lunes, 8 de septiembre de 2025

Martes de la Vigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 Col 2, 6-15

Arraigados en Jesucristo

Con la perícopa de hoy se abre una nueva parte de esta carta que abarca Col 2,6 – 4,6 y que se ha denominado “La nueva vida”, porque allí se propone una restructuración de la vida como se vivía y pasar a vivirla de una manera que se pueda llamar cristiana. No podemos seguir los mismos con las mismas, es preciso que adquiramos una nueva identidad y esa identidad expresa coherencia con la propuesta de Jesucristo, que nos la ha traído para vivir “como Dios quiere” y no como el mundo nos impone.

 

Según lo que Pablo supo -por Epafras- que se estaba dando allí, en Colosas, había una lucha que, ponía sobre ellos dura presión para decaer en su resistencia. El politeísmo los acosaba, pero también, el judaísmo ejercía su presión, quebrando con sus tradiciones la identidad de fe que ellos estaban defendiendo. Entonces Pablo les da una categoría teológica de fidelidad doctrinal: “procedan unidos a Él arraigados y edificados en Él”; sería la categoría del ἐρριζωμένοι [errizomenoi] arraigamiento.

 

La palabra deriva de la raíz griega ῥιζόω [hritzoó] “echar raíz”, “estar firmemente establecido”, ¿cómo se enraíza uno?, ¿qué hay que hacer para estar inamoviblemente fundamentado? Y Pablo nos lo dice: “No dejándose envolver con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Jesucristo”. Uno tiene que estar arraigado en Jesucristo, fundado en Él, que es la Piedra Angular”. El “arraigo” es llanamente, construir en Jesús porque en Él “habita la plenitud de la divinidad corporalmente, y por Él, que es cabeza de todo Principado y Potestad han obtenido su plenitud”. ¿Recuerdan que examinábamos ayer que en su sincretismo querían poner a Jesús al nivel de un simple ángel? Aquí Pablo enseña que Jesús está por encima de todas las constelaciones de divinidades terrenales y espirituales y que sólo cimentados en Él alcanzamos nuestra plenificación.

 

Cuando se alude al bautismo, se entiende -lo cual es reduccionismo puro- que es un sacramento de “muerte” porque la criatura pecadora es “inmersa” para que muera por ahogamiento. Pero, este sacramento, además, comunica vida, y en ese sentido, es un sacramento de “resurrección”, porque el bautizado (hombre antiguo) renace por su resurrección como “criatura nueva”. Lo que nos da un sacramento de “revivificación” que recupera el hombre muerto por su pecado-original, pero reconducido a una condición libre de pecado, valga decir, recobrado para su condición adámica. Esta resurrección es liberación de la herencia de “la caída” (esto es lo que nos propone el v. 12).

 

La enseñanza paulina en esta carta no solamente los sustrae del paganismo, sino que también los reorienta para que se desencadenen de la presión del judaísmo y les señala que ya no es requisito de salvación la circuncisión, porque Jesús tiene otro tipo de circuncisión, que es el Sacramento del Bautismo.

 

En el bautismo, uno es sepultado en Cristo, pero -además-  no se queda “sepultado” sino que es resucitado con Él, afirmados en la fe en Dios-Padre que lo Resucitó; siendo así, hemos ganado la vivificación intensísima de haber sido librados de nuestros pecados.

 

La comunidad que Epafras le presentó camina acorralada por dos puñaleros que los amenazan por lado y lado: son dos puñales coercitivos:

i)              La angelología de raíces idolátricas y sincréticas emparentados con las mitologías griegas y romanas

ii)             El judaísmo con sus tradiciones, en particular la cicuncidatoria, sujetándose a la dieta Kosher y a todo el preceptualismo de la Torah.

 

Ceder, era incurrir en la infidelidad de desvirtuar las enseñanzas de Jesucristo. Pablo acepta la circuncisión, pero no la que practican los hombres, con cirugías fálicas; sino una circuncisión distinta extirpando de nosotros las obsesiones mundanas que nos seducen hacia el pecado; esta circuncisión la hace Dios en persona, uniéndonos a Jesucristo (v.11).


Con el pecado, habíamos firmado, de nuestro puño y letra, un compromiso condenatorio. ¿Qué hizo Jesús con su Crucifixión? Recogió todos esos comprobantes de perdición y los clavo en la cruz para pagar -con el precio de Su Sangre- las deudas de todos nosotros; quedaron así θριαμβεύσας αὐτοὺς [zriambeusas autous] “destituidas” “expulsadas”, “mostrados en su completa derrota”, “triunfando sobre ellas”, “puestas en pública evidencia” y exorcizadas las dependencias de esas deidades sincréticas que fueron llevadas -en pública vergüenza, como solían hacer los Emperadores que traían en su cortejo, encadenados a los que habían sido sometidos- llevadas a la destitución, expatriadas, quedando desplazadas, y nosotros, ¡liberados!

 

Sal 145(144), 1bc-2. 8-9. 10-11

Entonces viene bien un Salmo de Alianza. Conviene que de tanto en tanto seamos conscientes de Quien es nuestro Aliado, del tipo de Alianza que sostenemos con Él: Él nuestro Dios y Rey, y nosotros, su pueblo. Los judíos llegaron a institucionalizar La Fiesta de la Alianza como un momento de la Fiesta de Succot, porque succot (las cabañas, las chozas) les recordaban como había sido la travesía del Éxodo y allí -cruzando el desierto- se evidencia que Él siempre está cuidándonos.


