viernes, 10 de enero de 2014

RAÍZ DEL SACRAMENTO DE INICIACIÓN


BAUTISMO DE JESÚS
Is 42, 1-4. 6-7; Sal 29(28), la-2. 3ac-4. 9b-10 (R.: 1b); He 10, 34-38; Mt 3, 13-17

…en contraste profundo con la predicación de Juan: Jesús enseñaba la cercanía de un año de gracia y de misericordia.

Virgilio Zea, s.j.

Jesucristo, punto culminante de la historia de la salvación, es llamado por excelencia sacramento primordial de Dios.

Leonardo Boff.


Conclusión del tiempo de Navidad

Esta Fiesta que celebramos el Domingo siguiente a la Epifanía o Fiesta de los Reyes Magos, concluye el Tiempo de Navidad y da inicio al Tiempo Ordinario. A partir de esta semana que hoy inauguramos estaremos en el Tiempo Ordinario del ciclo A. Se trata de una Teofanía y a la vez una Epifanía. Como lo hemos comentado en otro lugar, en la Iglesia latina la epifanía se celebra en la Fiesta de Reyes, mientras en la Iglesia de Oriente la Epifanía corresponde al Bautismo de Jesús. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo” estos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos encontramos a Jesús adulto, que con treinta años ya puede –según lo establecido por el  judaísmo- actuar en la vida pública, ser testigo, dar testimonio de otro o de sí mismo.



¿Por qué decimos que es teofanía y epifanía a la vez? La teofanía es la manifestación de Dios que nos habla, que se nos revela, y aquí estamos en esa situación: Dios nos habla, su Voz se oye directamente en el episodio bíblico que constituye el Evangelio de esta festividad.«… Según Mateo, la voz habla de Jesús a una(s) tercera(s) persona(s): “Este es mi Hijo el amado, en quien me he complacido”. ¿A quién o quiénes se dirigen estas palabras?... La voz como por otra parte toda la teofanía (vv. 16-17), se dirige a los lectores… es a la  Iglesia a la que corresponde revelar la identidad de Jesús.»[1]  Pero, es también epifanía, porque nos habla sobre Jesús, nos lo revela como Divino, como Hijo suyo: «El pasaje es una miniatura que contiene todo el Evangelio y revela el misterio más profundo de Dios: la Trinidad, como amor entre el Padre y el Hijo, ofrecido por este a todos los hermanos… El bautismo de Jesús es la puerta de ingreso a la revelación cristiana, que nos introduce en la casa de Dios. ¿No es acaso Él una puerta abierta de par en par al hombre?



El bautismo es la “vocación” de Jesús: recibe del Padre el nombre de Hijo.

Pero es también su “misión”: su condición como Hijo lo lleva a hacerse hermano….

El Padre en todo el Evangelio habla sólo dos veces: aquí y en la trasfiguración (cf. Jn 12, 28). Aquí habla para confirmar al Hijo en su opción como siervo; allá para revelarnos a nosotros la gloria de ese Hijo, para que le escuchemos y lleguemos a ser también nosotros como Él.»[2]

Solidaridad total con su pueblo



«El retrato de Juan el Bautista que aparece en los evangelios prepara al lector para la venida de Jesús, Juan ocupa un lugar en la historia por su papel de “precursor” de la misión de Cristo, pero el Bautista desempeñaba un papel profético propio y la multitud podía esperar que Jesús continuase la misión que él había comenzado. El historiador judío Josefo testimonia que la creencia popular era que la derrota militar de Herodes se debía a la ira de Dios por haber ejecutado a Juan al Bautista:

“Algunos judíos pensaron que las tropas de Herodes habían sido destruidas por la acción divina y que él mismo había sufrido el justo castigo por haber dado muerte a Juan llamado el Bautista. Herodes condenó a muerte a este buen hombre que exhortaba a los judíos a llevar una vida virtuosa, a practicar la justicia unos con otros y a bautizarse. Incluso parece que Juan creía que el bautismo sería sólo una purificación corporal y no perdonaría los pecados a menos que el alma estuviera ya limpia por una conducta virtuosa. Cuando la multitud a su alrededor creció y se entusiasmaba con su palabra, Herodes empezó a temer que su influencia condujera a una revuelta, pues daba la impresión de que la multitud estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que le dijera (Ant. Jud., XVIII, 5)

Josefo presenta al Bautista como un reformador de costumbres; el bautismo sólo purifica el cuerpo, mientras que el resto de la vida personal cambia únicamente con la fidelidad a Dios y la justicia para con el prójimo. Los evangelios señalan otra característica de la predicación del Bautista que pasó inadvertida a Josefo: la llamada al arrepentimiento se basaba en la proximidad del juicio final (cf. Lc 3, 7-9; Mt 3, 11-12).



