sábado, 11 de agosto de 2012

“YO SOY EL PAN VIVO QUE HA BAJADO DEL CIELO”

ἐγὼ εἰμι ὁ ἄρτος ὁ καταβὰς ἐκ τοῦ οὐρανοῦ
1 Re 19, 4-8; Sal 34(33), 2-9; Ef 4, 30-5, 2; Jn 6, 41-51

La eucaristía es sacrificio en sentido propio.

Juan Pablo II

Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.

Pagola

Agustín escribe que el recibimiento de la Eucaristía no significa tanto que comamos al Dios vivo que nos es presentado, sino que ese Dios vivo entra a vivir en nosotros.

Romano Guardini

1

En la Primera Lectura de hoy nos remitimos al Libro de los Reyes, al –así llamado- ciclo de Elías que va desde 1Re 17, hasta 2 Re 2. En este ciclo vamos a leer hoy un relato “nuclear”, con lo que queremos decir que está como en el medio del ciclo. Mientras la semana anterior, ¿lo recuerdan?, nos ocupó un relato sobre Moisés, tomado del capítulo 16 del Éxodo; esto podríamos mirarlo a la luz de episodio de la Transfiguración, cuya conmemoración litúrgica tuvo lugar precisamente el lunes de esta semana anterior, la semana XVIII, hoy iniciamos la semana XIX con la segunda figura que en el Monte Tabor acompañaba a Jesús en el episodio de la Transfiguración: como se ha repetido insistentemente, Moisés y Elías son figuras cimeras de la fe judía que representan la “Ley” y los “Profetas”; y Jesús allí compendia todo, tanto lo uno como lo otro.

Evidentemente Moisés vagó por el desierto cuarenta años; también pasó en el Horeb cuarenta días; según la lectura de hoy, entresacada del ciclo de Elías, este personaje paradigmático de los profetas, va a caminar cuarenta días y cuarenta noches. ¿Hacía donde se encamina esa peregrinación de Elías? Precisamente hasta el Horeb, donde Dios se le había apareció a Moisés en la zarza ardiente que no se consumía. Elías significa “YHWH es Dios”. Todos estos aspectos, así como las festividades judías, a las que nos referimos la semana anterior, se entretejen en un solo tapiz; una manta donde otra vez Jesús, en una corriente de continuidad, teje nuestra fe con los elementos de la fe judía, generando un hilvane continuo, del Primer Testamento al Segundo Testamento; este “hilvane” tiene a Jesús como hilo conductor (en arquitectura-albañilería diríamos “Piedra Angular”), la fe judeo cristiana.


¿Cuál es el “eje-relacional” entre Dios y el hombre en este episodio? Dios, por medio de un ángel (recordemos que ángel significa mensajero) le da a Elías de comer, precisamente Pan. O sea, a Elías le es dado de comer un Pan que viene del cielo, traído a la tierra y puesto a su cabecera.

El contexto de esta anécdota es que Elías es un desplazado huyendo, primero por Judá y luego por el Negev. Un pobre desplazado pese a la “victoria” que tuvo en el Carmelo con los profetas de Baal.

Todo esto desembocará en una misión, misión que recibe Elías y que terminará implementando Eliseo: Este ciclo de Elías empalma en el libro de los Reyes con el de Eliseo, figura de continuismo respecto de Elías, quien –al ser arrebatado al cielo- trasmite a Eliseo, el manto, como símbolo de “trasferencia de mando”, por así decirlo.

2

El 15 de julio de este año de Gracia del Señor, Domingo XV del tiempo ordinario ciclo (B); leímos como Segunda Lectura, una perícopa tomada de Efesios 1, 3-14. Cuando la examinábamos hablamos de un compendio general de la estructura de toda la carta, resumida en seis “bendiciones”.  La perícopa de hoy retorna sobre la tercera bendición (Ef 1, 7-8), que se refiere al perdón alcanzado por medio de la sangre de Cristo. Hoy también, el corazón de la perícopa, en el centro de la “cebolla”, leemos: γίνεσθε [δὲ] εἰς ἀλλήλους χρηστοί, εὔσπλαγχνοι, χαριζόμενοι ἑαυτοῖς, καθὼς καὶ ὁ θεὸς ἐν Χριστῷ ἐχαρίσατο ὑμῖν. “Sean buenos y comprensivos[1] y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó por Cristo”. Además, según la división en capítulos, este verso es el último del capítulo 4.