Con tanto para agradecer, ¿qué más podemos hacer?

a)    Ensalzarlo y bendecirlos.

b)    Reconocerlo como un Dios esencialmente Misericordioso, no deseoso de castigar, sino siempre lleno de Piedad, Tierno y Cariñoso.

c)    Que esté siempre llena nuestra boca de la memoria de todas las Divinas Proezas cumplidas a favor nuestro; y nuestros corazones repletos de gratitud, que florezcan nuestros labios glorificando a nuestro Dios-Rey.

 

La cultura de la muerte quiere enseñarnos que Dios en cualquier momento cambiará de parecer y nos dará la muerte, dicen ellos, “miren ahí, toda la crueldad que hay en el mundo” y con mostrar la obra del malo quieren hacernos tambalear la fe, ¿no nos bastan 20 siglos de demostración? Con todo el esfuerzo que ha puesto el Condenado, y aquí vamos, Él sigue cumpliendo su parte de la Alianza, ¡Cómo será de hermoso todo lo que nos da, que nadie quiere irse de aquí!

 

Excepto los que se dejan convencer que, todo es malo y lo que vendrá peor. Ay de los que pierden la fe, el Malo podrá clavarles su mordisco. Ay de los que no ven la Alianza en Acción, porque tienen ciego el corazón.

 

Lc 6, 12-19

ἐκλεξάμενος [eclexámenos] “escogió” de entre ellos a Doce

La oración puede entenderse aquí como aquel momento en que nos sentamos con el Súper-Amigo, (prácticamente un paréntesis sacado al tiempo de la vida), para evaluar y poner en consideración, para charlar las estrategias, para auscultar los siguientes pasos. La espiritualidad es precisamente el proceso en el cual se va construyendo nuestro estilo de amistad con Dios para tener estas “charlas”, para saberle poner en Sus Manos las situaciones, para aprender a acatar lo que Él nos ponga en consideración y para ajustar los retazos de nuestra realidad, de nuestra historia, a la Luz de su Bondad. La noche fue el tiempo reservado a este Dialogo, al empezar la Luz del día, concluyó el tiempo de Dialogo y se pasó al tiempo de la Acción.

 


Aquí está esa palabra iluminadora: ἐκλεξάμενος [eklexamenos] “escogió”, vemos que no puso sobre el escritorio la documentación de los discípulos, no puso al alcance sus tablas de meritocracia, tampoco segregó a los que eran más modestos, o más pacíficos, o más instruidos, o mejor hablados, a los más distinguidos o los más asiduos al Templo. No se basó sobre nobleza de cuna ni sobre talante pacifico; con todos sus defectos, cadaunadas y perendengues, fue “escogiéndolos”.

 

Este equipo humano fue establecido por el Señor, y a su elección nos atenemos. Construye comunidad y los llama para que caminen juntos, es decir, hacer comunidad significa aplicar la sinodalidad. La fe se construye hombro a hombro, no es una praxis de soledad sino de fraternidad, de koinonía. Hecha la elección, continúa en lo mismo, sigue cumpliendo su misión, sigue disciplinado haciendo lo que el Padre -por medio de Isaías 61- le había indicado: Les habla, les enseña, cura a los enfermos, somete a los espíritus inmundos y, continúa irradiando esa fuerza que nos heredó y que nosotros vamos tras él, atesorando, porque es una δύναμις [dinamis] “fuerza” que ἰᾶτο πάντας [iato pantas] “todo lo cura”. Fuerza por excelencia Sanadora.

 


Esa es nuestra lección del día, todos somos escogidos, todos somos delegados, cada quien recibe sus credenciales de delegación y no son medallas, ni trofeos de ostentación. Pongámoslo todo en Manos del Padre, no obremos nada sin haberlo puesto en Su Presencia, con todas nuestras fuerzas, tratar de hacerlo conforme a su “Impulso”, siempre arraigados en Jesucristo -Palabra de Vida- hacer todo el bien que podamos y -con su Gracia- nunca obrar contra sus Mandamientos, poniendo siempre en primer orden de criterio, Su Mandato de Amor. En la fraternidad, en la projimidad, encontramos el espacio de aplicación, de bajar, y pararnos junto a Jesús en una “llanura” para curar con Él y por Él.

 

La consigna es: ¡Avanzar sanando!

domingo, 7 de septiembre de 2025

NATIVIDAD DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


Mi 5, 1-4a

El tema de la minoridad es evidente. Dios escoge lo pequeño, lo insignificante para manifestarse portentosamente; hermosa paradoja y moraleja para nosotros los seres humanos quienes con frecuencia buscamos a Dios en las grandes manifestaciones y no en las cosas pequeñas, menos aún en las cotidianas. Se necesita fe para descubrir lo divino en lo insignificante.

Milton Jordán Chigua.

Miqueas es un profeta campesino de Judá, cuya cuna era Moréshet; su profecía es un Libro con dosis de denuncia, de peligros e invasiones inminentes, de destrucción y castigo, hasta rallar en el destierro, pero, por otra parte, tiene fuertes dosis de consolación y promesa.  Miqueas vivió y escribió en el siglo -VIII, pero tiene algunas inserciones -lo que ha dado cabida a hablar de un Deutero-Miqueas, analógicamente con Isaías, un contemporáneo suyo a quien probablemente conoció cuando tuvo que abandonar su patria chica como producto de la invasión asiria. Las adiciones son post-exilicas y corresponden a finales del siglo V e inicios del IV. De esa manera el Libro canónico que nos ha llegado se puede entender como resultado de un trabajoso proceso “editorial”.