Al igual que el Bautista, Jesús se dirigía a la multitud hablándole de cómo la Ley  de Dios interviene en la historia humana; pero, a diferencia de Juan, Jesús no acabó siendo conocido por predicar el bautismo de agua como símbolo de que una persona comenzaba una vida de santidad, aunque los primeros cristianos emplearon de nuevo el bautismo para expresar la nueva relación que unía al creyente con Jesús.»[3]

«…una página que personalmente me conmovió, donde el teólogo indio Samuel Rayan describe profundamente esta experiencia fundamental de Jesús al comienzo de su vida pública: “Sucedió en el Jordán. Fue para Jesús una experiencia que le llegó hasta lo más profundo de su alma. Allí, su vida ganó en fuerza y en sentido. Fue un abrirse al mundo por fuera, y a una nueva experiencia de oración por dentro. Todo comenzó cuando Jesús emprendió camino desde Galilea hasta Enón, cerca de Salín, en el Jordán. Jesús siempre había mantenido su espíritu abierto al padre y atento a su presencia y su acción en los sucesos dela historia humana de cada día. Allá abajo, cerca del mar de sal, Juan predicaba penitencia y bautizaba al pueblo. La gente se llegaba a él en gran número, procedente de todo el país: de Jerusalén y de toda la Judea, así como de las regiones cercanas al Jordán. Jesús vio en ello la obra del Padre y escuchó su voz, a la que siempre era obediente. Se unió a la multitud, se puso en la fila de los penitentes, con gran sencillez y claridad de espíritu, y fue bautizado por Juan. Y ahora el Padre sale al encuentro de esta decidida entrega, con una comunicación arrolladora de Sí mismo que se hace sentir en el centro más profundo del ser de Jesús. Los evangelios describen esta experiencia de Jesús con imágenes de perfección sublime. Jesús vio y sintió como los cielos se abrían, en toda su grandeza y belleza, ante sus propios ojos y le revelaban en su visión el plan divino para la salvación del género humano. Sintió cómo el espíritu de Dios invadía su alma y la elevaba con todo su poder, en un océano de paz que ningún medio humano puede dar ni comprender. Oyó la voz del Padre en el último silencio de sus entrañas, en cada fibra y célula de su cuerpo. Y la voz del Padre le habló directamente a Él, se dirigió personal y convergentemente a Él solo, y le dijo: ‘Tú eres mi Hijo, mi Siervo, mi Elegido y mi Amado; en Ti descansan mis complacencias’. Jesús descubrió en ese instante nuevas dimensiones en sí mismo, y vio extenderse los horizontes de su vida en todas direcciones. Se volvió a encontrar a sí mismo en la palabra que el Padre le había dirigido. El Padre había enfocado hacia Él líneas escogidas de la historia veterotestamentarias, palabras, imágenes, esperanzas, expectativas del Antiguo Testamento; y ahora Jesús sentía que esa herencia sagrada se hacía realidad en sí mismo y urgía su manifestación y su fruto. A eso venía aquí esa consolación y esa confirmación intima del Espíritu Santo. Ese fue el momento expectante en que resonó en su alma la palabra que lo retaba, con toda la ternura del Padre, y que al darle su nombre de Hijo, lo consagraba en familia y le entregaba, en lo más profundo de su ser, el sentido último de su propia existencia. Esto era oración, esto era unión íntima, esto era experiencia clara y profunda de la divinidad, precedida por la humilde sumisión al Padre y continuada en la fidelidad práctica a su llamada. Fue para Jesús una hora inolvidable de encuentro vital con su padre, en la que recibió explícitamente su consagración y quedó inaugurada su misión como Mesías”»[4]



Toda esta muchedumbre que se baña en el Jordán deja en el agua toda su maldad, todo su pecado, toda mancha; por su parte, Jesús entra en el agua absolutamente limpio –no tiene nada que lavar- y recoge sobre sí toda esta “suciedad”, la carga voluntariamente, voluntariamente acepta recoger toda la pecaminosidad de esa muchedumbre que nos representa a todos –óigase bien- toda la humanidad se ha bañado en el Jordán, absolutamente todos, los de ese tiempo, los de antes, los de ahora y los que vendrán luego: toda mancha, todo pecado quedó lavado en esa agua “sacramental”. En otra parte nos hemos referido a este “hacerse en todo como nosotros, menos en el pecado” como una parte de la kénosis de Jesús, y así es, pero esta vez queremos subrayar que esa kénosis es “solidaridad”: «¿Cómo, pues, podía en alguna manera recibir ese bautismo Jesús, que estaba esencial y radicalmente libre de toda mancha de pecado?

Jesús lo hacía según agradecidamente lo entendemos, para mostrar con gesto gráfico y sincero su pertenencia a nuestro género, a nuestro pueblo, a nuestra raza teñida de culpa, aunque Él era intrínsecamente inmaculado en su mismo ser. Muestra de solidaridad hermana en la distancia de la inocencia»[5]. «Qué sentido le da Jesús a su bautismo? De parte de Jesús es la aceptación solidaria de su pueblo y de su historia... El gesto de Jesús es totalmente programático: el camino de su ministerio será el camino de la aceptación de la historia de su pueblo tal como es, sin discriminarlo,…»[6]

Jesús puede -porque es Dios- sacramentalizar toda el agua, revestirla de un poder “redentor” porque Él mismo es Sacramento, “sacramento Fontal” de Dios” lo llama Leonardo Boff.[7]. «… Jesús de Nazaret, por su vida, por sus gestos de bondad, por su muerte heroica, y por su resurrección, es llamado el Sacramento por excelencia. En Él, la historia de salvación, como realización de sentido, encontró su culminación. Él llegó primero al término del largo proceso de hominización, venció a la muerte, e irrumpió dentro del misterio de Dios. En cuanto encarna el plano salvífico de Dios, que es unión radical de la criatura con el Creador y anticipación del destino de todos los hombres redimidos, Jesús se presenta como el sacramento primero de Dios.



