sábado, 4 de junio de 2016

COMPADECERNOS


1R 17,17-24; Ga 1,11-19; Lc 7,11-17, Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37

Al abandonar el Tiempo Ordinario, para ingresar en la Cuaresma, dejamos en el 5to Domingo Ordinario. Hoy, para retomar el Tiempo Ordinario, reanudamos con el 10º Domingo Ordinario. En él vamos a ocuparnos del episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naím. La Primera Lectura nos hace caer en cuenta de un paralelismo: En el A. T. tenemos un episodio similar (guardadas las proporciones), se trata del Profeta Elías, quien –también en Naím- resucita al hijo de otra viuda. Y, luego su “discípulo” Eliseo, o, quizás sea mejor llamarlo su “sucesor”, efectúa otra “resurrección”. En el N. T. –en San Lucas- tenemos dos ocasiones en las que Jesús resucita, esta vez y cuando resucitó a su amigo Lazaro; y, en el Libro de los hechos de los apóstoles (segundo tomo de la obra de San Lucas) sus “discípulos, también en dos oportunidades resucitan: La resurrección de Tabita y la de Eutico, el joven que había caído desde el tercer piso. En Elías, por ejemplo, es evidente que el profeta reconoce su impotencia frente a la muerte, sólo puede rogarle a Dios para que Dios “intervenga”, así que Elías tiene un papel instrumental, sencillamente –como  lo reconoce la viuda- media con Dios porque Él es: “un hombre de Dios”.

Resucitar es –para decirlo de alguna manera- un super-poder. En realidad el ser humano poco o nada puede hacer cuando el adversario es la muerte. La muerte es una victoria del Malo sobre nosotros. El Único que se le impone y la vence es Dios. En este caso, Jesús –el Mismísimo Hijo de Dios- se enseñorea sobre la muerte- quizá sea esta la razón para que en esta perícopa sea la primera vez que Lucas se refiere a Jesús como “el Señor”. No es un señorío de gobierno, no se trata de un reconocimiento de autoridad civil o militar, no se expresa un señorío “terrenal” (aun cuando es claro que Jesús es Señor de Cielo y Tierra); sino se quiere “revelar” que Jesús porta sobre Sí, el Pleroma del Amor de Dios, Él es la plenitud soteriológica porque porta en Él toda la liberación, toda la sanación, la total victoria sobre la muerte, insistamos, Vida en Plenitud.

Pero el relato entraña una dialéctica muy textual (quizás en este caso deberíamos decir mejor “una dialéctica textil”) porque entraña un tejido en dos planos entreverados: Jesús es Señor de la Vida, porque es capaz de “compasión”. Sentimos que a Jesús se le “encoge el corazón” al ver que esta mujer ha caído en la total pobreza, en la total soledad, en la más profunda desprotección. Tal vez alcanzara a pensar que su propia Madre llegaría a estar en similar situación. Su Misericordia se desata porque ve a la más débil, a la más desvalida, a la que está sola y sin defensor. El deja actuar su Señorío para re-mendar la precaria situación de la mujer, su penuria. El verbo que usa Jesús para resucitar es el verbo ἐγείρω ¡Levántate! en griego, también ¡Despiértate! Le “dice” al “joven”: Νεανίσκε, σοὶ λέγω, ἐγέρθητι. Y el joven responde en esa misma tónica, se incorpora y se pone a “hablar”. Aquí Vida = Verbo. Al verbo que da Vida pronunciado por Jesús el joven fructifica dando “señas” de vida: hablando.

Esta dialéctica-dinámica se expresa con una serie de verbos de “movimiento”: ἐπορεύθη se dirigió, ἤγγισεν se acercaba, ἰδὼν al verla (momento clave, porque es cuando Jesús ἐσπλαγχνίσθη se compadece; este verbo habla de un emocionarse desde el fondo de las entrañas, es una emoción “uterina”, sensación propia de una madre que experimenta lo que su hijo, con las propias entrañas: «El corazón misericordiado no es un corazón emparchado sino un corazón nuevo, re-creado. Ese del que dice David: «Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme»»[1] ), προσελθὼν acercándose, ἥψατο tocó el féretro. Esa dialéctica es la propia de “emprojimarse”, porque el prójimo no es alguien que está cerca, cuya cercanía está dada; ¡nada de eso! Prójimo no se es, prójimo se deviene, cuando uno decide acercarse, comprometerse, co-padecer, solidarizarse. En fin, “emprojimarse” es evolucionar de “distante” a cercano; de indiferente a encariñado, de indolente a interesado. Jesús viene de “lejos” y procede hasta alcanzar la “mínima” distancia. Jesús se acerca tanto que llega a tener la distancia más leve, cuando el doliente está “al alcance de la mano”. Cuando con solo tender la mano se le puede tocar. Muchas veces, si revisamos en los Evangelios, la acción de Jesús desemboca en una relación táctil: ¡Él toca!


Acceder a la fe no consiste en oír a alguien, y así nos lo explica San Pablo en la Segunda Lectura, sino en escuchar a Jesucristo, sólo Él puede entregarnos la Buena Noticia; sólo Él puede transformarnos, convertirnos, cambiarnos el corazón de piedra por uno, verdaderamente, de carne. Solo Él sabe sensibilizarnos para que sintamos desde nuestras entrañas, las angustias, los dolores, las necesidades de las personas. «… el Evangelio es una extraordinaria fuerza de trasformación social. El acaba con las barreras de raza, elimina las discriminaciones sociales e, inclusive, los papeles sociales preestablecidos que afirman que algunas funciones son propias solamente de hombres y otras de mujeres. La propuesta del Evangelio es… la de una sociedad donde la vida fluye para todos, y donde todos disfrutan de los bienes de la vida en el compartir  y en la fraternidad. En síntesis, un mundo nuevo, donde todos tienen vida y libertad.»[2] Sensibilizarnos, humanizarnos. Así como María fue sensible a la falta de vino de aquella pareja de Caná, así nosotros tenemos que aprenderá a “emprojimarnos”, logrando un sincero interés por lo que acontece al que sufre, al que necesita, al más débil, al indefenso, al desprotegido. No es discípulo el que pasa de largo, insensible, quizás preocupado por otros afanes, como les paso a los levitas que torcieron el camino para no toparse con el samaritano, por la preocupación de incurrir en “impureza ritual”.

Divino Maestro, permítenos siempre poner en el primer lugar, por encima de otras preocupaciones, a nuestro prójimo, a nuestros hermanos, a los Cristos que nos pones en el camino para que nosotros obremos con ellos Jesús-mente y puedas decirnos: “… todo lo que hiciste con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo mismo lo hiciste!. Mt 25, 40






[1] Segunda meditación de Papa Francisco en el Jubileo de sacerdotes 2016.
[2] Bortolini, José. CÓMO LEER LA CARTA A LOS GÁLATAS. EL EVANGELIO ES LIBERTAD. Ed. San Pablo.2002 Bogotá D.C. –Colombia  p.11

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