 

La perícopa de hoy, con bastante probabilidad es una de tales adiciones, tomando en cuenta la ardua discusión sobre los capítulos 4 y 5. A esta profecía se referirá San Mateo en su Evangelio.

 

¿Cuál puede ser su sentido? Posiblemente, mostrar cómo -desde el inicio de Su Vida Humanada- se da la Opción Preferencial de Dios por los צָעִיר “pequeños” “insignificante”; al entenderlo quienes oyeron cuál era su cuna, enseguida captaron el trasfondo de absurdez; el adjetivo explicativo que se le yuxtapone es el de “pequeña”, como quien dice, “de todas las ciudades de Judá, la más mínima” (¡hurra por los pleonasmos!). En el lenguaje de Dios, la elección de este caserío de Efratá, muestra su Predilección, por los pobres, y su antagonismo respecto de la soberbia. Efratá, - ¡déjense de bromas sarcásticas! - significa “fértil”, fructífero”, pues ¡cómo será de fértil que de su tierra ha brotado el “Pan de Vida” de generación en generación para el mundo entero: ¡Ese sí que es un Pan-Católico, Manjar-nutricio-Universal!

 

Otros explicativos comparten términos con el de “pequeña” que sobresale por ocupar el primer puesto: que Jesús está en existencia desde los orígenes y es previo a Aquel. Leyendo atentamente se encuentra la afirmación de que, si hubiéramos de hablar de un principio en Jesús, el “Jefe de Israel”, habría que fijarlo מִימֵ֥י עֹולָֽם [mi-me oulan] “desde los días de la Eternidad. ¿No les resuena como pariente del gran titular del Prefacio Joánico?

 

Estaremos librados al mordisco del Malo-el-gran-mentiroso, hasta cuando su Madre Lo dé a Luz. El Pastor, en términos veterotestamentarios se refiere al “gobernante”.  Y, nos dice que el “Jefe de Israel, nos pastoreará, o sea, ejercerá su Gobierno, basado sobre la Fuerza del Señor Glorioso, Gloria sobre toda Gloria, sin apoyar su “autoridad” sobre Fuerza distinta a la que dimana de יְהוָ֣ה YHWH.

 

Entonces, habrá una “conversión” definitiva de la historia: ¡Toda esta zozobra a la que nos hemos habituado como el clima normal de la realidad, desaparecerá! Esta atmosfera incesante de violencia y atropello, de nerviosismo y afán, de consternación y desastre cesará.


En cambio, viene aquí esa palabra hebrea, tan rica en significado, שָׁל֑וֹם [shaloum] que nosotros solemos traducir por Paz, pero que es supresión de todo nerviosismo y preocupación, salud, con ausencia de toda enfermedad, bienestar, buenaventura, serenidad espiritual, dicha, quietud, prosperidad.

 

Sal 13(12), 6ab. 6cd

Salmo de súplica. ¡A ti oh Señor, elevamos nuestro clamor! No es una simple oración de Petición, es ir al Go-El, y ponerse incondicionalmente bajo su amparo. Es elegir un Redentor y sometérsele. Solicitar que nos apadrina -ni más ni menos- que, Dios-Mismo.


Este salmo fracasa ocultando las humanas dudas respecto de Dios: ¿Dios es indiferente a nuestro clamor? ¿Dios nos creó y nos dejó ahí, “colgados de la brocha”? ¿Será que el Señor ha preferido entregarle la victoria al Malo? ¿Hasta cuándo, Señor?, ¿hasta cuándo? ¿No ves que ya no puedo más? Le falta dar el maravilloso salto de la confianza: ¡Dejarse todo en manos del Santo-Padrino!

 

Pero aquí, con un solo vero, partido en dos para configurar dos estrofas; toma impulso y se lanza al vacío:

a)    Confía y se gana la alegría

b)    Al reconocer que Dios lo ha atendido, se lanza a entonar cánticos.

En síntesis: Salta y reboza de alegría, se vuelve puro gozo.

 

Mt 1, 1-16. 18-23

El Reino es al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe cumplirse en plenitud. La alegría del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen a quien todas las generaciones llaman “Dichosa”.

Papa Francisco

Casi siempre a uno le da muchísima pereza escuchar esta lista de nombres hebreos, que para nosotros no pasan de ser nombres raros, y muchas veces difíciles de pronunciar. Pero, pensemos en esas familias que arman sus árboles genealógicos y procuran forzar la memoria de sus mayores hasta las generaciones más lejanas, procurando conocer los nombres de sus ancestros e investigar, de dónde eran, si tenían propiedades, si fueron famosos, qué hicieron digno de recordación. Muchas veces se topan con la agradable sorpresa de tener entre su parentela nobles, marqueses, duques, condes, legendarios personajes de la historia, ser parientes remotos de algún bravo combatiente, de un guerrero valiente.


En más frecuentes ocasiones, la persona se da con un personaje, digno de ocultación, una vergüenza familiar, algún bandido, bandolero, pervertido, degenerado… mejor, no haberlo sabido. ¡Esas cosas marcan!

 

Algunos de los nombres nos resultan memorables, a partir de su mención en el Sagrada Escritura: demos por caso Isaac, Jacob y Judá. En este caso hay dos personajes que dan su impronta y marcan el abolengo de Jesús: son Abrahán y David. La aseveración más rotunda que se infiere es que Jesús, indudablemente, era un Judío de Ley. Nombrar a Abrahán, ya es entroncarlo en la veta primigenia de nuestra fe. Y citar el nombre de David, es decir, del linaje mesiánico.