Si Dios es amor y perdón, servidor de toda criatura humana, y simpatía gratuita para con todos los hombres, entonces Jesucristo corporeizaba a Dios en medio de nosotros por su inagotable capacidad de amor, de renuncia a toda voluntad de poder y venganza, y de identificación con todos los marginados del orden de este mundo»[8]. «… Jesús no acude al bautismo como pecador, sino, como bellamente dirá más tarde un padre de la Iglesia, “para santificar con su bautismo el agua de todos nuestros bautismos”»[9]

Don a cuidar

Explorando entre las citas bíblicas en los Hechos de los Apóstoles el Cardenal Martini encontraba que todos «Los verbos están en voz pasiva. Es decir, ninguno se puede bautizar a sí mismo:… debo pedir este Sacramento, debo se sumergido en el agua por otro. La alteridad del ministerio, la necesidad de una persona que me lo confiera en representación de Jesús, quiere expresar que la vida divina otorgada en el bautismo no se puede adquirir ni siquiera en un centímetro o en un gramo: es puro don.»[10]

Lo cual nos conduce a nuestra misión, leámoslo como está puesto en el Catecismo de la Iglesia Católica «1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3, 13) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20; cf Mc 16, 15-16).». Todavía más: «1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1, 4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6, 15; 12, 27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).



1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que:
— le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales;
— le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;
— le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.»

«Puede nacer en nosotros una pregunta: ¿Es necesario el bautismo para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un acto formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o la niña?".

Es una pregunta que puede surgir y al respecto es iluminante cuanto escribe el apóstol Pablo" sobre el ser bautizados "en Cristo y luego en su muerte y resurrección, para poder caminar con él y llevar a una vida nueva.

En consecuencia el bautismo no es una formalidad, es un acto que toca en profundidad nuestra existencia, no es lo mismo un niño bautizado y un niño no bautizado; no, con el bautismo somos inmersos en el más grande acto de amor de toda nuestra historia y gracias a este podemos vivir una vida nueva, no en manos del pecado y de la muerte, sino en la comunión con los hermanos»[11].



Al recibir el Bautismo, estos niños obtienen como don un sello espiritual indeleble, el «carácter», que marca interiormente para siempre su pertenencia al Señor y los convierte en miembros vivos de su Cuerpo místico, que es la Iglesia… un camino que debería ser un camino de santidad y de configuración con Jesús, una realidad que se deposita… como la semilla de un árbol espléndido, que es preciso ayudar a crecer… La colaboración entre la comunidad cristiana y la familia es más necesaria que nunca en el contexto social actual, en el que la institución familiar se ve amenazada desde varias partes y debe afrontar no pocas dificultades en su misión de educar en la fe. La pérdida de referencias culturales estables y la rápida transformación a la cual está continuamente sometida la sociedad, hacen que el compromiso educativo sea realmente arduo. Por eso, es necesario que las parroquias se esfuercen cada vez más por sostener a las familias, pequeñas iglesias domésticas, en su tarea de transmisión de la fe.»[12]





[1] Baudoz, Jean-François. LECTURA SINÓPTICA DE LOS EVANGELIOS. Ed. Verbo Divino Navarra- España 2000. P. 31
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia.  2da.  re-impresión 2011. pp. 43. 46.
[3] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO. Ed. El Almendro. Córdoba-España. 2001. pp. 40-42.
[4] González Vallés, Carlos. CRECIA EN SABIDURÍA… Ed. Sal Terrae Santander – España 1995 3ª Edición. p. 31
[5] Ibid. pp. 32-33
[6] Zea, Virgilio. JESÚS, EL HIJO DE DIOS. Facultad de Filosofía Universidad Santo Tomás de Aquino Bogotá - Colombia 1989 p. 56
[7] Boff, Leonardo. LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA Y LA VIDA DE LOS SACRAMENTOS. Ed. Indo American Press Service. Bogotá-Colombia 2003 18ª Edición. p. 44
[8] Ibid p. 41
[9] González Vallés, Carlos. Op. Cit. p. 32
[10] Martini. Carlo María. LOS SACRAMENTOS.ENCUENTRO CON CRISTO E INSTRUMENTO DE COMUNICACIÓN. Ed. San Pablo Bogotá D.C. –Colombia 2002. 3ª  re-impresión  p. 15
[11] Papa Francisco AUDIENCIA GENERAL Plaza de San Pedro 13 de noviembre de 2013.
[12] Benedicto XVI HOMILÍA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR Capilla Sixtina. 9 de enero de 2011.

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