sábado, 25 de enero de 2014

LLAMADOS A PROCLAMAR LA CERCANÍA DEL REINO


Is 8,23-9.3; Sal 26, 1. 4. 13-14 (R.: 1a); 1 Cor. 1,10-13.17;  Mt. 4,12-23

Tu luz deslumbrante no perturba
pero está rebosante de ternura
como el rostro de una madre.
Averardo Dini

“Jesús es la Palabra del Padre, el Hijo, que nos guía por el camino hacia la libertad, como la nube luminosa que condujo al pueblo desde Egipto hasta la tierra prometida.”
Silvano Fausti

… ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”
Papa Francisco. Evangelii Gaudium # 120

Por nuestro encariñamiento con los collages, queremos construir esta reflexión como quien hace una colcha de retazos, donde la variedad y el colorido alegran la vista con la policromía de cada trozo. Será como los vitrales -preciosos en las Catedrales- donde las luces se trasforman en una experiencia trascendente, verdaderamente mística. Nos permitirán el μετανοέω metanoeó, convertirnos de sólo discípulos a discípulos-misioneros.

Tenemos una lámpara entre nuestras manos


Vino Jesús y se encarnó. Él que es la Luz-Divina se entregó para que todos tuviéramos la Luz, φῶς εἶδεν μέγα (Luz han visto muy grande). Nosotros no somos la Luz, pero somos los encargados de iluminar con la Luz que Él nos entregó. También nos advirtió que una luz no tiene para que ponerse debajo de un “celemín”, ni debajo de la cama (cfr. Mc 4, 21); pero eso –ni más ni menos- es lo que nos ha ocurrido. Nuestra Luz no está puesta en un lugar alto para iluminar a los otros, sino que la hemos ocultado.

«Si alguien me preguntase cuál ha sido la mayor de las herejías y la que más daño ha hecho a la Iglesia a lo largo de su historia, creo que respondería sin vacilar que esa, tan extendida todavía hoy, de que “la Iglesia son los curas y los Obispos” y que los seglares serían simplemente los oyentes, los que se limitan a obedecer y cumplir lo que los curas guisan y comen ellos solos. Realmente nada más grave podía pasarle a una comunidad que se presenta a sí misma como una “comunión”, que tener a un 98 por ciento de su cuerpo paralítico o cloroformizado, que contar con un cuerpo cuya cabeza hace, piensa y decide todo y un cuerpo que se limita a dejarse mansamente arrastrar… Los cristianos de la Iglesia primitiva no entendieron esto. Para ellos era claro que convertirse al evangelio era incorporarse vitalmente a la acción misionera de la Iglesia. Predicaban los sucesores de los apóstoles, pero ayudaban todos, participaban todos… no podemos seguir con cuatro quintos de la Iglesia adormecida».[1]



Esta situación nos hace pensar y preguntarnos lo que habría sido si Pedro, Andrés, Santiago y Juan hubieran ignorado el Δεῦτε ὀπίσω μου “¡Síganme!” que les dirigió Jesús. «El Evangelio… Nos  enseña que ser discípulos de Jesús es seguirlo, y que en eso consiste la vida cristiana. Jesús exigió fundamentalmente el seguimiento, y todo nuestro cristianismo se construye sobre nuestra respuesta a esta  llamada… la esencia de la espiritualidad cristiana es el seguimiento de Cristo bajo la guía de la Iglesia… El cristianismo no consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas trasmitidas por la Iglesia. Consiste en su seguimiento… no existe una “espiritualidad de la cruz”, sino del seguimiento… No existe una “espiritualidad de la oración”, sino del seguimiento… No existe una “espiritualidad de la pobreza”, sino del seguimiento… No existe una “espiritualidad del compromiso”, pues todo compromiso o entrega al otro es un fruto de la fidelidad al camino que siguió Jesús… Seguir a Cristo significa someter todo otro seguimiento sobre la tierra al seguimiento de Dios hecho carne. Por eso hablar del seguimiento de Cristo es hablar de conversión, de “venderlo todo”… seguir a Jesús es seguir a Dios, el único absoluto. Todo cristiano sabe lo que es la conversión: adecuarse a los valores que Cristo enseñó, que nos arrancan del egoísmo, la injusticia, el orgullo… Sabe también que la conversión es el fundamento de toda fidelidad cristiana, en la vida personal, en el apostolado o en los compromisos sociales, profesionales y políticos. Ella nos arranca de nuestros “encierros” y nos conduce “a donde no querríamos” en el seguimiento de Cristo… No hay una sola llamada de Cristo en la vida, hay varias, cada una más exigente que la anterior, y envueltas en las grandes crisis de nuestro crecimiento humano-cristiano.»[2]



«… un altísimo porcentaje de los humanos se muere sin llegar a descubrir cuál era su verdadera vocación. Y uso esta palabra, en todo su alto y hermoso sentido. Porque, curiosa y extrañamente, es este un vocablo que en el uso común se ha restringido a las vocaciones sacerdotales y religiosas, cuando en realidad “todos” los hombres tienen no una, sino varias vocaciones muy específicas.