 

Hay, sin embargo, ciertas menciones de esta genealogía que rompen el flujo del judaísmo puro: Tamar, Rajab, Rut, “la mujer de Urías (el hitita)”. Tamar fue “víctima” de una violación planeada por parte de su medio-hermano Amnón; Rajab era una prostituta que acogió a los espías que Josué había delegado para ir a explorar la “Tierra Prometida”; Rut, era moabita, emparentó por fidelidad con su suegra, a través de Booz; y Betsabé entró en esta genealogía, porque David se antojó de ella cuando la vio desnuda bañándose y no tuvo reparos en condenar a la muerte -en el frente de combate- a su esposo Urías, un mercenario, así ella concibió a Salomón, y pasó a formar parte de una estirpe, (como será que ni se da el nombre, sólo se la cita en cuanto madre de Salomón).

 

Acostumbrados, como estamos, a ver las manipulaciones noticiosas, y el ocultamiento de las facetas más oscuras de la historia personal de los políticos, quedamos atónitos, cómo pudo el hagiógrafo manchar de manera tan desastrosa este parentesco consiguiendo tan solo desmoronar lo que creíamos que era su objetivo demostrar: Jesús era del más límpido abolengo del pueblo de Israel, el “pueblo elegido”.

 

Será, quizás, que el hagiógrafo quiere dejar puestos los fundamentos para enseñarnos que a la familia de Jesús se llega por otra vía distinta a los lazos raciales y consanguíneos. ¡La insinuación es fortísima! José romperá el ritmo del relato, él no engendró a nadie, fue -oficialmente y según lo entendía la gente- el esposo de María. José está en el borde de la cima de esta genealogía, pero, abruptamente, la quiebra, allí hay un hiato abismal, un salto del Cielo a la tierra.

 

Se quiebra allí, la línea de descendencia, y se abre la historia por medio del quiebre de lo que es -según entendemos nosotros- histórico. Y es que Jesús no es un ser histórico, es un Excepcional, es Divino, se abaja y humildemente se solidariza con los ínfimos, sus descendientes no serán los pequeños, serán los mínimos, los exiguos. Nos lleva a pensar en el concepto matemático del límite, cuando una cantidad tiende a cero            , esto es, se pasa de una cantidad pequeña a una que es ridículamente chica, minúscula, insignificante. Y sólo dado el salto al “límite” podemos verdaderamente acercarnos al quid, al “meollo”, a la “esencia”: Cuando x tiende a 0.

 

¡Él es Trascendente! Paso a paso, y en la media en la que vamos conociendo a Jesús, vemos que Él nos hace de su parentela por vía de su propia Sangre, que tiñe el dintel y las jambas de nuestro hogar, signándolas con Sangre Sacrificial, vertida de Sus Propias Venas. ¡Si, así llegamos a ser verdaderos consanguíneos con el Salvador!

 

«Uno de los grandes santos que ha tenido la historia de la Iglesia cristiana es San Francisco de Asís, un hombre que, habiendo nacido entre comodidades, se quiso hacer pobre, menor. Precisamente el acontecimiento de Belén le conmovía hasta el extremo. Por eso pidió a sus hermanos que fueran “menores”». (Milton Jordán Chigua)


Muy iluminados hagiógrafos trataron de hacer bien la tarea, de explicar que YHWH les pertenecía, que era del pueblo “elegido”, pero ellos –a pasar de ser tan “iluminados”- no podían concebir que las fronteras de ese pueblo de elección, fueran muchísimo más allá de las barreras raciales y geográficas, que la elección apuntaba a la raza humana, y que Él era de todos y para todos. Así, al encuadrar la genealogía -y como su iluminación era sincera y verdadera- se les escapó por las rendijas y se difundió por todo el Universo, allí donde hubiera un corazón abierto, amoroso, hasta allí llegó, hasta las mismísimas periferias existenciales, donde se agazapa la marginación y el sufrimiento.

sábado, 6 de septiembre de 2025

¡LA VIDA COMO ACRISOLAMIENTO!

 

Sab 9, 13-19; Sal 90(89), 3-4. 5-6. 12-13. 14. 17; Fil 9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33

 

Enséñanos lo que valen nuestros días,

para que adquiramos un corazón sensato.

Sal 89, 12

 

¡Camina en Cristo y canta con alegría! ...,

pues el que te mandó que le siguieses...,

va delante de ti... El resucitó primero...,

para que tuviésemos un motivo para esperar...

San Agustín de Hipona

 

La fe nos permite caminar por sobre el dualismo que presenta el proyecto de vida de los humanos como una realidad diversa del proyecto que Dios le propone. La fe permite taladrar hasta el punto donde se descubre la unidad del único proyecto de vida: nuestra identidad.


El verso 12 del Salmo 90(89), allí donde dice “corazón sensato” pone la expresión לְבַ֣ב חָכְמָֽה algo así como “dispuesto para Ti”, se podría traducir por “juicioso” o por “maduro”. En fin, estamos rondando en torno a la sabiduría que conduce hacia Dios como disponibilidad devota.

 

La fragilidad humana, de la que renegamos con frecuencia, es un referente de nuestro ser y de nuestra realidad. Nos permite justipreciar lo que somos, nuestras limitaciones, la inestabilidad de nuestro estado, y –en consecuencia- aquilatar el valor del tiempo y de la vida; nos permite ponernos frente a Dios, nuestro Señor, y saber en qué nivel estamos. Es tal el valor de nuestra debilidad que ella nos conduce por caminos de sabiduría. ¡No la desdeñemos!


