sábado, 1 de marzo de 2014

¡GLORIADO SEA SU AMOR FIEL!


Is 49, 14-15 ; Sal 61, 2-3. 6-9ab; 1Cor 4, 1-5; Mat 6, 24-34
“Me buscaréis y me encontraréis,  si me buscáis de todo corazón y con toda el alma”
Jr. 29,31

התשכח אשה עולה מרחם בן־בטנה גם־אלה תשכחנה ואנכי לא אשכחך׃
Aunque hubiera una madre que se olvidara, Yo nunca me olvidaré de ti
Is 49, 15

El trabajo hay que hacerlo, la preocupación hay que eliminarla.
San Jerónimo

Dios Padre-Madre pero no desnaturalizado

El ser humano es desconcertante. Cuando muchas veces esperamos que brote de él el gesto humanizante, caritativo y bondadoso, pleno de generosidad, de virtud, no enfrentamos a la sorpresa del acto duro, destructivo, hiriente. ¿Qué hay dentro de nosotros que somos –a veces- capaces de tanta maldad? También nos sorprende, y de eso nos hablaba Jesús el Domingo anterior, como respondemos al mal multiplicando el mal. Vimos, entonces, cómo se configuró la justicia humana, sobre un esquema vengativo, retaliativo. Desembocamos en la situación en la que “hacer justica” se traduce y se entiende como “hacer lícito el desquite”. Sobre este esquema se montó toda una “cultura”, toda una tradición jurídica”. La ley del talión la inspira.



Por otra parte, al llegar a Jesús, al adentrarnos en la fe católica, vamos descubriendo el rostro divino de la justicia: Dios es “lento a la cólera y rico en clemencia”, “no nos juzga como merecen nuestros delitos”, descubrimos que Él nos ha creado por amor y que no está dispuesto a revocárnoslo. La justicia Divina no está inspirada en el estilo retaliativo, está estructurada sobre el Amor, sobre un Amor Todopoderoso: El amor de Dios es Fiel y su Justicia se construye sobre la fidelidad de ese Amor.

Entre nosotros, los seres humanos, se da –como un verdadero paradigma- el amor de madre como ejemplo de amor-fiel. Eso es lo que esperamos de manera corriente, que una madre ame a su hijo por encima de muchos factores, que destruirían los vínculos afectivos si se tratara de otra relación cualquiera; tan es así que esa respuesta de amor que no retrocede, de amor que no desfallece, de amor tesonero que no decae, que se da hasta el “heroísmo”, nos resulta como lo más “natural”. Por eso, si se llega a la situación de una madre que no alcanza estas fronteras de fidelidad en el amor hablamos de “madre desnaturalizada”, porque madre que no lleve su amor hasta los límites, defrauda nuestras expectativas.

En el texto isaiano de la Primera Lectura –conformada por sólo dos versículos- se apela a esta idea de la fidelidad del amor materno para expresar la esencia inquebrantable del amor divino: Porque, puede que llegue a existir una madre “desnaturalizada” que abandone a su hijo (como hemos oído de madres que abandonan a su bebé en una calle, en un basural,…) pero, aun que tales excepciones existan, el amor de Dios –dice el Señor- “Yo nunca me olvidaré de ti”.



¡Dios lo ha dicho, y no se echará atrás jamás! Cuando dimensionemos lo que significa la Palabra de Dios, y la promesa de que se cumplirá hasta el último punto de una i, o sea hasta lo más mínimo, nuestra fe se consolidará y ya no andaremos tambaleantes, víctimas de la duda, de la incertidumbre, de la preocupación. Ya no titubeará.

Ahora bien, llegando al atardecer de nuestra propia vida, debemos confesar que esa no superación de la preocupación, esa debilidad en la fe ha sido, a todo lo largo de nuestra existencia un verdadero atolladero. Tendría uno que confesar ¿cuántas cosas que Dios me inspiró, cuantas mociones del Espíritu en nosotros se quedaron estériles porque no supimos confiar en la asistencia del Señor[1]? Por eso, a tiempo y a destiempo, oremos suplicantes para que el Señor, que nunca nos abandona, cuyo Amor es tan fiel como el de ningún humano, nos regale más fe: Πιστεύω· βοήθει μου τῇ ἀπιστίᾳ. ¡Señor, tengo fe, pero aumenta nuestra fe! (Ayúdame a derrotar mi falta de fe) Mc 9, 24.

Necesitamos, aún dar un paso más: El hecho de que el amor humano no esté revestido de la inquebrantabilidad y la fortaleza del amor de Dios, no significa que podemos quedarnos ahí y disculpar nuestra flaqueza con el pretexto del conformismo, de la resignación. No puede ser así, es preciso remontar nuestras limitaciones, nuestras bajas tendencias; es preciso apuntar hacia el Cielo no podemos seguir cayendo.