En la carta se nos señalan una serie de herramientas que apuntan a lograr esa bondad y esa misericordia, a saber: πᾶσα πικρία καὶ θυμὸς καὶ ὀργὴ καὶ κραυγὴ καὶ βλασφημία ἀρθήτω ἀφ’ ὑμῶν σὺν πάσῃ κακίᾳ. Eliminar[2] la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad.

Concluye la perícopa con los dos primeros versos del capítulo 5; allí se alude especialmente a la segunda bendición (ver Ef 1, 5-7), la que llama a vivir como hijos de Dios. Se nos conmina a vivir en el Amor como lo hizo Jesús, la expresión es μιμηταὶ , o sea imitándolo. ¿En qué lo manifiesta? En su παρέδωκεν “entrega”, puesto que Él se προσφορὰν [3] ofreció a Dios en sacrificio, o mejor dicho, se hizo Hostia, valga decir, la Víctima que se presenta en Sacrificio.

Aquí es donde la perícopa de Efesios linda con el sentido Eucarístico que impregna las lecturas de este Domingo XIX.  En este sentido nos pueden iluminar profundamente las palabras de S.S. Juan Pablo II: «Aunque la lógica del “convite” inspira familiaridad, la Iglesia no ha cedido nunca a la tentación de banalizar esta “cordialidad” con su Esposo, olvidando que Él es también su Dios y que el “banquete” sigue siendo siempre, después de todo, un banquete sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota.»[4]

3

Volvamos a la estructura que nosotros llamamos “la cebolla”. Esta “cebollita” es como la parte fundamental del discurso de Jesús sobre el pan de vida, el centro del discurso, formado como por capitas concéntricas, como una cebolla, y de ahí el nombre que le damos a esta estructura. El Evangelio de hoy arranca en el corazón de la cebolla. Al discurso de Jesús sobre la Eucaristía, sobre el pan Eucarístico, sobreviene la reacción de los judíos. ¿Por qué reaccionan? Por lo que Jesús había dicho ἐγὼ εἰμι ὁ ἄρτος ὁ καταβὰς ἐκ τοῦ οὐρανοῦ, “Yo soy el Pan Vivo que ha bajado del cielo”(Jn 6, 41b), Ese tipo de afirmaciones, declarándose “Pan de Vida” y todavía más “bajado del cielo” son las que más tarde se usarán para acusarlo de blasfemo. El corazón de la cebolla está formado por los versos 41-43. ¿Qué “murmuran” los judíos? Que ellos no ven a alguien que provenga del cielo, sino simplemente al hijo del Carpintero, un vecino común y corriente, es más el simple hijo de María y José. Ya en el versículo 36 había dicho que ἑωράκατε [με] καὶ οὐ πιστεύετε. “Ustedes (me) ven y no creen”.  

«Creer en ti: es buscarte sin cansarse,
es ir hacia Ti con alegría,
es recibirte con confianza,
es escucharte a Ti antes que a nadie,
es guardar en el corazón tu Palabra.»[5]

Jesús no es reconocido, no es aceptado, Él nos entrega su Mensaje –la Buena Noticia- pero nosotros estamos empecinados en escuchar sólo las malas, con razón dicen los periodista que las malas  noticias venden. «…falta en la vida de Jesús todo lo que presupone el ser entendido, y conviene darse cuenta claramente de cuánto e eso… la incomprensión no depende de que su mensaje sea simplemente demasiado alto, sino de que viene de un Dios al que nadie conoce, y entre Él y los hombres hay todo un vuelco de la escala de valores y la necesidad de la metánoia (conversión), y por tanto la comprensión sólo se hará posible por el Espíritu Santo que viene del mismo Dios»[6]