Pero esa sabiduría sería más bien, motivo de burla, si no la aplicamos en la elección de nuestras metas, en las decisiones que hacemos, en los compromisos que contraemos. Conocer nuestra condición nos da la posibilidad de medir –como dice Jesús en su enseñanza- si voy a “construir una torre”, primero calcularé su costo. Así, cualquier empresa que nos propongamos deberá tomar como referente las flaquezas que nos pueden detener y los altibajos que pudieran sobrevenir.

 

Vamos a tomar un datico de la historia de la filosofía: el platonismo se expandió durante el Helenismo, especialmente a partir del siglo I a. C. y en los primeros siglos de nuestra era. Mirando hacia la otra vertiente, esta vez la del pensamiento bíblico, tomaremos este dato: se cree que el Libro de la Sabiduría se escribió en Alejandría, en Grecia, entre finales del siglo I a.C. y principios del siglo I d.C., aunque algunas estimaciones católicas sitúan el período más probable entre el año 80 a.C. y el 50 a.C. Son dos vertientes del pensamiento que, en el Libro de la Sabiduría recoge su resonancia. Hay que ver el planteamiento platónico sobre el cuerpo y el alma, donde, se establece la existencia de dos realidades opuestas: el mundo sensible (material, imperfecto, cambiante) y el mundo inteligible (de las ideas, perfecto, eterno, la verdadera realidad). Esta división se refleja también en el ser humano, dividido entre el cuerpo (material, mortal) y el alma (inmaterial, inmortal), que ansía regresar al mundo de las ideas. A esta partición del bloque de mantequilla en dos porciones, prácticamente opuestas, se la ha denominado “el dualismo platónico”. Forman parte de una concepción ajena al pensamiento semita que propugnó el mundo judío, y donde podríamos descubrir precisamente esta influencia del platonismo, que impregna la idea expresada en “Los pensamientos mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime al alma y la tienda terrenal abruma la mente reflexiva”.


A partir de esta veta se encuentran dos subproductos colados en nuestra interpretación:

i)              Una especie de incapacidad del ser humano para la trascendencia

ii)             La concepción del ser humano como dos realidades divorciadas: por un lado el cuerpo como cárcel, y por el otro, el alma inmortal pero vallada al interior de su prisión.

 

Tal vez hay quienes –en aras de mantener la pintura de fondo totalmente rosa- opinen que el gozo será mayor si vivo de espaldas a mi realidad. Pero entonces perderemos la perspectiva. Muy cierto es que pesa sobre nosotros un deber de “optimismo”, que no podemos desde el día de nuestro nacimiento vivir contando con nuestra muerte para el día siguiente, que nuestro enfoque no puede ser el desespero de la sinrazón en la que muchos han caído y caen (pretendidos filósofos que se tumban pesadamente sobre su muy oscura melancolía, pensando que, si hemos de morir nada vale la pena. Frente a ese nihilismo trágico la mirada cristiana –dicha en palabras de José Luis Martín Descalzo: “Cristo jamás vio a la humanidad como una suma de mal irremediable, tuvo siempre la total seguridad de que valía la pena luchar por el hombre y morir por él”). Otra panorámica –esa es la mirada sabia- reconoce el Don maravilloso de la vida y ¡la disfruta mientras dura!

 

¿Cómo –se preguntan los pesimistas redomados- podemos disfrutar de la vida si ella está tachonada de dolores, enfermedades, separaciones, tristezas y otro sin fin de pesares? Y la respuesta es casi obvia, mirando la otra mitad del vaso (la mitad que está llena), y no ahogándose en el medio vaso que está vacío.


 

Jesús llena el vaso proponiendo una finalidad y un sentido para la existencia: ¡Seguirlo! Y, aquí cabe con la mayor propiedad recordar que Jesús, que se hizo hombre ¡es Dios! ¡Esto ha de mantenerse en el norte de nuestro andar! Por eso hay que seguirlo. Ese “discipulado” también requiere un cálculo de costos, amerita un “presupuesto” seriamente planeado, no porque la obra acometida no valga la pena, no porque el seguimiento pueda estar equivocado, ¿cómo podría ser vano ir tras lo Trascendente? No hay posibilidad de equivocarse si se sigue a Dios; el riesgo está de la parte del discípulo: ¿Podrá el discípulo desatarse de los “apegos” mundanos para vivir su ser de Eternidad en plenitud? ¿Somos capaces de desligarnos de las ataduras que -dicho sea de paso- nos hemos anudado nosotros mismos? (es decir, ¿somos capaces de mirar -directamente- a los ojos la libertad que hemos recibido para vivir abandonados en las Manos de Dios?) Esto embona perfectamente con nuestra petición en la oración Colecta para la Liturgia de este Domingo 23º Ordinario (C): “Padre y Señor nuestro…Haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la Libertad verdadera y la Herencia eterna”.

 

Si comparáramos la vida con un tour, más o menos, la metáfora nos llevaría a preguntarnos si ¿nuestra fe es la suficiente para alcanzar a comprar todos los tiquetes de los trenes que tendremos que trasbordar, para ir de ciudad en ciudad hasta alcanzar el feliz término? El fondo del que se dispone para comprar “pasajes”, el peculio que financia nuestra travesía no es oro, ni es plata; ese fondo es la fe.

 

No vamos a ocultar que la fe tiene un componente de solidez que –para efectos de este análisis vamos a denominar- madurez de la fe. Quizás con un pensamiento pueril nuestro “presupuesto” calcule que bastan dos moneditas para pagar todos los tiquetes que mi travesía requerirá y ¡nos engañamos si pensamos así! Jesús al enseñarnos no vacila en colocar un precio estimado para que podamos intuir lo que podría llegar a costar este viaje “al rededor del mundo”, y pone en el “cartel” este estimativo: Él pone allí la palabra CRUZ.


