sábado, 28 de mayo de 2016

EL MISMO AYER, HOY Y SIEMPRE


Gen 14,18-20; Sal 109,1.2.3.4; 1Cor11, 23-26; Lc 9,11b-17

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacía el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
Pedro Casaldáliga

El Evangelio que leemos en esta Solemnidad, tomado del evangelio según San Lucas, es el de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces. Lo leemos todo en clave de Eucaristía. La eucaristía es ese Sacramento Central de nuestra fe que nos permite caminar por la Historia, y vivir el tiempo en un proceso de construcción del Reino, haciéndonos pueblo de Dios, y en tanto y cuanto pueblo de Dios, integrándonos en el Cuerpo Místico de Cristo. «La Eucaristía actúa el Reino en el mundo, no por la fuerza del hombre, sino en virtud de la acción del Espíritu del Resucitado.»[1] Este proceso nos lleva de la desarticulación de individuos, del hombre masa, a la feliz condición de Hombres Nuevos, insertos en la organicidad del Cuerpo Místico, “pueblo ordenado”. «El don de Jesús, mucho más grande que el de Eliseo: allá 20 panes para 100 personas (relación 1/5), aquí 5 panes para 5.000 personas (relación 1/1.000)!... esos números son una forma popular de hacer teología: expresan la plenitud sobreabundante del don de Dios para el que escucha su palabra. Los 5.000 están divididos en grupos 50 x 100: recuerda la disposición de Israel ordenada por Moisés (Ex 18, 25). Por la palabra de Jesús, la multitud desordenada se trasforma en un pueblo ordenado y bien compaginado.»[2]  



«Queremos descubrir el valor de la Eucaristía, no limitándonos a repetir todos los domingos el rito de la Misa como un gesto fuera de la vida y de nuestras escogencias cotidianas, sino haciéndola centro, punto de referencia y criterio de búsqueda vocacional, de revisión de nuestra vida cristiana.»[3] Creemos preciso poseer una especie de “mapa mental” de la Celebración para poder “navegar” por ella, sabiendo –no sólo- por donde vamos, sino –además- a qué le apuntamos: derrotero y meta. Sabemos que la “misa” está conformada por dos partes principales: La liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Y dos partes “complementarias”: antes de la liturgia de la Palabra están los “ritos iniciales”; y, después de la liturgia Eucarística, están los “ritos conclusivos”


Los ritos iniciales son: la Entrada, el Saludo, la Señal de la cruz, el Acto penitencial, el Gloria y la Oración colecta. La liturgia de la Palabra está organizada de la siguiente manera: Primera Lectura, Salmo Responsorial, Segunda Lectura, Evangelio, Homilía, Credo y Oración universal. A continuación entramos en la Liturgia Eucarística que sigue los pasos que vamos a mencionar: Rito de las ofrendas, Plegaria Eucarística, Padre Nuestro (también llamado “Oración Dominical”), rito de la Paz, (el rito de la Paz no es obligatorio, es facultativo del Sacerdote, quien puede decidir no hacerlo) y Rito de Comunión: El sacerdote, parte entonces el Pan consagrado y deposita un fragmento en el Cáliz que contiene la Sangre de Cristo, este fragmento es conocido con el nombre de “fermentum”; procede, luego, la doxología final: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos». Acto seguido, sucede allí mismo la “Comunión” propiamente dicha. Esta parte culmina con la Oración Postcomunión que se pronuncia justo después de “purificar” y “reservar”.


Acontecen luego los “ritos conclusivos” que son: Bendición, Despedida y Envío. No debemos imaginarnos que el asunto “terminó” ahí. Por el contrario, el envío nos compromete a ir a poner en práctica y vivir lo que hemos celebrado. Sin esa vivencia la “misa” (palabra que significa “envío”) pierde todo su sentido. Se podría decir que ahí es donde verdaderamente comienza la Misa. El envío es más que una “tarea”, es el modus vivendi del cristiano, obliga e implica.