Proyecto de Dios Providente

Está historizado en la Historia de la Salvación que el Malo con sus malas artes (artes de ángel caído) usó de sus “seducciones” y logró hincar su colmillo en nuestra carne humana. Abusó de nuestra libertad y tendió emboscada allí donde nuestro libre albedrío (ese don magnífico que nos entregó el Creador) podía flaquear: Querernos equiparar con Dios, pretender –lo que sólo está en su Infinita Sabiduría- discernir el Bien del Mal.



Sí. Dios nos creó a su imagen y semejanza pero no somos idénticos. Estamos en la cima de la creación pero por debajo del Creador. Pese a lo cual, ¡hay que recordarlo siempre! No nos hizo ligeramente inferiores a los ángeles para que estuviéramos eternamente por debajo. Dios nos ha llamado a ascender, a mirar hacia las alturas, nos ha invitado a tender al alpinismo, a ser escaladores, a mirar hacia el Cielo a aspirar a nobles ideales y a los más altos valores. Recordemos vivamente el contexto en el cual estamos desenvolviendo al leer este Evangelio de mateo, en el Primer Discurso de Jesús, el Sermón del Monte: Hemos venido examinando muy juiciosamente este Sermón, nunca bien ponderado, fuente inagotable de sabiduría y clave intelectiva del Proyecto Salvífico así como rico esquema y estrategia para la construcción del Reino. El 2 de febrero, cuando deberíamos haber leído las bienaventuranzas, cayó –este año- la Presentación del Señor. Pero, de ahí en adelante, leímos Mt 5, 13-16 donde se nos dijo que somos “Sal y Luz del mundo”; Mt 5, 17-37 donde la enseñanza era que la Ley de la Nueva Alianza no es abolición ni negación de la Antigua sino Perfeccionamiento con una didáctica basada en ejemplos concretos de aplicación de ese perfeccionamiento; el Domingo anterior -7mo Ordinario del ciclo A- tuvimos dos ejemplos más: hablamos de la superación de la Ley del Talión y de su superación que llegaba hasta el límite de “amar al enemigo”, superación de superaciones. Ese es el contexto de nuestras Lecturas del Sermón del Monte: Dicho con todas las letras “Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es Perfecto” Mt 5, 48.

A veces suena muy osado, parece un atrevimiento de altanería, de prepotencia. No es que queramos ser Dioses, no es querer alcanzar la cima de la Divinidad, pero Dios, desde su cima nos llama, nos invita, subid, hijos, os quiero cercanos, tratad de llegar lo más alto posible porque así el Amor será más intenso y la relación más plena. No estéis por allá dispersos y distraídos, ocupados sólo de cuestiones mundanas; dejad que vuestro corazón lata de amor a Dios y de fraternidad entre vosotros; proponeos hacer que el Reinado del Amor se dé, que estéis compenetrados de Mi Amor.



Pero el Malo viene a la carga, preocupaos por el dinero, angústiense por la comida, la bebida y el vestido. Construyan grandes graneros, cavas, depósitos interminables, porque puede llegar la sequía, porque otro puede tener más que tú, y, entonces tú serías menos que él. ¡Afanaos, afanaos, afanaos!

Y esa angustia nos descompone, nos desvela que alguien vista “mejor”, que alguien tenga un auto más moderno, o más grande, o más ruidoso. Quizás en algún momento llegue un destellos liberador: “No atesoréis en la tierra donde el orín y la polilla corroen” pero –en menos de lo que canta el gallo- llegará el comercial, la propaganda que os inquiete y os vuelva a desmoronar con la marce del perfume para el “hombre de acción” y la confortable cojinería del último modelo de automóvil. Cada vez y en todo momento, surge un nuevo motivo de afán, de angustia. La sensación de desasosiego es una constante de nuestra vida en los tiempos que corren.

Podemos encajar en este preciso lugar una frase de cajón: “el mal de nuestra era es el stress”. Nos ha sorprendido ver que los jovencitos y los niños (jovencitas y niñas también) acusan los estragos de todos los males que surgen como producto de la preocupación. Colapso nervioso, gastritis, fuertes dolores de cabeza, irritabilidad, variedad de problemas gástricos, baja de defensas… y quien sabe cuántas cosas más dirán los expertos. Esa sintomatología que en otro tiempo era exclusividad de los altos ejecutivos, hace presa de la más tierna infancia… no respeta a la juventud.

Carrera de locos, afán sin límites

Todos, hasta los más espirituales, tienden a caer en la trampa. A veces se recurre a soluciones que son peores que el mismísimo problema. No pocas personas han buscado salida y vía de escape en el alcoholismo y en la drogadicción. No lo justificamos pero lo comprendemos porque sobrellevar la angustia como aditamento connatural con la existencia no es nada fácil. Si es duro para un adulto que –parecería disponer de un arsenal de recursos sicológicos y morales que lo preservarían- ¿cómo será para un niño que a veces debe guardar in pectore toda su desazón, todos sus temores, todos sus pensamientos: ¿qué comeremos? ¿qué vestiremos? ¿cómo ira a ser nuestra vida de ahora en adelante?