·         Todos hemos sido llamados, por de pronto, a vivir. Entre los miles de millones de seres posibles fuimos nosotros los invitados a la existencia. Si nuestros padres no se hubieran cruzado “aquel” día, en “aquella” esquina, o en "aquel" baile, hoy no existiríamos. Y si nuestro padre se hubiera casado con otra mujer, habría nacido "Otra" persona distinta de la que nosotros somos… Y ésta fue nuestra primera y radical vocación- a nacer, a realizarnos en plenitud, a vivir en integridad el alma que nos dieron.
·     Fuimos, después, llamados al gozo, al amor y a la fraternidad, otras tres vocaciones universales….
·      Y fuimos finalmente llamados a realizar en este mundo una. tarea muy concreta, cada uno la suya…


… la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

 Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla… benditos los que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.»[3]


Vocación para llevar la lámpara en alto

Tal como lo vemos en la perícopa del evangelio que corresponde a este Tercer Domingo del Tiempo Ordinario del ciclo A, Περιπατῶν δὲ παρὰ τὴν θάλασσαν τῆς Γαλιλαίας εἶδεν δύο ἀδελφούς, Σίμωνα τὸν λεγόμενον Πέτρον καὶ Ἀνδρέαν τὸν ἀδελφὸν αὐτοῦ, βάλλοντας ἀμφίβληστρον εἰς τὴν θάλασσαν· ἦσαν γὰρ ἁλεεῖς. καὶ λέγει αὐτοῖς Δεῦτε ὀπίσω μου, καὶ ποιήσω ὑμᾶς ἁλεεῖς ἀνθρώπων. οἱ δὲ εὐθέως ἀφέντες τὰ δίκτυα ἠκολούθησαν αὐτῷ. Καὶ προβὰς ἐκεῖθεν εἶδεν ἄλλους δύο ἀδελφούς, Ἰάκωβον τὸν τοῦ Ζεβεδαίου καὶ Ἰωάνην τὸν ἀδελφὸν αὐτοῦ, ἐν τῷ πλοίῳ μετὰ Ζεβεδαίου τοῦ πατρὸς αὐτῶν καταρτίζοντας τὰ δίκτυα αὐτῶν· καὶ ἐκάλεσεν αὐτούς. οἱ δὲ εὐθέως ἀφέντες τὸ πλοῖον καὶ τὸν πατέρα αὐτῶν ἠκολούθησαν αὐτῷ. “Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”. (Mt 4, 18-22)



Vamos a trascribir aquí La parábola “El ladrillo”, de José Manuel Balabanián, que nos ilustra el papel de cada uno de los que ha sido “vocacionado”;

«(Edificar la Iglesia) es una obra común y mutua, en la que cada uno edifica al otro dándole su pleno valor en el edificio y recibiendo del otro ayuda y fuerza”
Jacques Guillet


¡Qué hermosos edificios hay en las ciudades! ¡Cuánta gente habrá trabajado en la construcción de cada uno de ellos! ¡Qué solución para aprovechar los espacios reducidos en las zonas urbanas!

Pero pensaba que, como todas las cosas, un buen edificio, por más alto e imponente que sea, necesita de lo elemental que, en este caso, no es otra cosa que un simple ladrillo.

Algo con menos gracia que un ladrillo, es difícil de encontrar. Nada en él llama la atención. Por más que se lo quiera evitar, siempre estará polvoriento.

Se quiebra con facilidad ante el choque con algo duro y hasta su forma carece de belleza. Pero, aun con todos esos "defectos", es imprescindible para poder construir un edificio.

Hay otros tipos de ladrillos, los que son decorativos, los que van a la vista, los que "se hacen ver"; pero los que realmente son edificantes son los otros, los que no se ven, los que permanecen ocultos y, quizás, incluso, son más toscos, pero se necesitan.

Claro que un único ladrillo, por sí solo, no puede hacer nada, estaría tirado en algún corralón. Necesita de la unión con otros ladrillos para poder ser útil. Y, sobre todo, necesita del albañil para ponerlo en el lugar que le toca. Unos por abajo, otros muy arriba, algunos, quizás, tengan que "sufrir", ser partidos al medio; pero todos cumplen con su tarea de manera oculta y "silenciosa", aportando su existencia para la construcción.

Ahora bien, el ladrillo, si tuviera vida, al descubrirse tal cual es, podría lamentarse por su rusticidad y no entregarse al albañil.

