Col 2, 6-15
Arraigados en Jesucristo
Con
la perícopa de hoy se abre una nueva parte de esta carta que abarca Col 2,6 –
4,6 y que se ha denominado “La nueva vida”, porque allí se propone una
restructuración de la vida como se vivía y pasar a vivirla de una manera que se
pueda llamar cristiana. No podemos seguir los mismos con las mismas, es preciso
que adquiramos una nueva identidad y esa identidad expresa coherencia con la
propuesta de Jesucristo, que nos la ha traído para vivir “como Dios quiere” y
no como el mundo nos impone.
Según
lo que Pablo supo -por Epafras- que se estaba dando allí, en Colosas, había una
lucha que, ponía sobre ellos dura presión para decaer en su resistencia. El
politeísmo los acosaba, pero también, el judaísmo ejercía su presión, quebrando
con sus tradiciones la identidad de fe que ellos estaban defendiendo. Entonces
Pablo les da una categoría teológica de fidelidad doctrinal: “procedan unidos a
Él arraigados y edificados en Él”; sería la categoría del ἐρριζωμένοι
[errizomenoi] arraigamiento.
La
palabra deriva de la raíz griega ῥιζόω
[hritzoó]
“echar raíz”, “estar firmemente establecido”, ¿cómo se enraíza uno?, ¿qué hay
que hacer para estar inamoviblemente fundamentado? Y Pablo nos lo dice: “No
dejándose envolver con teorías y con vanas seducciones de tradición humana,
fundadas en los elementos del mundo y no en Jesucristo”. Uno tiene que estar
arraigado en Jesucristo, fundado en Él, que es la Piedra Angular”. El “arraigo”
es llanamente, construir en Jesús porque en Él “habita la plenitud de la
divinidad corporalmente, y por Él, que es cabeza de todo Principado y Potestad
han obtenido su plenitud”. ¿Recuerdan que examinábamos ayer que en su
sincretismo querían poner a Jesús al nivel de un simple ángel? Aquí Pablo
enseña que Jesús está por encima de todas las constelaciones de divinidades
terrenales y espirituales y que sólo cimentados en Él alcanzamos nuestra
plenificación.
Cuando se alude al bautismo, se entiende -lo cual es
reduccionismo puro- que es un sacramento de “muerte” porque la criatura
pecadora es “inmersa” para que muera por ahogamiento. Pero, este sacramento,
además, comunica vida, y en ese sentido, es un sacramento de “resurrección”,
porque el bautizado (hombre antiguo) renace por su resurrección como “criatura
nueva”. Lo que nos da un sacramento de “revivificación” que recupera el hombre
muerto por su pecado-original, pero reconducido a una condición libre de
pecado, valga decir, recobrado para su condición adámica. Esta resurrección es
liberación de la herencia de “la caída” (esto es lo que nos propone el v. 12).
La enseñanza paulina en esta carta no solamente los sustrae
del paganismo, sino que también los reorienta para que se desencadenen de la
presión del judaísmo y les señala que ya no es requisito de salvación la
circuncisión, porque Jesús tiene otro tipo de circuncisión, que es el
Sacramento del Bautismo.
En el bautismo, uno es sepultado en Cristo, pero
-además- no se queda “sepultado” sino
que es resucitado con Él, afirmados en la fe en Dios-Padre que lo Resucitó;
siendo así, hemos ganado la vivificación intensísima de haber sido librados de
nuestros pecados.
La comunidad que Epafras le presentó camina acorralada por
dos puñaleros que los amenazan por lado y lado: son dos puñales coercitivos:
i)
La angelología de raíces idolátricas y
sincréticas emparentados con las mitologías griegas y romanas
ii)
El judaísmo con sus tradiciones, en
particular la cicuncidatoria, sujetándose a la dieta Kosher y a todo el
preceptualismo de la Torah.
Ceder, era incurrir en la infidelidad de desvirtuar las
enseñanzas de Jesucristo. Pablo acepta la circuncisión, pero no la que
practican los hombres, con cirugías fálicas; sino una circuncisión distinta
extirpando de nosotros las obsesiones mundanas que nos seducen hacia el pecado;
esta circuncisión la hace Dios en persona, uniéndonos a Jesucristo (v.11).
Con el pecado, habíamos firmado, de nuestro puño y letra, un compromiso condenatorio. ¿Qué hizo Jesús con su Crucifixión? Recogió todos esos comprobantes de perdición y los clavo en la cruz para pagar -con el precio de Su Sangre- las deudas de todos nosotros; quedaron así θριαμβεύσας αὐτοὺς [zriambeusas autous] “destituidas” “expulsadas”, “mostrados en su completa derrota”, “triunfando sobre ellas”, “puestas en pública evidencia” y exorcizadas las dependencias de esas deidades sincréticas que fueron llevadas -en pública vergüenza, como solían hacer los Emperadores que traían en su cortejo, encadenados a los que habían sido sometidos- llevadas a la destitución, expatriadas, quedando desplazadas, y nosotros, ¡liberados!