Puestos los ojos en la CRUZ, (mirando al que Traspasaron) alcanzo a ver –sin engañarme- que la CRUZ es el Trono de su Grandeza. No que la CRUZ sea un mueble acolchado de muelle espuma forrada en terciopelo. ¡Para nada! No queremos envolver la CRUZ en un baño de almíbar; sino mantener la claridad y sopesar la realidad de la CRUZ. La cruz no es muerte y sólo muerte, la CRUZ siempre es muerte y Resurrección. ¡La cruz es esa fantástica dialéctica de la Vida Eterna! Y -por lo mismo- para asumirla y poderla vivir requiere la madurez de la fe. ¡El abismo de la muerte sólo puede ser atravesado por el puente de la Cruz!

 

¡Sí!, atrevámonos a decirlo con todas las letras: sí tu fe ha de quebrarse ante los tropiezos y dificultades, entonces –¡óigase bien! es mejor que no acometas la construcción de la torre. Sigue muelle y holgazanamente apoltronado en “tus bienes” temporales porque no te alcanza tu “tesoro” para darle “la vuelta al mundo”; es cierto, sólo te alcanza para “entretenerte”, quizá para un algodón de azúcar aquí y un merengue allá. Pero –tampoco se puede soslayar y mal haríamos en ocultártelo -habrá cuartos de hora de sinsabor y cuartos de hora de amargura- aun cuando no inicies la travesía, y optes por quedarte engolosinado en la “estación”, (porque hay quienes se empecinan en quedarse en el puerto sin jamás zarpar). De todas maneras, el Don de la vida terrena es provisorio y tendrá su término.


Pero el “seguimiento” discipular (que no es exclusividad de quienes han optado por la “vida consagrada”) es garantía de Trascendencia, ¡esa sí que es Vida Eterna! Repitámoslo a riesgo de sonar machacones, requiere de una fe madura. Requiere romper con los apegos, liberarnos de las manías, desvincularnos de vicios y placeres mundanos -por así llamarlos- se requiere madurez que, en este caso, quiere decir una fe acrisolada, sometida al temple de los “tragos amargos”. Ante ellos Dios nos responde siempre: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Vamos a analizar esto, permítannos, contar aquí la historia de “la tacita”, para tratar de mejor explicar en qué consiste la fe madura:

 

«Se cuenta que alguna vez, en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus favoritas era donde vendían antigüedades; en una de sus visitas encontró una hermosa tacita. ¿Me permite ver esa taza?, pregunto la Señora, ¡nunca he visto nada tan fino!

 

En cuanto tuvo en sus manos la taza, esta empezó a hablar:


 

– “¡Usted no entiende!, yo no siempre he sido esta taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un montón de barro sin forma. Mi Creador me tomo entre sus manos y me golpeo y me amoldo cariñosamente. Llegó un momento en que me desespere y le grite: Por favor, ya déjame en paz. Pero solo me sonrió y me dijo: Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.


Después me puso en un horno. Yo nunca había sentido tanto calor. Me pregunté por qué mi Creador querría quemarme, así que toque la puerta del horno; a través de la ventana del horno pude leer los labios de mi creador que me decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

 

Finalmente mi Creador me tomo y me puso en una repisa para que me enfriara. Así está mucho mejor, me dije a mi misma; pero apenas y me había refrescado cuando ya me estaba cepillando y pintándome. El olor de la pintura era horrible. Sentía que me ahogaba. Por favor detente gritaba yo, pero mi Creador solo movía la cabeza haciendo un gesto negativo y decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.


 

Al fin dejo de pintarme, pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno. No era un horno como el primero, sino que era mucho más caliente. Ahora si estaba segura que me sofocaría, le rogué y le implore que me sacara, grite, llore, pero mi Creador solo me miraba diciendo: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

 

Después de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo: Mírate, esta eres tú. Yo no podía creerlo, esa no podía ser yo, lo que veía era realmente hermoso. Mi Creador nuevamente me dijo: Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado.

 

Sé que te causo mucho calor y dolor, se también que los gases de la pintura te causaron mucha molestia, pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y si yo no te hubiera puesto en el segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido lo suficiente para que subsistieras.

 

¡Ahora eres un producto terminado, eres lo que tenía en mente cuando te comencé a formar!”.


 

Igual pasa con Dios, Él sabe lo que está haciendo en cada uno de nosotros y no nos va a tentar ni a obligar a que vivamos algo que no podemos soportar. Él es el artesano y nosotros somos el barro con el cual Él trabaja. Él nos amolda y nos da forma para que lleguemos a ser una pieza perfecta y podamos cumplir con su voluntad.»

 

La parábola, muy enriquecedora, tiene -no obstante- una limitante que recorta indebidamente su potencial: sobreentiende que el proyecto divino es diferente del proyecto humano. Siendo que esa dualidad no existe, en su raíz el sueño Divino se puede identificar plenamente con el sueño humano. El “pero” surge cuando el mundo promueve otro sueño, otro proyecto, ese si distinto: el proyecto mundano, es allí donde surge de verdad el dualismo y el ser humano termina recortado en dos, por el cinturón, o por la corbata: la parte de arriba y la parte de abajo. Ahí es donde el Malo nos divide, nos bisecciona.

 


Para sobrellevar la Cruz podemos –con corazón sensato- orar como en Sabiduría 9, 17-18: ¿Quién conocerá tu designio, si Tú no le das la sabiduría / enviando tu Santo Espíritu desde el Cielo / sólo así fueron rectos los caminos de los que están sobre la tierra, / así los hombres aprendieron lo que te agrada y la Sabiduría los salvó.