Observemos ahora la siguiente capa de la cebolla, la que está formada por un lado por los versos 44-45 y por el otro lado por los versos 37-40: En el verso 44 ofrece “ἀναστήσω resucitar en el último día” a los que “sean capaces de venir a Él”; todo esto, inscrito en ese continuidad judeo-cristiana de la que hemos venido hablando, porque como estaba escrito en los profetas, el que haya ἀκούσας oído al Padre y se haya μαθὼν dejado instruir por Él , vendrá a Jesús. (Él dice ἐμέa mi”, al final del verso 45).
En la capa siguiente de nuestra “cebollita”, tenemos, por arriba los versos 35-36; y por debajo, los versos 46-48. Allí se agrupan tres afirmaciones
a) Nadie ha visto al Padre, sino Jesús, Él dice ὁ ὢν παρὰ [τοῦ] θεοῦ, οὗτος ἑώρακεν τὸν πατέρα. “sólo el que viene de Dios”
b) ὁ πιστεύων ἔχει ζωὴν αἰώνιον. Quien cree, ese tiene vida eterna
c) Uno de los “Yo soy” que vienen en el evangelio de San Juan: Ἐγὼ εἰμι ὅ ἄρτος τῆς ζωῆς. Yo soy el pan de vida Que en la parte superior de la cebollita está complementado con la idea de que ὁ ἐρχόμενος πρὸς ἐμὲ οὐ μὴ πεινάσῃ, καὶ ὁ πιστεύων εἰς ἐμὲ οὐ μὴ διψήσει πώποτε  “…quien cree en mi no tendrá ni hambre ni sed nunca jamás”.(Jn 6, 35b).

La capa más exterior de la cebolla está conformada, por un lado por los versos 32-34; y por el otro lado por los versos 49-51a. Ya el verso 51b pertenece a otra sección, que es la parte conclusiva del discurso: “el pan del que está hablando es su propia carne”. Está incluido en la perícopa de hoy, pero lo consideramos ajeno a “nuestra cebollita”. En esta capa exterior de la cebolla está alojada la superación de Moisés y Elías por Jesús: Aquellos trajeron el maná y se lo dieron de comer al pueblo, sin embargo, el pueblo que lo comió, murió; en cambio, con el Pan bajado del Cielo, ya no mueren; sino que vivirán para siempre”. «Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte”»[7]

Nos parece que en este lugar viene muy bien un comentario de San Juan Crisóstomo que enlaza esta perícopa con lo que viene a continuación (como ya dijimos es la parte conclusiva del discurso del Pan de Vida, donde Jesús declara que está hablando de su propio Cuerpo que Él nos dará como Pan de Vida): «¿Qué es, en efecto, al pan? Es el Cuerpo de Cristo. ¿En qué se trasforman los que lo reciben? En Cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un solo Cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto por muchos granos de trigo y estos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo»[8]

Así la vinculación eucarística que nos reúne en comunión y nos corporiza a todos en el Único Cuerpo de Cristo, nos corporiza en su Cuerpo Místico, al cual fuimos ya integrados por adopción paternal, en «…el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el sacrificio eucarístico,… Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros…En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo “estén” el uno en el otro…»[9]

4

Siendo la Eucaristía don de valor  maravilloso, es –sin embargo- muy difícil describir y compartir la experiencia mística que ella comporta. El primer elemento que nos trasmite y patentiza su valía es la conciencia de la Presencia Integral de la Segunda Persona de la Divinidad en Ella. Al decir de su Santidad Juan Pablo II: «La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación…el sacrificio eucarístico, no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio…”Por la consagración del pan y el vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre…La Iglesia vive del Cristo Eucarístico, de Él se alimenta, por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, “misterio de luz”»[10]