¡No es nuestra culpa! Es una cultura, un modus vivendi que nos destroza, nos despanzurra… ¿Habrá antídoto? Esa es la respuesta que Jesús nos ha dado en las lecturas de hoy. Hay que enfrentar la cosa de otra manera. Por más que uno se afane no puede controlar las canas de su propio cabello, (aun cuando los productores-vendedores de tinturas pretendan tener ese poder). Pero, ¡sorpresa de las sorpresas! Hemos conocido personas que –según todo parece indicar- de veras, sin fingimiento, parecen no inmutarse aun cuando hayan encanecido completamente. Ni se tinturan, ni se avergüenzan, ni se deprimen; al contrario, parecen estar felices y hasta orgullosos de haber llegado a la edad de la experiencia y la vitalidad acumuladas (y esto no es un simple eufemismo). Peinar canas es realmente un privilegio, una bendición. En muchas sociedades se honra al adulto mayor, se le consulta y se le pone a la cabeza del gobierno. Son, además, por su avanzada edad los encargados del Sacerdocio porque en esa edad se es más prudente, se sabe distinguir y se puede desdeñar lo que es vano, lo que es voluble, pasajero, veleidoso, simple vanidad.

Sólo queremos demostrar que si se puede. Que no debemos entregarnos relajados en brazos de la angustia, del ritmo febril, de la vida atafagada, del afán demencial. Si se puede vivir con un ritmo moderado, se puede respirar calma, podemos evitar y suprimir la carrera, el trafago, el bullicio nervioso y angustiante.

¿Dónde está la clave? ¿Cuál es el secreto? Poner nuestra vida en el Señor. Exactamente como nos lo enseña Jesús en el Evangelio. Confiar en Él. Ponerlo todo en sus Benditas Manos. Él nos guiará, Él se hará cargo de todo y con infinita sabiduría.

¿Se pide al siervo correr y llegar el primero a la meta? No. ¿Qué se pide de los Administradores? ¿Qué se espera de ellos? Que sean fieles.

Será que ¿somos paganos? Miren lo que hacen los paganos y sabremos si lo somos:
            -se inquietan por lo que irán a comer
-qué iremos a beber
            -por lo que van a vestir
           
Preocuparse angustiarse desgasta, enferma, genera stress, conlleva al cáncer. Eso quiere el Malo, acabar con nuestra tranquilidad. Y eso es lo que quiere el Enemigo, quitarnos la paz, robarnos la calma, la serenidad. Porque él sabe que así nos aleja de Dios. Esa es la alienación. El que se angustia pierde, no puede pensar en el Reino, no puede participar de su construcción, tiene la cabeza en otra cosa.

Y no sólo el que no tiene se angustia, también el que tiene y hasta el que tiene mucho puede vivir en medio de la ansiedad. Que si lo roban, que si bajará el dólar, que si subirán o fluctuaran negativamente sus acciones,…

En cambio, el Salmo  61 dice que lo único valioso y que vale la pena es dedicarnos a la construcción del Reinado de Dios.
Nuestro único afán debe ser la misión de Construir el Reino de Dios… por todo lo demás “frescos”… μὴ οὖν μεριμνήσητε : entonces, no se preocupen, μὴ μεριμνᾶτε: no se angustien.

Oración para confiar plenamente

Déjame al cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor.
Cuando te abandones en Mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios. No te desesperes, no me dirijas una oración agitada como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos.

Cierra los ojos del alma y dime con calma: JESÚS YO CONFÍO EN TÍ.



Evita las preocupaciones angustiosas y los pensamientos sobre lo que puede suceder después. No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar en Libertad. Abandónate confiadamente en mí, reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.

Dime frecuentemente, JESÚS YO CONFÍO EN TÍ.

Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices: JESÚS, YO CONFÍO EN TI  ¿no será como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo? Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo. Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de la oración, sigue confiando. Cierra Los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora, JESÚS, YO CONFÍO EN TÍ.

Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles.
Satanás quiere eso, agitarte, angustiarte, quitarte la paz.

Confía sólo en mí, reposa en mí, abandónate en mí. Yo hago los milagros en la proporción al abandono y confianza que tienes en mí.

Así que no te preocupes, echa en mí todas tus angustias y duerme tranquilo. Dime siempre, JESÚS, YO CONFÍO EN TI y verás grandes milagros.

Te lo prometo por mi amor.



                                        



[1] Pecado por omisión: Todo el bien que pudimos hacer y quedó incumplido, pendiente. Todo el mal que pudimos evitar, impedir o prevenir y al que dejamos seguir su curso. La inacción dejó de construir el Reino cuya llegada bien pudimos haber acelerado.

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