Pero, aun en ese caso, debiera saber que sin el ladrillo común y silvestre, no se podrían construir ni las casas más sencillas ni los más hermosos rascacielos.»[4]


«Quisiera concluir este apartado con las palabras de un famosos “gurú” hindú al que una religiosa católica le había preguntado: “Usted dijo hace tiempo que, si un cristiano se hacía discípulo suyo, usted no trataría de convertirle al hinduismo, sino que intentaría hacer de él un mejor cristiano. ¿Puedo preguntarle cómo se las arreglaría para hacer semejante cosa? Y el “gurú” le dio una respuesta digna del mejor de los directores espirituales católicos, sugiriendo dos de las principales maneras de obtener la experiencia de Jesucristo resucitado: “Me esforzaría por ponerlo en contacto con Jesucristo. Y trataría de persuadirle de que lo hiciera teniendo a Cristo constantemente a su lado durante todo el día y leyendo asiduamente las Escrituras.»[5]

¿De la noche a la mañana? ¿o saber aguardar pacientemente?

«Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que era necesario un cambio de la marcha del país. El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por interés. Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las costumbres.
 
Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida. Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando. Hasta que un día ya nadie se. detuvo a escuchar sus voces. Más el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza.
 
Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba. Al fin, alguien se acercó y le preguntó: “¿Por qué sigues gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?» «Sigo gritando -dijo el profeta- porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mí.”

La moraleja de esta fabulilla me parece bastante simple y muy necesaria. No se debe trabajar porque esperemos que se vaya a conseguir un fruto, sino ante todo porque es nuestro deber, porque creemos en lo que estamos diciendo.
 
Como es lógico, todo el que proclama una idea lo hace para que esa idea penetre en sus oyentes; pero el que se desanima porque sus pensamientos no son oídos o seguidos, es que no tiene suficiente fe en lo que piensa y en lo que hace. La utilidad, el puro fruto, no puede ser el único baremo de nuestras acciones. Y, sobre todo, si esos frutos se esperan de inmediato, se está uno ya preparando al desaliento.

Cambiar el mundo, por lo demás, es cosa muy difícil. Casi imposible, y en todo caso, el sembrador no suele llegar a ver el fruto de su siembra, porque en el mundo son rápidos los cambios de las modas, de todo lo accidental, mientras que los corazones cambian con freno y a veces con marchas atrás y adelante.


 
Esto lo puede entender cualquiera que contemple con ojos agudos qué lentamente cambia su corazón, cuánto nos cuesta a todos evolucionar, qué despacio nos crece dentro la madurez y la paz del alma.

Pero todo esto no encadena ni al verdadero profeta ni al auténtico trabajador. Porque no se es ni auténtico ni verdadero si no se tiene terquedad y paciencia.»[6]

¿Cuál es esa idea que hemos sido llamados por el propio Jesús a proclamar? El anuncio del Reino, se nos dice en el Evangelio: Ἀπὸ τότε ἤρξατο ὁ Ἰησοῦς κηρύσσειν καὶ λέγειν Μετανοεῖτε, ἤγγικεν γὰρ ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν. “Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”. Mt 4, 17 y también en el verso 23 (el último de la perícopa que leemos en este Domingo): Καὶ περιῆγεν ἐν ὅλῃ τῇ Γαλιλαίᾳ, διδάσκων ἐν ταῖς συναγωγαῖς αὐτῶν καὶ κηρύσσων τὸ εὐαγγέλιον τῆς βασιλείας καὶ θεραπεύων πᾶσαν νόσον καὶ πᾶσαν μαλακίαν ἐν τῷ λαῷ. “Y recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia” Mt 4, 23.

«Al ser vencido Satanás (después de tentar a Jesús), llega el Reino. Existe una contraposición entre los reinos programados por el enemigo y el que quiere el Señor: es la misma que existe entre el Cielo y la tierra, entre el hombre y Dios. Los reinos de la tierra son los de Adán, que ponen como principio de vida los propios temores -y los realizan-; el reino de los cielos es Jesús, que tiene como principio el Padre de todo y su Palabra.»[7]



«De las Vidas de los Padres del Desierto:

El abad Lot fue a ver al abad José y le dijo: ““Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?”.



En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tornaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo: “Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego”.»[8]




[1] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 211-212
[2] Galilea, Segundo. Razones para la alegría (cuaderno de apuntes II). Ed. Sociedad de Educación Atenas. Madrid-España 2ª Ed. Julio 1985. pp. 8-10
[3] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 181-183
[4] Balabanián, José Manuel. EL DIOS ESCONDIDO. CUENTOS Y REFLEXIONES DE LA CIUDAD. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 1ª re-impresión 2001 pp. 14-15
[5] De Mello, Anthony CONTACTO CON DIOS. CHARLAS DE EJERCICIOS. Ed Sal Terrae Santander-España 3ª ed. 1992 p. 208
[6] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ediciones Sígueme. Salamanca- España 2000.  p. 85.
[7] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia.  2da.  re-impresión 2011. p. 56.
[8] De Mello, Anthony. LA ORACIÓN DE LA RANA I. Ed Sal Terrae Santander-España 3ª ed. 1988 p. 8

No hay comentarios:

Publicar un comentario