Nos ayuda a dar otro paso en la profundización del valor de la Eucaristía el relato del Cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuan quien -dirigió los ejercicios espirituales del Papa y de la Curia romana- habiendo sido encarcelado en Viet Kong durante trece años, nueve de los cuales los pasó sumido en el más absoluto aislamiento con lo que se pretendía doblegarlo, sin embargo, él siguió celebrando la Eucaristía; sus amigos le hacían llegar una botellita de vino, para lidiar con sus “dolores estomacales”, pretexto que usaron para hacerle accesible el “fruto de la tierra y del trabajo del hombre” indispensable a la celebración sacramental; y también -le proporcionaron sus amigos- hostias escondidas en una antorcha contra la humedad; y más tarde cuando no pudo contar con las hostias, celebraba con moronas de pan que el Cardenal atesoraba a tal propósito. Pese a esta precariedad que atravesaba en el campo de concentración, afirmaba el Cardenal: ”… diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Éste era mi altar y ésta era mi catedral!... A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de beber con Él el cáliz más amargo. Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!" La carencia de cáliz, no interrumpió la Comunión entre Jesús y su fiel discípulo, supliéndolo con el cuenco de su propia mano.

Mencionando esta precariedad nos viene a la memoria también el recuerdo del sabio jesuita Teilhard de Chardin, quien vivió en tres ocasiones la carencia de los recursos materiales para la celebración eucarística, primero en el frente de combate y después en una exploración por Mongolia y en Asia Central. «Puesto que yo, tu sacerdote, no tengo hoy, Señor, ni pan ni vino ni altar, extenderé mis manos sobre la totalidad del Universo y tomaré la inmensidad como la materia de mi sacrificio. ¿El círculo infinito de las cosas, no es la Hostia definitiva que quieres trasformar? ¿El abismo efervescente en donde se mezclan, en donde se agitan las actividades de toda sustancia viva y cósmica, no es el cáliz doloroso que Tú deseas santificar?»

Ese sentido “cósmico” de la celebración eucarística también es descubierto por Juan Pablo II, cuando él miraba y recordaba globalmente el sin número de “altares” donde celebró: «… tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada»[11]

5

Por un momento volvamos a la Primera Lectura, iluminados por el Salmo que la liturgia nos propone para hoy.

Si el afligido invoca al Señor
Él lo escucha y lo salva de sus angustias
el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles,
protege y salva a los que honran al Señor.

San Ignacio se refería a esos episodios de “ausencia” de Dios y aclaraba que Dios no estaba ausente pero el Tentador lo oculta de nuestro corazón, cayendo así en ese estado de “desolación” cuando nos sentimos “alejados” de Dios.


El episodio de Elías que leemos en este Domingo nos muestra a Elías en “desolación” pero también nos muestra a Dios amparándolo, cuidándolo, velando por él, enviándole alimento, animándolo. Y también vemos el cumplimiento del Salmo: el ángel del Señor acampa en torno  al  fiel Elías.

¡Dios es un Dios Providente, no nos desampara! ¡Hagamos la prueba y veremos qué Bueno es el Señor!






[1] Aparece la expresión εὔσπλαγχνοι que se relaciona-como lo hemos comentando- con las entrañas, y que se podría traducir como “tengan buenas entrañas” o sea, sean comprensivos o, quizá mejor, sean compasivos o –aún mejor- misericordiosos.
[2] ἀρθήτω del verbo αἴρω o sea retirar, remover, levantar, hacer desaparecer.
[3] Nos parece que esta palabra προσφορά, άς, ἡ se podría traducir como “hostia”
[4] Juan Pablo II, CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA. Ed. Instituto Misionero Hijas de San Pablo 2003 p. 67
[5] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II-CICLO B. Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá – Colombia p. 72
[6] Guardini, Romano LA REALIDAD HUMANA DEL SEÑOR. Ediciones Guadarrama  Madrid-España. 1981. p. 101
[7] Citado por Juan Pablo II. Op. Cit. p. 28
[8] Homilías sobre la Primera Carta a los Corintios, 24, 2. Didajé IX.
[9] Juan Pablo II. Op. Cit. p. 33
[10] Ibid pp 18, 22,23, 11
[11] Ibid p. 13

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