Quisiéramos depositar toda nuestra atención en la Plegaria Eucarística que no en vano decimos que es el “centro y culmen” de la celebración. Esta Plegaria es exclusiva del Sacerdote. Tenemos que comprender que la Ordenación Sacerdotal es el Sacramento que confiere a todos los presbíteros la facultad de obrar en Persona Christi Capitis, y según el rito de Melquisedec (¿en qué consiste el rito de Melquisedec?, como nos lo presenta la Primera Lectura, tomada del Libro del Génesis, en el capítulo 14, versículo 18, nos dice que “sacó pan y vino”; así el rito de Melquisedec es un rito que consiste en la presentación, como ofrendas, de Pan y Vino). Aun cuando en algún momento el sacerdote dice “decimos”, eso no significa que nuestros labios lo pronuncien, sino que la Boca de Cristo Sacerdote, como Cabeza que es del Cuerpo Místico, al hablar, habla “colectando” nuestras voces, e intenciones. ¿En qué consiste, pues, nuestra participación en esta Plegaria Eucarística? En poner todos nuestros sentidos, nuestra atención, alma, vida y corazón en lo que se está “celebrando”.


Lo primero que pronuncia el Sacerdote es el “prefacio”, palabra esta que significa “introducción”. A continuación viene el “Santo” aclamación que hacemos todos sumando –ahí sí- nuestras voces; a continuación viene la “epíclesis” (esta curiosa palabra griega significa “invocación”) es el ruego a Dios Padre para que los dones presentados sean aceptados y trasformados en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, de ahí la expresión “Corpus Christi”.

Viene a continuación la Narración de la institución que acompaña la consagración, por eso, es  el momento más solemne de la Misa porque en ese momento ocurre la transustanciación que es el misterio de la transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Momento de adoración por excelencia. Sin solución de continuidad ocurre la Anámnesis.


La Segunda Lectura –tomada de la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios- en dos oportunidades nos insiste: “Haced esto en memoria mía”, en griego dice τοῦτο ποιεῖτε εἰς τὴν ἐμὴν ἀνάμνησιν. Esta última palabra suena anamnesin viene del sustantivo anámnesis, “en memoria”, “en recordación”, “en conmemoración”, es “hacer reminiscencia”. Pero este memorial no se debe tomar como un traer al pensamiento, al cerebro, los archivos de memoria de “la institución” del Sacramento; sino, más bien, como llegarnos al momento, por así decirlo “viajar en el túnel del tiempo” a ese momento soteriológico.


¿Cómo entender esto? ¿Cómo es eso de “viajar en el tiempo”? No es que nosotros vayamos físicamente al momento histórico sino que el poder consagratorio del Sacerdote “trae” –místicamente hablando- tanto el momento de la Última Cena, como el momento del Sacrificio cruento en el Calvario “sacrificio puro, inmaculado y santo, pan de vida eterna y cáliz de salvación”, así como la Pascua de la Resurrección, esos momentos de Salvación vienen al Altar, coinciden en Él. Así como en un pliegue, un punto de la tela que está “atrás” se dobla y viene a coincidir con otro punto mucho más “adelante”, así la tela del tiempo se “dobla”, para que el sacrificio incruento actualice el momento del sacrificio cruento, y aquí hemos de comprender muy vivamente que cruento significa “con derramamiento de sangre”.


Pero este plisado de la “tela” del tiempo no se limita a traer un punto de atrás al “ahora”, sino que también anticipa un “punto” posterior, el momento en que Jesús Glorioso retornará, aludiendo al cumplimiento de la promesa, ratificando nuestra esperanza. Ese Cuerpo de Cristo que es el pan consagrado “anuncia la muerte del Señor ἄχρι οὗ ἔλθῃ hasta que Él vuelva” (Cfr. 1 Cor 11, 26).


«… la eucaristía se convierte en un testimonio luminoso y maravilloso de un nuevo modo de entender la convivencia humana, en una fuente impetuosa de justicia, de fraternidad, de caridad que se extiende sobre toda nuestra sociedad.»[4] El jueves 26, en la Homilía de Corpus, dijo Papa Francisco: «Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: “Perseveraban [...] en la fracción del pan” (Hch2, 42). Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo ha sido el centro y la forma de la vida de la Iglesia. Pero recordemos también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se han dejado «partir» a sí mismos, sus propias vidas, para «alimentar a los hermanos». Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuanto ciudadanos responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. ¿Dónde encuentran la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor Resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: “Haced esto en memoria mía”... responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para “partir” nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero.






[1] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995 p. 249
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2013. p. 293
[3] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 246
[4] Ibid . p. 247

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