sábado, 13 de febrero de 2016

“LA ESCRITURA DICE”


Deu 26, 4-10; Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13

… si hay tentaciones, es decir, provocaciones al egoísmo, al miedo, al odio…, también hay, y mucho más fuerte, la presencia de Dios. Tenemos a Dios con nosotros.
Dom Helder Câmara

¿Cuál es el armamento que Jesús usa para enfrentar las tentaciones? ¡Jesús recurre, frente a cada ataque, a una cita de tomada de las Sagradas Escrituras! Esta primera observación ya por sí entraña una rica enseñanza: La Escritura es nuestra defensa, es –también- nuestra protección frente a las insidias del Malo, cuyas emboscadas nos asaltan en cada curva del camino. La Escritura, podemos verla así, como defensa y protección, siendo Ella mucho más que solo eso. La Escritura es –en primer término- donación, entrega en Espíritu generoso, manifestación y revelación. Sí, es don, don-Divino, herencia del Padre, que a través de ella nos da Identidad de pueblo de Dios.


Esa “Identidad” es, no solamente legislativa, si bien es cierto nos da una serie de pautas y de preceptos mostrándonos qué espera Dios de nosotros como respuesta a su Amoroso Llamado, también es relato que nos retrata en el proceso de nuestra conformación como Pueblo de Reyes y Asamblea Santa, como Pueblo Sacerdotal. Esa descripción de nuestra estructuración conducente a llegar a ser Cuerpo Místico es nuestra “historia”. En este Primer Domingo de Cuaresma se nos entrega en la Primera Lectura –tomada del Libro del Deuteronomio- una página de esa historia: Partiendo de una “comunidad” nómada (integrada por tan solo un puñado de personas), que se vio obligada a emigrar a Egipto, donde creció en número y se fortaleció. A raíz de lo cual, los gobernantes egipcios empezaron a ver en ellos un peligro, una amenaza y les impusieron –a manera de talanquera- una pesada cadena de esclavitud. Esta Comunidad tenía como rasgo cohesionador la creencia en un Dios (el Dios que les habían enseñado sus padres), al que, al verse en esta dura condición “invocaron” y Quien escucho sus súplicas y mostró con ellos –para favorecerlos- su Brazo Fuerte y Poderoso. Dios no sólo obró para ellos un prodigio liberador sino que además los condujo a un lugar, que les entregó, una tierra rica y fértil.

En Efecto, la Sagrada Escritura no solamente es un compendio legal, un conjunto de leyes y normas que rigen la conducta de este pueblo, es además, una página histórica que, al darle un referente del proceso de conformación, les da carta de unidad en esa historia compartida, en su trasegar juntos; sino que –aún hay más- es también una guía litúrgica, marcándoles los hitos del culto, y los gestos de ad-oración con los que ese pueblo daba gracias por la deferencia que su Dios les había tenido y el trato de especial predilección y hondo cariño con que los liberó, los preservó, los condujo y les dio “patria” (una heredad dada por el Padre).

Es ley, es historia, es liturgia y, además es escudo de protección contra las acechanzas del Maligno, siempre dispuesto a engañarnos con sus mentiras, mientras el Padre Celestial nos revela sus verdades para que nos afinquemos en ellas. Plantemos nuestros pies en sus enseñanzas porque nos vienen del Dios que nos cuida, nos ama, nos provee, vela por nosotros y nunca nos deja, sino que camina a nuestro lado, interesado en todo cuanto nos pasa. Solidarizándose con nosotros, escuchando nuestras súplicas, fijándose en nuestras humillaciones, en nuestros sufrimientos y aflicciones, haciendo gran despliegue de todo su poder para salvarnos. ¡Alabado sea eternamente un Dios tan bueno como lo es nuestro Dios!


Hemos de enfatizar que las tentaciones nos muestran las caras de nuestra debilidad: el ansia de poder, de tener y la ambición así como el apetito de la arrogancia. Y la Palabra de hoy nos conduce a sabernos miembros de una Comunidad que asume la amistad con Dios. Esa amistad  se expresa en ser como su “Ungido”, Cristo ha recibido la unción porque, así nos lo dice la primera línea del Evangelio de hoy, que “Jesús, lleno del Espíritu Santo” va a vivir esta experiencia tan humana como es el ser tentado. Y, Él que se solidarizó con nosotros en todas nuestras fragilidades, nos muestra que es posible salir airoso de la prueba, y nos propone y comparte el blindaje que Él mismo uso: La Palabra de Dios. «como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos, si estamos dentro del Señor?»[1]


Sin embargo, y resulta muy curioso, el Diablo conoce también la Escritura, y la conoce al pie de la letra. Muchos han visto en este episodio de las tentaciones un debate entre teólogos; y es cierto: El tema es, aparte de expresarnos el valor de la Sagrada Escritura como escudo de defensa, también el asunto de la correcta interpretación. Reaparece con extrema fuerza la necesidad de conocer la Palabra de Dios en su totalidad y no quedarse con fragmentos que se pueden acomodar para pretextar lo que se quiera. A cada “cita” del Malo, Jesús le puede “ripostar” precisamente con el complemento exacto, aquel otro aspecto que es la contracara de la parcialidad desviada y desenfocada que blande el padre de la mentira.

Dulce y Tierno es nuestro Padre Celestial que nos enseña y nos muestra la  fuerza que entraña nuestra debilidad y nos muestra cuan sólidos somos a pesar de nuestra fragilidad; y que nos ha dotado de una armadura que es la garantía de la victoria sobre los engaños del que busca perdernos. Oración, ayuno y penitencia son las claves de la vivencia cuaresmal pero todo esto vivido desde y a través de la Palabra que es la antorcha que vence las tinieblas del Mal. Desde ahí, vivir la caridad misericordiosa de estos cuarenta días preparatorios a la Oblación del Ungido por amor a nosotros y para hacernos salvos y sanos. Vivamos esta experiencia como un viacrucis (camino de la cruz) que es via lucis (camino de la luz), porque es conciencia del Amor y la Fidelidad de Dios para con nosotros.







[1] Helder Câmara, Dom EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander –España 1985 p. 43

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