domingo, 6 de noviembre de 2016

TUS PALABRAS, SEÑOR, SON ESPÍRITU Y VIDA


2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15; 2Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38

…cada uno de nosotros tiene en su interior un espíritu de vida. Y cuando la muerte llega, ese espíritu de vida consigue eludirla.
Dom Helder Câmara

En el meollo de la perícopa de la 2ª. Carta a los Tesalonicenses nos encontramos dos elementos: la Palabra y, el acoso (la actitud agresiva y persecutoria) de aquellos que no la aceptan, ni a lo que de ella deriva, la fe en su conjunto. Si queremos entender la manera como la fe re-liga, tenemos que reconocer que, conforme lo hemos venido argumentando, Dios nos sale al encuentro, pero a nosotros -si estamos desatentos- nos puede pasar inadvertido. Venimos de considerar lo relevante que resulta para nuestra fe pegarnos la subida al árbol que se dio Zaqueó. Allí se produce esa sintonía, esa connivencia, esa empatía entre aquel que se hace el Encontradizo, y, de la otra parte, el “interés” que nosotros demostremos por “acoger” al que nos vocaciona. ¿Y Quién es el que nos llama? Porque si no tenemos algunos rasgos que nos permitan reconocerlo, pasará por debajo del árbol en el que estamos y ni cuenta nos habremos dado.

Tenemos por los menos tres rasgos más notables que nos ayudan a identificarlo: Primero: Dios es Amor, Dios es un Dios Misericordioso, Segundo: Dios es Providente y Tercero: Dios no es oculto o esotérico, sino que es un Dios-que-Revela, es el Dios de la Revelación. En el Evangelio de este Domingo –antepenúltimo del Año Litúrgico- Jesús (al que con frecuencia aludimos como “Segunda Persona de la Trinidad”) nos da a conocer un detalle que sólo Dios mismo puede saber, y nos lo comparte, nos enseña que, dado que en la Resurrección ya no hay muerte, no es necesaria la reproducción de la especie, y entonces, en ese Nuevo Estado, la gente no toma esposo, ni esposa, “serán como ángeles”. Después de recibir esta información, cuando ya ha sido revelada, nos parece una verdad como puño, pero sin la revelación, nos es inaccesible, ni siquiera lo podríamos imaginar. Algo que sólo Dios podía saber.

Lo anterior nos conduce a otro rasgo, que ya el Domingo anterior quedó enunciado cuando en el Libro de la Sabiduría leíamos que Dios es “Señor que ama la vida”. Hoy se ratifica con enorme fuerza cuando se nos enseña que Dios “no es Dios de muertos sino de vivos”; aún hay otro dato, a los Ojos de Dios, ¡Todos viven! Este pude verse como el Quinto rasgo: ¡Dios es Dios de la Vida!


Nuestra naturaleza es muy curiosa, muchas veces se nos da una “enseñanza” y, nosotros nos arrojamos en brazos de la cerrazón y fabricamos cientos de miles de excusas, muy razonadas, muy doctas, para no aceptarla. La capacidad –que es a la vez docilidad- de aceptarla es otro don de Dios, es la virtud teologal de la esperanza. Esa plasticidad espiritual que sabe aceptar la “herencia” de la fe, la fuerza que habilita para guardarla, para respetarla; es además “humildad” para salvaguardarnos de la altanera presunción del “yo sé más”. Es, además, perseverancia, porque, primero que todo, va contra el correr del tiempo, “sigue” fiel a la confianza depositada, a la aceptación de la creencia, se anida en la palma de la Mano de Dios. No solamente contra el tiempo, sino también  contra viento y marea: de eso nos da férreo testimonio el relato que leemos en la Primera Lectura, tomada del Segundo Libro de los Macabeos.

Hoy día está en la Sagrada Escritura, pero antes de ser Escritura ya era Revelación. Entonces, la Revelación no se limita a la Sagrada Escritura, Dios nos habla en el día a día, en la realidad, en la historia; Dios nos habla a través de personas, de nuestra familia, de vecinos. En aquel relato nos habla por medio de siete hermanos y de su madre.

Ellos fueron víctimas del acoso, de la actitud agresiva y persecutoria de los que no aceptan la fe, ni lo que de ella deriva. Estos perseguidores siempre están por allí, a veces más o menos agazapados, a veces se sienten poderosos y no vacilan en  tendernos emboscadas –como la de los saduceos a Jesús, que se inventaron el cuentico bastante reforzado de los siete hermanos que tomaron a la misma mujer en cumplimiento de la “Ley del Levirato” para que Jesús quedara mal, o tuviera que confesar contra la Resurrección. La vía fácil hubiera sido negar la resurrección, ponerse de la parte de los “acomodados”, los “terratenientes”, los más pudientes, los de la casta sacerdotal; también los siete hermanos hubieran podido violar la ley de Dios para conservar sus vidas, pero por su fidelidad optaron por no quebrantarlas. ¡Siempre es difícil llevar la contraria a los poderosos!; pero Jesús es fiel a la enseñanza de la Resurrección, que tiene una razón en el Bondad de Dios-Creador, que no nos sacó de la obscuridad para regresarnos a ella; y otra en su Justicia, que quedaría truncada frente a los que aquí en la vida recibieron bienes durante la vida y en cambio otros sólo males (cfr. Lc 16, 19-31).


Otro rasgo de Dios –que se hace herencia para nosotros- es este: la Fidelidad. Fidelidad viene del latín “fides” o sea lealtad. Recordemos que se le dice fiel a la aguja de la balanza que señala el equilibrio de sus platillos; esa imagen nos sirve para enlazar la fidelidad a la fe y su relación con la justicia (la balanza significa la justicia, es su alegoría). Dios es Amor, Dios ama y guarda la vida, Dios es Dios de vivos, Dios Resucita, Dios es Justo, su Justicia es fidelidad a su Palabra, es Fidelidad a la Vida, Dios se revela en todo ello como un Dios Justo, la Justicia de Dios no le impide su Fidelidad al Amor-Perfecto; Dios nos revela todo esto, para donarnos la Esperanza que nos fortalece, nos dirige el corazón para perseverar y resistir y nos dispone a toda clase de obras buenas y de buenas palabras (2Tes 2, 16-3, 5). Todo esto y más podemos colegir de las Lecturas de este Domingo.

Y aún más. El Salmo 16  nos recuerda que además, nos guarda bajo la sombra de “Sus Alas”. ¡Al despertar, después de la muerte-aparente, el espíritu de vida que hemos heredado, nos permitirá despertar y saciarnos de Su Vista!







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