sábado, 29 de octubre de 2016

LA CLAVE ES COMPARTIR CON LOS POBRES


Sab 11,23-12, 2; Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14; 2Tes 1, 11 - 2 , 2; Lc 19, 1-10

Dios es indulgente con el hombre. No espera mucho de él; sólo una trepadita al árbol.
Arturo Paoli

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío
Sal 41,2


Subir al árbol tiene consecuencias salvíficas. También Jesús ha subido al Árbol de la Cruz para salvarnos, para rescatarnos de ser lo que era Zaqueo, ἀρχιτελώνης [architelones] (jefe de los cobradores de impuestos), cabeza de los publicanos, no un simple publicano sino un “super-pecador” y, como si fuera poco, rico; a los ojos de los judíos un “perdido”.

Al treparse al árbol, Zaqueo se pone en ridículo, hay acciones que un “señorón” no haría porque los demás “se gozarían” a su costa: y, para un tipo “con plata”, un personaje solvente, realmente subirse al árbol, al sicomoro, lo vuelve blanco de escarnio, un despreciable. Pese a todo, él se arriesga, movido por una curiosidad muy suya, nombrada allí, en el Evangelio lucano con el verbo ζητέω [zeteo] que designa el deseo de buscar ir al fondo de un asunto, (este verbo es verbo-pivotal en esta perícopa, ya que al final de ella, en el verso 10, Jesús declarará como eje de su misión que Él ha venido a ζητῆσαι καὶ σῶσαι τὸ ἀπολωλόςbuscar y salvar lo que se había perdido” (Lc 19, 10b). Lo que lo llevó a subirse al árbol fue movido por un anhelo “investigativo”, se trata de ir a indagar, quién es ese tal Jesús. «No tenía una idea formada, establecida, del Otro.»[1] Aquello que con mucha frecuencia nos impide acercarnos al hermano es la intolerancia de esperar que sea conforme yo me lo había querido imaginar, que sea según mis prejuicios. Zaqueo sube al árbol porque está buscando a Dios, su Salvación. No bajo las condiciones que él la quiera, sino según Dios en su benevolencia se la quiera regalar.


Nos estamos moviendo, otra vez, en el plano de la misma dialéctica del Domingo anterior: Arriba/abajo - subir/bajar, pero dentro de una comprensión antitética. La comprensión normal nos propone el subir como objetivo deseable, aquí, en cambio, la propuesta es la de bajar. A esta dinámica de arriba hacia abajo (opuesta a la que el mundo nos propone) la llamaremos kénosis. Esta kénosis (del verbo κενόω  “vaciarse”, que se aplica a Jesús en el v.7 de Flp.), está muy detallada en Flp 2,8: Jesús, que estaba en el Cielo, se desacomodó y bajó, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Hay aquí un abajamiento, una humillación, Dios mismo se anonada, se pone a ras del suelo para ser pisoteado. Abandona todo su poderío de ser-Dios. Aquí conviene mirar la Primera Lectura, donde se nos recuerdacómo es Dios: “aun cuando puedes todo” (Sab 11,23), aquí se nos pone de presente la Omnipotencia Divina: “¿Y cómo podrían seguir existiendo las cosas, si tú no lo quisieras? ¿Cómo habría  podido conservarse algo hasta ahora, si tú no lo hubieras llamado a la existencia?”. Volvamos a la idea de Filipenses, sin embargo, dejando de lado todo su Poderío, se anonada, se ofrece como víctima propiciatoria (dialéctica de abandonar el Poderío y revestirse de obediencia y humildad, también de esa humildad que acepta que el otro sea diferente y vea el mundo desde otro ángulo, y no de acuerdo a lo que yo imagino).


En esa misma tónica, Zaqueo (que significa inocente, puro) trepa al árbol, y Jesús lo llama a “bajarse” (abajamiento), para que Él entre en su casa (no se piense en una edificación sino en su morada interna, en su intimidad, en el terreno de su fuero). Cuando Jesús inhabita a Zaqueo, este se vuelve blanco de los juicios y de la maledicencia comunitaria: sobreviene las vejaciones, las murmuraciones, los comentarios insidiosos: todo lo cual sólo persigue incomunicarlo, marginarlo, hacer de él “chivo expiatorio”.


Este abajamiento de Zaqueo no se frustra como producto de la difamación y la denigración; él se abaja, se identifica con los que están abajo, ¡con los pobres! La mitad de todas las prerrogativas de las que goza, las pone a su disposición. Aun va más lejos, se compromete en una cruzada de reparación: sí a alguien ha defraudado, se compromete a resarcirlo con el cuádruplo. Se trata de un “proceso de paz”, en el sentido de armonizar con sus convivientes, con sus detractores, con sus acusadores (el Malo recibe con frecuencia, en la Sagrada Escritura, también el título de “Acusador” porque es el que quiere desgarrar de la comunidad y excomulgar). Como reconstructor y reparador de las relaciones humanas desbaratadas, Jesús lo acoge, lo reincorpora a la comunidad; para Él ya no se trata de un pecador, ya no es un perdido, ahora es un “hijo de Abrahán”.

No nos vayamos a afanar porque no pertenecemos a la raza abrahamica, ya que Jesús puede sacar descendientes de Abraham hasta de las mismas piedras (Mt 3, 9).


Pero para que sea posible esta amistad con Dios tuvo que “descender” de lo alto del sicomoro, a flor de tierra, tuvo que rehuir su arrogancia y renunciar a su jactancia de rico. Reconocemos esta misma dinámica personificada en San Francisco, simbolizada en haberse deshecho de sus magníficos trajes de hijo de rico; y -hoy por hoy- en Papa Francisco, que renunció (y el signo tiene gran fuerza) a sus zapatos rojos de “pontífice” y sabemos que ha renunciado a muchos otros privilegios con los que se pretendía realzar al Romano Pontífice para mostrarnos esta humildad necesaria; muchos están horriblemente preocupados porque temen perder -ellos también- tan decoroso calzado (recordemos que en el Imperio Bizantino los zapatos rojos eran simbólicos de poder).




[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLITICA DE SAN LUCAS. Ed. Siglo XXI Bs.As. – Argentina 1973 p. 74.

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