 

“Señor, enséñanos lo que valen nuestros días, para que adquiramos un corazón sensato”. Ya para concluir queremos subrayar que no son cuatro Evangelios, no hay sino Un Evangelio. Evangelio significa Buena Noticia y la Única Buena Noticia para alcanzar la Vida Eterna es Jesucristo. ¡Él es la Sabiduría! ¡A Él vale seguirlo!

 

Que cuando nos miremos al espejo, al final del proceso, reconozcamos que el Proyecto propio y el proyecto divino no difieren. ¡Ambos sueñan con la tacita de porcelana perfecta!

viernes, 5 de septiembre de 2025

Sábado de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Col 1, 21-23

Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía.

Ef 2, 14

Algo habíamos dicho previamente sobre la inserción de fragmentos litúrgicos. Seguramente, bajo inspiración, en las celebraciones se insertaban piezas hímnicas que brotaban espontáneamente de los labios del presidente de la liturgia, estas, eran atesoradas por los asistentes, y repetidas, por los discípulos, que -en repetidas ocasiones- aportaban elementos de enriquecimiento y se iban estableciendo y formalizando, y, terminaban siendo memorizadas con todo detalle, lo que era usual en una cultura predominantemente oral.

 

Así llegaron a Pablo, y Pablo, viendo su riqueza doctrinal, las incorporó en sus Cartas, gracias a lo cual, semejante tesoro nos ha llegado. Esta incorporación a la Escritura de piezas originariamente destinadas a la liturgia nos da una pista para el estudio de la liturgia, de su surgimiento y de su historia, en este caso, para los que vendrían a constituir elementos eucológicos de la Eucaristía.

 

El himno nos propone la Acción de Gracias a Dios Padre:

a)    Que nos ha arrancado del poder de las tinieblas

b)    Nos dio acceso al Reino de su Hijo Bien-Amado

c)    Por el Hijo se nos da el Rescate, Él nos Rescata,

d)    Y nos absuelve.

 

Veamos una segunda parte del himno que nos entrega una heredad doctrinal de impresionante magnitud:

 

e)    Jesús es la imagen de Dios invisible

f)     Él es el Primogénito de toda la Creación.

g)    Todo fue creado por y para Él.

h)    Él es anterior a todo

i)      Todo tiene su base de sustentación en Él

j)      Si el Cuerpo Místico es La Iglesia, Ella tiene en Jesucristo su Cabeza.

k)    Jesucristo es además el “primogénito de los muertos”, valga decir el Primero y el Adalid de todos los resucitados.

l)      Jesús -sin lugar a dubitaciones- es en todo el Primero

m)   La Plenitud está en Él,

n)    Él es el Reconciliador de todo cuanto existe

o)    Con su Sangre derramada en la cruz, Él restablece la Paz entre todas las criaturas y con el Cielo

 

De esto es de lo que San Pablo ha sido instituido ministro. Este es el Legado y sobre ese Legado, él ejerce su sacerdocio y su Profetismo.

 

«Un día, mientras meditaba en las Escrituras, me sorprendió la inesperada visita de un gran migo mío, Epafras, que venía de Colosas, ciudad de la Frigia, a la que él mismo había evangelizado durante mi estancia en Éfeso. Epafras estaba preocupado porque en todas aquellas regiones habían surgido extrañas doctrinas que amenazaban corromper la esencia del Evangelio. En efecto, los frigios algo crédulos y supersticiosos, habían creado una doctrina con bases bíblicas en la que daban importancia primordial a una multitud de ángeles y demonios, divididos en meticulosas categorías, principados, potestades y dominaciones, llegando a afirmar que el mismo Jesús no había sido sino un ángel especial bajado del cielo. No contentos con esto, tenían especiales celebraciones religiosas durante la luna llena con prescripciones sobre comidas y bebidas, circuncisión, etcétera». (Santos Benetti)

 

De esto es que nos habla la perícopa que leemos hoy: Nosotros por el Sacrificio del Crucificado hemos sido consagrados santos, intachables, irreprochables. Esta consagración es lo que se llama Reconciliación pues nos vuelve a injertar en el Padre.

 

«En su carta a los colosenses, gracias sobre todo a lo que ha descubierto en la Escritura sobre la Sabiduría de Dios, Pablo logra situar a Cristo respecto a Dios -es el Hijo en quien reside toda la plenitud de la Divinidad- y respecto al mundo (es aquel por el cual y para el cual ha sido hecho todo). Nuestra vida humana recibe de Él un sentido nuevo: puesto que nada escapa a la influencia de Cristo, mientras construimos la ciudad terrena estamos también construyendo misteriosamente el reino de Dios En adelante hemos de vivir como ya resucitados con Cristo (3, 1-4)» (Etienne Charpentier)


Que la Reconciliación nos vuelve a injertar en el Padre, no se sustenta por arte de magia, es Don Celestial; pero, -ya lo hemos repetido hasta cansarlos- a nosotros nos corresponde la contraparte de la Alianza, a saber (y esto es la magnifico en la didáctica de San Pablo, la solidez contundente y orientadora con la que nos muestra en qué somos responsables:

      i.        Mantenernos firmes y bien fundamentados en la fe

     ii.        Guardando, aún más, atesorando, la esperanza que nos da la Buena Noticia

    iii.        Esas εὐαγγελίου [Euangelion] “Buenas Noticias” están, no solo para ser guardadas, sino -además- para ser pregonadas, proclamadas, actualizadas, realizadas.