Sal
145(144), 1bc-2. 8-9. 10-11
Entonces
viene bien un Salmo de Alianza. Conviene que de tanto en tanto seamos
conscientes de Quien es nuestro Aliado, del tipo de Alianza que sostenemos con
Él: Él nuestro Dios y Rey, y nosotros, su pueblo. Los judíos llegaron a
institucionalizar La Fiesta de la Alianza como un momento de la Fiesta de
Succot, porque succot (las cabañas, las chozas) les recordaban como había sido
la travesía del Éxodo y allí -cruzando el desierto- se evidencia que Él siempre
está cuidándonos.
Con tanto para agradecer, ¿qué más podemos hacer?
a) Ensalzarlo y
bendecirlos.
b) Reconocerlo como un
Dios esencialmente Misericordioso, no deseoso de castigar, sino siempre lleno
de Piedad, Tierno y Cariñoso.
c) Que esté siempre
llena nuestra boca de la memoria de todas las Divinas Proezas cumplidas a favor
nuestro; y nuestros corazones repletos de gratitud, que florezcan nuestros
labios glorificando a nuestro Dios-Rey.
La
cultura de la muerte quiere enseñarnos que Dios en cualquier momento cambiará
de parecer y nos dará la muerte, dicen ellos, “miren ahí, toda la crueldad que
hay en el mundo” y con mostrar la obra del malo quieren hacernos tambalear la
fe, ¿no nos bastan 20 siglos de demostración? Con todo el esfuerzo que ha
puesto el Condenado, y aquí vamos, Él sigue cumpliendo su parte de la Alianza,
¡Cómo será de hermoso todo lo que nos da, que nadie quiere irse de aquí!
Excepto
los que se dejan convencer que, todo es malo y lo que vendrá peor. Ay de los
que pierden la fe, el Malo podrá clavarles su mordisco. Ay de los que no ven la
Alianza en Acción, porque tienen ciego el corazón.
Lc
6, 12-19
ἐκλεξάμενος
[eclexámenos] “escogió” de entre ellos a Doce
La
oración puede entenderse aquí como aquel momento en que nos sentamos con el
Súper-Amigo, (prácticamente un paréntesis sacado al tiempo de la vida), para
evaluar y poner en consideración, para charlar las estrategias, para auscultar
los siguientes pasos. La espiritualidad es precisamente el proceso en el cual
se va construyendo nuestro estilo de amistad con Dios para tener estas
“charlas”, para saberle poner en Sus Manos las situaciones, para aprender a
acatar lo que Él nos ponga en consideración y para ajustar los retazos de
nuestra realidad, de nuestra historia, a la Luz de su Bondad. La noche fue el
tiempo reservado a este Dialogo, al empezar la Luz del día, concluyó el tiempo
de Dialogo y se pasó al tiempo de la Acción.
Aquí
está esa palabra iluminadora: ἐκλεξάμενος [eklexamenos] “escogió”,
vemos que no puso sobre el escritorio la documentación de los discípulos, no
puso al alcance sus tablas de meritocracia, tampoco segregó a los que eran más
modestos, o más pacíficos, o más instruidos, o mejor hablados, a los más
distinguidos o los más asiduos al Templo. No se basó sobre nobleza de cuna ni
sobre talante pacifico; con todos sus defectos, cadaunadas y perendengues, fue
“escogiéndolos”.
Este
equipo humano fue establecido por el Señor, y a su elección nos atenemos.
Construye comunidad y los llama para que caminen juntos, es decir, hacer
comunidad significa aplicar la sinodalidad. La fe se construye hombro a hombro,
no es una praxis de soledad sino de fraternidad, de koinonía. Hecha la
elección, continúa en lo mismo, sigue cumpliendo su misión, sigue disciplinado
haciendo lo que el Padre -por medio de Isaías 61- le había indicado: Les habla,
les enseña, cura a los enfermos, somete a los espíritus inmundos y, continúa
irradiando esa fuerza que nos heredó y que nosotros vamos tras él, atesorando,
porque es una δύναμις [dinamis] “fuerza” que ἰᾶτο πάντας [iato pantas] “todo
lo cura”. Fuerza por excelencia Sanadora.
Esa
es nuestra lección del día, todos somos escogidos, todos somos delegados, cada
quien recibe sus credenciales de delegación y no son medallas, ni trofeos de
ostentación. Pongámoslo todo en Manos del Padre, no obremos nada sin haberlo
puesto en Su Presencia, con todas nuestras fuerzas, tratar de hacerlo conforme
a su “Impulso”, siempre arraigados en Jesucristo -Palabra de Vida- hacer todo
el bien que podamos y -con su Gracia- nunca obrar contra sus Mandamientos,
poniendo siempre en primer orden de criterio, Su Mandato de Amor. En la
fraternidad, en la projimidad, encontramos el espacio de aplicación, de bajar,
y pararnos junto a Jesús en una “llanura” para curar con Él y por Él.
La consigna
es: ¡Avanzar sanando!