[1]


«Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante “collage” formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera. En todas las situaciones, “la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza... Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana”. Si constatamos muchas dificultades, ellas son —como dijeron los Obispos de Colombia— un llamado a “liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad”.»[2]


«El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia, sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”, a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia”»[3]
«La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la fiesta de los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en la fuga a Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido y humillado; en la religiosa espera de Zacarías y en la alegría que acompaña el nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de Jesús adolescente. Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume la familia. Es el misterio que tanto fascinó a Francisco de Asís, a Teresa del Niño Jesús y a Carlos de Foucauld, del cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza y su alegría.»[4]

La perícopa que se toma como Evangelio de esta Solemnidad es el episodio que conocemos como “La Presentación del Niño Jesús en el Templo”. A este respecto, nos llamaba la atención Benedicto XVI: «… quiere decir: este niño… ha sido entregado personalmente a Dios, en el templo, asignado totalmente como propiedad suya. La palabra paristánai, traducida aquí como “presentar”, significa también “ofrecer”, referido a lo que ocurre con los sacrificios en el templo. Suena aquí el elemento del sacrificio y el sacerdocio… Simeón,… después de las muestras de alegría por el niño, anuncia una especie de profecía de la cruz (cf. Lc 2,34c)… Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el portador de la Luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz».[5]


La palabra παραστῆσαι del verbo παρίστημι contiene el prefijo para que significa cerca” o “muy cerca de” e, hístēmi  que proviene de *sta -raíz indoeuropea- que significa “estar en pie”. Observemos la tremenda proximidad entre presentación-presentar y el sustantivo “presente” que significa “regalo”, “obsequio”, “ofrenda”; llegando al núcleo de la afirmación de Benedicto XVI que nos propone la traducción “ofrecer”, “entregar”. El Papa Emerito comentaba que al llevar un niño al templo se reconocía, que -si era el primogénito- este quedaba reservado (consagrado) para Dios, pero se pagaba un “rescate” -«El precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo el país a cualquier sacerdote.»[6]- para retirarlo de la pertenencia. Sin embargo, en este relato no hubo rescate, o sea que, el Niño quedó consagrado-reservado a Dios. Así el Adviento nos presagiaba la “llegada” de alguien que se iba a hacer presente. La presentación –en cambio- nos habla de Alguien  que se hace presente y se reconoce “presente” de Dios. ¿Cómo quitárselo a Dios si es Su Hijo? «Aquí, en el lugar del encuentro entre Dios y su pueblo, en vez del acto de recuperar al primogénito, se produce el ofrecimiento público de Jesús a Dios, su Padre.»[7]


«Es un momento sencillo pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús hace que se encuentren: los jóvenes y los ancianos. Jesús es quien acerca a las generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisivo para el camino de la comunidad civil y eclesial.»[8]

Para esta fecha hay una definición de Iglesia, referida y comparada con lo que es familia, como organismo que nos gusta repasar: «la Iglesia como comunidad no es una organización, la Iglesia es un organismo vivo. Una organización busca intereses, una organización consiste en que, las personas se juntan para buscar entre todas, colaborándose, un interés. Y ese interés está muchas veces fuera de la asociación misma… Eso se llama una organización. En cambio un organismo busca personas, busca fabricar las personas, en otras palabras, un organismo edifica personas. Lo que más se parece a la Iglesia es la familia. La familia es un espacio (padre, madre, hijos) en donde todos están interesados en la edificación de las personas, la educación de las personas, la transformación de las personas. O sea, una familia no es una empresa, es una fábrica de seres humanos.»[9]


«…la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en esas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que no disminuya nuestra solidaridad concreta especialmente en relación con las familias que están viviendo situaciones más difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas esas familias en dificultad, tanto dificultades por enfermedad, falta de trabajo, discriminación, necesidad de emigrar, como dificultades para comprenderse e incluso de desunión. En silencio rezamos por todas esas familias... (Dios te salve María...). Encomendamos a María, Reina y madre de la familia, a todas las familias del mundo, a fin de que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda mutua, y por esto invoco sobre ellas la maternal protección de quien fue madre e hija de su Hijo.»[10]




[1] Papa Francisco. LA ALEGRÍA DEL AMOR. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL. Publicación de la Diócesis de Engativá 2016  ## 58 y 59 pp. 51-52
[2] Ibid. #57. p. 50
[3] Ibid. #31 p. 25
[4] Ibid. #65 p. 55
[5] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p. 89. 92
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Papa Francisco.  FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 28 de diciembre de 2014.
[9] Baena, Gustavo. LA VIDA SACRAMENTAL. Ed. Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998 p. 16
[10] Papa Francisco.  FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. 

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