 

¿Si estamos tomando en cuenta estos tres aspectos al vivir la Alianza?

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Sal 54(53), 3-4. 6 y 8.

Al fomentar nuestro trato con Dios, se va construyendo una relación dialogal en la que Dios nos toma bajo su guía espiritual. Esto no debe dar paso a nuestra jactancia, debe ser entendido desde una perspectiva de sencillez, de Misericordia -por parte del Señor- no es que seamos el “gran café con leche”, es parte de ese Plan que prioriza a los que mayor dificultad tienen, cuida más de sus “alumnos” más limitados, se dona a los más desprotegidos y desfavorecidos.  Les da horas de clase extra, les tiene ternura y delicadeza especiales, y les da -en la prueba- los ejercicios más fáciles. Sólo a medida que constata su aplicación y su constancia, les va haciendo progresar a los planos más elevados.

 


Estas clases especiales, con tan maternales tutorías, se llaman “oráculos”. ¿Cómo demuestra el “estudiante” estarse beneficiando de tan cálidos tratamientos? Por su agradecimiento. Que el corazón reboce de gratitud, eso estimula al Maestro, Él se regocija, porque nota que tras esta devoción se está expresando el deseo de llegar más lejos: Si se es fiel en lo poco el Maestro te dirá, pasa adelante, Siervo Fiel, y te pondré a cargo de mucho (Cfr. Mt 25, 23)

 

Son solo dos estrofas: en la primera el salmista eleva su Súplica, en la segunda, le ofrece al Santo Nombre un sacrificio que brota de su נְדָבָה [nedadaj] “espontaneo”, “libremente”, “no es obligado sino voluntario”. No le pasó Dios un recibo de cobro, sino que él no haya como manifestar la gratitud por el “oráculo”. Esta “lección” tan benéfica, ¿qué le enseñaba al salmista? Le mostró el Rostro de Dios: “Dios es mi auxilio” al darse cuenta que fue YHWH quien מִכָּל־צָ֭רָה [mik kal sa-raj] “lo sacó de toda tribulación”.

 

Lc 6, 1-5

הַפָּנִ֗ים [hap-pa-nim] “Los Panes de la Presencia”. Cuando organizamos un Banquete, ponemos los alimentos a la vista, decorando las mesas; como abriendo el apetito, como provocando al homenajeado y a los comensales invitados. Así -con el mismo criterio- en el Sancta Sanctorum estaba la Mesa del Pan de la Proposición, del Pan exhibido, del Pan mostrado, del Pan puesto en la Presencia, Dios lo contemplaba, estaba allí siempre, ante sus Ojos, como diciéndole, aquí está tu parte en el Banquete, eres el Máximo Invitado, el Homenajeado; como estaba allí, delante de Él, estaba como “propuesto”, por eso se llama el Pan de la Proposición, y eran doce hogazas, porque cada Tribu de Israel, le ofertaba una, por estar frente a Él, se llama el “Pan del Rostro”, o “Pan de la Santa Faz”.  Al finalizar la semana, el Sacerdote los cambiaba por Nuevos Panes de Flor de Harina, recién horneados.


Las “espigas” que los discípulos iban comiendo al atravesar un sembradío, eran prefiguración del Pan Eucarístico, lo mismo y tanto como lo eran los Panes de la Presencia. Conviene caer en cuenta que el Sacerdocio de Jesucristo es un Sacerdocio de Pan y Vino, según el rito de Melquisedec. Y, una vez más, el Señor está insistiendo que, el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado (Cfr. Mc 2,17). Y menciona la anécdota de David, que -teniendo hambre, entró a la Tienda del Altísimo y comió del Pan de la Proposición.

 

El Pan de la Proposición estaba previsto como alimento sacerdotal, así que, al consumir este Pan, estamos ratificando nuestra condición de Sacerdotes (del Nuevo Sacerdocio), que, -recordémoslo- detentamos desde nuestro Bautismo.

 

Espigas y Panes de la Proposición son augurios del que es Pan de Vida: La Sacratísima Comunión.


Pero si uno se queda en el formalismo de la ley, puede interpretar que frotar unas espigas entre las manos es una “molienda”; y olvidar que cuando los de David comieron de los Panes de la Proposición estaban violando ninguna ley, sino saciando un hambre que los mataba, lo mismo que los de Jesús comen estos granos que no siegan, sino que las arrancaban -no había hoz sino hambre acuciosa-, se trataba de espigas cogidas a manotada limpia, sin herramienta alguna, que la ley destinaba a saciar el hambre de los pobres. Aquí no había trasgresión de la ley, sino manipulación interpretativa para sacar una acusación, porque la “visión farisaica” es capaz de inventarle pecados a los santos. Y dirán de uno que comulgó, que comió de gula. Estas interpretaciones acusatorias caen en el terreno de “leyes positivas”, en cuyo caso positivas significa “puestas”, normas creadas y promulgadas por autoridades humanas para reglar los comportamientos sociales en cierta sociedad. La ley positiva habría de ser útil, justa y estable, y, tal vez lo más importante, tiene que estar dictada en beneficio del bien común.

 

Podemos abrir los oídos ampliamente para profundizar en la idea central: “El Hijo del Hombre es Señor del Sábado”. Comer espigas constreñidos por el hambre no es ni malo, ni bueno, pero es más bueno que malo, porque se hace para sanar el hambre, en defensa de la salud y de la vida. En cambio, lo que no se puede ignorar en ningún caso es el bien y la verdad, enunciados según el Espíritu de la Divina Voluntad.


 La diferencia está en distinguir la Ley Divina de las leyes humanamente impuestas.